dijous, 23 de febrer del 2012

La conciencia de un pueblo.

El mayor peligro que corre la llamada #PrimaveraValenciana, en camino de convertirse en la Primavera Estudiantil, es que pase a segundo plano de actualidad y quede anegada bajo la copiosa lluvia de noticias de la vida cotidiana. Como acontece con casi todas las que ocupan un par de días las portadas de los periódicos, que desaparecen bajo otras más urgentes o impactantes. Porque cuando eso suceda, los manifestantes valencianos, cuyo tesón en la protesta es encomiable, volverán a estar indefensos en manos de las fuerzas encargadas de defenderlos. Y eso da miedo.

La garantía del movimiento ciudadano de Valencia es el apoyo y reconocimiento que encuentre en el resto de España. Para hoy hay convocada otra manifa pidiendo la dimisión de la delegada del gobierno, Sánchez de León, quien se niega tozudamente a asumir su responsabilidad en la brutalidad del lunes, y es toda. En ese forcejeo político y moral planteado en Valencia, el resto del país debe apoyar la reclamación de la calle. Sobre todo porque esta ha aumentado su grado de conciencia, como sucede siempre que se pasa a la acción política, a la práctica, que ensancha y fortalece la teoría. La realidad se comprende mejor cuando se forcejea con ella. Los valencianos han vinculado por fin el conflicto y su circunstancia concreta de los recortes en educación con la condición general del gobierno en su Comunidad Autónoma, caracterizada por el depilfarro, la incompetencia más deplorable, el caciquismo y una presunta corrupción generalizada; una casta política de la derecha que parece tener patrimonializado el gobierno de la Comunidad.

Esa relación de sentido es extrapolable a toda España en donde la pregunta es ¿por qué debe pagar la educación las consecuencias de la incompetencia o la corrupción de los gobernantes? Y más específicamente, ¿por qué debe pagarlas la educación pública en beneficio de la concertada o de la privada a la que se sigue favoreciendo con exenciones fiscales?

Por más que el gobierno de la derecha se obstine en considerarla así, la educación pública no es un gasto sino una inversión; aparte, por supuesto, de un derecho de los ciudadanos. Hay todos los motivos para que las movilizaciones en España en apoyo a Valencia se conviertan en manifas a favor de la educación pública y en exigencia de que el gobierno y sus Comunidades Autónomas cambien la orientación general de su política en este terreno. La educación es una prioridad absoluta y no se puede mermar y mucho menos negar a palos.

Esto es tanto más necesario cuanto el gobierno y sus defensores en los medios ya están tratando de deslegitimar las protestas, de justificar la brutalidad de la policía y de amparar a los políticos de comportamiento más antidemocrático. Para ello recurren a los infundios, las insinuaciones y las simples mentiras. El ministro del Interior dice que la culpa de la violencia la tienen unos radicales que solo habitan en sus pesadillas, pues ninguna de los cientos de cámaras que han grabado los hechos ha registrado su presencia. La labor de desinformación la coronó ayer el ministro de Cultura en sede parlamentaria al afirmar que los socialistas se ponen del lado de la protesta violenta. Mentira podrida. No porque los socialistas se pongan o dejen de ponerse en donde quieran, pues allá ellos, sino porque la protesta no es violenta. No lo fue el martes, no lo fue el miércoles (y en ambas hubo miles de participantes) y no pretende serlo hoy. Los únicos que han recurrido a la violencia han sido los policías a las órdenes del gobierno del ministro. Y eso es un hecho.

Es esencial que la #PrimaveraValenciana, la protesta pacífica valenciana, siga siendo objeto de atención en toda España. No es decartable que quienes recurren a la mentira para argumentar también den en la flor de introducir provocadores en las manifas para conseguir las confrontaciones violentas que, suponen, justificaría su política represiva.

(La imagen es una foto de melderomer, bajo licencia de Creative Commons).

dimecres, 22 de febrer del 2012

El fascismo no es lo que era.

Con Franco esto no pasaba. Por tercer día consecutivo más y más valencianos se han echado a la calle para exigir la dimisión de la delegada del gobierno, Sánchez de León. No les gusta Sánchez y, en vez de callárselo, lo dicen a gritos. No, con Franco no pasaba. Por eso llevan su retrato algunos maderos valencianos; el retrato de su caudillo y, seguramente, el de la propia Sánchez de León que, sin embargo, no sabe estar a la altura de su destino histórico. El primer día, esta brava camarada ordenó a la policía tundir a palos a los chavales que se manifestaban pacíficamente. El segundo día, viendo que se le iba la poltrona (y el suculento salario), trató de echar las culpas de los palos a los policías y prometió investigar si hubiera habido desmanes. Aparte, naturalmente, del de haberla nombrado a ella. Y el tercer día "negoció" con los manifestantes que no había nada que negociar y que no movía el trasero de su asiento.

Los fascistas de los que estos toman ejemplo, eran una pandilla de criminales, pero decían tener un sentido heroico, una afición por el gesto y una estética de la bravura. Esta otra pequeña funcionaria, que quiso dar un escarmiento a los valencianos probablemente para hacer méritos ante sus jefes, agarrada como una garrapata al sillón, ya no sabe qué hacer o decir para que se calme la tormenta que inició con su prepotencia y su falta de sensibilidad.

La situación ahora está atascada: los valencianos seguirán manfestándose mientras Sánchez de León no dimita. Si siguen manifestándose, habrá que volver a emplear la policía. Eso supondrá más y más numerosas manifestaciones en cumplimiento de la regla de acción-reacción y a los ojos del mundo entero.

Sánchez de León debe dimitir de inmediato y, si no lo hace, el ministro debe destituirla. Y si el ministro no la destituye es él quien debe dimitir. Y, de paso, que se vaya con el almibarado Wert, ese que habla de "manifestaciones violentas" que solo existirían en su imaginación si la tuviera.

La calle se subleva.

Los trescientos se convirtieron en tres mil; los tres mil, a saber. Los conflictos sociales son muy diversos y dependen de muchas circunstancias, generalmente únicas, razón por la cual lo más peligroso en enfrentarse a ellos con una idea preconcebida. El gobierno reaccionó el lunes con una exagerada violencia contra manifestantes pacíficos, quinceañeros y escasos. Quería mostrarse fuerte, contundente y cosechó una reacción general de rechazo. Hasta los suyos tuvieron que defenderlo acudiendo a las mentiras más insólitas como la de que un anciano ciego había agredido a los antidisturbios. En consecuencia, el martes retiró la policía y la gente tomó las calles a miles pacíficamente para mostrar su repulsa.

La responsable de la brutal agresión, la delegada del gobierno en Valencia, aseguró que se investigarían los hipotéticos excesos pero que no se retiraban los cargos contra los detenidos y ella no pensaba dimitir. Esto es, no ha entendido nada. Suele pasarle a la gente autoritaria. Claro que el ministro del Interior tampoco estuvo más sembrado. Reconoció que podía haber habido algún exceso de la policía pero, acto seguido, echó la culpa a los radicales, esos entes de ficción que no parecen por sitio alguno ya que los únicos radicales que la gente pudo ver fueron los antidisturbios en una danza frenética de carreras y porrazos. Es decir, tampoco ha entendido nada. Debieran dimitir los dos, él y su delegada.

O a lo mejor se orientan hacia otra táctica, la de dejar pasar un tiempo mientras traen refuerzos de otras provincias. Según parece se ha ordenado el traslado de unidades de la policía a Valencia desde Granada y otros lugares. De ser así, las autoridades demostrarían realmente no entender nada. La chispa valenciana ha prendido en muchas otras partes de España, en Galicia, Madrid, Málaga, Baeza. A lo mejor es más necesaria la policía en aquellas que en Valencia. Hoy hay manifas convocadas hasta en las sacristías.

El asunto es que, cegado por la soberbia de su triunfo electoral el gobierno no trae ninguna voluntad de compromiso, de consenso, de flexibilidad. Sus millones de votos y la situación de crisis lo legitiman a sus propios ojos para actuar como si viviéramos en un estado de excepción. Y no es el caso, al menos de momento. El gobierno tiene que respetar los derechos de los ciudadanos y no puede apalearlos por ejercerlos ni tratar de negárselos a base de embustes. Hoy la información está universalizada y no se puede mentir sobre realidades que todo el mundo conoce. Escuchar que los chavales agredieron a los policías, cosa de la que no hay prueba alguna, no solo mueve a risa sino que prueba quien tal cosa dice es un redomado granuja.

Los conflictos tienen siempre una causa. Negar que esta exista suele ser la primera reacción del poder, capaz de afirmar que el conflicto es inventado. Las manifas de estudiantes valencianos protestaban por los recortes en educación que dejan a sus institutos, por ejemplo, sin calefacción en invierno. El argumentario del PP, sin embargo, adoctrina a los suyos para que digan que no hay recortes y los manifestantes están manipulados por intereses extraños.

El problema es que las manifestaciones se han generalizado porque los recortes no solo existen sino que se aplican en toda España. En Valencia, sin embargo, tienen un carácter especialmente inicuo por cuanto, junto a ellos, junto a los recortes, se ha dado en los últimos veinte años un gobierno de despilfarro y corrupción que ha arruinado a la comunidad. Hay decisiones tan delirantes que quienes las hayan tomado no solo no debieran estar en el gobierno sino que debieran estar en la cárcel o en el manicomio. ¿A quién se le ocurre gastar 180 millones de euros del dinero de todos en un aeropuerto sin aviones? Esa es la causa última que el gobierno se empeña en negar y que los estudiantes valencianos han puesto de manifiesto con su acción al vincular los problemas de sus centros con el despilfarro y la corrupción del gobierno autonómico del PP y que está muy resumida en la foto de la derecha: "Arruinar una comunidad, dejar sin medicinas los hospitales, no pagar a los colegios, recortar los sueldos a los funcionarios, tener el paro más alto de España y seguir ganando con mayoría absoluta." Esa mayoría absoluta pese a todo es la que los ha perdido, cegándolos. Ahora tienen el conflicto en toda España y, por los mismos motivos, esos recortes que el argumentario del PP niega al tiempo que los practica con el claro desprecio por la verdad de que hace gala Cospedal cuando dice que España es un Estado policial y no se refiere a su gobierno, sino al del PSOE. Además de esto, ¿no es un insulto que unas gentes puedan arruinar una comunidad antaño próspera por su despilfarro o corrupción o ambas cosas a la vez y se vayan de rositas y, si acaso, diciendo, como dice Fabra que todo es una campaña de la prensa? Vamos, de lo que Franco llamaba la canallesca.

(Las dos imágenes son capturas de Tweeter y presumo que están en Creative Commons. De no ser así una nota en el kontrakt bastará para retirarlas).

dimarts, 21 de febrer del 2012

La dignidad de la gente y la indignidad de la gentuza.


Gente


La que se ha echado a la calle hoy en Valencia, pacífica, civilizadamente, por miles, a protestar por la brutalidad policial ordenada por unos mandos políticos de claras tendencias fascistas.

La gente quetambién pacífica y civilizadamente se ha echado a la calle en Madrid y otras ciudades para solidarizarse con los agredidos en Valencia, pedir el fin de la represión y la destitución de quienes no son dignos de los cargos que ostentan.

El Sindicato Unificado de la Policía (SUP) que ha tenido la honradez y dignidad de calificar de cobardes a los mandos que tratan de escurrir el bulto, culpando a los agentes que han hecho lo que ellos les mandaban.

La decana de la Facultad de Historia que dejó altísima la autonomía universitaria frente a la indigna partida de la porra policial.

Los redactores de Canal Nou, que han tenido la dignidad de amotinarse ante el empeño de los jefes por seguir emitiendo la pócima de mentiras, embustes y provocaciones que realizan habitualmente.


Gentuza


El ministro Ruiz Gallardón, quien afirma que la policia respondió a la violencia, mintiendo como un bellaco a un país que contempló las fotos de cómo los matones policiales aporreaban niños, chicas y ciegos.

La inenarrable alcaldesa de Valencia, epítome de la verdulería nacional, diciendo que los manifestantes "no pasaban de doscientos" que, además de ser mentira, supone que, si los manifestante son menos de doscientos, la policía puede abrirles la cabeza.

La delegada del gobierno que dio las órdenes de apalear indiscriminadamente con el fin de amedrentar a la población civil para que no aumenten las protestas por una situación tan alucinante como la que refleja la foto de la derecha.

El ministro de Incultura, Wert, quien sostiene que los "problemas no se arreglan con manifestaciones", típica hipocresía que oculta que lo escandaloso no son las manifestaciones sino la agresión policial a los manifestantes.

La central de agit-prop del PP en Madrid, llamada TeleMadrid, en donde se calificaron los hechos de ayer en Valencia como "guerrilla urbana", en un episodio más de periodismo abyecto y rastrero lacayo del poder.

Si no es fascismo, lo parece

Valencia es una de las comunidades autónomas más endeudada, si no la más endeudada. Por dos veces ha habido que rescatarla con aportaciones del gobierno central por amenaza de quiebra. A esa situación se ha llegado porque lleva años gobernada por una casta política entregada al despilfarro y la supuesta connivencia con una trama de delincuencia dedicada al expolio y saqueo de las arcas públicas. El despilfarro es patente en proyectos megalómanos ruinosos, torres que no existen pero cuestan millones, aeropuertos sin aviones y otros disparates de este tenor. El expolio se ha venido dando supuestamente en las contratas públicas de todo tipo, la visita del Papa en 2006, malversaciones sistemáticas de fondos, concesiones millonarias ilegales y, por supuesto, "negocios" con la trama de Urdangarin. Igualmente es la comunidad en la que se da mayor densidad de políticos del PP imputados en causas de corrupción y presunta financiación ilegal del partido.

Valencia es también la comunidad en que antes se han aplicado los recortes del gasto público y con efectos más devastadores, en donde los servicios públicos no se prestan o se prestan en condiciones inadmisibles, en concreto los de salud y educación públicas. Y ahora le cabe la honra de ser la comunidad en la que la policía reprime con mayor brutalidad las manifestaciones pacíficas de ciudadanos, especialmente las de jóvenes y adolescentes que protestan por las deplorables condiciones de sus centros de enseñanza.

Que la policía apalee brutalmente a los chavales es por sí bastante indignante. Pero no hay que caer en el sentimentalismo. Lo haría igual con adultos o con ancianos. La policía cumple órdenes de los mandos políticos y las de estos son claras: mano dura con todos los manifestantes, la calle es mía, aunque haya que regarla con sangre. Que nadie se mueva, que nadie proteste. La libertad de expresión e información, los derechos de reunión y manifestación, las garantías de los ciudadanos frente a los excesos de la fuerza pública, todo eso es papel mojado. La mayoría absoluta nos da derecho a agredir por decreto los derechos de los trabajadores y a socavar más la Constitución y quien proteste, que se atenga a las consecuencias.

La concepción del orden público de la derecha es esencialmente autoritaria y represiva. Nada de dialogar. A los sediciosos (la policía los llama el enemigo) se los apalea para que sepan a qué atenerse y sirvan de escarmiento a otros sectores sociales que sientan la tentación de secundar su ejemplo. Es una concepción muy cercana al fascismo.

Sé que lo he dicho otras veces pero, habida cuenta de los hechos innegables que todos hemos de padecer, reitero mi afirmación de que solo los necios o los provocadores pueden sostener que el PP y el PSOE sean lo mismo. Por cierto, ignoro en dónde están los hipercríticos del 15-M pero, estén en donde estén, habrán de admitir que, mientras hubo un ministro socialista en Interior, ellos pudieron realizar sus actividades. Ahora ya les ha advertido la delegada del gobierno de Madrid que no las tolerará. Será interesante ver qué sucede cuando el 15-M reaparezca; si reaparece.

Según mis noticias -pues no veo la tele- la mayoría de las cadenas censuró las imágenes más impactantes de la brutalidad policial; no se reprodujeron los vídeos -por lo demás colgados en Youtube- en los que se ve a los policías como matones armados hasta los dientes corriendo como locos por las calles apaleando a cuanto ciudadano vieran menor de 25 años. No importa: las redes cumplieron su función y propalaron a los cuatro vientos las barbaridades que se estaban cometiendo. La policía no puede actuar brutalmente contra los ciudadanos sin que estos fotografíen o registren en vídeo los hechos y los suban a internet en todos los soportes de forma que imágenes como la de Público ayer saturaban FB, Twitter y la blogosfera en general, llegando en tiempo real a todas partes del mundo. Son las que recogen hoy los periódicos. Es el poder de internet, del ciberespacio, en el cual todos participamos de los acontecimientos no ya como espectadores sino como simpatizantes, auxiliares, correos y codeliberantes en las decisiones. Por ejemplo, para hoy se esperan concentraciones, manifestaciones, actos de protesta en toda España. ¿Quién los ha convocado? Nadie. Se han convocado solos, de modo espontáneo en la red. Habrá alta participación del estudiantado universitario desde el momento en que la Facultad de Historia de Valencia será el centro de atención general. El conflicto se extenderá y radicalizará a medida que el gobierno siga aplicando la única política de orden público que conoce, la del palo y tentetieso.

Por cierto, esto no es Túnez, ni Egipto, ni Grecia. Esto es España.

dilluns, 20 de febrer del 2012

Valencia (Spain) Today.

We need to reach out so much as possible.

Please help spread the news. Spanish police is openly brutalizing children who protest peacefully against school cuts.

With the new right wing Gvnt, Fascism is back in one of the most corrupt countries of Europe, in which thieves get cleared by the "courts" (still staffed by Francoists) while people who fight for justice, like judge Garzón, are ousted of the judiciary by means of dubious judicial proceedings.

The repression in Valencia will probably ignite a social revolt in the country. It is therefore essential that the international community keep an eye on the events in Spain, where nobody gives a damm for human rights under the PP Gvnmt.

Esto también requiere respuesta.

Puede que esté empezando una #primaveravalenciana; puede que no. Lo que está claro es que el gobierno de la derecha no ha perdido el tiempo con contemplaciones. Todos sus actos han sido ataques a los derechos de la ciudadanía, a su seguridad, su nivel de vida, sus libertades, su derecho al trabajo. Y, cuando parte de esa ciudadanía, harta (como en Valencia) de que no haya servicio público de educación por el que sin embargo ha pagado, se manifiesta, el ataque pasa a la vía de hecho. Los policías reciben órdenes de cargar sin contemplaciones contra jóvenes y adolescentes estudiantes, aporrearlos, machacarlos con pelotas de goma, gasearlos. Sabíamos que el ministerio del Interior está en manos de fascistas; pero faltaba por comprobar que hasta sus miñones más ridiculos (como esa delegada del Gobierno en Valencia, que no puede ser más falaz, brutal y desagradable) se aplican con saña a la tarea.

Hay que responder a las agresiones del gobierno. De forma pacífica y civilizada (lo que no son ellos), pero en masa. Espero que las redes sociales nos convoquen a manifas de solidaridad con Valencia.

Hay que parar el fascismo que, listos que somos, hemos traído con nuestros votos y la ayuda inestimable de los imbéciles que decían que el PP y el PSOE son lo mismo. A la vista está. Por cierto, ¿en dónde andan los del 15-M?

Gran respuesta a la agresión de la derecha.

La jornada de ayer fue de las que levantan el ánimo. Al margen de la inevitable guerra de cifras, está claro que la gente hemos reaccionado, que no vamos a dejarnos avasallar así como así, que estamos dispuestos a luchar por nuestros derechos frente a quienes pretenden dejarnos sin ellos, no nos arredramos y vamos a impedir que el bloque reaccionario compuesto por la iglesia, la patronal, la derecha política con su cohorte de cargos corruptos nos hagan volver al siglo XIX en el que el trabajo era el reino de la explotación servil.

Emborrachada por unos resultados electorales del 20-N que no hubieran sido tan contundentes de no haberse producido el semihundimiento del PSOE, la derecha creía llegado el momento de desmantelar todas las conquistas políticas, sociales y laborales que se habían conseguido en los últimos años y que hacían de nuestra sociedad un lugar no perfecto pero sí aceptable para vivir. Se arrancó así por la brava suprimiendo de un plumazo la Educación para la ciudadanía, el derecho al aborto, el acceso a los contraceptivos (en cumplimiento de órdenes de la iglesia) y siguió luego con ese "decretazo" que pretende despojar a los trabajadores de sus derechos dejándolos a merced de los patronos, a tono con el programa máximo de estos.

Pero la respuesta de ayer es prueba evidente de que la sociedad no va a permitir que se instaure el oscurantismo eclesiástico ni la ley del más fuerte empresarial al amparo de un gobierno reaccionario. Ha sido una protesta tan contundente, una movilización tan masiva que eclipsó la apoteosis de Rajoy en el congreso de Sevilla y hasta los Goyas del cine español. No se lo esperaban y lo único que Rajoy ha acertado a balbucear en defensa del ataque frontal al fundamento constitucional del derecho del trabajo es que la reforma es "justa, buena y necesaria para España" cuando desde el común sentir de la ciudadanía es injusta, mala y solo conveniente para los empresarios que quedan con las manos libres para tratar a los trabajadores como siervos.

La movilización es un éxito de los sindicatos. No es de extrañar que la derecha los tenga en el punto de mira pues son los únicos que pueden darle una respuesta multitudinaria y unida. Falta ahora que los partidos, especialmente el PSOE, sepan estar a la altura de las circunstancias. Ha podido comprobar que la desmovilización de las pasadas elecciones no se refleja en apatía alguna. Al contrario, hay voluntad de lucha y orientada a la izquierda. Por tanto los socialistas tienen que liquidar su proceso de renovación interno y ponerse a la tarea de ejercer una oposición clara y de principios, hacer causa común con los sindicatos y proponer un programa claramente de izquierda socialdemócrata: separación nítida entre la iglesia y el Estado, consolidación y ampliación de la educación pública gratuita, defensa decidida de los servicios públicos, especialmente la sanidad, ampliación de la democracia, reforma del sistema electoral, política fiscal progresiva y redistributiva, políticas keynesianas y elaboración de un programa europeo de izquierda socialdemócrata. Tiene que demostrar el absurdo de que, en el momento en que se prueba que las políticas neoliberales han fracasado por segunda vez, sean las que el gobierno quiere aplicar.

Debe quedar claro que las movilizaciones de ayer son solamente el comienzo de una voluntad generalizada de parar los pies a los nuevos bárbaros. En un momento en que la mayoría absoluta del PP y su voluntad de imponerla convierte la oposición parlamentaria en un remedo de lo que debiera ser, la oposición habrá de ser extraparlamentaria y ejercerse tanto dentro como fuera de las cámaras. Y en esa doble vía debe estar el PSOE porque ello es perfectamente legítimo. Los derechos están para ejercerlos, especialmente contra quien quiere suprimirlos. La movilización debe continuar y orientarse hacia una huelga general que no se quede en un acto de un día.

diumenge, 19 de febrer del 2012

Van por los sindicatos, por el derecho de huelga, por todo.

El programa oculto de la derecha está ya a la vista de todos y más que estará después de las elecciones andaluzas. Es una agresión, un ataque al Estado del bienestar, al derecho del trabajo, a los derechos de los trabajadores, a derechos fundamentales como los de expresión y manifestación. Envalentonada con su mayoría absoluta, la derecha quiere aniquilar todas las conquistas sociales (igualdad, justicia social, derechos de las minorías, etc) de los últimos cien años. Quiere retrotraer las relaciones laborales a las condiciones de sórdida explotación de los tiempos de la acumulación primitiva de capital. Y la sociedad, los trabajadores, la gente en general no puede permitirlo. Hay que luchar para impedir que la presente involución haga tabla rasa incluso con los tímidos avances de a Constitución de 1978. Hay que manifestarse y prepararse para cuatro (quizá ocho) largos años de defensa y de resistencia en pro de una sociedad más decente, más justa, más igualitaria.

Ciertamente. Pero antes corresponde un breve examen crítico de cómo hemos llegado hasta aquí. El triunfo electoral de la derecha se ha debido en gran medida a la desmovilización de la izquierda. Y esta, a su vez, a causas objetivas, externas (como la crisis), contra las que cabía hacer poco y también a otras subjetivas, internas (las explicaciones, los programas, las consignas) que sí se podían haber pensado mejor. La primera de todas, la más dañina, aquel enfoque de que el PSOE y el PP son lo mismo (PSOE-PP la misma mierda es) y que no había que votarlos. Ahora, cuando cualquiera puede ver que era mentira, no me cansaré de repetir que este disparate no es solamente producto de la estupidez sino, en cierta medida, del afán por conseguir el triunfo de la derecha.

Siempre que se decía que el PSOE y el PP eran lo mismo se levantaban protestas indignadas del lado de la socialdemocracia. ¿Alguien vio que también se levantaran del lado de la derecha? ¿Alguna vez la derecha protestó porque se la igualara con su adversario? No, ni una. ¿Por qué? Obviamente porque la confusión le interesaba. ¿Nadie vio que le interesaba? Por supuesto, pero se ocultaba ya que, en definitiva, había un objetivo común: acabar con la socialdemocracia. La derecha no dedicó ni un minuto de su campaña electoral a atacar la "verdadera" izquierda, la izquierda "transformadora". Esta, a su vez, tampoco dedicó mucho tiempo a atacar a la derecha del PP, pues prefería hacerlo a la "derecha" de la socialdemocracia.

Bien. Ahora hay que salir a la calle a defender derechos y conquistas básicas del conjunto de la sociedad y en una situación material muy mala, en condiciones de inferioridad. Se hará, desde luego. Pero que cada cual sepa en dónde está.

La agresión a los sindicatos es un ataque a la forma de organización y defensa de los trabajadores. Igual que la agresión a los derechos de las minorías es un ataque a la libertad de la sociedad. El gobierno es el comité ejecutivo de la patronal y de la iglesia. Su finalidad, despojar a los trabajadores de sus derechos, ponerlos a merced de los patronos e infantilizar al conjunto de la población. Para ello todo vale, desde el infundio hasta la fuerza bruta, según se ve en Valencia. Soraya Sáez exige a los sindicatos transparencia en las retribuciones de sus dirigentes con el argumento de que se benefician de dineros públicos siendo así que nadie nunca ha conseguido saber cuánto ganan los dirigentes del PP que también se beneficia de esos dineros.

El neoliberalismo se prepara para el último asalto al Estado del bienestar, la supresión o privatización de los servicios públicos, la confiscación del poco capital social que queda a la colectividad en provecho de las empresas privadas. Y para ello necesita decapitar el movimiento sindical, amilanar a la gente, hacerle ver que no tiene derechos ni garantías y que, si lucha por ellos, todavía lo pasará peor. Esta es la situación real.

Solo se ve de verdad con el corazón.

Ayer se estrenó en el Nuevo Teatro Alcalá (que, en realidad, es muy clásico de structura) una adaptación de El principito, de Antoine de Saint-Exupéry, con Noelia Marló como Principito y Didier Otaola como el piloto. Muy bien, muy buena idea. Agarramos a los críos y nos fuimos a verla, seguros de que disfrutarían de lo lindo con la preciosa historia del autor de Vuelo de noche, que sublima su propia aventura de un accidente de aviación en el desierto. Y así es, aunque la versión es un musical, cosa que no me parece un acierto porque no encaja con el espíritu de la obra. No porque El principito no pueda llevar música, que puede tranquilamente, sino porque las canciones sobran ya que todo él es un diálogo. La versión musical pretende, en cierto modo, "aniñar" la historia, cuando esta es en realidad para niños y para grandes porque gran parte del diálogo es sobre el mundo de los mayores. Y ¡qué diálogo tan sencillo, tan claro, tan profundo! Un diálogo que nos atrapa en la magia del autor al conseguir que lo vivamos en nuestro interior, que seamos al mismo tiempo el niño que habla y el adulto del que se habla.

No es un acierto el modo en que los intérpretes resuelven el curioso dibujo de la boa que se ha comido un elefante y que es el emblema del conjunto de la obra, Y tampoco me gustó la caracterización de Noelia que sobreactúa. Pero todo lo demás estuvo muy bien

Por cierto, hablando ayer de Palinuro, he aquí otro caso palinúrico. Creo recordar que Saint-Exupéry se perdió en un vuelo de reconocimiento sobre el Mediterráneo durante la segunda guerra mundial. Se recuperó y enterró un cuerpo anónimo, pero nadie sabe de cierto qué le sucedió ni en dónde cayó ni, por tanto, en dónde está. Hace poco un marinero encontró una pulsera de identificación del piloto y su esposa y, luego, se localizó el avión en el fondo del mar, frente a Marsella. Pero él estará en todas partes del mundo en que alguien coincida con el Principito en que lo que importa no se ve con los ojos sino con el corazón.

dissabte, 18 de febrer del 2012

Palinuro sobre Palinuro.

Cuando me decidí a abrir este blog no lo dudé un instante: su nombre sería Palinuro. Un amigo me preguntó si era una referencia al Palinuro de México, de Fernando del Paso. Y no, no lo era. Encuentro el novelón de Del Paso francamente estomagante, aunque imagino que tiene un mérito extraordinario, descomunal, como el gigante quijotesco que es.

Palinuro evocaba y evoca en mí muy distintas y preciosas asociaciones. La primera de todas, la obvia, es el piloto de la nave que lleva a los troyanos supervivientes, especialmente Eneas, hijo de Venus, a cumplir su destino de fundar un imperio y volver al cabo de los siglos a vengar la destrucción de Ilión subyugando a los griegos. Un piloto, un kybernetes. Pero uno que es objeto de sacrificio ya que su muerte antes de llegar a Italia es el que Neptuno exige para franquear el paso a los troyanos. Los dioses siempre exigen sacrificios humanos. Así que Palinuro cae por la borda y perece. Ni ve la tierra prometida, como Moisés.

Cuando Eneas baja a los infiernos se encuentra a Palinuro quien le dice que no puede cruzar el Cócito y entrar con él porque su cuerpo quedó sin enterrar. Una versión dice que la sibila Cumea le anuncia que los pescadores por fin lo sepultarán, lo cual al parecer hicieron en lo que hoy es el cabo Palinuro en la costa italiana, frente al mar Tirreno, lugar muy frecuentado por los turistas pues son famosas sus grutas marinas. Pero es una version.

Palinuro es el hombre insepulto que, como el holandés errante, vaga por el mundo sin estar en él y sin poder entrar en el reino de los muertos. Es una figura conocida en todas las civilizaciones que arrancan cuando a la gente le da por enterrar los huesos de sus antepasados rindiéndoles culto y hasta deificándolos. Palinuro es la metáfora misma del desterrado en el sentido literal del término ya que ninguna tierra puede llamar suya pues en ninguna yace. Si no se recupera su cuerpo, el hombre no está vivo ni muerto. Tampoco su alma, tómese nota. Es lo que la tradición cristiana llamaría después un "alma en pena".

Palinuro tenía que reaparecer en La divina comedia (Canto Tercero) bajo la figura de Manfred, Rey de Sicilia, cuyo cuerpo obliga la iglesia a desenterrar por haber sido excomulgado. Con esto plantea Dante el problema de la relación entre el cuerpo y el alma. El alma será más noble pero, si el cuerpo no descansa, el alma tampoco. La de su compañero Virgilio, ¿no estaba obligada a residir en un "no lugar" por no haber sido el poeta bautizado?

Y dejo aquí a Manfred, que tiene mucho peligro cuando se recuerda el de Lord Byron y sus secuelas. En realidad, mi Palinuro viene del seudónimo (Palinurus) con el que Cyril Connolly publicó en 1944 un curiosísimo libro, La tumba intranquila (The Unquiet Grave), recopilación de aforismos y textos literarios. La cuarta parte relata la historia de Palinuro, el piloto de Eneas al que el dios del sueño hizo caer por la borda del navío, convirtiéndolo así en un fantasma. La idea que Connolly tenía de sí mismo pues tal era su clarividencia.

Palinuro no está en parte alguna ni pertenece a ningún mundo. O si se quiere, tiene con la realidad el contacto que tiene el género Palinurus, artrópodos crustáceos más conocidos como langostas, en especial ese soberano ejemplar llamado palinurus elephas.

(No sé de dónde he sacado la primera imagen pero es una ilustración prerrenacentista, probablemente de la Eneida. La segunda es un grabado de Ernst Haeckel que está en el dominio público.)

divendres, 17 de febrer del 2012

Armageddon en Europa.

Ahora, cuando parece que el PIB de los Estados Unidos vuelve a crecer y el país genera empleo, está ya claro que la crisis queda prácticamente circunscrita a Europa. Desde luego, es de una extraordinaria gravedad. Según dice Paul Krugman, más de lo que fue la gran depresión de 1929. Se refiere seguramente a los aspectos económicos porque en los políticos la de 1929 fue mucho peor. Trajo la inestabilidad a Europa, la polarización política, el auge de los totalitarismos, el nazismo y, a medio plazo, la guerra. Nada de eso está dándose ahora mismo. La razón probablemente reside en el Estado del bienestar, que actúa como un factor de integración y estabilización. No es difícil imaginar en dónde estaríamos si no existieran la seguridad social, las prestaciones por desempleo, los sistemas de pensiones. Por eso es tan absurdo, tan delirante , desmantelar el Estado del bienestar. El aviso lo tenemos estos días en las turbulencias en Grecia, cuyo rescate se parece más a una explosión controlada que a una operación de salvamento.

Y no es solamente Grecia. Cada vez que un gobierno acepta nuevas condiciones draconianas y castiga más a su población, los mercados lo premian con mayores y más furibundos ataques a su deuda. Es el caso de España. La drástica reforma laboral (que, en realidad, supone la supresión de los derechos de los trabajadores) y la reforma financiera, aprobada casi por unanimidad en el Parlamento, se han traducido en un batacazo bursátil y una escalada de la prima de riesgo. Por no mencionar las agencias de rating que se han lanzado como hienas a morder en las vacilantes calificaciones de entidades bancarias y comunidades autónomas. Que la deuda de la Generalitat esté al nivel del "bono basura" es una ruina y una bofetada a la autoestima catalana. Y ahora, la reducción del consumo en España (¿cómo vamos a consumir si no tenemos con qué?), amenaza con hundir al país de nuevo en la recesión de la que había salido renqueante.

En su segunda recesión en menos de tres años han entrado ya varios países europeos, entre ellos los muy prósperos de Alemania y Holanda. Resulta patente que las políticas neoliberales de carácter restrictivo a las que se aferra la canciller Merkel han sido un estrepitoso fracaso. Pero ¿qué posibilidades hay de que la política democristiana reconsidere su actitud y cambie de proceder? Probablemente ninguna. Alemania está en una posición de fuerza y dicta las condiciones que consolidan esa posición y debilitan las de todos los demás. Insaciable el capitalismo (especialmente el alemán) en su pretensión de aumentar sus beneficios y la tasa de explotación de todos los trabajadores europeos, da otra vuelta de tuerca y hace más verosímil una catástrofe europea, un Armageddon continental.

Porque la crisis no es solamente un asunto económico sino que, por ser Europa, tiene asimismo un aspecto político. Lo que está en juego es el mantenimiento de la Unión Europea. Mientras los factores económicos, la crisis de la deuda soberana, los desequilibrios macroeconómicos, sean determinantes, los procesos de adopción de decisiones tenderán a parecerse a los de un consejo de administración de una sociedad mercantil. Pero esos procesos no se pueden transferir a una organización política como la UE, basada en la ficción jurídica de la igualdad de sus miembros. No es pensable una Unión Europea (un ente en busca de una Constitución eficaz) desigual, en la que unos Estados estén sometidos políticamente a otros.

Grecia no es un país soberano y su gobierno no es autónomo. Y lo mismo puede pasar (si es que no está pasando ya, aunque de forma larvada) con otros países, entre ellos, esa gran nación que es España, al repetido decir de Rajoy. Esta dinámica destruirá la Unión Europea.

En Europa, la crisis económica es también una crisis política pero, así como no se imponen alternativas a la política económica neoliberal, tampoco parece haberlas frente al retroceso de Europa hacia el tradicional sistema de Estados mal avenidos. Por eso no parece haber otra esperanza a corto plazo si no que los socialistas ganen las próximas elecciones presidenciales en Francia y legislativas en Alemania. Y aun esto será insuficiente. La izquierda europea debe dar una respuesta continental a la crisis partiendo de que Europa es de hecho una federación. No hay salidas nacionales del embrollo y el empeño neoliberal por imponerlas ya ha fracasado. Es urgente una conferencia europea de partidos socialdemócratas que proponga una alternativa europea de izquierda a la crisis.

(La imagen es una foto de Gorgrave, bajo licencia de Creative Commons).

dijous, 16 de febrer del 2012

... Y eran lo mismo.

Todo el mundo recordará, pues aún están muy frescas, las reiteradas afirmaciones y declaraciones de la izquierda llamada "transformadora", esto es, IU/PCE y grupos y organizaciones afines, de que el PP y el PSOE son lo mismo, que persiguen fines análogos. Su fórmula más gráfica fue PSOE-PP la misma mierda es, estilizada en el anagrama PPSOE. La misma "mierda" al servicio del neoliberalismo, en contra del Estado del bienestar y de los derechos de los trabajadores en general. Esa propaganda suscitaba reacciones irritadas de parte de los socialistas pero, significativamente, no del PP a quien, por supuesto, tan desatinada igualación beneficiaba.

A la vista de las medidas adoptadas por la derecha en sus primeros dos meses de mando, de las que están por venir, de las exigencias de la iglesia católica y la patronal a las que el gobierno se allana con verdadera fruición, es ya patente que aquella equiparación de la socialdemocracia y la derecha neoliberal era una mentira. Su propagación sólo podía atribuirse a un juicio completamente estúpido o a la torcida (y no tan oculta) intención de ir contra el socialismo democrático y favorecer los intereses de la derecha. Pero que sea hoy ya evidente no quiere decir que vaya a abandonarse. Al contrario seguirá esgrimiéndose en los debates políticos porque no es un error de cálculo conyuntural sino parte de una política deliberada de la izquierda de tradición comunista que, desde sus orígenes, ha preferido siempre combatir al socialismo democrático antes que a la derecha, incluidas sus formas más extremas, el nazismo y el fascismo. Es una historia antigua que cabe recordar.

Poca gente negará hoy que el hundimiento de la República de Weimar y el ascenso del nazismo en Alemania a fines de los años veinte y comienzos de los treinta del siglo XX se debieron en gran medida a la alianza táctica de comunistas y nazis en contra de los partidos centristas y los socialdemócratas, a quienes los comunistas llamaban "socialfascistas", igual que ahora los llaman "neoliberales". La llegada de los nazis al poder, la dictadura de Hitler y la persecución de comunistas y socialistas obligó a los primeros a revisar su línea de acción, dar un giro de 180º y propugnar la política de alianza con los socialistas que cuajó en los llamados "Frentes Populares" a partir del VII Congreso de la Internacional Comunista en 1935. Pero se trató de un breve interregno. En 1939, con la firma del Pacto germano-soviético (Ribbentropp y Molotov), se retornó a la colaboración entre nazis y comunistas y los socialdemócratas volvieron a ser los "enemigos de clase".

Durante la guerra fría, los comunistas siguieron denunciando a los socialdemócratas como agentes del imperialismo, lacayos del capital, inventores de la fórmula del Estado del bienestar que, para aquellos, no era otra cosa que un intento de desmovilizar a la clase obrera y someterla a sus explotadores. Solo en contadas ocasiones (la Unidad Popular de Chile a comienzos de los setenta o el "Programa Común de la izquierda" en Francia a fines de ese decenio) se pudo establecer algo parecido a una unidad de acción de la izquierda, mientras el resto del tiempo la política comunista siguió siendo de confrontación con el socialismo democrático. El llamado Eurocomunismo francés, español e italiano fundamentalmente también en los años setenta pretendía desplazar a la socialdemocracia hacia la derecha para ocupar su lugar.

En España, en los años noventa, la política de Anguita de "las dos orillas" (en una, la alianza de la derecha y el PSOE y en la otra la verdadera izquierda) fue una ayuda inestimable para que el PP ganara las elecciones de 1996. La crítica del PSOE a la supuesta "pinza" entre el PP e IU/PCE no era más que la respuesta a la afirmación de estos últimos de que el PSOE y el PP estaban en el mismo campo y defendían los mismos intereses.

La cosa viene de antiguo y no es nueva. Pero ahora que, con su flamante mayoría absoluta, la derecha está destruyendo todas las conquistas y los derechos conseguidos por los trabajadores en los últimos cien años, incluido como se ve el derecho de huelga, es un buen momento para plantear con claridad si esa política de confrontación con la socialdemocracia en nombre de una supuesta "verdadera" izquierda radical y transformadora (que, por supuesto, no ha transformado nada) no es el resultado de la necedad, la irresponsabilidad o la intención, apenas oculta, de favorecer a la derecha que ha conseguido desmantelar la protección jurídica de los trabajadores, retrotrayéndolos prácticamente al siglo XIX. En fin, que la insistencia en la estupidez no la hace menos estúpida.

El señor y la sierva.

Última ópera de la temporada de la Compañía Lírica del Mediterráneo en el teatro Compac de Madrid, que cierra con la Madama Butterfly de Giacomo Puccini. Lleno completo. Más que con La Traviata, lo cual, en efecto, se agradece porque anima mucho a los intérpretes, que se superan; pero tiene el inconveniente de que aumenta el ruido. Es insufrible esa maldita manía de los españoles de ir a carraspear y toser a la ópera, los conciertos o el teatro. Solo los superan los ingleses, más carraspeantes que los hispanos.

Madama Butterfly es una ópera clásica tardía, ya del siglo XX (estrenada en 1904) que abandona el gusto por los temas históricos, tradicionales, mitológicos o legendarios y plantea un conflicto contemporáneo, aunque situado en el ambiente exótico del Japón. La partitura, que recoge temas muy variados, desarrolla una especie de contrapunto entre una orquesta muy presente que va trabajando in crescendo el angustioso dramatismo del amor burlado y la exquisita belleza de las arias de la soprano. Pinkerton, el tenor, da la réplica sobre todo en recitativos pero desaparece en el segundo acto y tiene una breve intervención en el tercero. Sus ausencias las compensa el bajo Sharpless, el cónsul gringo. El predominio es de voz femenina y el drama es de mujer. Pero con una tremenda carga ideológica: la de que los hombres están por encima del bien y del mal y ejercen un tiranía llamativa.

La hermosa obra de Puccini es de un machismo y un racismo estomagantes. A mediados del siglo XIX el siempre misterioso y aislado Japón se había abierto al mundo gracias a los cañones del Comodoro Perry y, a partir de entonces, los países occidentales, especialmente los Estados Unidos, trataron de hacer con él lo que estaban haciendo con la China, colonizarlo. Pinkerton, símbolo del imperio estadounidense juega con los sentimientos de la niña Butterfly (de quince años de edad). Se casa con ella, pero no tiene la menor intención de respetar el matrimonio porque, obviamente, es representante de una cultura superior que no se siente moralmente y mucho menos jurídicamente obligada por un cultura inferior. Abuso de menores, bigamia, secuestro de niño, Madama Butterfly es una ópera delictiva, por así decirlo, lo cual plantea el problema de los límites morales del arte. Ciertamente, no hay que ser fariseos y rasgarse las vestiduras con las licencias artísticas, incluso las de consecuencia morales. Pero tampoco puede el arte glorificar sin más el ataque a la dignidad de los seres humanos.

Butterfly, que nos confiesa haber sido geisha por necesidad refleja la situación en que queda la mujer que acepta las imposiciones del machismo patriarcal, destruida como víctima inocente a pesar de que se nos presenta como un espíritu delicado, sutil, noble y sincero. Pinkerton incorpora la inmoralidad de una cultura pretendidamente superior, que instrumentaliza a sus semejantes y por ello se degrada a sí mismo, apareciendo a nuestros ojos como un vacuo filisteo, incapaz de corresponder a los nobles sentimientos de Butterfly, presa de prejuicios y convencionalismos. Quiere el autor, no obstante, que, arrepentido se salve gracias a la pureza del amor de Butterfly.

dimecres, 15 de febrer del 2012

El Nóbel de la paz para Garzón.

Hay algo simbólico en el hecho de que Garzón vaya a ser formalmente expulsado de la carrera judicial el próximo 23-F siguiente al triunfo de la derecha en las elecciones el 20-N. Sin novedad en el frente; el orden reina en Madrid, plaza de las Salesas como ayer reinaba en la plaza de Oriente. Pero es un orden basado en una clamorosa injusticia que tiene indignada a muchísima gente dentro y fuera de nuestras fronteras. Gente que está dispuesta a movilizarse por una causa que, a su vez, considera justa.

El nuevo asunto Dreyfus/Garzón tiene dos vertientes, una jurídica y otra política estrechamente relacionadas. La jurídica llevará al juez ahora condenado en amparo ante el Tribunal Constitucional y es posible que ante el de Estrasburgo, incluso al Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, si bien este es más político que jurídico. Serán aquellas instancias las que decidan si Garzón tuvo un juicio justo o no. Entre tanto, la espada de la Justicia seguirá en alto.

La vertiente política, en cambio, está clara: el Tribunal Supremo ha expulsado de la carrera judicial al único juez que ha querido investigar los crímenes del franquismo. Que haya o no una relación real de causalidad entre el intento del juez y su castigo es aquí irrelevante. Hay una relación simbólica que tiene una enorme importancia. Garzón es hoy un valor universal que trasciende su circunstancia personal. Representa la lucha por los derechos humanos y la justicia contra las dictaduras estén en donde estén de modo eficaz, legal y legítimo. No es justo que ese valor simbólico quede anulado por una sentencia judicial que, para hacerse valer, sostiene venir de otra causa. Ese valor simbólico debe tener un reconocimiento mundial ya que en su propio país, como sucede con los profetas, no se le otorga.

Por eso, proponerlo candidato al premio Nóbel de la paz es una buena idea. Pero lleva mucho trabajo. Tengo en mi poder el folleto (lo colgaré mañana) que se editó para presentar su candidatura en 2002 en nombre de la Asociación Latinoamericana para los Derechos Humanos y la Fundación de Artistas e Intelectuales por los Pueblos Indígenas de Iberoamérica y hay que hacer un montón de cosas: constituir una comisión, recabar apoyos, pedir financiación, editar impresos, hacer la petición, traducirla a varias lenguas, en fin, moverse. Y eso sin tener la seguridad del éxito porque, al fin y al cabo, se pide el galardón para alguien condenado por un tribunal de justicia de un país democrático y que dispone de una diplomacia poderosa.

Pero si alguien tiene una idea mejor sobre cómo ayudar a un hombre que nos ha ayudado a todos, que la diga. Si no, podría empezarse ya movilizando a Avaaz y Actuable, a ver cuántos apoyos suscita la idea.

La mirada de fuera.

En los años setenta del siglo pasado el Nepal y su capital, Katmandú, eran lugares de peregrinación preferida de la tribu psicodélica. Los jóvenes occidentales de clase media, atiborrados de contracultura y misticismo, tenían que llegar como fuera a aquel remoto y atrasado reino del Himalaya entre la China y la India, pasar allí una temporada, tener algún tipo de revelación interior y retornar a casa vestidos como hare krishnas, con los atuendos védicos de la "kurta" y el "dhoti" y un zurrón de vasta tela con algún abalorio y unos rábanos frescos. Lo importante era la purificación. Los peregrinos vivían de lo que podían, aprendían habilidades manuales, se buscaban a sí mismos, rompían el velo Maya, despertaban del sueño platónico o eso creían. Pero no veían nada del país que habitaban, no veían que aquel silencioso aislamiento, presidido por la serenidad de las montañas, ocultaba el atraso y la miseria de un pueblo sometido a un régimen feudal y de castas.

Las cosas han cambiado. En la peli recién estrenada de Iciar Bollaín (que, al parecer relata un hecho real aunque libérrimamente interpretado, según reconoce la directora), la mirada de fuera está representada por una joven voluntaria y voluntariosa maestra catalana, imbuida del espíritu de solidaridad, sacrificio y entrega a los demás que trata de sacar adelante una escuela en un zona de chabolas en Katmandú y entre intocables. También será una experiencia de introspección (incluso hay un personaje que actúa como un gurú) pero no a través del aislamiento, como los hippies de los setenta, sino de la implicación directa y personal. A través de esta la protagonista, Laia, descubre los recovecos de la sociedad nepalí, toma conciencia del abismo cultural que hay entre una occidental emancipada y una gentes sujetas a costumbres y prejuicios tradicionales que las mantienen en la misería, el analfabetismo y la discriminación por razón de casta o sexo. Por cierto, por el tiempo de rodaje de la película, este debio de coincidir con el mandato del primer ministro Madhav Kumar Nepal, que había sido Secretario General del Partido Comunista nepalí (marxista-leninista, es decir, maoísta) luego de la conversión de Nepal en una República. Pero, extrañamente, no se habla de política en la peli. Si de la corrupción, la venalidad de los cargos públicos, la burocracia y la arbitrariedad, pero nada más.

Si esta historia se hubiera quedado aquí, habría sido una peli simpática, un poco como un documental con espíritu de ONG y de las dificultades de llevar el desarrollo, los derechos humanos, a las zonas más atrasadas del mundo, aunque estén gobernadas por comunistas o quizá por eso mismo. Pero no se queda ahí. Al fin y al cabo, es Katmandú y la leyenda de lo trascendental. Así que también se pretende ir más al fondo de las cosas y exponer el choque de dos culturas, de dos sistemas de creencias, de dos morales, una que se piensa más avanzada y que trata de ayudar a la atrasada, al tiempo que la comprende.

Esto de los encuentros de culturas los ingleses lo bordan. Llevan decenios haciéndolo. Un pasaje a la India, de E. M. Forster, es la obra más lograda a mi juicio, pero ha habido muchísimas otras, desde las bohemias de Orwell hasta las jingoístas de Kipling. Y lo han hecho con muchas culturas; con la española también. Basta recordar al Borrow de La Biblia en España en el siglo XIX o al Brenan de Al Sur de Granada en el xx, libros que los españoles jamás podrán escribir de Gran Bretaña.

A partir del momento en que la peli toma este derrotero se hace falsa y acartonada. No hay en verdad un encuentro de dos culturas sino de tres ya que la acción de Laia se hace en inglés, una tercera cultura que tiene relaciones propias con las otras dos. Esa perplejidad que a veces muestra la protagonista frente a la irracionalidad de los usos y costumbres nepalíes (sin ir más lejos, la discriminación femenina) resulta algo impostada cuenta habida de su origen. Y eso que Laia es catalana, si llega a proceder de otra zona más atrasada de la Península resultaría hasta cómico. Ese intento de crear una especie de clase "universal" occidental, haciendo caso omiso del hecho de que, en muchas cosas, la distancia cultural entre la española y los nepalíes puede ser menor que entre ella misma y la cultura inglesa en cuya lengua se ve obligada a expresarse convierte la película en una imitación de un género en el que los españoles no pueden sobresalir por razones obvias.

dimarts, 14 de febrer del 2012

El caso Garzón.

Desde el comienzo de la peripecia judicial del juez Garzón hubo gente que la comparó con el caso Dreyfus. Por supuesto no se refería a que hubiera similitud objetiva alguna entre ambos asuntos. El caso Dreyfus fue uno de antisemitismo, militarismo y nacionalismo, mientras que el de Garzón es uno de jurisdicciones, de derechos, de procesos, en definitiva, político. Hay quien dice que no es tal puesto que se trata de un asunto exclusivamente jurídico, de los que entiende y debe entender el Tribunal Supremo. Pero eso no es cierto. Todo lo jurídico es político porque el derecho es siempre materia de interpretación y toda interpretación se hace en función de una jerarquía de valores que son inevitablemente políticos, cuestionables. La prueba es que hay que conceder la decisión última a un órgano en virtud de la propia concesión y no de la razón última de la decisión. Lo cual abre perspectivas tenebrosas.

La referencia al caso Dreyfus se hace a la vista del impacto social que produce una decisión judicial, las reacciones que se dan, el problema moral que plantea, que sacude a la sociedad y reverbera en el exterior de forma preocupante pues proyecta una imagen del país que las naciones civilizadas repudian.

Son los hombres los que hacen la justicia y no son hechos por ella aunque algunos iluminados puedan pensar así. La sentencia del Supremo recuerda a Garzón que no se puede administrar justicia a cualquier precio. Pero ese pudiera ser el caso, precisamente, de la sentencia.

La justicia, además, debe ser inteligible. Un juez cuya acción en general (no toda, claro) ha sido de servicio ejemplar a la justicia, que ha sabido conjugar eficiencia judicial con garantías del proceso debido (aunque haya quien sostenga que tampoco siempre) y que ha abierto caminos para la jurisdicción penal universal, verdadero medio de proteger los derechos humanos en todo el planeta, un juez así, digo, ¿cómo puede ser un prevaricador por partida doble o triple? Eso hay que explicarlo muy bien.

Sin embargo, lo que se tiene no son explicaciones sino un modo de proceder que parece tratar de conseguir un objetivo (la condena de Garzón) sin tener que darlas o, cuando menos, sin tener que dar las verdaderas. Los tiempos procesales (rapidez insólita en el proceso de las escuchas y lentitud de paquidermo en el de los crímenes del franquismo con el tercer proceso por cohecho impropio moviéndose en la ambigüedad) no son inocentes. Lo decía Palinuro hace unos días, que a lo mejor no se condenaba a Garzón en el proceso por los crímenes del franquismo porque, habiendo sido condenado por las escuchas, ya no hacía falta y se evitaba el bochorno mundial de condenar al único juez que ha tenido el valor y la entereza de hacer justicia a las víctimas del franquismo, decenas de miles, muertas y vivas, que la esperan hace setenta años. A ello se añade ahora el archivo de la causa por el supuesto cohecho impropio que parece pensado para castigar más a Garzón pues en lugar de reconocer que no hay causa, como pedía el fiscal, el juez imputa un delito de cohecho pero archiva por prescripción con lo que no da al imputado posibilidad de defenderse. No solo quieren a Garzón enterrado sino con una estaca clavada en el corazón.

El gobierno y los jueces más conservadores piden respeto para las decisiones del Supremo. Pero el respeto no se pide; se gana. Y no es el caso. Por lo demás, hasta el gobierno entenderá que las decisiones judiciales no son en sí mismas límite a la libertad de expresión. El único límite que esta libertad tiene es la comisión de un delito, por ejemplo, en este caso, de desacato. Pero la crítica que no insulta, injuria, calumnia o amenaza gravemente no es desacato.

Picasso y las mujeres.

Hay abundancia de historias sobre las relaciones de Picasso con muy diferentes mujeres, algunas de las cuales, como Françoise Gilot, han dejado libros contándolas. Son relaciones muchas veces tormentosas, que conocen extremos de sufrimiento y de felicidad. Todo grandioso, como era Picasso a quien las mujeres fascinaban igual que él las fascinaba a ellas. Su relación con otra gigante, Gertrude Stein, de quien dejó un retrato maravilloso, es una buena muestra.

Pero todo eso, con ser muy interesante, pertenece a la vida privada del artista. Cierto, los artistas no tienen vida privada. Al contrario, suelen ser de un exhibicionismo felizmente descarado. Aun así, lo que el Picasso hombre se trajera con las mujeres es asunto de ellos. Lo bueno es lo que luego se manifestaba en su creación, en su obra, lo que se convierte en expresión objetiva que nos permite participar de su mundo. Y eso lo hacía Picasso igual que el volcán ilumina la noche con su rojo fuego. Las tribulaciones, las turbulencias van por dentro pero lo que surge al exterior suspende el ánimo.

Las mujeres están abrumadoramente presentes en la obra de Picasso, desde el realismo del comienzo, la etapa azul, el cubismo, hasta el final, los múltiples retratos de Dora Maar, de Jacqueline, de Olga, Fernande, las infinitas mujeres desnudas acostadas, sentadas, acurrucadas, las mujeres con velos, con mantillas, con florero. Las mujeres de Picasso son la historia de su estilo. Se puede decir que tampoco es para tanto pues Picasso pintó todo lo que veía en el mundo y hasta lo que no veía pero se imaginaba, bodegones, arlequines, toros, caballos, retratos de todo tipo, escenas familiares, cuadros de otros, maquetas, golondrinas, juguetes, etc. Pero las mujeres son su objeto preferente. Solas o en grupo, como las Señoritas de Avignon, maternidades, bebedoras, en familia, leyendo, corriendo, durmiendo, aisladas o acompañadas, muchas veces por él mismo como el artista, el escultor, el minotauro, con el que se identificaba. La Suite Vollard lo deja bien claro: las mujeres y el erotismo más desenfrenado. No me gusta nada la palabra, pero la prefiero a violento

La exposición de la Fundación Canal trae la colección de grabados de mujeres que se conserva en la casa natal del pintor, en Málaga. Una ocasión. Insisto, son grabados, muy atinadamente distribuidos por temas (catorce) y que transmiten esa fascinación por las mujeres que sentía el artista. La explicaciones de la exposición son muy ilustrativas y aclaran muchas cosas de unas imágenes que encierran secretos. Pero hay dos datos que llaman la atención: todas las mujeres son hermosas; no hay ninguna fea. Y todos los retratos están hechos con una economía y sencillez de trazo que emocionan. Incluso los más abigarrados, los que reproducen estilos renacentistas y aun manieristas son nítidos, claros. Lo importante es la mujer, lo demás son perifollos. Hay algún retrato exquisito hecho con media docena de líneas. La exposición tiene un espíritu, por así decirlo, historicista y refleja la evolución del pintor. Quizá sea un criterio contagioso porque me pareció ver unos retratos que recordaban los rostros de la Isla de Pascua.

El título que los comisarios han buscado para la muestra es atinadísimo: El eterno femenino, la expresión de que se vale el coro en el quinto acto del Fausto II, de Goethe: el eterno femenino nos atrae. Es el momento final, en el que se hace balance, mientras el alma de Fausto sube a los cielos a manos de los ángeles que se la han robado a Mefistófeles, quizá en pos de Margarita mientras en la tierra es obligado pedir la gracia del eterno femenino, de la mujer cósmica, como diría Vasconcelos, de la doncella, la madre, la reina, la diosa. La mujer que Picasso pasó toda su vida pintando, como un Pigmalión del género.

dilluns, 13 de febrer del 2012

La ofensiva de la derecha y el capital.

Va para cinco años que comenzó la más devastadora crisis del capitalismo hasta la fecha, después de la de 1929 y, en ciertos aspectos, más que la de 1929. En estos cinco años de una crisis que bastantes economistas consideran estafa, los ricos se han hecho mucho más ricos y los pobres mucho más pobres. Todas las magnitudes económicas han evolucionado a favor de los primeros (beneficios bancarios, ganancias empresariales, dividendos societarios, rentas del capital, salarios de los directivos) y en contra de los segundos (descenso de los salarios, rebaja de las pensiones, eliminación de las prestaciones sociales, subida de impuestos, aumento del paro, postergación de la edad de jubilación) con el argumento elaborado por los centros ideológicos del capital de que la gente, la gente del común, hemos estado viviendo por encima de nuestras posibilidades. Se trata de una mentira revestida de verdad por cuanto tales posibilidades nos eran impuestas prácticamente aduciendo que ello era necesario para mantener la economía en funcionamiento según la teoría del crecimiento basado en la expansión del consumo.

Todos los gobiernos de los países afectados (en lo esencial los "desarrollados" occidentales) han abrazado las doctrinas y recetas neoliberales que piden en teoría la abstención del Estado en el funcionamiento del mercado e, incluso, la eliminación de aquel en las relaciones privadas, al tiempo que imponen en la práctica el vaciamiento de las arcas públicas en favor de los bancos privados que han sido los que provocaron la crisis en primer lugar con sus trapacerías financieras. Pero ninguno de ellos ha pagado por sus estafas si se exceptúa el caso de alguno especialmente delictivo, como el estafador Madoff.

Llegados a este punto y visto que las sociedades sometidas a este expolio no parecen reaccionar políticamente, el capital, cuya codicia es insaciable, ha aplicado una nueva vuelta de tuerca, como se vio ayer en Grecia y está viendose en los últimos días en España y también en otras partes como Portugal, Italia, etc. Su finalidad es, aparentemente, recuperar la competitividad perdida frente a las economías emergentes de la periferia capitalista, pero no aumentando la produtividad, sino la tasa de explotación de los trabajadores, eliminando los beneficios sociales y suprimiendo derechos industriales, laborales, sociales, que han costado decenios conseguir.

Es un ataque frontal del capital en contra no solamente de los trabajadores sino también de la clase media y, en general, del conjunto de la sociedad, del bien común, por cuanto las políticas restrictivas, de mermas, de recortes, dañan las inversiones en investigación y desarrollo (que es el motor del crecimiento) así como las políticas medioambientales y de búsqueda de energías alternativas y/o renovables, lo que redunda en un empeoramiento general de la calidad de vida. Resultado: más pobres, más explotados, con menos derechos, prácticamente acercándonos a las condiciones de una neoesclavitud y viviendo en sociedades más sucias, más contaminadas que ya están incidiendo en la esperanza de vida. Pero todos votando como un solo hombre a la derecha cuya hegemonía ideológica ha convencido a los pobres de que su interés es elegir a los ricos, algo que ya los griegos del tiempo de Pericles sabían que era estúpido. Claro que entonces no había medios de comunicación y adoctrinamiento, especialmente la televisión, poderosa máquina de idiotización en masa.

Es un panorama desolador por cuanto, además, no hay respuesta social digna de tal nombre, fuera de algunas llamaradas aisladas de indignación como la de ayer en Grecia. Y no hay respuesta porque no hay fuerza política en la izquierda capaz de articularla, a pesar de haber estado más de cien años preparándose para dar la alternativa en el momento en que el capitalismo se hundiera en su inevitable crisis general. Ninguna.

La izquierda de procedencia más o menos comunista, en la medida en que existe, desprestigiada hasta la médula por el hundimiento del sistema comunista, víctima de su propia incompetencia, carece de discurso propio. No se atreve a proponer el viejo programa de socialización de los medios de producción, abolición del mercado y establecimiento de una planificación centralizada porque, en tal caso, no se vota ni ella. Se ve así obligada a propugnar medidas reformistas, típicas de la denostada socialdemocracia y, para justificarse, recurre al truco de afirmar que la socialdemocracia ya no es tal y que la "autentica" socialdemocracia es ahora ella. Pero esto no pasa de ser la enésima manifestación de los embustes típicos de la propaganda comunista, lo único en lo que los comunistas han sido buenos.

Tampoco los sindicatos están en situación de ofrecer mucha resistencia al ataque del capital. Debilitados por una escasísima afiliación y contaminados por una larga práctica de cooperación con las instituciones públicas de las que en gran medida obtienen su financiación, solo conservan algún poder de negociación en el ámbito público que es hoy el más atribulado por la ofensiva del mercado. En el ámbito económico privado, con tasas de paro muy elevadas, los sindicatos carecen de margen de maniobra.

Finalmente, los partidos socialdemocrátas tradicionales se han quedado sin discurso. Su aceptación de un papel de gestores de izquierda del capitalismo redujo la posibilidad de aplicar sus políticas keynesianas al mantenimiento de un excedente susceptible de reparto con criterios de justicia social y, caso de no darse este, las dichas políticas (u otras que se propongan en su lugar) no pueden aplicarse. Se oye a veces en los círculos socialdemócratas algún propósito de "refundar el capitalismo" que tiene tanta fuerza como las míseras palabras de la ninfa Eco persiguiendo a Narciso.

Entiendo que, en esta falta generalizada de respuesta, de fibra de los cuarteles tradicionales de la izquierda, nace el todavía incipiente movimiento espontáneo que toma diversas formas según los países, el 15-M, occupywallstreet, Anonymous y, en general, las manifestaciones políticas en el ciberespacio y la política 2.0. No sabemos si estas nuevas realidades serán capaces de imponerse y abrir vías por las que pueda discurrir la hoy retenida emancipación de los seres humanos en sociedades más justas. Pero es un buen momento para averiguarlo. Estas manifestaciones vendrían a ser la acción práctica de esos nuevos sujetos de la historia que los teóricos recientes al estilo de Antonio Negri o Michael Hardt, remontándose al bendito de Benedicto Spinoza, llaman las multitudes. El sujeto revolucionario canónico, el proletariado (la clase "en sí" y "para sí"), apoyado a veces en un campesinado revolucionario más o menos fantástico, ha desaparecido por el sumidero de la historia. Y hete aquí que aparece la multitud dotada, por cierto, de un arma catalizadora nueva, internet.

Entre tanto el capital campa por sus respetos y sigue dispuesto a competir con los centros productivos mundiales al estilo de la China o la India, reduciendo la condición de los trabajadores a la de esclavos.

(La imagen es una captura de la televisión ateniense publicada por el periódico Athens News que muestra la intervención del diputado Papandreu contra un trasfondo de edificios en llamas).

diumenge, 12 de febrer del 2012

Garzón, premio Nóbel de la Paz.

¿Se apunta alguien? La idea no es mía, sino de una lectora que me la ha sugerido. Pero la hago mía de inmediato y por entero. Cuando un hombre ha hecho tanto por tanta gente en todo el mundo, ha trabajado con tanto ahínco por la justicia en su país y fuera de él, ha amparado a tantas víctimas sin distinción de nacionalidad, credo u opinión, merece un reconocimiento público. Si, en lugar de ello, se lo somete a una verdadera persecución y, finalmente, se le aparta de la judicatura mediante una sentencia judicial que, como todas, es opinable, además del apoyo público, merece un resarcimiento. No basta con criticar la decisión del Tribunal Supremo o mostrar solidaridad con el juez, pues no son actos que devuelvan al hoy por hoy condenado la legitimidad que indudablemente posee para seguir actuando en pro de sus convicciones e ideales. Hay que hacer algo más.

En un terreno práctico también podría Garzón solicitar la nacionalidad de la República argentina, exiliarse en ese país -dado que en el suyo no se le deja actuar- y, desde él, proseguir en su empeño por hacer justicia a las víctimas del franquismo que han ido en petición de amparo judicial a los tribunales argentinos. Y lo han hecho precisamente porque Garzón abrió esa vía, en contra de las concepciones más adocenadas de ls jurisdicción penal. Ahora bien, esta es una decisión que corresponde al propio interesado. En cambio, lo que no depende de él es su candidatura al premio Nóbel de la paz, pues eso es un asunto de opinión y de movilización de la gente entre la que habrá mucha que tenga algún motivo de agravio contra el juez. Nadie es perfecto. Pero unos merecen el Nóbel más que otros.

Los méritos de Garzón son cuantiosos. Ha desmantelado el terrorismo de Estado (los GAL) y el nacionalista (ETA); ha defendido la causa de la jurisdicción penal internacional al menos para ciertos delitos como los crímenes contra la humanidad y el genocidio; ha garantizado el acceso a la justicia personas a quienes se les negaba en sus países, como ahora podía estar siendo su caso; ha intentado procesar y ha procesado a militares golpistas y a criminales contra la humanidad; ha querido hacer justicia a las víctimas del franquismo en España; y ha luchado contra la mayor trama de corrupción político-empresarial de la democracia en su país.

Son méritos suficientes para solicitar la concesión del mencionado premio. Es de suponer, además, que la solicitud contará con un amplio respaldo en España y fuera de España, en la Argentina, en Chile, en Europa, probablemente en todo el mundo. ¿Qué tal si averiguamos cuánto apoyo tendría la propuesta? Se puede abrir una página en FB y ponerla a rodar con un TT, algo así como @garzonpremionionobelpaz. Los indignados podían echar una mano y Anonymous. Y no digo nada Avaaz y actuable.

Stand up and be counted.

(La imagen es una foto de la presidencia del gobierno de la Argentina, bajo licencia de OTRS).

Desde el Olimpo del espíritu.

Cuentan las crónicas que Karl Marx dedicó su luna de miel en 1843, en Bad Kreuznach, a ajustar cuentas con la Filosofía del derecho de Hegel, las famosas Grundlinien der Philosophie des Rechts que también se llamaba Bosquejo de Derecho Natural y Ciencia del Estado. Ignoro cómo llevaba Jenny von Westphalen, su aristocrática esposa, esta doble afición a Eros y Minerva, si es que era doble y el bueno de Marx no pasaba las noches de blanco en blanco, como don Quijote, a mandobles con los intrincados conceptos hegelianos.

Fuere como fuere, hay algo simbólico en esta coincidencia: la última obra que Hegel vio publicada en vida constituye el arranque de la primera que escribe Marx y que solo vio la luz póstumamente. La famosa Introducción que se publicó en los Anales Franco-alemanes es otro texto que, sobre la misma base de la filosofía hegeliana del derecho, redactó Marx en 1844.

Donde Hegel lo deja en su poderosa síntesis de la evolución del espíritu objetivo hasta culminar en la eticidad del Estado y, más concretamente, del constitucional prusiano, lo recoge Marx que no ve en el Estado el paso de Dios por la tierra sino el medio de que se vale una clase para oprimir a otra. Por eso, en la citada Introducción pedía como buen hegeliano de izquierda que la crítica a la religión se convirtiera en una crítica a la política. Y a eso es a lo que se refería cuando sostenía haber puesto la Filosofía de Hegel sobre sus pies.

En cierto modo, donde lo deja Marx lo recoge López Calera, un gran filósofo del derecho y buen conocedor de la obra de Hegel. En concreto esta en comentario (Nicolás López Calera (2012), Mensajes hegelianos. La Filosofía del Derecho de G. W. F. Hegel. Madrid: Iustel, 185 págs) se concibe como una especie de guía por la última e intrincada obra del filósofo alemán. Guía en el sentido de que lo sigue fielmente en el desarrollo de su objeto y le cede la palabra con frecuencia a base de una serie de citas con las que el autor va apuntalando sus interpretaciones hegelianas. Es, pues, un libro muy remendable y útil porque orienta a la par que enjuicia con conocimiento de causa e ilustra algunos aspectos nada fáciles de entender.

López Calera reconoce que la exposición de Hegel suele ser abstrusa y, en ocasiones, prácticamente ininteligible, pero hace justicia al autor de la Fenomenología del espíritu (que, a su vez, abre el ciclo del sistema hegeliano en cuanto a la aventura del espíritu en la tierra) al ver en esta su última obra, el logro de su objetivo, la síntesis de la historia y la razón (p. 47). Y lo más característico del ensayo es que se sostiene en él la completa actualidad de Hegel, el hecho, cuyo reconocimiento atribuye a Marx, de que anticipa el futuro, que es nuestro presente.

A tono con este propósito, López Calera interpreta la Filosofía del derecho de Hegel en términos actuales. Explicita el contenido de las dos primeras partes del plan hegeliano ("el derecho abstracto" y la "moralidad") y concentra su análisis en la tercera, obviamente la más importante, la de la eticidad. De aquellas retengo dos buenas exposiciones de elementos previos para la comprensión cabal de la eticidad: la idea del derecho como el reino de la libertad realizada (que se compone de persona, propiedad y libertad) (p. 56) y la reafirmación kantiana de que la dignidad del ser humano reside en su autodeterminación moral (p. 73) que no es sino otro nombre para la libertad, pues ya nos ha avisado el autor de que la Filosofía del derecho de Hegel es una obra centrada en la libertad (p. 43), casi obsesionada por ella.

La eticidad se lleva la parte del león de la obra de Hegel y del ensayo de López Calera. Este mundo, que culmina en el Estado, tiene como piedra angular la familia. Calera expone las ideas de Hegel sobre la institución con creciente impaciencia por encontrarlas autoritarias e impropias de la clarividencia del filósofo y finalmente estalla acusándolo de "irracional" por sus opiniones sobre las mujeres (p. 87). Está claro que Hegel parte de una concepción de la familia directamente sacada del derecho romano (entre otras cosas porque es una de las etapas del espiritu absoluto en su marcha triunfal desde las luces de Oriente a la Götterdämmerung occidental) y de ahí le vienen también sus despropósitos sobre las mujeres. No obstante, cabe recordar que, así como Kant mantuvo una inexpugnable soltería, Hegel estaba casado. Lo cual plantea problemas acerca de qué grado de comprensión de la realidad inmediata tienen los filósofos.

En la exposición del resto de elementos de la eticidad, López Calera subraya siempre y siempre con acierto los aspectos "modernos" del pensamiento hegeliano, al que viene a considerar como una especie de adelantado del Estado del bienestar (p. 111) a través de sus ideas acerca del intervencionismo del Estado según su concepto de "Policía", que Calera se apresura a traducir por "gobernanza" (ibíd.) para evitar equívocos. En realidad no tienen por qué darse pues ese concepto de "policía", con su evidente etimología, tenía mayor alcance conceptual que la mera "fuerza de seguridad", era el centro de reflexión de la Cameralística cuando esta se formula como la ciencia del Estado de la que habla Hegel.

Calera se detiene y explica la riquísima concepción de la sociedad civil en Hegel, die bürgerliche Gesellschaft, que es como Hegel traduce la civil society que había encontrado en Adam Ferguson y otros clásicos de la ilustración escocesa. Es el sistema de las necesidades que Hegel considera con extraordinaria presciencia cuando habla del trabajo y de las distintas clases sociales. Reconoce la función del mercado y de la acción egoísta en él. Pero ese egoísmo aparece mitigado por una necesaria consideración del interés social. Esa es la diferencia con la concepción liberal que ya viene implícita en la concepción de la sociedad civil como "sistema de las necesidades" en la que no suele subrayarse el primer término, el de sistema que, sin embargo, es decisivo puesto que apunta a la existencia de las necsidades pero no en un ámbito desordenado y caótico de acciones y reacciones ciegas, sino en el de un discurrir previsible, sistemático.

El Estado es el paso de Dios por el mundo (p. 122), pero, señala Calera, es preciso que la religión no gobierne porque, en donde lo hace, se produce una forma de despotismo oriental (p. 129), la unidad del rey y el sacerdote o mago. En Occidente es preciso que la religión acepte la supremacía del Estado (p. 136). La idea hegeliana de la democracia es orgánica y Calera enuncia sus elementos: corporaciones, estamentos, clases y pueblo (153). Puestos a encontrar visiones de futuro en Hegel se me ocurre que las coporaciones son como precedentes de partidos políticos.

No hay contradicción en que el Estado, suma eticidad, recurra a la guerra. Hegel tiene una concepción heracliteana de lo bélico. Con independencia del carácter en principio condenable de la guerra, esta es inevitable y no necesariamente mala. Hegel no podía tener en buen concepto el proyecto kantiano de paz perpetua y mucho menos el sistema internacional del filósofo de Könisberg que, partiendo de un mundo de Estados, carece de apoyo material en él. Las dos últimas partes de la Filosofía del derecho, el derecho internacional y la historia universal están concebidas dentro del horizonte conceptual del Estado. El derecho internacional es el derecho "exterior" de los Estados y la historia universal la que culmina en el Estado. El espíritu absoluto se ha detenido en Berlín, como Cristo se detuvo en Éboli.

No a Hegel pero sí a los hegelianos de estricta obediencia puede pasarles lo que sucedió a Aristóteles: fue el preceptor de un rey que creó un imperio pero él no veía más alla de la polis. El ocaso de la polis, el ocaso del Estado es el momento en que el búho de Minerva emprende el vuelo, expresión que se halla en la intruducción a la Filosofía del derecho hegeliana, en compaía de la otra no menos famosa de que "todo lo real es racional y todo lo racional es real", expresión que Calera cree está en la base de todos los errores de la teoría del Estado en Hegel (p. 47), errores que, en mi opinión, no están tanto en él como en las exageraciones de algunos de sus discípulos.