En épocas de crisis no solamente se hunden los valores bursátiles; también lo hacen los morales. Mientras que el primero es causa de ruina de muchos, de estrecheces y penuria, el segundo es aun más grave porque mina el fundamento de un orden civilizado de convivencia, propio de una sociedad abierta. Esta lo es porque tiene capacidad para integrar el pluralismo y la multiculturalidad, signos de nuestro tiempo. La crisis económica puede llevar a los sectores sociales que más la padecen a buscar un chivo expiatorio y suelen encontrarlo en otros grupos más débiles, más desprotegidos, los inmigrantes. Es el caldo de cultivo en que florecen los demagogos, que surgen normalmente en la derecha, aunque también se den a veces en la izquierda.
El ultrarreaccionario dirigente catalán, Josep Anglada, pronunció el otro día un discurso incendiario en plena plaza pública, definiendo su partido como la resistencia secular contra la invasión musulmana y llamando, de paso, ratas de cloaca a los indignados del 15-M. Es un lenguaje típicamente populista con dejes de fascismo que trata de dinamitar la convivencia entre comunidades, que genera violencia y por eso se pronuncia ante auditorios de matones cabezas rapadas que cualquier día de estos pueden cometer una barbaridad.
Arrinconarlo en la extrema derecha no mitiga el carácter corrosivo del discurso de Anglada que prende en lo que se presumía era la derecha civilizada. Ejemplo el oficialmente moderado Durán i Lleida que también se ha subido al carro de los prejuicios en contra de la inmigración de la que dice que hay más de la que debiera haber. Es un propósito profundamente injusto en un terreno filosófico pues presupone que las gentes somos dueñas de los territorios, como si fueran masías y que podemos negar el derecho de libre circulación de las personas. No es seguro, sin embargo, que Durán entienda esta objeción. Sí entenderá, es de suponer, otra de carácter religioso (ya que se trata de una político demócrata-cristiano) según la cual impedir la inmigración, incluso expulsar a los inmigrantes, son actos nada caritativos con el prójimo, concepto esencial en el evangelio que Durán dice profesar.
Más llamativa es la injusticia, para entendernos, económica. Los inmigrantes llegaron cuando el desarrollo del capitalismo español exigía mano de obra para los trabajos que los nativos no querían realizar. Por entonces había pocas proclamas xenófobas (siempre hay irreductibles) y se escuchaban pocos discursos en contra de la inmigración. Amaneció la crisis y quienes habían venido a ocupar los puestos de trabajo que nadie quería pasaron a ser los que venían a robarnos los puestos de trabajo. Es tan injusto que da vergüenza. Y que esa injusticia la abone un político cristiano demuestra que hay derechas e izquierdas hasta en la religión.
Todavía más injusto es que el rechazo a la inmigración se haga confundiendo alevosamente los efectos con las causas. Dice Durán que la presencia de los inmigrantes hace bajar el valor de los inmuebles de la zona y que la asistencia de sus hijos a las escuelas degrada la enseñanza. Ambas cosas son ciertas, como todo el mundo sabe. Pero la culpa no es de los inmigrantes sino de unas autoridades que no aplican políticas públicas de vivienda y educación dentro de las pautas morales de integración y convivencia de nuestra sociedad.
Y la injusticia se hace ya sangrante cuando se recuerda que Durán pertenece a un partido de gobierno de la Generalitat cuyos recortes en políticas sociales no sólo no resuelven aquel problema sino que lo agravan.
Junto a la xenofobia, el racismo. Según Artur Mas, hay sevillanos y gallegos a los que no se entiende cuando hablan castellano o español. Es una observación que podríamos llamar de racismo tónico. El concepto de raza, como casi todos los biológicos, se falsea al aplicarlo al campo social y, si se trata del que pudiera emplearse para distinguir a catalanes, gallegos y andaluces, como se ve, sólo puede justificarse en el acento con el que se habla una lengua común. Hablar de ininteligibilidad de unos u otros acentos es una forma de llamar bárbaros a quienes "no se entiende". No es que Mas no los entienda sino que no se les entiende; que no son inteligibles objetivamente hablando; es decir, como buenos bárbaros, son inferiores.
Avanza igualmente a todo trapo el machismo que, por cierto, también es una forma de racismo: hombre superior y mujer inferior. Como hay ley superior y ley inferior. Será por ese aspecto jurídico por lo que el juez Del Olmo, de la Audiencia de Murcia, acaba de exonerar prácticamente a un hombre acusado de decir a su hijo que verá a su madre en una caja de pino en el cementerio, tras recomendarla que camine "como las zorras", mirando hacia atrás y hacia delante. De inmediato la portavoz del Consejo General del Poder Judicial ha asegurado que comprende que se reaccione con estupor ante la sentencia y, desde luego, que se la critique.
Algo más que criticable; la sentencia es injusta porque implica que no se consideran delito las amenazas de muerte. El juez del Olmo acumula ya una larga historia de exculpaciones y revocaciones a hombres condenados por violencia de género por sostener que, para que la Ley que agrava las penas pueda aplicarse es necesario que se pruebe antes la voluntad de dominación machista. Basa ese criterio an la jurisprudencia del Tribunal Supremo que así lo exige. El problema es que esa voluntad ya está en las relaciones matrimoniales ordinarias que son machistas por tradición y, al pedir que se pruebe de forma especial, lo que se está diciendo es que, para castigar por injurias, violencia o amenazas de hombres contra sus parejas es necesario que haya reiteración. Y eso es precisamente machismo.
Xenofobia, racismo, machismo, tres delitos que, si nos descuidamos, pueden volver a ser virtudes.
(La imagen es una foto de josepaulinog, bajo licencia de Creative Commons).