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diumenge, 6 de maig del 2018

La danza libera

Excelente idea de la Fundación Telefónica de Madrid esta exposición sobre las mujeres que revolucionaron el arte de la danza en los primeros dos tercios del siglo XX. Magníficamente comisariada por María Santoyo y Miguel Ángel Delgado, contiene información sobre las pioneras de la danza contemporánea, las más conocidas, Louie Fuller, Isadora Duncan, Josephine Baker y Martha Graham y las menos, Tórtola Valencia, Mary Wigman y Doris Humphrey. Todas ellas y cada una por separado, cambiaron para siempre el arte de la danza. Era un acto de liberación correspondiente al espíritu feminista finisecular en el XIX, el sufragismo y el comienzo de la larga marcha hacia la igualdad.

Esta revolución era la traslación al arte de espíritu emancipador general. Por primera vez las mujeres se subían al escenario no como secundarias o acompañamiento, sino como protagonistas y con sus propias coreografías. Se interpretaban a sí mismas y, con ellas, al género en pleno por su fuerza y su creatividad. La liberación era también formal: danzaban con una libertad de movimientos que la moda imperante en la época no permitía. La exposición acertadamente muestra dos ejemplos de las armaduras de sotafalda y de corsés que debían llevar las mujeres  y no las dejaban moverse. Nuestras bailarinas interpretaban descalzas (sin lo botines de la época, ni zapatillas) y con unos tules y gasas, muy ligeras de ropa, como Duncan había observado en pinturas en las ánforas griegas. Ligeras de ropa o sin ninguna, como solía hacer Josephine Baker, solo ataviada con un cinturón de plátanos.

Pero no cabe olvidar que algunas de estas innovadoras acumulaban un gran trabajo escenográfico también que ha resultado muy aprovechado después. Fuller, la matriarca, investigó con las luces y las incorporó a una coreografía lumínica de gran impacto. Confieso que cuando ví el corto sobre la danza de la serpiente hace tiempo no me pareció gran cosa pero he cambiado de opinión con la versión en gran pantalla en la expo. Es una obra impactante.

O buscaban fuentes en las artes. Wigman vivió el expresionismo alemán y pretendió traducirlo en escena.Su trabajo como colaboradora de Rudolf von Laban le permitió valerse de la primera forma de notación coreográfica (la labanotación, origen de la coreología moderna) y dio gran impulso a su academia de danza. Si Wigman no es más conocida hoy es porque esa academia siguió activa en tiempos nazis.

Esta liviandad propia de la danza puede parecer inadecuada a un feminismo más serio, pero eso no es justo. Todas estas danzarinas -algunas con vidas tormentosas, que han dado lugar a verdaderas leyendas como en el caso de Duncan- son decididas y muy eficaces feministas. Y no solamente en su arte; también en sus convicciones políticas. Excepción hecha de Wigman, las demás tienden a la izquierda, incluso a la más radical. Valencia se confesaba "catalana" y "republicana" allá por 1930; Isadora Duncan, pasó un par de años en el Moscú bolchevique en donde se casó con Serguei Yesenin; Josephine Baker trabajó para la resistencia contra los nazis y, posteriormente, llegaron a ofrecerle la dirección del movimiento en la defensa de los derechos civiles en los Estados Unidos, a la muerte de Martin Luther King.

No hay razón para no reconocer en estas mujeres su enorme mérito al romper moldes de opresión seculares de la sociedad patriarcal. Y eso es lo que esta exposición pretende y consigue: hacer justicia a estas adelantadas de la emancipación femenina. En el arte, un campo que ha sido mayormente patriarcal y hasta misógino.

dijous, 9 de juliol del 2015

El arte del cosmos.


Mi amiga Eloísa Tréllez Solís, gran especialista en cuestiones de conservacionismo, medio ambiente y crecimiento sostenible, que reside en Lima, Perú, monta un espectáculo llamado Urania sobre las maravillas del universo, el cosmos y el equilibrio de los espacios insondables. Lo hace con un grupo de bailarines y músicos en el teatro Británico de Miraflores, a unos (pocos) kilómetros de Lima, y estarán en escena los días 7 a 10 de agosto próximo, ambos inclusive. Aquí hay un estupendo vídeo que resume muy bien el espectáculo, coreografía, música e imagen.

Para los españoles pilla un poco a trasmano, pero si algún lector de Palinuro de Lima se decide a ir (al fin y al cabo, allí no hará tanto calor como aquí, dado que están en invierno), seguro que le gustará. Es una gran  muestra de arte digital. 

divendres, 10 de juliol del 2009

La belleza y el mal.

Esta compañía del Ballet Imperial Ruso nos visita todos los años en el verano generalmente con el repertorio de Chaikovsky, que se conocen muy bien y con los títulos más taquilleros. El lago de los cisnes, que se estrenó ayer en el teatro Compac, en la Gran Vía, es estupenda y tiene lleno garantizado con su gran variedad de melodías y las mezclas de pasos con una gran gama musical, desde los momentos más solemnes y palaciegos a uno de los más célebres pasos a dos, el del príncipe y el mago, el principio del mal, Rothbard, sin olvidar los idilios pastoriles a cargo de los omnipresentes cisnes del lago, que permiten que la compañía se luzca en la coreografía. A mí me gustan, aunque me resultan un poco fríos y rutinarios y como que no le ponen pasión o fuego. Claro que excepción hecha de la encendida del príncipe por Odette aquí hay poco de apasionamiento.

Lo de los nombres es muy significativo. Aunque el espíritu nacional ruso diga que la leyenda es autóctona porque los cisnes son animales emblemáticos rusos, la historia es de origen germánico. De ahí que el príncipe se llame Sigfried, como el de Wagner. Los nombres de las mujeres, Odile y Odette son franceses lo que también es muy germánico y muy ruso pues ambas culturas tienen fuerte influencia francesa. El nombre de Rothbard, en el fondo, Barbarroja, es el que no acabo de explicarme. Además, siempre que lo veo me acuerdo del finado Murray.

Hay dos momentos en este ballet que son especialmente lucidos: los dos pasos a tres del príncipe/Rothbard y la hija de éste y la princesa Odette. Es una duplicación en la que las dos mujeres actúan la una como el doble de la otra. Todos esos casos de dobles, que es la figura más socorrida de la literatura, me interesan. Casi siempre escenifican, visibilizan, la condición humana misma, la dualidad y, además, en forma de dualismo moral: el bien y el mal. En este caso tanto el bien como el mal son el interior de la belleza y el príncipe, al elegir la belleza, espera estar eligiendo el bien pero las malas artes de Rothbart desvían su recta intención hacia el mal. Sólo un afán desmedido de fabricar un final feliz hará que el pronunciamiento por el mal se convierta en el triunfo del bien. Y siempre dentro de la belleza. Parece mentira que un hombre tan deprimido, capaz de componer la sinfonía Patética imaginara un mundo tan completo de plenitud del bien, la belleza y la armonía.

Las danzas que mete Chaikovsky como filetes están muy bien. Sobre todo la española con sus castañuelas, un instrumento muy primitivo pero muy característico y alegre. Suele decirse que alguien "está como unas castañuelas", queriendo decir que es muy alegre. Nadie dice de otro que esté como un piano o un violín o un fagot. Las otras dos, una como tarantella napolitana y una mazurca húngara son también escapadas muy gratas.

Ballet clásico, un mundo de armonías y proporciones racionales incluso cuando tratan temas de lo irracional que no desaparece ante el empuje de los ballets innovadores o vanguardistas que tienen una idea distinta de casi todo, por no decir todo, incluido el hecho mismo de que el ballet sea una mezcla de movimiento del cuerpo humano con acordes musicales. Interesante este asunto pero también interesante es el clásico que conjuga movimiento y música pero al servicio de una historia o tomando como guía una historia, o sea el ballet como representación musical narrativa.

dissabte, 8 de novembre del 2008

El milagro de la ingravidez.

No podíamos perdernos el paso por Madrid de la compañía japonesa Sankai Juku, que actúa los días 6 a 9 de noviembre en el teatro Albéniz, pegando a la Puerta del Sol. La compañía está dirigida por uno de sus fundadores en 1975, el coreógrafo Ushio Amagatsu, un maestro en el desarrollo de la danza butoh. La obra que representan (y son en total seis hombres; ninguna mujer) se llama Hibiki que, al parecer, quiere decir Ecos del más allá; pero eso es igual, podían ser del más acá o de ninguna parte porque en todo caso es un espectáculo de una belleza impresionante.

Imagínese un escenario desnudo y todo en negro en cuyo proscenio hay dos grande jofainas de cristal llenas de agua sobre las que caen lentas gotas, y cinco bailarines (ocasionalmente seis; a veces uno solo, el propio Amagatsu) con el cráneo rapado, desnudos de cintura para arriba y todos de blanco impoluto cubiertos de polvo de arroz, que ejecutan diferentes movimientos de una danza perfectamente sincronizada pero individual, regida por una música minimalista en la que se alternan percusión, metales y acordes de piano, y bañada en diferentes efectos lumínicos, normalmente una luz blanca cruda en la que refulgen los cuerpos ondulantes de los bailarines cuyos movimientos son líquidos. Todo ello genera una experiencia única de silencio y sonido al mismo tiempo, una situación de tensión contenida, de liviana profundidad que trae continuamente a la memoria las experiencias del zen. Los rostros de los bailarines que no se permiten un rictus y pasan la mayor parte de la representación con los ojos cerrados son casi máscaras y sólo en un par de ocasiones abren las bocas en una especie de grito silencioso lo que produce un extraño efecto teatral.

El conjunto tiene una armonía sorprendente y como disociada. Cada cuerpo lleva su propio ritmo (dando además la sensación de una estatua en movimiento) y, a veces, se coordina con los otros, forjando figuras de gran belleza que tan pronto se trenzan en el suelo como parecen ascender ingrávidos y bajar luego como las gotas de agua. Los números solos a cargo del maestro Amagatsu son un extraordinario despliegue de sabiduría corporal. Confieso que nunca había visto a nadie moverse como si fuera a evaporarse o salir volando estando casi inmóvil. El milagro lo logra tanto él como los miembros de su compañía alternando el movimiento del conjunto del cuerpo con estados de quietud casi total en los que concentran la acción, a lo mejor, en una sola mano, incluso en un dedo. Que si la música es minimalista, también lo es la danza.

Esa pureza de líneas, de movimientos, de sonidos, esa elegante sobriedad surgiendo como por ensalmo en un contexto de rigurosa negrura fascina de tal modo que uno cree estar soñando con los ojos bien abiertos.

(La imagen es una foto de Sankai Juku, reproducida del folleto de la actuación).


divendres, 2 de maig del 2008

La danza de Duato.

Ayer se estrenaba el espectáculo de Nacho Duato en el Teatro Madrid, de la Vaguada y allí nos fuimos, que el asunto prometía. Y cumplió. Hubo dos piezas nuevas del propio Duato (nuevas, al menos, creo, en Madrid porque una de ellas tiene como diez años) y otra, sí, estreno absoluto, de Tony Fabre.

El conjunto está muy bien. Se abre con Gnawa que es, al parecer, unas gentes, algo así como tribus del África Subsahariana, en concreto del Sahel que utilizan esta música con melodías que mezclan lo africano con lo árabe para muy diversos fines, entre otros, según creo haber leído, de carácter extásico. De éxtasis, en el Madrid, poco, pero la coreografía es excelente, particularmente los pasos de conjuntos, que producen efectos caleidoscópicos y me recuerdan a los números de Maurice Béjart, en cuya escuela trabajó Duato.

La pieza Insected, de Tony Fabre es muy interesante. En algún sitio he leído que va de cómo la juventud se plantea su camino en la vida o algo así. No tengo ni idea. Yo vi insectos a todo lo largo y ancho de la pieza; insectos rastreros veloces como cucarachas, diversos tipos de artrópodos, algún alacrán y otros insectos voladores. La música mínima ayudaba mucho porque reproducía sonidos de insectos, el cri-cri de los grillos o el zumbido del abejorro. Efectivamente, a poca sensibilidad que se tenga, acaba uno insected.

La tercera pieza era la más curiosa, la segunda composición de Duato por encargo de una compañía estadounidense de ballet que la estrenó en 1998; tiene diez años. Es coreografía sobre música de Schubert, en concreto música de lieder a la que se le han quitado las palabras y se le ha añadido el movimiento y las tres dimensiones, lo que produce un efecto extraño. Parece que las voces se han transcrito para violoncelo pero uno se pregunta porqué no las han dejado porque al fin y al cabo, el registro de la voz humana es más variado que el del cello y eso se aprecia mucho en los Lieder de Schubert. El diálogo voz-piano es más emocionante que el de piano-otro instrumento y el movimiento se da por añadidura a cualquiera de los dos.

Los bailarines son estupendos y el espectáculo es de una sobriedad escurialense pues todo se confía a las luces, el sonido y la danza. La simplificación de la figura humana es completa; los bailarines van con el torso desnudo y/o con mallas tan justas que parecen desnudos, sin nada que distraiga de la esbeltez de los cuerpos cuyas contorsiones a veces los deshumanizan por entero y los convierten en abstracciones por ejemplo, en notas danzantes.