divendres, 19 d’abril del 2013
¿Con qué dinero se paga todo esto?
dilluns, 7 de gener del 2013
Cómo nos roban.
divendres, 28 de desembre del 2012
El expolio o el gran pelotazo.
divendres, 21 de desembre del 2012
Retiren ese plan. Dimitan.
diumenge, 9 de desembre del 2012
Teoría de la mamandurria y el expolio.
Veamos: todos los liberales más destacados del PP, partidarios de jibarizar el Estado, desmantelar el Estado del bienestar, "adelgazar" la administración y la función públicas, todos, digo, son funcionarios públicos: Aznar es inspector de Hacienda; su mujer, también; Aguirre, técnica de la Administración del Estado; Ignacio González, técnico de la administración local; Sáez de Santamaría, abogada del Estado; Gallardón, fiscal; Cospedal, abogada del Estado; Rajoy pertenece a un cuerpo especial de fedatarios públicos de tipo mixto, lo cual, mira qué oportuno, también reporta beneficios. Funcionarios públicos que trabajan contra la función pública en complicidad con empresas privadas que viven de sus ventajosas relaciones con un gobierno a sus órdenes y tratan de quedarse con todos los servicios públicos a precio de ganga, en condiciones muy ventajosas de explotación y con ganancias de cine. Más tarde las empresas compensan con creces los sacrificios de estos funcionarios antifuncionarios, como lo hace actualmente Endesa que Aznar privatizó durante su mandato. Es la teoría de la "puerta giratoria", de la empresa a la función pública y de la función pública a la empresa. Y a hacerse ricos a costa del común.
dissabte, 8 de desembre del 2012
"¡Ladrona, ladrona, ladrona...!"
diumenge, 2 de desembre del 2012
La batalla de los hospitales y el socialismo zen.
dimarts, 27 de novembre del 2012
La sanidad pública no se vende. Se defiende.
diumenge, 25 de novembre del 2012
El peaje y el imperio de la ley.
dissabte, 14 de juliol del 2012
Los dinamiteros
dilluns, 5 de març del 2012
Ciento sesenta y cinco mil.
165.000 personas votamos ayer en madrid en la consulta popular sobre la privatización del Canal de Isabel II y más del 90% lo hicimos en contra.
En un domingo no muy apacible, sin publicidad, sin medios, con un clarísimo boicoteo de la Comunidad Autónoma que no quería que votara nadie, 165.000 votos son muchos votos y debieran obligar a Aguirre a recapacitar sobre el nuevo pillaje y expolio a que quiere someter un bien público, propiedad de todos.
Pero eso será inútil. La derecha no tiene interés en gobernar si no es para hacer negocios y el más fabuloso consiste en vender a los amigos las empresas públicas levantadas con el esfuerzo de la gente por un precio ridículo. Luego, los amigos te nombran algo cuando has dejado el gobierno y todo sale a pedir de boca en el expolio de lo que es de todos.
No, no creo que este referéndum vaya a cambiar el propósito de Aguirre de arrebatar el agua a los madrileños para dársela a algún compinche. Pero sí podría ser el comienzo de un movimiento de resistencia ante el robo descarado de la derecha. 165.000 son muchos votos y de ellos puede salir el impulso inicial para poner en marcha una plataforma cívica en contra del expolio de los bienes públicos. Algo con más voluntad de continuidad y proyectos a medio y largo plazo. A lo mejor Equo podía ser el partido que encauzara esta protesta porque es el que más se ha movido para conseguir el referéndum.
dimecres, 11 de gener del 2012
El timo de las empresas de mensajería.
Cuando se privatizaron algunos servicios de correos, en concreto los más lucrativos, esto es, la mensajería y la paquetería, la propaganda de las empresas privadas que querían quedarse con el negocio ya había acuñado una imagen destructiva, demoledora, del servicio postal: caro, lento, ineficiente, descuidado, las cartas se perdían, los paquetes se devolvían, etc., etc. Todo era mentira, como las demás "críticas" que se han estado haciendo a otros servicios públicos que el capital privado codicia. Porque en algo es realmente maestro este capital: en el arte de la publicidad engañosa y la propaganda. Frente a él, Correos no tenía nada que hacer porque, siendo público, no hacía publicidad de sí mismo.
Sin embargo, el servicio de correos, aquí y en todas partes en el mundo civilizado es mil veces mejor y más eficiente, que esos chiringuitos de mensajería que han proliferado como las setas en las ciudades. En las ciudades, claro es, no en los campos en los que el servicio ruinoso de llevar una carta al año al abuelo que vive en un pueblo perdido de la sierra recae sobre Correos. Y aun así, éste, el servicio postal, además de esta función encomiable, es más eficiente que las empresas privadas por no otra razón que éstas no están para prestar un servicio sino para lucrar a sus propietarios, darles cuantiosos beneficios. Y ¿de dónde saldrán estos sino de hacer que los clientes paguen el servicio de mil maneras además de la dineraria?
Veamos un ejemplo de cómo funciona una cualquiera de estas empresas: estás esperando un paquete importante; la empresa, sin consultarte, te lo lleva a domicilio cuando le peta. ¿Que estás? Tienes tu paquete. ¿Que no estás? Te has metido en un lío. Algunas de estas empresas te dejan un aviso escrito y te piden que vayas a recoger el paquete en persona a su sede, sita en las Chimbambas, con lo cual, ya me dirás qué has ganado con relación a correos, cuya estafeta suele estar a una distancia próxima de tu casa.
En la ausencia, otras empresas te dicen que llames a un número de teléfono en el que te espera un buen rato de audición de cualquier detestable musicanga repetida sin parar así como la gangosería habitual de "nuestros agentes están todos ocupados; por favor, espere" (y pague). Cuando alguno de esos ocupados se desocupa, te dice que pasaron a dejarte el paquete, que no estabas y que van a volver, si te viene bien, mañana por la mañana. Pides que sea por la tarde; por la tarde no trabajan. Fuerza es por la mañana. ¿A qué hora? No te lo pueden decir porque depende de sus trayectos; "a lo largo de la mañana". Lo cual significa que te quedas de guardia en casa, dejas de ir al trabajo y todo con el riesgo de que tampoco vengan. Es decir, tienes que regalarles tu tiempo porque sí, porque les da la gana y quieren hacer negocio a costa tuya.
Finalmente, otros te llaman ellos mismos y se produce un diálogo similar al anterior. Como gracia generosa te dirán que el repartidor te llamará una hora antes. Por supuesto, desde un "número privado", para que no puedas saber quién es ni puedas devolver la llamada ni llamar al repartidor por tu cuenta con algún cambio de planes. Lo tuyo es esperarte en casa hasta que a estos mendas se les canten las narices ir a entregarte un paquete que es tuyo, que has pagado o te has comprometido a pagar y que llevas días esperando.
¿A que le ha pasado a todo el mundo? Mi último caso son unos envíos urgentes pedidos el día 1º de enero, entregados por el proveedor, Amazon, el dos de enero a la empresa MRW, supuestamente especializada en esas urgencias, con una previsión de tres a cinco días de plazo y que, a día 10 de enero aún no me han sido entregados, ni lo serán porque tienen que hacer un trayecto de Madrid a... Madrid, nada menos. Sí me han estado volviendo loco en cambio con llamadas contradictorias y promesas falsas.
Mi anhelo más ferviente es que Amazon vuelva a confiar en Correos entre otras cosas porque, de seguir haciéndolo en la gente de MRW, no volveré a comprar uno solo de sus productos y contaré a todo el mundo, como lo hago ahora, el trato sufrido por unas empresas que presumen de lo que no son ni tienen.
(La imagen es una foto de robin.elaine, bajo licencia de Creative Commons).
dissabte, 5 de novembre del 2011
O no.
Todos los sondeos son apabullantes. A día de hoy dan por seguro el hundimiento de la izquierda y una victoria rotunda, sin precedentes, de la derecha. Cunde el derrotismo y la resignación en las filas socialistas, mientras en el PP reina una eufórica seguridad en el triunfo.
Nada habría que objetar a estas predicciones si hubieran surgido de un juego democrático limpio, civilizado y respetuoso con las instituciones y los participantes. La esencia de la democracia es la regla de la mayoría y la mayoría puede ser cambiante, lo que da lugar a la alternancia en el poder después de un período de debate en el que haya quedado claro que la oposición se ha ganado el apoyo de la mayoría y el gobierno lo ha perdido.
Pero no ha sido así. La oposición de la derecha en las dos últimas legislaturas ha sido un aluvión estridente, continuo, generalizado, de descalificaciones, insultos e infundios. Después de los cuatro primeros años de las patrañas sobre los atentados del 11-M, han venido sucesivas campañas de insidias, calumnias, acusaciones falsas. Grandes escándalos jaleados desde los medios e instrumentalizados por el grupo parlamentario, que se han mantenido vivos cuanto se ha podido con el fin de desprestigiar al gobierno aun sabiendo que no respondían a hechos ciertos. Acusaciones como la de los EREs en Andalucía, las supuestas prevaricaciones de Chaves, el presunto enriquecimiento ilícito de Bono, las increibles fábulas del caso Faisán son luego desactivadas por los tribunales pero, entre tanto, cumplen su función de erosionar y, cuando se descubre que son falsas, nadie reconoce haber actuado de modo injusto. Probablemente lo mismo sucederá en lo referente a José Blanco pero, mientras así es, el supuesto caso permite bambardear al PSOE con todo tipo de acusaciones.
La ventaja de estas prácticas de escandalosos linchamientos es que no permiten que se hable de otros asuntos, como el caso Gürtel que sí tiene peso procesal y apunta a una red generalizada de corrupción y delito que afecta de lleno al PP. El ámbito mediático, la esfera pública, la opinión publicada es atronadoramente contraria al gobierno, mediante estos procedimientos sensacionalistas. Éste, el gobierno y el partido que lo respalda, carecen de apoyos mediáticos. Ninguno de los medios privados tiene una relación tan estrecha con el PSOE como la que tienen los de la derecha con el PP. En cuanto a los públicos cualquier persona imparcial que compare RTVE con Telemadrid sabe que la diferencia es abismal.
Tiene razón Rubalcaba cuando dice que la izquierda sólo cuenta con los votos puesto que no tiene medios de comunicación ni capital. Lo de los medios es evidente. Lo del capital también, pero hay que mencionarlo. Si Rajoy gana las elecciones, su lucha contra el paro sin duda se verá beneficiada por una actitud colaboradora de los empresarios que estos han negado al PSOE, convirtiéndola en hostilidad. Es posible que el PSOE merezca perder las elecciones -habría que demostrarlo relacionándolo con la(s) alternativa(s)- pero, desde luego, el PP no merece ganarlas ya que su buena perspectiva no nace de haber demostrado las insuficiencias del PSOE sino de haber acumulado dicterios sobre su gobierno. Por lo demás los mismos ciudadanos que hablan de votar en masa al PP tienen en mejor concepto a Rubalcaba que a Rajoy.
Además de la derecha, el candidato socialista se encuentra a una izquierda convencida de que ha llegado el momento del sorpasso. Espera ésta un batacazo del PSOE similar al de la UCD en 1982 y ayuda a ello pidiendo que no se le vote, ya que es igual que el PP. Ve así el momento de salir del marasmo de casi 35 años de irrelevancia parlamentaria en los cuales no ha hecho nada por transformar la realidad a pesar de designarse a sí misma como izquierda transformadora. Realidad que el PSOE sí ha transformado y hasta radicalmente, como suele decir Aznar. Ciertamente las posibilidades de esta izquierda de ser contrapeso parlamentario real al PP son inexistentes pero eso no es decisivo ya que de lo que se trata es de que el PSOE no gobierne, con lo que lo hará el PP que, al fin y al cabo, es igual que él. Pero ¿lo es en realidad?
A pesar de las ambigüedades programáticas de la derecha, de los silencios y escapatorias de su candidato, tomando noticia de lo que dice y hace allí en donde aquella gobierna, no es exagerado decir que una victoria del PP significará no sólo el desmantelamiento del Estado del bienestar sino también una involución en todos los frentes: se suprimirán derechos como el aborto, el matrimonio de los homosexuales, la igualdad, la ayuda a la dependencia o el de no recibir adoctrinamiento religioso en la escuela. Un retorno del nacionalcatolicismo que los obispos dan por seguro. Francamente, no veo a los cristianos de base, los demócratas, votando este programa.
En cuanto a los servicios públicos, la política será la privatización a mansalva en todos los órdenes, por supuesto la educación y la sanidad los primeros. Dice el candidato que no los tocará, pero es que apenas son de su incumbencia, ya que se trata de competencias de las Comunidades Autónomas. La privatización afectará a todo servicio público que presente el mínimo atisbo de ser un negocio a expensas de los derechos de los ciudadanos: las radiotelevisiones públicas, la justicia, la defensa, prácticamente todo gasto público que pueda convertirse en ingreso privado. Tampoco entiendo que las clases medias vayan a apoyar estas previsones.
Los destrozos mayores esperan en lo ecónomico y laboral: reducción de salarios, disminución de impuestos al capital y a los empresarios, reforma laboral orientada al despido gratuito y sustitución de los convenios colectivos por acuerdos de empresa. Tampoco veo a los trabajadores votando a favor de condiciones laborales que, pactadas en un tiempo de cinco millones de parados, pueden frisar en la esclavitud.
Por todo lo cual supongo que el PP hará bien en no creer que el triunfo esté asegurado y el PSOE en no darse por vencido sea cual sea la diferencia en intención de voto. Porque una cosa es la intención y otra el voto.
divendres, 30 de setembre del 2011
La doctrina del tiburón.
Hace un par de días Palinuro señalaba que el programa del PP para las próximas elecciones ya no está oculto pues distintos altos dirigentes, empezando por Rajoy, así como presidentes de Comunidades Autónomas lo han ido desgranando poco a poco en dichos y hechos. Por si eso no fuera suficiente, ayer en los desayunos de TVE Cristóbal Montoro formuló la teoría que justifica ese programa. Es una teoría clásica pero, al tiempo, contradictoria, confusa, porque en realidad no es una teoría, sino una fórmula depredadora de carácter ideológico que pretende acabar con el Estado del bienestar en beneficio del capital. Su núcleo es la afirmación de que no es el Estado el que garantiza el bienestar.
El Estado del bienestar se llama así porque se basa en la convicción de que la educación, la salud, la vivienda y las pensiones son derechos de los ciudadanos. Derechos, no mercedes. Como Montoro no puede ignorar que sólo el Estado garantiza derechos en nuestra sociedad, pues es su función, la única forma de entender su afirmación es que no considere que la educación, la sanidad, la vivienda y las pensiones sean derechos. En el fondo, en efecto, tal cosa es lo que los conservadores creen, que no son derechos, sino que dependen de la buena voluntad de los acaudalados, de su caridad, de lo que la portavoz socialista Elena Valenciano llama la beneficencia.
El ataque al Estado del bienestar es, en el fondo, el ataque a la misma condición de ciudadanía en cuanto titularidad de derechos, de acuerdo con la celebrada teoría de T. H. Marshall que consideraba alcanzada la ciudadanía plena cuando estuvieran garantizados los derechos civiles, políticos y sociales, siendo los últimos, por supuesto, los mencionados más arriba. Despojar a los ciudadanos de los derechos sociales equivale a despojarlos de su condición ciudadana, reconvertirlos en súbditos, incluso siervos, sin derechos, a merced de la la ley del más fuerte.
Dada la conciencia moral de la época, esto no se puede decir, por lo que Montoro se enreda en una explicación confusa, embrollada, que deja aun más patente que su doctrina es la del tiburón. Su visión del bienestar no se formula en términos de derechos (que son quiméricos) sino de rentabilidad y eficiencia económica, que quiere ser una mentalidad práctica, la tecnocrática de toda la vida: habrá bienestar si hay con qué pagarlo, esto es, el bienestar dependerá del empleo y de la renta. A primera vista, nada que objetar. Si no hay dinero, no habrá con qué atender a los gastos de los derechos sociales. Y ¿quién garantiza que haya empleo y renta? De eso es de lo que tiene que ocuparse el gobierno, dice Montoro; es decir, el Estado. Pero tal cosa es contradictoria con el pensamiento liberal que anima a Montoro y el conjunto del PP, según el cual, el empleo y la renta son cosas del mercado. Era Keynes quien decía que dependen de la acción del Estado y por eso tituló su obra fundamental Teoría general del empleo, el interés y el dinero. Punto básico de la doctrina del Estado del bienestar: es la intervención del Estado la que debe garantizar el pleno empleo.
¡Ah, pero el Estado del bienestar, en crisis desde 1981, dice Montoro, es una pesada maquinaria de despilfarro y mala gestión! El Estado del bienestar según la doctrina liberal es el principal responsable de su propia crisis. Para resolverla hay que conseguir que los servicios públicos se gestionen con eficiencia de empresa privada y, como esto es algo que el Estado no puede hacer (ya que no es una entidad con ánimo de lucro), lo mejor es privatizarlos y que el Estado se encargue de poner las condiciones para que, mediando el empleo y las rentas, las gentes tengan después con qué pagarse esos servicios. Dado que Montoro debe de ser buen cristiano, está dispuesto a hacer excepciones con algunos sectores especialmente vulnerables, como los ancianos o los jóvenes sin recursos. Los demás, a los tiburones del mercado.
En su contradicción, la teoría es depredadora: se despoja a los ciudadanos de los derechos sociales y, por lo tanto, se exime al Estado del deber de garantizarlos. El Estado se concentrará en asegurar el pleno empleo y la renta y de lo demás se encargará el mercado, en donde las necesidades educativas, sanitarias, de vivienda y pensiones de la población serán la base de pingües negocios de las empresas privadas que así garantizarán la vuelta a la sociedad de la abundancia. Si acaso el Estado habrá de subvencionar a esas empresas para que puedan atender con eficiencia privada aquellas necesidades. Es una especie de crudo neokeynesianismo que consiste en poner el Estado no al servicio de los ciudadanos sino de la valorización del capital. Y eso, obviamente, no será despilfarro.
El mucho sufrimiento que la doctrina del tiburón provoca no hace ésta menos inepta. Lo que está en crisis desde los años ochenta no es el Estado del bienestar sino las fórmulas neoliberales que vienen aplicándose desde entonces para desmantelarlo, y que han conducido a este desastre en el que nos encontramos.
(La imagen es una foto de hermanusbackpackers, bajo licencia de Creative Commons).
dimecres, 3 de novembre del 2010
Privatizaciones: el expolio como programa.
Así como en los buenos viejos tiempos del Estado del bienestar la palabra mágica era socialización, incluso en Occidente, a partir de los años ochenta, con la llamada "revolución conservadora", iniciada por Thatcher y Reagan, la palabra mágica es privatización. En la medida en que el lenguaje es inseparable del contenido que transmite, el cambio de términos ha sido un éxito. Socialización suena a anticuado, pesado, ineficiente, corrupto e irracional mientras que privatización suena a moderno, ágil, serio, eficiente, racional. Todo un éxito. Todo un éxito porque parte de una teoría falsa que pasa por incuestionable: que el sector público es siempre más ineficiente por naturaleza.
La teoría no dispone de pruebas empíricas irrefutables. Hay empresas públicas muy eficientes y empresas privadas muy ineficientes. Pero, se dice, cuando las privadas son ineficientes tienen que cerrar y las públicas, no. Esto es cierto pero no hace al caso de la teoría ya que la naturaleza jurídica de las empresas (públicas o privadas) no prejuzga su eficiencia.
Es que, además, la teoría es falsa en sí misma. No es cierto que las empresas privadas sean más eficientes. Ello supondría que hay un criterio único de eficiencia para el sector público y el privado y eso es imposible dado que el público no busca la rentabilidad sino la satisfación de necesidades que se articulan como derechos. Las empresas privadas son, sí, más rentables en términos de beneficios privados. Pero eso es algo distinto. A su vez, las empresas públicas pueden ser muy eficientes si se gestionan adecuadamente teniendo en cuenta que su finalidad no es el beneficio privado sino el interés general.
La política de privatizaciones que practican los conservadores, firmes neoliberales, y que preconiza en España el señor Rajoy, juega en el terreno de la indefinición relativa del límite entre lo público y lo privado. Esa indefinición se da allí donde lo público afecta a la validez de derechos, como la sanidad, la educación públicas. Donde no afectaba, el procedimiento fue muy simple: las empresas públicas se vendieron como se vendió la Telefónica, por citar la más renombrada. Pero no es posible vender los hospitales o los colegios públicos porque la Constitución determina que los españoles tienen derecho a una sanidad y educación públicas. Y aquí es donde entra la indefinición a través de las interpretaciones tortuosas: la Constitución exige que la salud y la educación sean públicas pero nada dice sobre su gestión, que se puede privatizar.
Suena de nuevo el tintineo de la privatización, gracias a la cual la sanidad pública será más moderna, más flexible, más rápida, etc. Pero esto no es cierto, como puede comprobarse observando las prestaciones sanitarias en Madrid y Valencia, las dos comunidades en las que se privatiza la gestión, en relación con las demás. En cambio, se presta mucho a la aparición de la corrupción que en las dos comunidades ha venido siendo rampante.
Es verdad que la corrupción es un fenómeno transpartidista pero, si se consideran las dos corrupciones más significativas del PSOE y del PP (esto es, Filesa, Malesa, Time Export por un lado y "Gürtel" por el otro) se detectará una diferencia de la mayor importancia. En el caso del PSOE todas las corruptelas tenían como objetivo el beneficio personal del corrupto u, ocasionalmente, la financiación ilegal del partido. En el del PP, además de la financiación ilegal del partido, las corruptelas tienen como objetivo los beneficios de las empresas. Sin duda detrás de las empresas hay individuos concretos que se enriquecen pero, en principio, el beneficio de la corruptela es para una empresa. Tanta es la diferencia que, en este segundo caso, hay empresas que se constituyen exclusivamente para gestionar el negocio de la corrupción Esa indefinición y las oscuras relaciones de las empresas con la administración es la base misma de la corrupción que afecta de lleno al PP.
Es un fenómeno que recuerda la famosa institución de los privateers, en funcionamiento entre los siglos XVI y XIX, piratas, corsarios, mercenarios (que se dice hoy) gentes a quienes una patente de corso de su monarca autorizaba a abordar todo tipo de naves, incluso las comerciales, que enarbolaran el pabellón del país con el que se estaba en guerra. Como el "estado de guerra" en aquellos tiempos era difícil de determinar, dado que las hostilidades podían durar cien años, o treinta, o siete, los privateers actuaban siempre que se les presentaba una ocasión propicia para "privatizar" lo ajeno, fuera público o privado.
La base de la rentabilidad de las privatizaciones es que los beneficios que las empresas públicas reinvertirían en sus prestaciones, las privadas se los apropian privadamente. El fabuloso negocio de los nuevos privateers es que la gestion privada de los servicios públicos permite una utilización de infraestructuras de calidad sin tener que pagar por su amortización ni por su mantenimiento. Cuando la situación sea insostenible porque la infraestructura no se moderniza, la crítica a la ineficiencia del sector público se habrá hecho ya ensordecedora. Primero se destruye el sector público a base de convertirlo en recurso del privado, descapitalizándolo, y luego se argumenta que el sector público es un desastre para eliminarlo por entero.
Privatizar es expoliar a la gente de su propiedad colectiva a cambio de nada o de casi nada ya que, en cumplimiento de los juicios negativos acerca de la ineficiencia de la gestión pública, los gobiernos han vendido las empresas públicas a precios de saldo y, además, lo han hecho a propósito, para favorecer a su clientela.
(La imagen es una foto de Erprofe, bajo licencia de Creative Commons).
divendres, 14 de novembre del 2008
Poner fin a las privatizaciones.
La oleada de privatizaciones que se impuso en Occidente a raíz de la llamada "revolución conservadora" de las señoras Thatcher y Reagan en los años ochenta del siglo pasado trataba de invertir la tendencia de los tiempos hacia economías más y más socializadas. Se justificaba en el hecho de que dichas economías apenas eran ya capitalistas o de libre mercado sino antes bien semisocialistas y de planificación indicativa. Sostenía que las empresas administradas con criterios de privados funcionan siempre mejor que las empresas públicas y sacaba mucho partido de una enorme campaña que se hizo en contra de los sectores públicos de las economías.
A raíz de tal programa que entonces se presentaba como innovador y debido a una serie de circunstancias (estancamiento y hundimiento del comunismo, fin de las políticas keynesianas, crisis del modelo de crecimiento, dificultades en los mercados de materias primas y productos energéticos, creciente globalización, reconversión industrial en toda la línea, entre otras) casi todas las economías avanzadas aplicaron programas privatizadores. A la vuelta de veinte años, a fines de los noventa y comienzos del siglo XXI prácticamente no quedaba nada de los antiguos sectores públicos mercantiles e industriales. Los Estados se habían despojado de sus empresas, siderurgias, minería, automóviles, etc. No había, ni hay, muchas razones para sostener que los poderes públicos deban fabricar bolsos, maquinaria o extraer fosfatos. Con ello, los conservadores habían dado su primer asalto contra el Estado del bienestar y lo habían ganado en toda línea entre otras cosas porque, para que exista Estado del bienestar, no es necesario que la autoridad gestione empresas mercantiles.
Empezó entonces el segundo ataque, el intento de privatización de los servicios públicos: la sanidad, la educación, el trasporte, el correo, la seguridad, la justicia, la administración penitenciaria, etc, etc. Y aquí sí que hay una línea y una batalla que el mundo civilizado no puede perder frente al ansia depredadora de los neoliberales porque los servicios públicos se distinguen claramente del sector público mercantil en que atienden a la satisfación de derechos de los ciudadanos. La salud, la educación, la vivienda, son derechos; tener un coche o viajar en un barco propiedad del Estado, no.
Esta es la frontera que no se puede pasar. Desde que han comenzado las privatizaciones de los servicios públicos ha quedado ya bastante claro que estos funcionan peor y son más caros que cuando eran públicos. La enseñanza privada es más cara y peor que la pública; la sanidad, lo mismo; los servicios de mensajería son más costosos y peores que los de correos y de la "seguridad" que proporcionan los vigilantes jurados frente a los policías de toda la vida no hace falta hablar. Es hora de hacer un balance, darnos cuenta del grado de destrucción del tejido social que supone la privatización de los servicios públicos, coordinar la acción de quienes están en contra y dar la batalla para que los privatizadores no se alcen con el botín.
Porque la privatización es pillaje. Los neoliberales quieren privatizarlo todo porque hacen negocios con ello, bien directamente bien por medio de amigos y allegados. Es su forma peculiar de corrupción. La izquierda se corrompe metiendo la mano en la caja común (casos Roldán, Rubio, Urralburu, Otano, etc) y la derecha arrebatando sus propiedades al común y entregándoselas a sus amigos, allegados o a ella misma. Privatizar es saquear las arcas públicas, el dinero de todos en beneficio de unos pocos que son siempre los mismos. Basta ver cómo funciona el Gobierno de la Comunidad de Madrid bajo el frenesí privatizador de la señora Aguirre que no parece estar al frente del gobierno autonómico más que para que ella o los suyos hagan negocios. El ejemplo de esa parada del tren de alta velocidad en un apeadero de Guadalajara a unos quince kilómetros de la capital y no en ésta porque en el tal apeadero hay unos terrenos que son propiedad de alguien relacionado con la señora Aguirre es algo tan insólito y desvergonzado que no entiendo cómo sigue habiendo gente que vota a esta señora.
Pero la hay, lo cual la anima en su afán privatizador. Ahora está poniendo la sanidad de la C.A. en manos (y beneficios) de las empresas privadas y, en un futuro muy próximo, quiere hacer lo mismo con el Canal de Isabel II que abastece de agua a Madrid. Basta con leer los argumentos que se exponen en el escrito cuyo enlace figura aquí arriba para darse cuenta de que ese intento es una agresión a los intereses públicos, los del común de los madrileños, similar a los que se han perpetrado con la sanidad para que las empresas privadas hagan su agosto.
La verdad es que si los madrileños toleran que se salga con la suya una política tan oportunista, voraz, falta de escrúpulos y aprovechada como esta señora, cuya insolencia y falta de decoro llega al extremo de sostener que Franco era bastante socialista pues a lo mejor resulta que merecen que los gobierne. Al fin y al cabo no somos nosotros quienes hemos inventado el discurso de la servidumbre voluntaria. Si cada pueblo tiene los gobernantes que se merece será que esta persona inenarrable es lo que los madrileños se merecen. Parece mentira, pero así es.
La falta de vergüenza con que estos demagogos (demagoga en este caso) mendaces pueden decir estas barbaridades demuestra cuán en lo cierto está George Lakoff cuando sostiene que la izquierda, los progresistas, se han dejado arrebatar la hegemonía ideológica por los reaccionarios de este pelaje. Eso explica asimismo que el señor Bush, por otro nombre Matorral-pato-cojo, pueda salir en mitad del mayor fracaso que ha experimentado el capitalismo en los últimos tiempos a afirmar que el capitalismo no tiene la culpa de nada, ni el libre mercado (quiere decir, por supuesto, libre mercado sin ningún tipo de regulación o vigilancia) y nadie le pida que por favor se calle, que ya está bien. Al contrario, mirabile dictu, la bolsa sube. ¿No les parece a Vds. que el señor Matorral es como la señora Aguirre o al revés, la señora Aguirre igual que el señor Matorral? Los dos tienen la misma inverecundia, la misma agresividad hacia quienes no les halagan y la misma indiferencia de que los pillen en falsedades y renuncios. No son políticos; son depredadores. Si no están en el Gobierno piden a este que cierre el gasto público, que no gaste, lo que sucede en España y si están en el Gobierno lo expolian como sucede en los EEUU.