El otro día en que no se editan periódicos de papel, de kiosco, es el 25 de diciembre. Antes de internet, que es como decir antes de Cristo o antes incluso, este hecho o, mejor, no hecho, marcaba la jornada: sin periódicos, con todo el mundo durmiendo la moña, incluidos los periodistas, las tiendas cerradas, las panaderías, la barra de pan congelada del día anterior. Pero eso era antes. Ahora no se nota. Los periódicos de papel son testimonio de un atavismo agonizante. Sus tiradas bajan de control en control de audiencia. En realidad, podían quedar reducidas a un solo ejemplar, como el BOE, porque la función es la misma; dar fe de que algo ha sucedido. Mejor dicho, de que se ha publicado. Si ha sucedido o no es otra cosa.
Es decir, no hay periódicos de papel pero hay noticias, hay información. Las redes no paran. No es cierto que sea un día vacío para la comunicación. Esta se multiplica, se viraliza. En un par de ocasiones Whatsapp ha saltado en varios lugares del mundo obviamente por sobrecarga, y twitter se ha llenado de chistes del tipo de "Hoy se ha caído whatsapp y he descubierto que tengo una familia que parece simpática". ¿Y qué se comunica? Pues media docena de fórmulas hechas para dar salida a ese amor infinito y cósmico que nos llena el pecho a la tercera copa de cava y que forma parte de lo que se llama el espíritu navideño (aunque ya aquí en parte algo más golfa) hecho de paz y amor y caridad.
Es posible que las Navidades tengan todas esas virtudes y buenos sentimientos pero son como de guirnaldas, o estrellas de Oriente pinchadas en papel azul. Las fiestas en realidad son jolgorios que van celebrando distintas falsedades y mendacidades tradicionales. Empieza con el sorteo de la lotería, un engaño de cabo a rabo pero un exitazo convertido en costumbre social basada en la fe. Viene luego el discursito del Rey la noche del 24, día sagrado de los cristianos, para celebrar la separación de la Iglesia y el Estado, que tiene tanto que ver con la vida cotidiana de los súbditos como un perro de siete cabezas. Y este año pronunciado y escenificado en el salón del trono del Palacio Real, la casa de todos. Siguen después los dos sagrados banquetes, la cena de Nochebuena y la comida de Navidad, fiestas que celebran la bienaventuranza infinita de la institución familiar ampliada, un ámbito en el que se mezclan el hastío y el odio, animado muchas veces por el ingenio de algún cuñao, figura que ha emergido en los últimos tiempos en las redes, como un característico del teatro. Para colmo la modernidad quiere que en muchos hogares se presente esa noche Santa Claus, primera de las dos patrañas que se coloca a los niños. La segunda es la de los más tradicionales, que mantienen el rollo de los Reyes Magos. Incluso los hay sincréticos que celebran los dos y así los niños tienen paga doble. Como los adultos, cuando no se la quita el gobierno. De la Nochevieja no hace falta hablar porque aún se la oye. Viene luego el segundo embeleco de la lotería del Niño, para estrujar los últimos ahorros de la parroquia. Y termina el paseo por esta escenificación de trolas con los citados magos que este año en Madrid, capital progresista, en aplicación de la conciencia de género ha incluido una Reina Maga. Por supuesto, las fuerzas del orden han protestado de lo lindo por la vía esa de a-dónde-vamos-a-llegar. Pues con un poco de suerte a que el próximo año, haya una mujer, un hombre y un transexual, con lo que estará más equilibrada la composición.
O sea, la celebración es el festival del embeleco y el oropel. Vamos por ella de trola en trola en un ambiente de cursilería que pone carne de gallina y acabamos sucumbiendo, mandando mensajes a familiares y amig@s deseándoles cosas buenas y mostrando que están en nuestro pensamiento. Al final, rezongando, acabamos haciendo lo que se espera de nosotros. Nos gusta porque las mentiras son siempre muy suaves. Y porque, además, de las mentiras salen las verdades. Somos sinceros cuando deseamos a un amigo o pariente lejano todo género de venturas. Trillones de toneladas de venturas cruzan el planeta de arriba abajo a coste cero. Pero nosotros somos sinceros. Lo que convierte el rito en una mentira es la multiplicación.
En la pendiente final de las fiestas del embeleco, la realidad verdadera, la que no es de oropel ni deja lugar a dudas, se nos presenta en toda su crudeza. Ayer, en Almería,
un ciudadano asesinó a su esposa de un certero disparo y luego se suicidó de otro. La verdad, comenzar así el año es muy significativo. El feminicidio es una realidad en España. No se hace a través de matanzas indiscriminadas sino gota a gota, paulatinamente, a los ritmos imprevisibles de los conflictos de pareja que el machismo dominante resuelve con frecuencia por la vía del asesinato.
La lucha contra la violencia machista no es sencilla ni será breve. Se requieren muchos más recursos y medios materiales y paciencia para un problema que tiene una vertiente en el sistema de enseñanza, cosa que va de generaciones. Tanto más prolongada cuanto que tropieza con multitud de objeciones desde quienes quieren rebajar la intensidad de la lucha a base de decir que la violencia no es machista sino de género y que lo es contra las mujeres como contra los hombres hasta quienes niegan que haya problema alguno porque el lugar de la mujer es en casa y con la pata quebrada, si es necesario en sentido literal.
FELIZ AÑO A TOD@S L@S LECTOR@S