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dimecres, 16 de setembre del 2015

"Fuerte y unida". Sigue el ridículo.

De todos los terrenos en los que este gobierno hace aquello que mejor sabe hacer, esto es, el ridículo, el de los asuntos exteriores se lleva la palma. Para calibrar la importancia internacional de España, su peso en Europa y en el mundo y la altura de su diplomacia echemos unos números. En los siete años de mandato de Obama, este ha hecho, según mis noticias, 89 viajes al exterior, de ellos 17 a países europeos. ¿Cuántos a España? Ninguno. Ha estado cinco veces en Francia, cuatro en Alemania y cuatro en el Reino Unido, dos en la República Checa, en Rusia, en Italia, el Vaticano, Dinamarca, Bélgica y Polonia. ¿Y en España? Jamás. El presidente de los Estados Unidos, el país más poderoso, no ha venido al nuestro nunca en todo su mandato porque no pinta nada en el extranjero. Sí lo ha hecho un vez al menos a Turquía, Noruega, Suecia, Países Bajos y Bélgica y muchos otros países en todos los continentes porque la de los EEUU es una política imperial. Pero España no la ha pisado. Lo cual da una idea del peso de la gran nación en el mundo. También ha estado Obama en Irlanda, Estonia y Portugal. Pero no en España, a pesar de encontrarse a tiro de piedra de Lisboa. Como consolación, vino en algún momento su señora a pasar un par de días en la Costa del Sol y Obama afirma que su intención es visitar nuestro país antes de tomar las de Villadiego en 2017, cosa que no cree nadie.
En relación con los EEUU la diplomacia española es la de Bienvenido Mr. Marshall. Nuestros mandatarios, Rajoy y Felipe VI, han ido cada uno de ellos una vez en visita oficial. De la de Rajoy es mejor no hablar por sentido del ridículo y de la del Rey será mejor no hacerlo por caridad cristiana. Palinuro concluía su post de ayer, Perfilando el voto, con la afirmación de que el monarca va a los Estados Unidos a recibir órdenes, y en ello está este buen señor.
El País, como si fuera El berrido de Villar del Río, trae la noticia en portada a cuatro columnas con la cita que más le interesa literalmente hozando en el mundo de Ubú Rey: "Obama defiende ante el Rey una España fuerte y unida'". Como fórmula gramatical no puede ser más inepta. No es ante el Monarca ante quien debe Obama defender ese deseo que es fervoroso anhelo del Borbón, sino ante el díscolo Artur Mas. Pero como resultado de las gestiones de la diplomacia española, la fórmula es de verdadera risa. Es imposible que el deseo formulado por Obama, como los que el ministerio de Exteriores arrancó con fórceps hace unos días a Merkel y Cameron, sea más escueto y reticente por cuanto España puede ser fuerte y estar unida con o sin Cataluña. La conclusión de que esa fórmula va dirigida contra el independentismo catalán pertenece a la mentalidad delirante del director del periódico, ese demócrata que no deja que la redacción pueda votar sobre su gestión. Lógico, pues, que si no permite votar a los trabajadores de su empresa, menos se lo admitirá a los catalanes.
¿Merece la pena intrigar frenéticamente en las cancillerías para conseguir declaraciones tan sosas, pobres y a regañadientes cuando el precio que se paga es la internacionalización del conflicto? ¿No es la internacionalización de este un objetivo del independentismo catalán? ¿No es ridículo que también lo haga el gobierno central? Ir por los países extrajeros mendigando pronunciamientos de sus mandatarios en contra de ese independentismo es absurdo, miserable y humillante. ¿No ve la diplomacia española que estas fórmulas de cortesía apenas disimulan la convicción de los países extranjeros de que la cuestión catalana es un asunto interno de los españoles? ¿No ve que eso atenta contra la dignidad y soberanía de España que dice salvaguardar ante todo, aunque es evidente que no se le alcanza lo que son?
Es obvio que no, y por eso el berrido de Villar del Río lo trae en portada, cosa que, aunque su director no lo crea, no impresiona a nadie salvo, quizá, a él. Marca España.

dimecres, 15 de juliol del 2015

El peso de España en Europa.


Dicen que la foto de Rajoy en Bruselas se ha hecho viral. No me extraña. Es una imagen impactante a fuer de simbólica. Ahí está solo, a la mesa, hurgando las tripas de su cartera pero mirando enfurruñado a los demás, como si sospechara que se reían de él, cosa que no podía saber porque ignora todas las lenguas vivas excepto la propia y aun en esa tiene dificultades. Las redes, tumultuosos campos de batalla, ponen verde al presidente.
 
Pero eso no es lo peor porque lo mismo le pasaba a Zapatero aunque este, de natural más afable, se quedaba en un rincón, sonriendo beatíficamente. Y antes a Aznar quien, no habiendo aprendido el Queen's English que, según parece, hoy se gasta, para disimular su aislamiento, iba y venía rodeado de hombres con gafas ahumadas y pinganillo, dando a entender que el problema de acceso era de los demás. El único que se salvaba era Felipe González, que hablaba un francés de Lovaina, o sea, medio belga; pero hablaba, se relacionaba, no estaba como uno de sus adorados bonsais, clavado en una maceta. A Suárez no le dio tiempo a viajar allende los Pirineos y al Caudillo se lo había prohibido el médico. Franco debe de ser el único estadista del siglo XX en Europa que jamás visitó otro país del continente, como no fueran las dos reuniones de Hendaya y Bordighera. Ni a Portugal llegó a ir, si no recuerdo mal. De su inglés, en efecto, da prueba el vídeo en el que explica al mundo el glorioso movimiento nacional con la fluidez de Ana Botella en Sao Paulo hablando del relaxing cup of coffee.

En este caso, el problema no es de Rajoy, sino de todos los gobernantes españoles desde tiempos inmemoriales. A Rajoy puede achacársele especial ineptitud, al no haber conseguido para De Guindos la presidencia del Eurogrupo. Que su contrincante obtuviera todos los votos menos uno muestra un error de cálculo tan garrafal que parece delictivo. ¿No había sondeado la diplomacia española los estados de ánimo antes de lanzarse en plancha a ese ridículo? El único voto restante, el español, claro, fue para De Guindos. Y con un canto en los dientes pues, siendo español, pudo haber ido a parar a su adversario Dijsselbloem.

¿Y qué esperaban? El peso de España en Europa es casi nulo. Nunca ha sido considerable, pero hoy es peso pluma; pluma de ganso. Y su manifestación más evidente, esa ridícula incomunicación en que se encuentran siempre en Europa nuestros mandatarios a quien todo el mundo sabe que es inútil dirigirse pues no entienden. La cuestión de las lenguas, además, no es solo simbólica, con serlo mucho, es un handicap material tremendo.

Hubo un tiempo, en los siglos XVI/XVII en que toda persona culta en Europa hablaba español; los autores, dramaturgos, componían en español; se traducían las obras españolas; se dominaban los temas españoles y se entreveraban las creaciones literarias, como se prueba por el Gil Blas de Santillana de Lesage o El Cid de Corneille. Luego en los siglos XVIII y XIX, lo español desaparece por entero de Europa porque España desaparece. Los extranjeros que viajan a la Península en el XIX vienen a la frontera, a tierras exóticas, a una especia de adelantada del Oriente misterioso. Y no consideraban necesario aprender la lengua. Si no yerro mucho el último el dominarla fue Victor Hugo, que estaba aquí por lo que estaba. Y en el siglo XX, black out. España no existe. Los españoles se encuentran con que nadie habla su lengua en el continente y ellos no hablan ninguna otra pues, como todo imperio, se habían acostumbrado a ser entendidos en la suya en todas latitudes. Como los anglohablantes hoy.

Así que los mandatarios españoles en las reuniones europeas no hablan con nadie y andan siempre agarrados al móvil, como despachando asuntos urgentes para disimular. En espera de que den comienzo las reuniones, los protocolos, las intervenciones. Entonces, pillan los auriculares, a ver si se enteran. Para ellos, en su tradición autoritaria, esto es la política: uno habla, los demás se callan; de arriba abajo; o desde un plasma y a distancia. Nada de diálogos y menos en lenguas bárbaras. Para el resto de los europeos, esos momentos formales, de las intervenciones, enmiendas, votaciones, etc no son sino una parte de la política, la de exteriorizar y materializar los acuerdos; la otra parte, la de negociar, debatir los acuerdos, formular propuestas y contrapropuestas, se hace previamente, hablando en torno a unos cafés, de modo cordial, en unas reuniones informales de las que los españoles están autoexcluidos por su ignorancia. Y la consecuencia no es solamente que hagan el ridículo sino que nunca consiguen imponer sus criterios, que pierden siempre en cuestiones de reparto de poder.

El peso de España en la UE es nulo. Todos los países votan en contra de ella en el momento decisivo. De Guindos, probablemente el peor ministro de Economía de la UE, se queda colgado de un solo voto, el de su país. Y lo peor es que no lo supiera de antemano, a tiempo de luchar por sus opciones o de retirar su candidatura para no hacer el ridículo. El país no tiene peso en la UE y no va a ganarlo porque Rajoy asegure en la TV que todos cuentan con él ya que, en realidad, Rajoy no pinta nada fuera de España y dentro, tampoco.