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dissabte, 3 de setembre del 2016

Odio de madre

Entre los crímenes de Stalin hay dos que afectan a España y/o a los españoles. Por supuesto, hay más, pero estos dos son especialmente repugnantes: los asesinatos de Andreu Nin por agentes soviéticos y quizá también españoles en 1937 y el de Leon Davidovich Bronstein (Trotsky) por Ramón Mercader en México D.F., en 1940. Los dos son atroces y demuestran la profunda inmoralidad y perversión del estalinismo y, por extensión del comunismo. Alguien dirá que se trata de una extrapolación injusta y que una cosa era estalinismo y otra muy distinta el comunismo. No discutiré esta distinción en la que no creo. Me limitaré a señalar un dato pertinente. Stalin, principal beneficiario del asesinato de Trotsky, siendo hombre agradecido, concedió la orden de Lenin in absentia a Mercader mientras este cumplía su sentencia de veinte años en México. Parece bastante odioso otorgar una condecoración a un criminal como premio por su inhumano asesinato, por mucho que este haya beneficiado la causa del condecorador. No obstante también se dirá que, al fin y al cabo, Stalin, ya se sabe, era un asesino y estos entre sí se protegen y premian. No es moralmente admisible, pero tiene su lógica. Sin embargo, al cumplimiento de la condena de Mercader, en 1961, la Unión Soviética le confirió el título de héroe de la Unión Soviética. Y ya no era Stalin, que llevaba ocho años muerto. Eran los comunistas para los cuales, como se ve de forma irrefutable, un asesino puede ser un "héroe".

Los dos crímenes mencionados -Nin y Trotsky- son dos de los episodios más siniestros de la historia del comunismo y, por razón de sus respectivas circunstancias tienen una faceta literaria que ha sido muy explotada y, al menos en el caso de Nin (detenido ilegalmente, secuestrado después, torturado, asesinado y enterrado en algún lugar cercano a Alcalá de Henares) hay suficientes incógnitas para seguir alimentando investigaciones. En el caso de Ramón Mercader, por el contrario, casi toda la historia es conocida, pueden faltar matices y toda información posterior será siempre bienvenida pero, en lo que hace a la cuestión en sí, el caso está cerrado: el Partido Comunista y la GPU o policía política soviética, reclutaron a Ramón Mercader, militante del partido español, para que asesinara a Trotsky, cosa que Mercader hizo clavando una piqueta de alpinista en el cráneo del revolucionario ruso en su casa de Coyoacán, hoy convertida en museo.

Así que la película es una versión cinematográfica más de un hecho que ha sido abundantemente investigado, relatado, novelado y filmado, incluso como documental. La obra de Chavarrías (director y guionista) no se aleja del relato canónico y mantiene un tono medio discreto, tratando de casar dos espíritus, ambientes, relaciones muy dispares. De un lado, el fondo del asunto, esto es, la moral comunista bolchevique tradicional que se basa en una anulación absoluta de los factores individuales de la personalidad que ha de someterse ciegamente a las directrices del "partido". Este ente cuasi mítico, cuyo solo nombre era objeto de veneración por sus militantes, verdaderos creyentes fanáticos, no era otra cosa que la habitual asociacion humana en cuyo seno se ventilaban polémicas y conflictos de intereses personales. Resuelta la controversia, generalmente mediante la purga, la expulsión o el simple asesinato, el vencedor elevaba su consigna a categoría universal dogmática que todo militante debía seguir ciegamente incluso al extremo de asesinar a sus seres queridos o hacerse matar él mismo si el "partido" lo ordenaba.

De otro lado, el director  ha querido dar a la peli una factura de thriller, una obra policiaca, de suspense de un preparativo de un atentado mezclado con un relato de amor de final muy amargo. El obvio intento es aligerar la historia, no incidir demasiado en las miserias del mitificado bolchevismo en acción, ya muy depresiva. Consigue trasmitirnos ese agobiante clima moral del comunismo en las relaciones entre los militantes individuales (a los que cabía asesinar, así como a los enemigos) y el ente abtracto del "partido". Todo ello, a su vez, sin heroísmo alguno, sino en una realidad sórdida como sórdido y vulgar era el propio Mercader. Y lo hace con algunos diálogos muy duros sobre todo entre la madre y el hijo o de este con sus superiores de la GPU. Y también con algún episodio que juzgo invención del director, como el del asesinato del viejo compañero del 5º Regimiento en México, especialmente dramático. La historia de amor entre la infeliz trotskysta neoyorquina y Ramón Mercader (alias Jacques Mornard) que la instrumentaliza para sus fines es muy relevante en el episodio en su conjunto, pero está simplificada en exceso, como también están simplificados los personajes de Trotsky y Natalia Sedova, su mujer. En general, la película parece haber contado con pocos medios para su realización y se resiente de ello. Demasiados interiores y poca acción exterior. 

El mayor acierto del director, a mi juicio, es haber subrayado especialmente la importancia de la madre de Ramón, Caridad del Río, que era la verdadera fanática comunista, incondicional del estalinismo y la que convence, prepara y anima a su hijo a cumplir su misión. Ramón Mercader fue solamente el ejecutor material de un designio que, habiendo nacido en el Kremlin, pasó por el cerebro fanatizado de su madre, en el que solo anidaba un culto idolátrico a Stalin y un odio inextinguible al enemigo de este, Lev Davidovich. Aunque la película no recoge esta posibilidad, ni la insinúa, no está muy claro que Caridad estuviera bien de la cabeza. De hecho, su esposo, de quien se separó, consiguió recluirla en algo como una clínica mental. Pero según la interpertación al uso (con probable influencia comunista) esa decisión fue una especie de venganza del marido.

Los demás elementos de la conocida historia están discretamente tratados. Tampoco acaba de verse con claridad la interpretación que el film hace del fracasado atentado previo a cargo del pintor David Alfaro Siqueiros, y su desarrollo es confuso. Las actividades de los comunistas mexicanos en los años treinta siguieron al pie de la letra -como en los demás países del mundo- los zigzags de la política soviética, las depuraciones, las farsas judiciales de Moscú en 1934, 1936 y 1938, la "lucha" contra el trotskismo, etc. También se echa mucho de menos siquiera fuera alguna referencia a la vida de los Trotsky en México que no consistió solamente en vivir enclaustrados en la casa de Coyoacán. Parece mentira que la peli dure dos horas para lo magro de los contenidos. Tanto los preparativos del atentado (con influencia de los films de espías estilo James Bond) como el romance entre Mornard y Ageloff están sobredimensionados.

La que sí queda clara es la naturaleza esencialmente inhumana, inmoral de la cacareada "disciplina revolucionaria" de los comunistas. Solo por esto merece la pena ver El elegido. 

dilluns, 13 de juny del 2016

La locura es individual

A la vista de la matanza de Orlando, ¿tiene sentido acordarse de la perpetrada por Anders Breivik, el nazi noruego, en Oslo, en 2011 y por unos terroristas islamistas en París en 2015? Setenta y siete personas murieron en la primera ocasión. Eran, creo recordar, gentes de una organización juvenil socialdemócrata en un campamento de verano. En el caso francés unas gentes que estaban divirtiéndose en unas salas de fiestas, más de 120 muertos. Y nada que ver con un club gay en Orlando, Florida. Nada es nada. No hay pauta, no hay "método en la locura", como pensaba Polonio de Hamlet. No hay más que una persona toma una decisión que acaba con la vida de otras. Y esa decisión la toma por su cuenta y bajo su responsabilidad.

Para mayor complicación, aunque lo más sencillo y frecuente es que se considere locos a los asesinos, que "se les ha ido la olla", no tiene por qué ser así. Aunque fastidie reconocerlo. No podemos saber cómo era el autor Omar Siddique Mateen porque está muerto. Pero sí sabemos cómo está Anders Breivik. Por cuanto puede verse es una persona cuerda; parece ser autoritario, pero eso no es un delito; muchos lo son, sin llegar a abrir fuego sobre una muchedumbre. Puede estar poseído de una manía de erostratismo, pero eso no explica por qué le da por asesinar a sus semejantes en lugar de volar el Taj Mahal, por ejemplo.

El autor pude haber actuado siguiendo algún mandato que juzga superior. Es posible. En algún sitio he leído que uno de estos curas musulmanes anda diciendo a gritos que los gais deben perecer. También es posible. Algo similar dice el Cardenal Cañizares en España. Cierto que Cañizares no desea ni ordena la muerte de ningún gay, pero es que eso, por ahora, es delito. Habría que saber la opinión de Cañizares si no lo fuera. Y, en el caso de Breivik, quizá no habrá voz clerical alguna representante de la Valhalla que ordene expresamente acabar con los socialdemócratas en un campamento de verano. Como tampoco parece que a algún clérigo musulmán francés haya predicado la necesidad de dar muerte a la gente que se divierte en una discoteca. Pero el dicho Breivik puede creer que esa orden está implícita en su forma de entender la vida del nazi ario puro, como los ocho terroristas parisinos pueden pensar que solo se es verdadero creyente cuando se asesina a los no creyentes. Son conclusiones que alcazan por su cuenta. 

Haya o no haya las voces, molestarse en encontrar la justificación causal de un crimen en una ideología, religión o concepción colectiva del tipo que sea, es perder el tiempo. Sobre todo si se hace con ánimo de prohibir luego estas creencias colectivas. Las creencias no pueden prohibirse. Sí pueden sus manifestaciones prácticas, objetivas, pero no en su pura actividad subjetiva.

Los responsables de sus actos son en primer lugar (y muchas veces único, aunque no siempre) los individuos. Esto es, el terreno de lo desconocido. Nunca sabremos cómo van a reaccionar los demás a nuestros actos, incluso a nuestros no actos, a nuestra mera presencia en el mundo. En la inmensa mayoría de los casos sí decimos saberlo porque damos por bueno el instinto y sentido de supervivencia en nosotros mismos y en los demás. Pero eso no es saber y, además, no funciona siempre. La ruptura del sentido de supervivencia propio o ajeno no puede darse por imposible con aboluta seguridad. La baja probabilidad del asunto no quiere decir nada desde un punto de vista moral: un solo caso entre millones plantea el mismo problema de comprensión que si fueran muchos más.

El bajo índice de probabilidad del crimen, desde el punto de vista jurídico puede servir para calibrar la intensidad de la respuesta y dictar las normas generales que parezcan más adecuadas a la opinión pública.

Pero locos que aprieten el gatillo en una concentración de gente habrá siempre. 

dijous, 17 de desembre del 2015

La violencia en España.

Ayer murió otra mujer, presuntamente asesinada a cuchilladas por su marido en Zaragoza. No sé qué ministerio dice que van más de cincuenta asesinadas este año. 814 en los últimos 12 años. Es lo que se llama feminicidio. Ignoro si hay estadísticas de cuántos hombres han muerto en este mismo periodo a manos de sus mujeres pero no creo que lleguen a la media docena. Reténgase el dato para hablar luego de equiparar la violencia contra las mujeres con la que estas puedan hacer a los hombres.

La víctima era de 44 años y el victimario de 49. La pareja no tenía hijos. Fueron los vecinos quienes avisaron a la policía al oir gritos y ruidos de discusión muy violenta. No constaba denuncia alguna previa por malos tratos pero, según parece, la víctima había iniciado los trámites para el divorcio. Obviamente, algo intolerable para un machista que considera su esposa una propiedad suya,  como sus zapatos, más o menos a la altura de estos; y sería insólito que los zapatos quisieran divorciarse. Por cierto, extraño que aún no haya aparecido algún obispo diciendo que lo mejor para acabar con la violencia machista es volver a prohibir el divorcio, como en tiempos del bendito Franco, al que llevaban bajo palio.

Este nuevo crimen machista ha provocado cierta conmoción en la opinión pública. Ha habido mucha condena en los ambientes feministas, y las minorías de género. También algunos políticos han manifestado su pesar y creo que la autoridad competente ha ordenado que haya tres días de duelo oficial en la capital aragonesa. ¡Qué menos se merece la asesinada! 

Los ciudadanos no deben caer en la trampa de singularizar el caso. Los partidos son muy conscientes de que se trata de un problema social y complejo que nos afecta a todos y a todas. Sobre todo a todas. Por ello, hay que ver qué medidas concretas proponen aquellos, los principales agentes políticos.

En el PSOE, Sánchez propone que cada asesinato machista lleve aparejado un funeral de Estado. Seguramente las víctimas estarán encantadas de emprender el viaje al más allá acompañadas por las salvas de rigor y una banda interpretando Pompa y circunstancia.

En Podemos se esmeran y proponen un pacto de Estado en contra de la violencia machista. Ahí es nada. Además, será un pacto con espadas para que no se quede en meras palabras, como avisaba Hobbes. Un pacto que dirá, es de suponer, lo mismo que el Código Penal.

Los de ciudadanos quieren equiparar penalmente la violencia machista contra las mujeres con la de las mujeres contra los hombres. A primera parece absurdo y a segunda, también. ¿En qué mejora la condición de las víctimas el que se castigue a las victimarias tanto como a los victimarios?

En el caso del PP, el asunto va más en serio porque, además de decir lo que le preocupa la violencia machista, hace cosas. Por ejemplo, recorta los fondos destinados a la ejecución de la Ley contra la violencia de genéro. Suena contradictorio pero sin duda Rajoy explicará que la razón es muy sencilla: a menos fondos, menos violencia de género.

Así están en verdad las cosas. Esta es la reacción que cabe esperar de las autoridades frente al drama que viven no solamente las víctimas reales sino las potenciales. Potenciales son todas las mujeres que experimentan en mayor o menor grado el temor de ser víctimas reales. Imposible conocer su cantidad pero, sin duda, es alta. Un temor que los hombres no experimentan o, si lo hacen, es en un porcentaje infinitesimal respecto a las mujeres.

Eso es lo que quiere decir el concepto de violencia estructural, la que ejerce una sociedad patriarcal sobre las mujeres, una presión enorme a lo largo de todas sus vidas, desde la cuna a la tumba y que los hombres solo se toman en serio cuando salta la sangre.

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Ayer, un adolescente arreó un puñetazo al presidente de los sobresueldos en Pontevedra porque este, por necesidades de la campaña electoral, salió a mezclarse con su amado pueblo como hacía Harún al Raschid en las 1.001 noches. He preferido glosar el caso de la violencia machista porque estoy seguro de que los medios hoy solo hablarán de la castaña a Rajoy. Habrá desde quienes hagan chistes en Twitter hasta quienes se indignen como juanes bautistas contra todo tipo de violencia y mucho más contra los chistosos, pasando por quienes echen la culpa a Sánchez por haber llamado indecente al indecente. La oleada de hipocresía y fariseísmo pretende convertir un hecho lamentable, circunstancial, anecdótico, irrelevante, producido por un descuido de los guardaespaldas en una categoría moral por la relevancia de la personalidad, mientras que la categoría del hecho regular, producido por la acción de un hecho estructural como la violencia machista, desaparece de la atención pública.

En román paladino: Rajoy puede contarlo; la mujer de Zaragoza, no.

diumenge, 10 de novembre del 2013

Contra el olvido.


Aitor Fernández (2013) Vencidxs (359 págs.). Barcelona: Date cuenta.



Merodeando por la red, hace unas semanas encontré un crowdfunding en donde se pedía dinero para un proyecto de recuperación de memoria histórica. Debí de dar lo que se pedía porque hace dos días me llegó el foto-libro Vencidxs llamándome "mecenas", seguramente una categoría de clasificación de quienes contribuyen económicamente al proyecto.

Lo importante es el proyecto, ahora hecho realidad además de con el libro, con un vídeo y una página web. Cuatro años costó al fotoperiodista Aitor Fernández y un equipo de colaboradores que trabajaron altruistamente para recoger cien testimonios directos de otras tantas víctimas de las represión franquista, bien en la retaguardia durante la guerra, bien en toda España al concluir aquella. Son todas gentes muy mayores, actogenarios, nonagenarios, algún centenario. Varios han fallecido desde que se inició este proyecto de rescate de la memoria de uno de los episodios más siniestros de la historia de España, lo cual solo testimonia la urgencia de emprenderlo y el mérito de quienes lo han hecho sin subvenciones públicas o privadas, simplemente con sus medios y lo recaudado a través del crowdfunding

El libro tiene una parte gráfica y otra de relato. La gráfica es una serie de excelentes fotografías tipificadas: primeros planos de rostros muy ancianos y, muchas veces, también primeros planos de sus manos, ocasionalmente otras fotos relacionadas con el tema (huesos en fosas, por ejemplo) y fotografías de época, aportadas por los entrevistados, imágenes de hace setenta, ochenta años, jóvenes sonrientes, milicianos, padres, madres, hermanos, abuelos. A su vera, como colgados de las imágenes los relatos, las narraciones en primera persona de este centenar de hombres y mujeres, la mayoría de los cuales tiene padres, madres, tíos, hermanos asesinados y enterrados en las cunetas. Son gentes sencillas, procedentes de pueblos de toda España, gentes que han vivido tragedias, auténticos infiernos, y han pasado su vida calladas hasta que por fin han superado el miedo y han hablado. Algunos de ellos, bastantes, por cierto, ya habían publicado sus memorias, sus testimonios, a veces a su propia costa. Uno la tiene colgada en la red. Tal era su conciencia de haber sido testigos de algo atroz, tan espantoso que no podían permitir que cayera en el olvido.

Porque los relatos tienen estremecedoras coincidencias, una extraña uniformidad que delata cómo las represalias de los vencedores sobre los vencidos, sus sevicias, crueldades y crímenes, no eran hechos ocasionales, fortuitos, inconexos. Al contrario, respondían a un plan fríamente elaborado (tenemos las notas del general Mola para probarlo) de terror y exterminio de los adversarios políticos, entendiendo por tales todos quienes estuvieran a la izquierda de la Falange y la Comunión tradicionalista. O sea, un genocidio. Ese es el inmenso valor de este trabajo, documentar fehacientemente un genocidio.

Los elementos comunes a los relatos son: denuncias anónimas, por odio o por envidia; detenciones arbitrarias; humillaciones públicas (pelo al cero a las mujeres, aceite de ricino), violaciones, palizas, torturas, "sacas", "paseos", fusilamientos. En muchos casos queda constancia de cómo los curas señalaban a las víctimas e, incluso, participaban en su asesinato. Tratamiento inmisericorde de los vencidos, a los que había que dar un escarmiento que durara generaciones (como dura, de hecho), un régimen de terror del que no escapaban las mujeres ni los niños.

Una de las cuestiones irresueltas de la transición es qué hacer con las víctimas del franquismo, las únicas que no tienen reconocimiento ni reparación; las únicas a las que no se hace justicia. Confrontada con su responsabilidad, a título de herencia, la derecha se obstina en ignorar el pasado, sosteniendo que removerlo es reabrir "viejas heridas". En realidad es su procedencia franquista la que se lo impide. La iglesia tampoco reconoce su culpabilidad en los crímenes y, como si quisiera aturdirse, sigue consagrando mártires de su bando a cientos, con espíritu de guerra civil nuevo.

El gobierno de Rajoy hace saber a la ONU que no tiene por qué investigar los crímenes del franquismo ya que, sobre estar prescritos, han sido amnistiados por la Ley de Amnistía de 1977. Precisamente es el argumento que emplea para explicar por qué no se adhiere a la Convención de la ONU de 1968 sobre la Imprescriptibilidad de los Crímenes de Guerra y de los Crímenes de Lesa Humanidad. Está mal que el gobierno no se adhiera a ese texto pero no puede olvidarse que los socialistas tuvieron veinte años para hacerlo y no lo hicieron.

Para cuando llegue el momento de que tales hechos puedan verse en un tribunal de justicia (como parece está pasando en la Argentina) este libro será una pieza acusatoria clave. Ya es un baluarte contra el olvido con su tupida red de historias de gentes del campo, peones, albañiles, maestras, dependientes, sirvientes, costureras, jornaleros, anarquistas, comunistas, socialistas, republicanos; suena como una coral del agravio silencioso, largos años contenido, un lamento colectivo de vivos y muertos, que no debe caer en el olvido. Que no caerá en él. 

Es nuestro pasado. Son nuestras raíces, regadas con sangre.

dilluns, 28 de febrer del 2011

Yoyes y Txelis, laberintos de la locura.

El que ordenó el asesinato de Yoyes, José Luis Álvarez de Santacristina, quiere ahora pedir perdón a la familia. Es un gesto que indica arrepentimiento. Pero Santacristina lleva muchos años arrepentido, ya no es de ETA y predica el abandono de las armas. ¿Qué añade el pedir perdón? ¿Qué significa perdonar? Al parecer no sentir animadversión hacia el causante del daño, el perdonado. Eso es harto difícil. El directamente agraviado no puede; los familiares y amigos probablemente no quieran. Sólo puede perdonar Dios, que no existe.

Tampoco está claro que el perdón sirva de algo al culpable. Quizá lo ayude a recuperar cierta paz interior, pero será por poco tiempo ya que seguirá presente el dolor por haber causado un daño irreparable. Así que perdonar es como verter una botella de aceite en la mar embravecida.

Cierto, es un gesto y tiene su valor simbólico que es por donde interesa analizarlo. Santacristina pide perdón en realidad para su alter ego, para Txelis, para otro que ya no es él porque ha cambiado, como cambiamos todos los seres humanos. Como cambió González Catarain. Sólo que a ella la mataron por cambiar. Y el que la mató ha cambiado tanto que ahora pide perdón por el crimen. Crimen ritual, crimen de secta. Yoyes no fue la primera asesinada por traidora; antes lo había sido Miguel Solaun por idéntico motivo. Traición. Es lo que el Estado al que ETA combate a su vez llama "alta traición". Porque ETA quiere ser un Estado en la sombra. Por eso hace justicia a su modo.

Aquí lo que puede verse es el terrorífico poder de las ideologías al que muchos se entregan como quien se entrega al diablo. Ideologías, esto es, discursos que formulan juicios genéricos en virtud de abstracciones como la nación, la raza, la clase, el credo pero que tienen un enorme impacto sobre la vida de las gentes concretas, generalmente destructivo. Y son ideologías porque justifican ese impacto en función de elevados valores. En nombre de una quimera llamada Patria Kubati descerrajó tres tiros a Yoyes en presencia de su hija de tres años. Un tiro por año.

Ese momento físico, irrepetible, del asesinato lo ha convertido en materia de creación artística. Hay una película de Yoyes y ella misma es un icono de una cultura de resistencia que se manifiesta poco. Pero lo más claro del episodio del asesinato y la petición de perdón veinticinco años después es que las ideologías son estados de enajenación mental, los discursos de la locura. La nación, la raza, la clase, la religión... ideas asesinas. ¿Cómo se puede matar a otra persona aduciendo que se ha traicionado a sí misma y al pueblo vasco? Lo del pueblo vasco tiene un pasar, lo de la traición "a sí misma" indica un grado profundo de demencia.

(La imagen es una foto de elmejorcinedelcable.blogspot.com, bajo licencia de Creative Commons).

dijous, 14 de maig del 2009

ETA y Carrero Blanco.

El domingo pasado, en unas declaraciones en Granada, el novelista inglés Martin Amis afirmó que habría que agradecer a ETA que atentara contra Carrero Blanco. Desde ese día estoy esperando a ver qué reacciones suscita una afirmación tan provocativa, tan sin ambages, tan directa y patente. Pues bien: ninguna; al menos ninguna que yo haya visto. Silencio denso y profundo. Los gacetilleros, plumillas y columnistas que tachonan los medios con la densidad de las estrellas el cielo, de ordinario vocingleros y parlanchines, han dado la callada por respuesta. Creen, probablemente, que es lo más prudente.

Sin embargo, la observación de Amis plantea una cuestión que afecta al modo en que el saber convencional de historiadores y cronistas entiende la transición. Viene a decir que si ETA no hubiera asesinado al Almirante, a saber lo que hubiera sido la ejemplar transición democrática española. De entrada cualquiera que conozca el paño se malicia que a Carrero presidente del Gobierno, el muy demócrata Rey Juan Carlos no le hubiera tosido y mucho menos se hubiera atrevido a ponerlo en la calle como hizo con Arias Navarro, Carnicerito de Málaga. Es decir, ETA eliminó uno de los principales obstáculos al restablecimiento de la democracia en España. En consecuencia tiene razón Amis y a fuer de nobles hemos de agradecérselo.

Ante algo tan trascendental el silencio de los opinion makers resulta incomprensible. Podría entenderse, en efecto, como una reacción prudente ante lo que cabe considerar como una injerencia intolerable de un extranjero en los asuntos internos patrios. Pero algo así es muy improbable en un país acostumbrado a conocerse en buena parte por lo que los afuereños le cuentan de sí mismo.

Entonces, ¿qué? En realidad no se dice nada por canguelo o, si se quiere, por cautela que es lo mismo pero en fino. Los comentaristas y analistas de derecha, verdadera turbamulta, creen que el asesinato del Almirante fue un acto execrable, penalmente perseguible y condenable como se debe con todo el peso de la ley, tanto como los asesinatos posteriores de guardias civiles y policías durante la democracia, pero no quieren criticar directamente a Amis para que no se los confunda con nostálgicos del franquismo.

A su vez los de izquierda, también abundantes, para quienes, en efecto, ETA posibilitó en buena medida la democracia española al asesinar a Carrero, tampoco quieren reconocerlo en público por temor a que se los acuse de simpatías con ETA, una organización terrorista, una acusación que les cayó con frecuencia en el pasado, dado que esas simpatías eran reales en tiempo del franquismo. Por ello, prefieren mantener un incómodo silencio antes que verse en la obligación de explicar sus liaisons dangereuses o de que alguien les pida que condenen la violencia etarra de hace treinta y cinco años como ellos piden que se condene la actual.

Sin embargo el asunto es bien sencillo y fácil de entender. Luis Carrero Blanco, presidente del Gobierno español en los últimos tiempos de Franco, formaba parte de un régimen ilegal, ilegítimo, compuesto por rebeldes y delincuentes que oprimió a los españoles durante cerca de cuarenta años, hasta octubre de 1975. En realidad hasta más tarde, hasta diciembre de 1978, fecha de promulgación de la Constitución, pero la de 1975 es buena porque permite visualizar el fin de un régimen en el de su fundador. Asesinar a Carrero entra dentro de la acrisolada doctrina occidental del derecho de resistencia contra la tiranía, hoy recogido expresamente en la vigente Constitución alemana, cuya manifestación más expresa, práctica y directa es el tiranicidio, defendido, entre otros, por el jesuita español Juan de Mariana en el siglo XVI en De Rege et regis institutione.

El asesinato de Carrero Blanco fue un acto de tiranicidio del que personalmente -y supongo que conmigo muchos, muchísimos más- me felicito y por el que felicito a la ETA de entonces por lo que afirmo que el señor Amis tiene razón. Gustará más, gustará menos pero gracias a que ETA eliminó físicamente al incondicional de Franco y en quien éste confiaba para que el atado y bien atado funcionase, en buena medida fue posible la democracia en España. Astucias de la razón o ironías de la historia; pero así fue.

Esto no quiere decir que apoye o defienda en modo alguno a ETA en su actuación posterior, durante la democracia. Bien al contrario: la tengo por una execrable organización terrorista compuesta por asesinos bastante estúpidos cuya existencia carece de todo sentido y justificación a partir de la entrada en vigor de la Constitución de 1978.

dilluns, 11 de maig del 2009

Una sociedad de sicarios.

El visionado del vídeo del metro de Madrid en el que se ve cómo un soldado neonazi de asueto apuñala en el corazón a un joven de dieciséis años es estremecedor. Se aprecia con claridad que el hombre se prepara fríamente, saca el arma al entrar el vagón en la estación y se mantiene alerta, tenso, esperando una excusa para asestar un golpe fulminante, mortal, un golpe de maestro del puñal (sica en latín) o sea, un golpe de sicario. Algo similar al crimen que cometió ayer en Irún Enrique Sanclemente, quien asesinó, también de una certera puñalada a su mujer, Yasmín Rodríguez y malhirió a un hombre que salió en defensa de ésta. Otro maestro en el manejo del puñal, otro sicario. Y también con premeditación pues parece que ya había anunciado sus intenciones a su víctima sin que éste se lo tomara en serio.

Son momentos terribles, gestos fugaces y medidos; brilla un instante la hoja del cuchillo que asesta certera puñalada y la víctima, sorprendida e indefensa, se desploma sin tardar en morir. Cálculo exacto del sicario, ejecución precisa, sin titubeos ni posterior arrepentimiento. Y de nada sirven las concentraciones, las protestas, la normativa en vigor, los programas de concienciación: siempre habrá sicarios; hombres que, al blandir el acero se convierten en fríos asesinos, gente que mata deliberadamente, para afirmarse a sí misma, para que el mundo tome nota y se horrorice y para esparcir el miedo. Igual que en toda sociedad hay una cantidad de gentes altruistas, dispuestas a entregarse al prójimo, hay un porcentaje de sicarios para los que matar a otro de una certera puñalada entra dentro de su forma de relacionarse con los demás. En este caso, un neonazi y un machista; dos sicarios.