Lo obvio: la victoria tiene muchos padres; la derrota, ninguno. La derrota es amarga, triste, llena de recriminacions y culpabilizaciones. Es un mal momento y, además, suele personalizarse. La última ha sido cosechada por Zapatero a costa de Rubalcaba, quien ha de cargar con la desagradable tarea de ajustar su organización a una realidad de posibilidades muy menguadas. Por eso tiene tan mala uva la filtración de los datos secretos del ERE del PSOE. Es un golpe bajo, puro juego sucio, patada en la espinilla.
Al prolongado mal trago de la derrota se añade una persistente baja consideración del electorado en sondeos y barómetros que siempre escarban en el mismo doloroso punto: aunque el PP baje en intención de voto, el PSOE no sube. La confianza en Rubalcaba es inferior a la de Rajoy, equivalente político al cero absoluto de los físicos. Y estos asuntos ya son más graves y hacen cundir la desazón en el partido. El proyecto Rubalcaba no está claro, si es que está. El PSOE ofrece una imagen borrosa lo cual levanta críticas y descontentos entre quienes desean poner remedio cuanto antes al marasmo actual.
Formular juicios discrepantes, quizá minoritarios, al menos al principio, en las organizaciones es tarea ardua. Toda organización lleva mal la disidencia. El PP acaba de probarlo expulsando a Juan Morano, senador y militante histórico del partido y pidiéndole que devuelva el escaño aun a sabiendas de que no tiene que hacerlo si no quiere. En verdad, en el PSOE no suelen ser tan drásticos, incluso cuentan con una disidencia institucionalizada, representada mejor o peor en los órganos de decisión; pero la organización no es dadivosa con los discrepantes de la línea de la dirección, incluso cuando no hay línea, como es el caso. Siempre late una sospecha, un poco paranoica, de que toda discrepancia oculta un afán de protagonismo.
Esa es la queja recurrente: el PSOE no da imagen, no da perfil de oposición; no hace propuestas alternativas concretas y no se alza contra las demasías del gobierno con todos los recursos a su alcance. Ciertamente, toma ocasionales medidas, como esa de recurrir la amnistía fiscal a los defraudadores y paralizarla o la fulminante reacción a la presunta filtración de la ministra Báñez si bien esta más parece responder al instinto de supervivencia que a una estrategia de oposición. Pero, por otro lado, que haya sido UPyD quien haya recurrido a los tribunales para encausar a la cúpula de Bankia por presuntos delitos y no el PSOE, habla mucho y bien a favor de la primera y poco y mal del segundo.
Lo único claro hasta la fecha, y reiterado con insistencia por Rubalcaba, es la disposición del PSOE a encontrar una voz común con el gobierno, a llegar con él a pactos de Estado, a respaldarlo en interés general, etc. Hasta Felipe González, el hombre con quien Rubalcaba se forjó como político, le recomienda que no apoye tanto el gobierno del PP. Es algo de sentido común teniendo en cuenta que, casi seguro, el gobierno no se dará por enterado, ninguneará las ofertas de la oposición y, si acaso, se servirá de ellas para desautorizarla.
En la Comunidad de Madrid la controversia en el PSOE es bien clara y se ventila en los medios de esa forma indirecta en que los partidos se enredan en dicusiones internas, aireándolas en en público pero con mala conciencia por hacerlo. Lleva la delantera Tomás Gómez, quien pide un proyecto socialdemócrata claro de izquierda a una dirección a quien eso de izquierda no acaba de sonar del todo bien, pero que conecta con una opinión bastante extendida en las bases y entre el progresismo que suele acompañar al PSOE: es preciso emplear el tiempo en la oposición en recosntruir el mensaje socialdemócrata clásico pero actualizándolo si, por fin, se confirma que hay un nuevo momento socialdemócrata en Europa con Hollande en Francia y, quizá el SPD en Alemania el año que viene. Eso es lo que pide, entiendo, Tomás Gómez y quienes lo apoyen.
La respuesta de la dirección por boca de Elena Valenciano denota una situación de bloqueo mental. Sigue dos líneas de razonamiento. La primera es un argumento ad hominem tan impresentable y absurdo que es de esperar no se repita. De acuerdo con él Gómez pretende sacarse la espina de la derrota electoral, como si el PSOE estatal hubiera ritornato vincitor de las elecciones del 20-N.
La segunda línea argumental tiene más enjundia. Según Valenciano, el discurso de Gómez se dirige a la "izquierda de la izquierda", es decir, como si dijéramos, a IU. En sí mismo ello no sería muy absurdo ya que IU sigue aumentando su intención de voto notablemente. Hay una palmaria radicalización del voto a partir de Grecia en Europa y pretender que ese voto más de izquierda por razón del desastre de la crisis no cabe en el PSOE es contribuir a que este tenga un resultado tan desconsolador como el del PASOK en Grecia. Valenciano contrapone a esa "izquierda de la izquierda" la voluntad del PSOE de ser partido de gobierno, de mayoría por lo cual debe entenderse un partido de centro-izquierda, en donde se supone que se encuentra la mayoría del electorado. Eso era antes de la crisis. Hoy el centro se ha vaciado bastante por la radicalización del voto. De los cuatro millones largos de votos que se le han ido al PSOE la mayoría habrá recalado en la abstención; pero si solo la mitad de estos vuelve al redil en 2016, el PSOE tiene de nuevo perdidas las elecciones.
Porque no es el partido quien debe determinar qué sea la mayoría sino la mayoría quien determine qué sea el partido. Si esto no se ve, no sé yo...