El discurso del Monarca ha acentuado la tradicional union de la Corona con las esencias patrias: 24 de diciembre, como su padre y como su abuelo ideológico; el grupo escultórico de estilo Salzillo; el cuadro de la izquierda, algo como de Correggio y el inevitable retrato de la entrañable familia como-tú-y-como-yo; todo sobre una cómoda de madera noble y herrajes dorados. Detrás del Rey, vestido de paisano para la ocasión, con exquisita gesticulación de manos, un paisaje con aire francés, las flores de Pascua, la bandera española luciendo por donde más loor recibe y la de Europa, cielo estrellado de España. Buena escenificación a la antigua usanza de una España moderna. Ya saben, "todo lo que no es tradición es plagio".
Dijo SM que España debe recuperar su protagonismo en un proyecto europeo. Recuperar, lo que se dice recuperar, como no sea el del siglo XVI/XVII, no se me alcanza ningún otro. Dijo también otras cosas en el antiguo uso de confundir el 24 con el 28 de diciembre. Por ejemplo, eso de salir en defensa de la democracia y en defensa de la igualdad. Él, el Rey.
Y otras sinsorgadas de este jaez que probablemente se le ocurren ya a él solo, sin la ayuda de su amigo de La Moncloa, quien lleva seis años haciendo lo imposible en pro de la democracia y la igualdad. Añadió como colofón una apostilla progresista que debió de redactarle algún miembro de la oposición para probable cabreo del gobierno y delicia de la izquierda dinástica que ve recompensados sus esfuerzos. Aun reconociendo que se ha superado la crisis (como quiere el gobierno), ha señalado los fallos y carencias: las familias, los jóvenes (ni una palabra para los pensionistas), la corrupción (debe de ser la primera vez que se menciona en el contexto), el medio ambiente y la violencia contra las mujeres.
Cada cual es libre de otorgar a las palabras del personaje el valor que le plazca pero son puro relleno. El meollo, el núcleo, el busilis del alegato nativideño es Cataluña. El Rey ha discurseado a, ante, cabe, hacia, sobre, de los catalanes. Pero ya no tan claramente "contra" ellos como en su última alocución, hosca y amenazadora. Tiene gracia que, por la decisión dee TV3 de no emitir el mensaje, los únicos que, si quieren, lo verán mañana o pasado son precisamente aquellos catalanes (audiencia de TV3) a los que el Monarca más encarecidamente se dirigía.
Ya no impone. Ahora implora. No ha rectificado, como le pedía Puigdemont, pero no se ha encastillado en el cumplimiento de la ley del 155. No es mucho, pero tampoco el asunto es importante ya que, con su habitual habilidad, el gobierno ha puesto a la Corona en fuera de juego. El Rey no tiene nada que decir.
Son los políticos quienes han de hablar. Y hacerlo sobre las cuestiones concretas aquí y ahora. El bloque independentista ha ganado las elecciones. Corresponde iniciar los trámites para la constitucion el govern. Para ello, los candidatos electos han de tomar posesión de sus actas en libertad. El gobierno avisa de que, para ser investido (ya lo da por investido), Puigdemont ha de venir a España. Punto este de muy dudosa factura porque, como se sabe, si Puigdemont viene, será inmediatamente detenido. Con conseceuencias imprevisibles porque los jueces españoles lo son. Si hay dudas véase el trato que han recibido los cuatro presos políticos indepes.
Rajoy ya se ha encogido de hombros característicamente al decir que él no controla los procesos judiciales porque en España hay división de poderes, por si la peña lo ignoraba. Palinuro lo advertía hace un par de días: el sistema tiende a ser autopoiético y a autonomizarse. ¿Qué mejor ocasión -y más patriótica- para que los jueces demuestren la independencia de su poder sobre las espaldas de un prófugo?
Llegados a este punto, la situación se ha hecho surrealista. Merkel exige la formación de un govern legítimo (o sea, aceptado por los catalanes) pero el gobierno español no puede garantizarlo porque los jueces no le dejan. Esos jueces que antes le eran tan complacientes. De forma que el Estado español (que ha licenciado al gestor del éxito catalán, Moragas, enviándolo de embajador a la ONU, en donde arreglará el mundo) puede optar entre dos formas de hacer el ridículo: a) desautorizar a los jueces y permitir la formación del govern; b) desautorizar a Merkel y no permitirla.
En cuanto a Puigdemont y los indepes, la euforia del triunfo los ha convertido en una piña. Su comportamiento es coordinado y espontáneo, pues es impensable que se ajuste a alguna previsión en circunstancias imprevisibles. Pero es. Puigdemont mantiene su actitud gaullista de figura emblemática de liberación nacional que, como se ha visto el 21D tiene mucha fuerza. El bloque al interior reafirma que él es su presidente y encara la restitución del govern depuesto por el consorcio del 155. La CUP, adherida al planteamiento mientras esté dé prioridad al eje nacional. Nada más que decir. Algo invencible.
Esa oferta de Puigdemont a Rajoy de encontrarse a dialogar fuera de territorio español tiene la audacia de plantear la relación al nivel casi más alto, de igual a igual, en ejercicio de un mandato democrático de la mayoría del electorado el 21D. Y digo "casi" porque también la plantea, en efecto, al nivel más alto, al de la Corona, cuando recomienda a esta que aproveche la ocasión del mensaje navideño para rectificar. También de igual a igual. Puigdemont actúa como presidente del govern y Jefe del Estado de la República Catalana, en tanto se dilucida constitucionalmente si esta es presidencialista o parlamentaria. Así que, cuando dice que las elecciones del 21D han significado el triunfo de la Republica Catalana sobre la Monarquía del 155, está articulando otro discurso a la nación catalana.
(He pasado el blog al amarillo en reclamación de libertad para los presos políticos).
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