¿Qué tendrá la princesa? Sencillo, una promesa de que en unos días podrá vestirse un lujoso trajecito y ser el centro de la atención en una ceremonia que no entiende ni puede entender, pero que le han dicho que es muy importante. Y, como se lo han dicho sus padres, en quienes ella confía ciegamente, como buena hija, no duda de que lo será. Sea lo que sea, la culpa no será suya.
Va a integrarse ya totalmente en una secta religiosa en la que ingresó en el bautizo y la comunión, dos ceremonias que oficiaron por ella pues ella no tenía uso de razón ni libre albedrío. Por primera vez en su vida va a recibir en su cuerpo la carne y la sangre de su Dios bajo la forma milagrosa de una hostia consagrada. ¿Y quién ha metido estas estupideces en su cabeza? Obviamente sus padres, en uso de su derecho paterno que no es tan bestia como el de la familia romana (cuyo pater podía vender un hijo como esclavo, por ejemplo), pero tampoco se le aleja mucho porque si vender como esclavo un hijo está mal, esclavizarlo espiritualmente a la estupidez para siempre incluso puede ser peor. Pero tienen derecho. Allá ellos con su conciencia, si es que la tienen y no se la administra el cura de turno. Como si quieren educar a sus hijos en la fe de Krishna o en la mormónica o en las prácticas vegetarianas o nudistas. Nada que objetar.
Pero estos padres no son unos padres cualquiera, sino los reyes de España. Lo que ellos hacen tiene una extraordinaria repercusión. La prueba es que una noticia que afecta a su hija es noticia antes de ser noticia, para regalo de las publicaciones de los infragéneros del corazón y prensa lacaya en general. Los reyes son pieza esencial del poderoso engranaje del abuso y secular opresión de la oligarquía nacionalcatólica española sobre este triste pueblo, que todavía no ha conseguido liberarse de estos parásitos a pesar de haberlo intentado un par de veces. Es el círculo vicioso del atraso español: gobiernan los curas porque los gobernados quieren. Parece mentira, pero es así.
En un Estado aconfesional, el Jefe del Estado es muy libre de practicar un culto u otro o ninguno. Pero no como Jefe del Estado, sino como ciudadanos privados, Felipe y Letizia. Pero insistir en que este sea así no solo es iluso sino hasta un poco ridículo. Imposible evitar que en una sociedad mediática deje de funcionar el negocio de la publicidad y la propaganda sobre el que la Iglesia ha montado siempre el suyo: la ostentación, el lujo, el boato. Dios está con nosotros y el Rey nos obedece. Y la prueba la tienen ustedes en el Boletín Oficial del Estado (esa muestra de la racionalidad moderna) en el que un ministro del Rey ordena a los españoles que crean que su dios ha creado el universo, entre otras necedades.
Ignoro lo que pensará esta pareja pero, según todos los indicios, nada. Lo suyo es representar un papel, dejarse llevar por razones y criterios ajenos, carecer de propios. Adaptarse a lo que les dicen y hacer y decir lo que les ordenan en nombre de una interés superior de España que no existe ni ha existido nunca porque esta oligarquía de chupacirios, explotadores y vendepatrias jamás se ha ocupado para nada del bienestar, los derechos y las libertades del pueblo.