Para celebrar un aniversario de El País y que, con motivo de la imparable ruina de la empresa, él se ha metido otro millón y algo en el bosillo, Cebrián adoctrinó al otro país desde su diario. Según la crónica del correspondiente plumilla, el prócer diagnosticó que España ha de emplearse a fondo en tres graves cuestiones: mantener la recuperación económica, reducir la desigualdad con un plan d choque y hacer frente al "desafío independentista catalán" (sic). Por lo que se ve, la corrupción no es problema, aunque medio PP esté en la cárcel y parte de la Casa Real se apreste a hacerle compañía.
El problema es Cataluña. Cebrián no es tonto y tiene algo más de vuelo que los nacionalistas españoles de DENAES, la cabra de la legión, la Societat Civil Catalana o el círculo "Español cazi ná". Pero, a la hora de articular una propuesta inteligible sobre Cataluña, la Minerva le abandona y lo deja dando vueltas al atajo, como decía Machado. Cree que la voluntad mayoritaria de los catalanes de reclamar el derecho de autodeterminación es un "reto independentista", como una plusmarca de cien metros vallas. Opina que será preciso reformar la Constitución, como si los políticos españoles pudieran hacerlo, cuando ignoran por dónde empezar; y espera que la reforma sirva para implantar un federalismo del que sabe tan poco que hasta le parece una terrible audacia llamarlo por su nombre. Por supuesto no parece haberse enterado de que quienes recurren a este conjuro mágico de federalismo dominan tanto la pócima como el bálsamo de Fierabrás.
Su evidente intención es la de siempre: Eadem sed aliter, como decían los escolásticos: que todo cambie para que siga todo igual; principio que Lampedusa ha elevado a ley universal del cambio sociológico. Dad unos abalorios federales a los catalanes y veréis cómo se tranquilizan. Ese es el nivel de la elite oligárquica española.