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dissabte, 3 de setembre del 2016

Odio de madre

Entre los crímenes de Stalin hay dos que afectan a España y/o a los españoles. Por supuesto, hay más, pero estos dos son especialmente repugnantes: los asesinatos de Andreu Nin por agentes soviéticos y quizá también españoles en 1937 y el de Leon Davidovich Bronstein (Trotsky) por Ramón Mercader en México D.F., en 1940. Los dos son atroces y demuestran la profunda inmoralidad y perversión del estalinismo y, por extensión del comunismo. Alguien dirá que se trata de una extrapolación injusta y que una cosa era estalinismo y otra muy distinta el comunismo. No discutiré esta distinción en la que no creo. Me limitaré a señalar un dato pertinente. Stalin, principal beneficiario del asesinato de Trotsky, siendo hombre agradecido, concedió la orden de Lenin in absentia a Mercader mientras este cumplía su sentencia de veinte años en México. Parece bastante odioso otorgar una condecoración a un criminal como premio por su inhumano asesinato, por mucho que este haya beneficiado la causa del condecorador. No obstante también se dirá que, al fin y al cabo, Stalin, ya se sabe, era un asesino y estos entre sí se protegen y premian. No es moralmente admisible, pero tiene su lógica. Sin embargo, al cumplimiento de la condena de Mercader, en 1961, la Unión Soviética le confirió el título de héroe de la Unión Soviética. Y ya no era Stalin, que llevaba ocho años muerto. Eran los comunistas para los cuales, como se ve de forma irrefutable, un asesino puede ser un "héroe".

Los dos crímenes mencionados -Nin y Trotsky- son dos de los episodios más siniestros de la historia del comunismo y, por razón de sus respectivas circunstancias tienen una faceta literaria que ha sido muy explotada y, al menos en el caso de Nin (detenido ilegalmente, secuestrado después, torturado, asesinado y enterrado en algún lugar cercano a Alcalá de Henares) hay suficientes incógnitas para seguir alimentando investigaciones. En el caso de Ramón Mercader, por el contrario, casi toda la historia es conocida, pueden faltar matices y toda información posterior será siempre bienvenida pero, en lo que hace a la cuestión en sí, el caso está cerrado: el Partido Comunista y la GPU o policía política soviética, reclutaron a Ramón Mercader, militante del partido español, para que asesinara a Trotsky, cosa que Mercader hizo clavando una piqueta de alpinista en el cráneo del revolucionario ruso en su casa de Coyoacán, hoy convertida en museo.

Así que la película es una versión cinematográfica más de un hecho que ha sido abundantemente investigado, relatado, novelado y filmado, incluso como documental. La obra de Chavarrías (director y guionista) no se aleja del relato canónico y mantiene un tono medio discreto, tratando de casar dos espíritus, ambientes, relaciones muy dispares. De un lado, el fondo del asunto, esto es, la moral comunista bolchevique tradicional que se basa en una anulación absoluta de los factores individuales de la personalidad que ha de someterse ciegamente a las directrices del "partido". Este ente cuasi mítico, cuyo solo nombre era objeto de veneración por sus militantes, verdaderos creyentes fanáticos, no era otra cosa que la habitual asociacion humana en cuyo seno se ventilaban polémicas y conflictos de intereses personales. Resuelta la controversia, generalmente mediante la purga, la expulsión o el simple asesinato, el vencedor elevaba su consigna a categoría universal dogmática que todo militante debía seguir ciegamente incluso al extremo de asesinar a sus seres queridos o hacerse matar él mismo si el "partido" lo ordenaba.

De otro lado, el director  ha querido dar a la peli una factura de thriller, una obra policiaca, de suspense de un preparativo de un atentado mezclado con un relato de amor de final muy amargo. El obvio intento es aligerar la historia, no incidir demasiado en las miserias del mitificado bolchevismo en acción, ya muy depresiva. Consigue trasmitirnos ese agobiante clima moral del comunismo en las relaciones entre los militantes individuales (a los que cabía asesinar, así como a los enemigos) y el ente abtracto del "partido". Todo ello, a su vez, sin heroísmo alguno, sino en una realidad sórdida como sórdido y vulgar era el propio Mercader. Y lo hace con algunos diálogos muy duros sobre todo entre la madre y el hijo o de este con sus superiores de la GPU. Y también con algún episodio que juzgo invención del director, como el del asesinato del viejo compañero del 5º Regimiento en México, especialmente dramático. La historia de amor entre la infeliz trotskysta neoyorquina y Ramón Mercader (alias Jacques Mornard) que la instrumentaliza para sus fines es muy relevante en el episodio en su conjunto, pero está simplificada en exceso, como también están simplificados los personajes de Trotsky y Natalia Sedova, su mujer. En general, la película parece haber contado con pocos medios para su realización y se resiente de ello. Demasiados interiores y poca acción exterior. 

El mayor acierto del director, a mi juicio, es haber subrayado especialmente la importancia de la madre de Ramón, Caridad del Río, que era la verdadera fanática comunista, incondicional del estalinismo y la que convence, prepara y anima a su hijo a cumplir su misión. Ramón Mercader fue solamente el ejecutor material de un designio que, habiendo nacido en el Kremlin, pasó por el cerebro fanatizado de su madre, en el que solo anidaba un culto idolátrico a Stalin y un odio inextinguible al enemigo de este, Lev Davidovich. Aunque la película no recoge esta posibilidad, ni la insinúa, no está muy claro que Caridad estuviera bien de la cabeza. De hecho, su esposo, de quien se separó, consiguió recluirla en algo como una clínica mental. Pero según la interpertación al uso (con probable influencia comunista) esa decisión fue una especie de venganza del marido.

Los demás elementos de la conocida historia están discretamente tratados. Tampoco acaba de verse con claridad la interpretación que el film hace del fracasado atentado previo a cargo del pintor David Alfaro Siqueiros, y su desarrollo es confuso. Las actividades de los comunistas mexicanos en los años treinta siguieron al pie de la letra -como en los demás países del mundo- los zigzags de la política soviética, las depuraciones, las farsas judiciales de Moscú en 1934, 1936 y 1938, la "lucha" contra el trotskismo, etc. También se echa mucho de menos siquiera fuera alguna referencia a la vida de los Trotsky en México que no consistió solamente en vivir enclaustrados en la casa de Coyoacán. Parece mentira que la peli dure dos horas para lo magro de los contenidos. Tanto los preparativos del atentado (con influencia de los films de espías estilo James Bond) como el romance entre Mornard y Ageloff están sobredimensionados.

La que sí queda clara es la naturaleza esencialmente inhumana, inmoral de la cacareada "disciplina revolucionaria" de los comunistas. Solo por esto merece la pena ver El elegido. 

divendres, 4 de desembre del 2015

Todo el mundo miente.

Eduard Puigventós López (2015) L'home del piolet. Biografia de l'assassí de Trotski. Barcelona: Ara Llibres. (620 págs.)
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El asesinato de Trotsky a manos del comunista catalán/español Ramon Mercader es uno de los acontecimientos contemporáneos sobre los que más se ha escrito. Hay memorias, ensayos, novelas, reportajes, películas para llenar una pequeña biblioteca. Se suma ahora esta biografía del asesino, que es la tesis doctoral en Historia del autor. Es un texto académico, minucioso, sistemático y una verdadera biografía, que narra desde el nacimiento a la muerte del biografiado y, por tanto, un documento que quedará como fuente de información para cuantos se sientan atraídos por el episodio en sí y por la personalidad del asesino. Porque 75 años después de aquel crimen en la casa de Coyoacán, México, D. F., el hecho sigue suscitando vivo interés y mucha curiosidad, como si todavía quedara algo por saber, alguna clave oculta, algún dato que permita interpretar algo tan peculiar como anodino a la par que misterioso, intrigante y revelador dentro de su vulgaridad y su miseria. Como si en el momento culminante, de todos conocido y mil veces relatado,  en que un hombre al servicio de la NKVD, entra en el despacho del viejo revolucionario comunista, último opositor de categoría a Stalin, y lo asesina hincándole un piolet de alpinista en la cabeza, hubiera un misterio oculto que todavía quedara por resolver.

Y, en efecto, así es. Este crítico, sin ir más lejos, que ha leído buena parte (no todo, ni mucho menos) de lo que se ha escrito sobre este asesinato, mantiene una teoría sobre el significado y el alcance del hecho que la lectura de la interesante biografía de Puigventós no ha desbaratado, aunque tampoco confirmado. En definitiva, se trata de un libro académico, una acumulación de datos y hechos, pero con escasa, por no decir nula, intención interpretativa. Y lo fascinante de esta archiconocida historia, precisamente, es su significado, si alguno tiene.

Pero no vamos a adelantarnos. Propondremos nuestra interpretación al final, tras dar cumplida cuenta del libro en comentario que, efectivamente, es una magnífica biografía de corte clásico.

Ramon Mercader nació en Barcelona en 1913. Uno de los cinco hijos del acomodado matrimonio de Pau Mercader y Caridad del Río Hernández. La relación familiar fue tormentosa y terminó en divorcio no sin que antes Pau hubiera recluido a su mujer en un manicomio en 1924/1925 en una cura de desintoxicación de drogas, aunque no esté claro de si realmente se trataba de eso o de apartar a Caridad de las relaciones con elementos anarquistas y radicales catalanes de la época. La mujer no debía estar del todo bien porque tuvo un intento de suicidio en 1928 ya en Francia. Siempre se ha dicho que la acción de Mercader fue movida por su madre, que ejercía una enorme influencia sobre él. Y tal cosa queda atestiguada en el libro de Puigventós en varias ocasiones, aunque no con la fuerza de convicción que cabría esperar. De hecho, tras entrar en la cárcel mexicana convicto y confeso Mercader, la madre se esforzó por sacarlo de diversas formas (interfiriendo asimismo en los intentos en igual sentido de la NKVD que quiso recurrir al soborno (p. 455)) sin conseguir otra cosa que empeorar sus condiciones (p. 477). A partir de ahí las relaciones materno-filiales se deterioraron y, en los últimos años de Caridad, ya casi ni se hablaban (p. 527).  

La juventud de Mercader coincide con la guerra civil y, sobre todo, la guerra civil dentro de la guerra civil en Barcelona en 1937, achacada sobre todo a los anarquistas y trotskistas por los comunistas españoles, entre los cuales se contaban los Mercader, madre e hijo que, habiendo contactado con un agente de la NKVD, el bielorruso Nahum Isakovich Eitingon se pusieron incondicionalmente al servicio de Stalin a su través (p. 83) y del jefe de la organización en España, Alexandr Orlov, uno de los responsables directos del asesinato de Andreu Nin (p. 99). Fue la época en que la III Internacional, al servicio de Stalin, ordenó el exterminio de los trotskistas en todo el mundo como agentes de Hitler y Franco, trola que los Mercader jamás cuestionaron. Tras ser herido en el frente de Aragón, Ramon Mercader pasa a Francia, en donde se pierde su pista un tiempo y el autor opina que estaba siendo adiestrado por Eitingon en la incorporación de una personalidad falsa, el belga Jacques Mornard, sin que de momento se pensara utilizarlo como asesino de Trotsky (p. 174).

Puigventós intercala aquí un documentado capítulo sobre la trayectoria de Trotsky, desde su comienzo en la revolución de 1905 hasta su exilio en Alma-Ata primero, Prinkipo después y el comienzo de su errar por el mundo, siempre perseguido por los esbirros de Stalin: Francia (en donde, al parecer, la NKVD asesinó a su hijo Lev Sedov, tras haber asesinado antes a su nieto Serguei en Rusia), Oslo y, por último, México. El trasfondo, la biografía de Trotsky como comisario de asuntos exteriores (paz de Brest-Litovsk), jefe del ejército rojo, enfrentamiento con Stalin y maniobras de este en contra de los bolcheviques (Kamenev, Zinoviev, Bujarin, Radek, etc.) hasta exterminarlos a todos. El destino de Trotsky. 

En París, Jacques Mornard/Ramon Mercader seducirá a la joven y entusiasta trotskista Sylvia Ageloff, estadounidense de origen ruso, y, tras muchas peripecias, valiéndose de ella, que tenía acceso irrestricto a Trotsky, ya en México, conseguiría llegar hasta él y asesinarlo. En toda esta parte de la vida del revolucionario ruso, ya al final, tiene mucha importancia la rama trotskista en los Estados Unidos, en donde había un Comité de Defensa de León Trotsky y donde también se formó una comisión, presidida por el filósofo John Dewey para examinar las acusaciones de los soviéticos que, por supuesto, llegó a la conclusión de que todas eran maquinaciones de Moscú (p. 215).

El libro concentra el foco sobre este último año de la vida de Trotsky, 1940, para relatar el episodio del primer atentado que sufrió el exiliado a manos de los comunistas mexicanos dirigidos por el pintor David Alfaro Siqueiros. Trotsky tuvo bastante relación con el muralismo mexicano, era amigo de Diego Ribera e incluso tuvo un romance con la mujer de este, la también pintora Frida Kahlo, pues, entre otras cosas, residió una temporada en su casa antes de trasladarse a la de la vecina calle Viena, en Coyoacán, en donde murió y en donde está hoy enterrado junto a su mujer, Natalia Sedova. Este crítico conoce muy bien la casa pues la ha visitado varias veces, siempre en busca de alguna clave que le permitiera entender el crimen que en ella se cometió.

La decisión de asesinar a Trotsky la toma (o la transmite) Eitingon en junio de 1940 en compañía de Caridad Mercader y Ramon (p. 323). Por aquel entonces el Partido Socialista de América, de James Burnham y Max Schachtman se había escindido a raíz de la ocupación rusa de Polonia, Bielorrusia y Ucrania entre la minoría (para la que la URSS había dejado de ser un Estado obrero) y la mayoría, con Trotsky, según la cual la URSS seguía siendo un Estado obrero, aunque hubiera ocupado aquellos países. Burnham y Bruno Rizzi, (en La burocratización del mundo 1939) decían que la URSS había visto una "revolución" de los administradores (la famosa doctrina de Burnham de la managerial revolution)  y le había pasado como a la revolución francesa: había reemplazado una forma de dominación por otra (pp. 334/335). Jacques Mornard que, por entonces se llamaba, Frank Jacson, repentinamente convertido al trotskismo e interesado en esta polémica concreta, se ofreció a escribir un artículo sobre este asunto y enseñárselo a Trotsky. Se titulaba Tercer campo y frente popular (p. 338). Así llegó hasta él y, mientras Trotsky leía la pieza (cuya primera versión no le había gustado nada), lo asesinó. Leonid Eitingon y Caridad Mercader lo esperaban en un auto a poca distancia de la casa, pero tuvieron que irse cuando las cosas se complicaron (p. 373).

El proceso por el asesinato fue largo y estuvo lleno de altibajos y paradojas. Entre otros ejemplos de incidentes y dilaciones, el abogado defensor, Octavio Medellín Ostos, trató de obtener la nulidad de las actuaciones porque, no constando interrogatorio de dos policías que estuvieron en el lugar de los hechos, no se podía saber si, como sostenía la defensa, en realidad el asesinato fue en defensa propia de Mercader, pues fue atacado por Trotsky (p. 430). Siguió siendo Jacques Mornard aunque, según explica Julián Gorkín, su identidad era un secreto a voces, como lo prueba que fuera a verlo a la cárcel Sarita Montiel con su marido, el comunista Juan Plaza (p. 423). La verdadera identidad de Ramon Mercader no se conoció hasta 1950 (p. 445), pero él siguió siendo Jacques Mornard.

El libro vuelve a cambiar de perspectiva cuando Mercader sale por fin de la cárcel en 1960, habiendo cumplido veinte años de prisión, con un pasaporte a nombre de Jacques Mornard, aunque ahora su nacionalidad decía ser checoslovaca (p. 497). Tras una breve escala en Cuba, ya por entonces comunista, Mercader llegó a la Unión Soviética, en donde lo recibió el jefe del KGB,  Alexandr Nicolaievich Shelepin (p. 501). Poco después, el 8 de junio de 1961, se le concedió la medalla de héroe de la Unión Soviética, la Orden de Lenin (p. 503). Al fin al cabo, la NKVD condecoró en 1941 a seis personas que habían tenido directamente que ver con el asesinato de Trotsky, entre ellas, Caridad Mercader, y con el acuerdo de Beria y Stalin (p. 457) 

Mercader seguía siendo un comunista fiel. Las autoridades le dieron un buen piso en una zona residencial y acceso a las tiendas y servicios para cargos importante y extranjeros. Los de PCE también lo acogieron bien y, vista su formación, que había profundizado en la cárcel,  le dieron trabajo en la redacción de la obra colectiva Guerra y revolución en España, 1936-1939 que había de exponer la participación de los comunistas en la guerra civil,  pero su nombre acabó por no aparecer en la redacción final por discrepancias con la dirección del proyecto (p. 513). Para los comunistas españoles, como para los soviéticos, Mercader era un héroe y, al mismo tiempo, un personaje incómodo porque, al fin, era un asesino. El propio Mercader acabó por no sentirse a gusto en la URSS, por distanciarse de su partido, aunque sin articular críticas. Fueron  los años de las purgas en el PCE (Líster, Claudín, Semprún) (p. 532) que dejarían huella. Aunque había adoptado dos niños junto con su esposa, la mexicana Roquelia Mendoza Buenabad, con quien se casó estando aún en la cárcel, suspiraba por marcharse, en concreto a Cuba. 

Fue el propio Fidel Castro quien ordenó que lo autorizaran a ir a vivir allí. La familia lo hizo sin problemas. Al llegarle el turno a su vez, cayó enfermo y estuvo hospitalizado, no pudiendo salir de inmediato. Hubo sospechas de que lo habían envenenado (p. 544). Por último recibió permiso para salir de la Unión Soviética en agosto de 1974. En Cuba le asignaron un chalet en la colonia Miramar, barrio residencial (p. 546). Allí vivió, rodeado de comodidades, complementadas con un trabajo más o menos ficticio de "asesor" en el Ministerio del Interior, a donde iba cuatro horas todos los días. Hasta el final hizo vida bajo el nombre de Ramón López (p. 549). Murió de un cáncer de huesos o de las complicaciones derivadas de él y, lógicamente, resurgió la teoría del envenenamiento, por lo demás poco probable (p. 565). Está enterrado en Moscú.

El autor añade algunas reflexiones finales sobre Ramón Mercader. En su opinión, no fue escogido al azar para su tarea de asesino sino porque en él coincidían elementos que lo hacían idóneo, entre ellos el hecho de ser de lengua española (p. 580) y de estar totalmente entregado a la causa comunista.

Justamente aquí es donde, a modo de colofón, el crítico apuntará su interpretación. ¿Qué sentido tenía, qué beneficio para la oligarquía estalinista asesinar a un hombre huido de la URSS, a más de 10.000 kilómetros, exiliado, derrotado, rechazado de todas partes y que no podía hacer daño alguno? ¿Por qué exponerse a la condena mundial con un crimen cuya autoría intelectual acabaría descubriéndose y acumulando más desprestigio sobre la Unión Soviética como una dictadura cruel, vengativa y sanguinaria? ¿Tanta fuerza tenía el odio de Stalin, su inquina particular hacia una personalidad mucho más brillante que la suya y con una ejecutoria de revolucionario auténtico?

El crítico sostiene que este asesinato quizá pueda explicarse recurriendo a consideraciones sociales y políticas, sin olvidar, por supuesto, los factores personales. Y la primera de todas es el valor simbólico del hecho. Trotsky tuvo siempre fuerza y personalidad propia en la revolución soviética. Sus relaciones con Lenin eran más de igual a igual que las de los bolcheviques, empezando por el propio Stalin. De hecho, en la escisión de 1903, Trotsky se unió a los mencheviques y, al comienzo de la revolución de 1917, es claro que las famosas Tesis de abril, de Lenin, que impulsan la revolución hasta la toma del Palacio de Invierno, siguen la teoría trotskista de la revolución permanente. Trotsky, en realidad, era otro Lenin. Mientras él viviera, a pesar de Kronstadt y a pesar de todo, el espíritu soviético original subsistiría y serviría como espejo en el que podría observarse la degeneración del comunismo estalinista. Solo eliminándolo personalmente se apagaría la luz bolchevique, se legitimaría la dictadura de Stalin y su doctrina del socialismo en un solo país se impondría a la vigencia de la revolución permanente. Por descontado, esa eliminación serviría para dar una lección en el interior de la Unión Soviética y terminar de aterrorizar a cualquier núcleo de oposición que se organizara.

Con su piolet, Ramon Mercader no acabó solo con la vida de Leon Trotsky, sino con su símbolo y su doctrina.

Por supuesto, tiene razón Puigventós al decir que Mercader no fue escogido por casualidad. La influencia de la madre, Caridad Mercader, fue decisiva. Una de las conclusiones de las abundantes pruebas psicológicas y psiquiátricas a que se sometió a Ramon fue que tenía un fortísimo complejo de Edipo (p. 411). No obstante, el mismo autor reconoce que, entre las filas comunistas de entonces se hubieran encontrado abundantes voluntarios para llevar a cabo aquel crimen. Recoge una idea de Teresa Pàmies, comunista estalinista de primera hornada y esposa de Gregorio López Raimundo, el secretario general del PSUC, en el sentido de que, en aquella época cualquier militante comunista se hubiera prestado a la misión de matar a Trotsky (p. 381). El más alto honor de un comunista era obedecer ciegamente las órdenes del camarada Stalin.

La historia se complica extraordinariamente por su origen en el curso de la guerra civil española y su involucración con las actividades del PCE, la NKVD y la Unión Soviética, un sórdido mundo de maniobras oscuras, agentes dobles, espionaje, denuncias, ejecuciones extrajudiciales, secuestros, fusilamientos, juicios farsa, torturas, desapariciones, purgas, expulsiones: la historia del comunismo "realmente existente". Informa el autor de que la investigación de la vida de Ramon Mercader fue difícil porque, como dice Leonardo Padura, (el autor de  El hombre que amaba a los perros),  es una historia en la que todo el mundo miente (p. 584). Un rasgo característico de las muchas otras historias que afectan a los comunistas de la mayor parte del siglo XX, desde la del espía Willy Münzenberg a la de la deposición de Dubcek tras la primavera de Praga, pasando por las fosas de Katyn, la huida de Victor Kravchenko o la destitución de Gorbachov. Historias en las que todo el mundo miente.