Con motivo del 12 de octubre, día nacional por ley de siete de octubre de 1987, o sea, ayer, las autoridades españolas montaron el habitual espectáculo de nostalgias imperiales y afirmación patriótica. Como siempre que salen los símbolos a relucir, hay bronca de todo tipo. Se hace el 12 de octubre, día del Pilar y "encuentro" de América. Pero de América no se habla porque los ecos de genocidio que llegan del otro lado saben a cicuta. Se habla, sí de la nación española, cuya fiesta tiene 20 años de tradición. Veinte años para una nación que dice originarse hace 2.000 o, por lo bajo, 500 suena raro.
Parece mentira pero este lío lo había organizado mejor Franco que es de quien, en realidad, se ha heredado esta fórmula sincrética del 12 de actubre nacional. Franco lo había dividido en dos: el día de la Hispanidad, el 12 de octubre y el día de la Victoria, el 18 de julio, que es el equivalente al nacional por entonces porque la Victoria había reconquistado la nación. Y se celebraba con un desfile militar, como correspondía a una dictadura que se había originado en una victoria en la guerra y se mantenía gracias al ejército. A su vez, Franco, había heredado el 12 de octubre como "día de la Raza", cual sigue celebrándose en varios países americanos. Así había rebautizado Alfonso XIII el día de la Hispanidad. Ya se sabe que los términos "raza" e "Hispanidad" han tenido significados distintos. Pero eso es indiferente. Lo curioso es que nunca había habido "día nacional", igual que no hubo hasta muy recientemente, monumento al soldado desconocido y me parece recordar, sin estar seguro, de que la hoy existente se reduce al soldado desconocido de las guerras del África.
La identificación del 12 de octubre con la nación española es bienintencionada. Corresponde al ánimo de aquellos "jóvenes nacionalistas", como llamaba la prensa gringa a los socialistas en los años ochenta. Los mismos que, dando muestras de su progresismo, instituyeron el día del debate parlamentario sobre el estado de la Nación, una mezcla explosiva en estos pagos. La nación es, claro, la española lo cual explica la habitual ausencia de catalanes, vascos y nacionalistas gallegos, que no vienen a bailar al son del pandero hispano. Se consideran naciones a sí mismas. En sus territorios se conoce este debate como debate de política general. Pues la nación española les niega el carácter nacional, ellas se lo niegan a su vez a la española. Y la discordia no solo es inter-naciones sino tambien intra-nación. Pablo Iglesias, el único dirigente que ha tenido el arrojo de no asistir a este coñazo de desfile (apud Rajoy), cuestiona no la nación española sino su forma de entenderla de raíz.
Como se ve, el asunto es el habitual embrollo de esa cuestión esencial del ser de España, asunto que envenena la vida pública española. Por lo demás, que se celebre con el anacronismo de un desfile militar que ya no se sabe a qué gesta se refiere y que ese espectáculo cueste casi un millón € en un país con un salario mínimo de 655,20 € tiñe todo el asunto con el resplandor de los fuegos fatuos.