Hace un par de días Palinuro señalaba que el programa del PP para las próximas elecciones ya no está oculto pues distintos altos dirigentes, empezando por Rajoy, así como presidentes de Comunidades Autónomas lo han ido desgranando poco a poco en dichos y hechos. Por si eso no fuera suficiente, ayer en los desayunos de TVE Cristóbal Montoro formuló la teoría que justifica ese programa. Es una teoría clásica pero, al tiempo, contradictoria, confusa, porque en realidad no es una teoría, sino una fórmula depredadora de carácter ideológico que pretende acabar con el Estado del bienestar en beneficio del capital. Su núcleo es la afirmación de que no es el Estado el que garantiza el bienestar.
El Estado del bienestar se llama así porque se basa en la convicción de que la educación, la salud, la vivienda y las pensiones son derechos de los ciudadanos. Derechos, no mercedes. Como Montoro no puede ignorar que sólo el Estado garantiza derechos en nuestra sociedad, pues es su función, la única forma de entender su afirmación es que no considere que la educación, la sanidad, la vivienda y las pensiones sean derechos. En el fondo, en efecto, tal cosa es lo que los conservadores creen, que no son derechos, sino que dependen de la buena voluntad de los acaudalados, de su caridad, de lo que la portavoz socialista Elena Valenciano llama la beneficencia.
El ataque al Estado del bienestar es, en el fondo, el ataque a la misma condición de ciudadanía en cuanto titularidad de derechos, de acuerdo con la celebrada teoría de T. H. Marshall que consideraba alcanzada la ciudadanía plena cuando estuvieran garantizados los derechos civiles, políticos y sociales, siendo los últimos, por supuesto, los mencionados más arriba. Despojar a los ciudadanos de los derechos sociales equivale a despojarlos de su condición ciudadana, reconvertirlos en súbditos, incluso siervos, sin derechos, a merced de la la ley del más fuerte.
Dada la conciencia moral de la época, esto no se puede decir, por lo que Montoro se enreda en una explicación confusa, embrollada, que deja aun más patente que su doctrina es la del tiburón. Su visión del bienestar no se formula en términos de derechos (que son quiméricos) sino de rentabilidad y eficiencia económica, que quiere ser una mentalidad práctica, la tecnocrática de toda la vida: habrá bienestar si hay con qué pagarlo, esto es, el bienestar dependerá del empleo y de la renta. A primera vista, nada que objetar. Si no hay dinero, no habrá con qué atender a los gastos de los derechos sociales. Y ¿quién garantiza que haya empleo y renta? De eso es de lo que tiene que ocuparse el gobierno, dice Montoro; es decir, el Estado. Pero tal cosa es contradictoria con el pensamiento liberal que anima a Montoro y el conjunto del PP, según el cual, el empleo y la renta son cosas del mercado. Era Keynes quien decía que dependen de la acción del Estado y por eso tituló su obra fundamental Teoría general del empleo, el interés y el dinero. Punto básico de la doctrina del Estado del bienestar: es la intervención del Estado la que debe garantizar el pleno empleo.
¡Ah, pero el Estado del bienestar, en crisis desde 1981, dice Montoro, es una pesada maquinaria de despilfarro y mala gestión! El Estado del bienestar según la doctrina liberal es el principal responsable de su propia crisis. Para resolverla hay que conseguir que los servicios públicos se gestionen con eficiencia de empresa privada y, como esto es algo que el Estado no puede hacer (ya que no es una entidad con ánimo de lucro), lo mejor es privatizarlos y que el Estado se encargue de poner las condiciones para que, mediando el empleo y las rentas, las gentes tengan después con qué pagarse esos servicios. Dado que Montoro debe de ser buen cristiano, está dispuesto a hacer excepciones con algunos sectores especialmente vulnerables, como los ancianos o los jóvenes sin recursos. Los demás, a los tiburones del mercado.
En su contradicción, la teoría es depredadora: se despoja a los ciudadanos de los derechos sociales y, por lo tanto, se exime al Estado del deber de garantizarlos. El Estado se concentrará en asegurar el pleno empleo y la renta y de lo demás se encargará el mercado, en donde las necesidades educativas, sanitarias, de vivienda y pensiones de la población serán la base de pingües negocios de las empresas privadas que así garantizarán la vuelta a la sociedad de la abundancia. Si acaso el Estado habrá de subvencionar a esas empresas para que puedan atender con eficiencia privada aquellas necesidades. Es una especie de crudo neokeynesianismo que consiste en poner el Estado no al servicio de los ciudadanos sino de la valorización del capital. Y eso, obviamente, no será despilfarro.
El mucho sufrimiento que la doctrina del tiburón provoca no hace ésta menos inepta. Lo que está en crisis desde los años ochenta no es el Estado del bienestar sino las fórmulas neoliberales que vienen aplicándose desde entonces para desmantelarlo, y que han conducido a este desastre en el que nos encontramos.
(La imagen es una foto de hermanusbackpackers, bajo licencia de Creative Commons).