En 1945, bajo la dictadura franquista, Antonio Román, director de renombre y veteranía, rodó Los últimos de Filipinas, un film sobre el sitio de Baler, en Luzón, en donde cincuenta soldados españoles resistieron un asedio de más de once meses de los rebeldes filipinos, muy superiores a ellos en número. Lo asediados defendieron su posición (se habían refugiado en la iglesia del poblado) hasta mucho después del Tratado de París, que ponía fin a la guerra hispano-norteamericana y consagraba la pérdida de los últimos jirones del imperio, Cuba, Puerto, Rico, Filipinas, Guam, etc. De hecho, tanto los rebeldes como los yanquies ocupantes y los españoles con mando que quedaban en el archipiélago, enviaron diferentes mediadores a parlamentar con los sitiados, haciéndoles ver que su actitud carecía de sentido, pues el Estado español había entregado Filipinas a los vencedores yanquies. Pero sin conseguir nada. Los tozudos defensores, a las órdenes del teniente Saturnino Martín Cerezo, solo capitularon seis meses después (junio de 1899) cuando se convencieron directamente de que, en efecto, España había perdido las Filipinas en diciembre anterior y los rebeldes combatían ahora contra los ocupantes yanquies. De los cincuenta sobrevivieron 33. Doce murieron de beri-beri, dos fusilados por desertores. Bajas en combate, tres. Se calcula que los caídos filipinos fueron más de 700.
En 1945, la guerra mundial había terminado con la derrota de los nazifascistas aliados de Franco y, aunque el régimen empezó un viraje político subrayando ahora sus méritos anticomunistas, afrontaba lo que sería un largo periodo de aislamiento internacional. Como todo lo que hizo el franquismo, la película de Román, interpretada entre otros por Fernando Rey y Tony Leblanc, tenía una función legitimatoria y propagandista. La resistencia de Baler evocaba la "gesta" del Alcázar de Toledo y presentaba unos heroicos españoles luchando contra unos rebeldes que venían a ser, a su vez, trasunto de los comunistas. El film tuvo un éxito inmenso porque, contra lo que cabía esperar no era un españolada cutre al uso y contaba una historia que, dentro del desastre hispánico finisecular, tenía cierta grandeza. Se basó en un guión de Enrique Llovet, diplomático, intelectual y creador polifacético, dramaturgo, periodista, crítico, novelista, poeta. Un hombre del régimen de Franco, pero con categoría y nivel, y no un propagandista. La película dio título a la gesta filipina que hasta entonces se conocía solo como "el sitio de Baler" y pasó a llamarse Los últimos de Filipinas, expresión que ha enraizado en el acervo popular, aunque muchos que la usan no sepan ya de dónde viene. Igual que la bellísima habanera que escribió también Llovet, Yo te diré, que Nani Fernández canta en la versión de 1945 y en esta Alexandra Masangkay, copla muy conocida en España , aunque no se recuerde para qué fue escrita.
Esta versión de Salvador Calvo, con Luis Tosar de protagonista, reitera la historia de modo fidedigno pues actualmente contamos con bastante bibliografía y es un buen film del género guerra/sitio/heroica defensa. Los exteriores, rodados en Gran Canaria y Guinea con algunos planos aéreos son fascinantes, la tensión y el drama con su multiplicidad de peripecias (epidemia de beri-beri, deserciones, etc) está muy bien contados. La interpretación espléndida.
La historia tiene también elementos críticos con España y su trayectoria que no podía haber en la versión de 1945 y ahora no sería admisible que no aparecieran. La idea de los oficiales y la tropa de estar defendiendo un reducto del imperio está matizada por la conciencia que tienen de ser parte -la más despreciada, ignorada y olvidada- de un engranaje que va camino al desastre por su propia inoperancia. Un diálogo entre el teniente y un soldado extremeño con ambición de llegar a pintor, resume el pensar de aquellos hombres en el que podemos reconocernos los que hemos venido después. "¿Quiere decir que estamos gobernados por traidores?" pregunta el teniente al soldado. "No, mi teniente", dice el soldado, "por traidores, no; por incompetentes".
Y esa es la cuestión. El imperio se perdió porque estaba gobernado por incompetentes. Y no solo en el llamado "desastre" de 1898, sino desde mucho antes, siglos antes. Incompetentes, corruptos, canallas, auténticos idiotas y todos ellos indiferentes a los derechos, la dignidad y el bienestar de los pueblos que una divinidad sardónica puso bajo su jurisdicción. Después de más de cuatrocientos años de echar la culpa del hundimiento del imperio y la decadencia de España a los piratas y bucaneros ingleses, los judíos, los franceses, los protestantes, los herejes, los masones, los comunistas, etc., no es demasiado tarde para que los españoles empiecen a aceptar que sólo ellos, su incompetencia, su autoritarismo, ceguera y orgullo, su falta de conciencia patriótica y nacional españolas, son los responsables de sus desgracias.
1898: los últimos de Filipinas es una metáfora del desastre del 98 y el testimonio de la penúltima pérdida del imperio español... de ultramar. Queda por ver lo que sucederá con el peninsular. Pero lleva el mismo camino y por idénticas razones.