Dentro de unas horas se escenificará en el Congreso uno de esos actos que los medios llaman "emblemáticos" de la democracia: el debate sobre el Estado de la Nación, quintaesencia en dos largas sesiones del control de la política general del Gobierno y momento aúreo en que este -con notable superioridad de medios por obra del reglamento- explica sus medidas a la cámara y a la opinión pública, las justifica, las legitima y se defiende de las acusaciones y críticas de la oposición. El gobierno a legitimarse y la oposición a deslegitimarlo. Debates, discusiones, diatribas de los que puede salir algo nuevo o inesperado.
Pero no será así. La desnaturalización de la esencia democrática del debate sobre el Estado de la Nación forma parte de la deliberada política del gobierno de reducir el Parlamento a una cámara de aplausos. Y así como Rajoy hurta su presencia siempre que puede, se niega a comparecer o a dar explicaciones, entiende que estos debates de política general son enojosos trámites que es preciso pasar, reduciéndolos a meros ejercicios de falsedad, demagogia, ignorancia de las convenciones democráticas y desprecio por la opinión pública en general y la de los parlamentarios en particular. De hecho, ya suprimió el del primer año con la excusa de que acababa de llegar; el segundo (en realidad, primero), fue pintoresco y el tercero (en realidad, segundo), con la situación mucho peor que hace un año, será de chiste.
Rajoy leerá su discurso de autocomplacencia, pues sigue sin saber hablar sin leer. Y leerá luego el segundo discurso de respuesta al que haga el líder de la oposición mayoritaria. Lo llevará escrito antes de escucharlo, aduciendo que ya sabe lo que dirá el otro. Quiero creer que no sea porque "el otro" le haya facilitado una copia, aunque con esa manía de ser oposición constructiva, a lo mejor se le ha ocurrido.
La primera lectura versará sobre las medidas económicas gracias a las cuales, como es evidente, el país está saliendo de la crisis. Pero es preciso seguir siendo cautos, no echar todavía las campanas al vuelo (aunque razones hay), continuar con las reformas que tan buen resultado han dado. Gracias a la Virgen del Rocío, la del Pilar, la del Amor y Santa Teresa de Jesús. Para el siguiente debate sobre el Estado de la Nación, traerán a Santa Úrsula y las once mil vírgenes. Les harán falta. Aquellos asuntos obstinados cuyos indicadores no obedecen los mandatos celestiales, el paro, por ejemplo, se cargarán en el debe de la herencia recibida.
Luego, cinco minutos para pasar revista a los asuntos menores, todos muy bien encauzados: frente a la corrupción, potente batería de medidas de transparencia que la arrancarán de cuajo y reafirmación de la disposición del gobierno a colaborar con la justicia en el esclarecimiento de los hechos ya producidos. En el episodio de Ceuta, el gobierno ha cumplido la legalidad y quizá cite a su maestro Aznar en situación análoga (aunque no tan brutal): teníamos un problema y lo hemos resuelto. Para Cataluña, un No rotundo, castellano, español. España es una gran nación, la más antigua, según cómputo de su propia cosecha. Punto. Los recortes de todo tipo (salariales, de sanidad, educación y demás servicios públicos, las pensiones, etc.) aparecerán todos bajo el rótulo de sacrificios-que-ya-dan-sus-frutos. El aborto, la Iglesia y la Monarquía, ni mentarlos. Y a sentarse a escuchar las sinsorgadas de la oposición.
Esta lo lo tiene crudo. Diga lo que diga, tropezará con un muro de indiferencia, silencio, hostilidad, desdén y hasta desprecio. La oposición tiene ya interiorizada la idea de que, cuando la derecha se aviene al debate, lo hace por condescendencia, como una concesión al habitual griterío o "algarabía" callejera de los opositores a los que, en el fondo, considera ruines enemigos de la patria. Pero todavía no ha entendido que, además, la derecha no escucha, ni siquiera oye. Respeta el derecho de la oposición a formular sus críticas, pero no se siente en la obligación de escucharla. Son innumerables ya las veces en que, interpelado directamente, Rajoy hace como que no oye, incluso aunque esté escuchando, y no contesta o habla del tiempo.
Por eso, diga lo que diga la oposición no tendrá eficacia alguna. No como si dijera misa (pues en el gobierno habrá algunos que aprovechen para oírla) pero sí como el que canta a la luna. Que poco más es lo que hace. La izquierda a la izquierda del PSOE dispone de poco tiempo y tiene tendencia a plantear asuntos ideológicos, aunque también critica la política económica concreta y sobre todo la social, pero sin gran incidencia. El PSOE, con más tiempo, suele ser más oscilante. Su empecinamiento en ser una "oposición responsable", venga a proponer pactos de Estado, ha desdibujado de tal modo su función opositora que casi la ha aniquilado. Contribuyen a ello los acuerdos básicos en las grandes cuestiones de Estado, la Monarquía, la organización territorial y, presumiblemente, la Iglesia. La abstención hace un par de días ante la petición de dimisión del ministro del Interior habla de entendimiento más allá de lo razonable.
En realidad, de lo único de que cabe debatir es del saqueo a que está sometiéndose España desde hace años, por vías legales e ilegales, con la plena participación del partido del gobierno y del mismo gobierno. Y de la corrupción que los afecta directamente. Es intolerable que la vicepresidenta no dé explicaciones sobre los presuntos sobresueldos que cobra desde 2004. La corrupción, las mentiras, los sobresueldos, las privatizaciones, los expolios, las malversaciones, las cuentas en Suiza. De eso es de lo que hay que hablar en el debate sobre el Estado de la Nación. Hacerlo de otros asuntos es perder el tiempo, es entrar al trapo del habitual discurso triunfal cuajado de mentiras y promesas vanas que nos espeta el líder de un partido que es una presunta banda de malhechores y él mismo está bajo fuerte sospecha de llevar cobrando sobresueldos hace veinte años. No hay que dejarle irse por los cerros de Úbeda de las cifras (falsas), los datos (manipulados), las estadísticas (trucadas) y las habituales trolas. Este gobierno no tiene otra finalidad que encubrir las fechorías realizadas y continuar con el expolio generalizado de los bienes comunes. Pregunten al ministro de Justicia.
Realmente la oposición está desarmada y entregada. Casi se diría que su función es meramente legitimatoria. Ni a presentar una moción de censura se atreve, a pesar de haber amenazado con ello.
(La imagen es una foto de La Moncloa en acceso libre, según su aviso legal).