Esta compañía del Ballet Imperial Ruso nos visita todos los años en el verano generalmente con el repertorio de Chaikovsky, que se conocen muy bien y con los títulos más taquilleros. El lago de los cisnes, que se estrenó ayer en el teatro Compac, en la Gran Vía, es estupenda y tiene lleno garantizado con su gran variedad de melodías y las mezclas de pasos con una gran gama musical, desde los momentos más solemnes y palaciegos a uno de los más célebres pasos a dos, el del príncipe y el mago, el principio del mal, Rothbard, sin olvidar los idilios pastoriles a cargo de los omnipresentes cisnes del lago, que permiten que la compañía se luzca en la coreografía. A mí me gustan, aunque me resultan un poco fríos y rutinarios y como que no le ponen pasión o fuego. Claro que excepción hecha de la encendida del príncipe por Odette aquí hay poco de apasionamiento.
Lo de los nombres es muy significativo. Aunque el espíritu nacional ruso diga que la leyenda es autóctona porque los cisnes son animales emblemáticos rusos, la historia es de origen germánico. De ahí que el príncipe se llame Sigfried, como el de Wagner. Los nombres de las mujeres, Odile y Odette son franceses lo que también es muy germánico y muy ruso pues ambas culturas tienen fuerte influencia francesa. El nombre de Rothbard, en el fondo, Barbarroja, es el que no acabo de explicarme. Además, siempre que lo veo me acuerdo del finado Murray.
Hay dos momentos en este ballet que son especialmente lucidos: los dos pasos a tres del príncipe/Rothbard y la hija de éste y la princesa Odette. Es una duplicación en la que las dos mujeres actúan la una como el doble de la otra. Todos esos casos de dobles, que es la figura más socorrida de la literatura, me interesan. Casi siempre escenifican, visibilizan, la condición humana misma, la dualidad y, además, en forma de dualismo moral: el bien y el mal. En este caso tanto el bien como el mal son el interior de la belleza y el príncipe, al elegir la belleza, espera estar eligiendo el bien pero las malas artes de Rothbart desvían su recta intención hacia el mal. Sólo un afán desmedido de fabricar un final feliz hará que el pronunciamiento por el mal se convierta en el triunfo del bien. Y siempre dentro de la belleza. Parece mentira que un hombre tan deprimido, capaz de componer la sinfonía Patética imaginara un mundo tan completo de plenitud del bien, la belleza y la armonía.
Las danzas que mete Chaikovsky como filetes están muy bien. Sobre todo la española con sus castañuelas, un instrumento muy primitivo pero muy característico y alegre. Suele decirse que alguien "está como unas castañuelas", queriendo decir que es muy alegre. Nadie dice de otro que esté como un piano o un violín o un fagot. Las otras dos, una como tarantella napolitana y una mazurca húngara son también escapadas muy gratas.
Ballet clásico, un mundo de armonías y proporciones racionales incluso cuando tratan temas de lo irracional que no desaparece ante el empuje de los ballets innovadores o vanguardistas que tienen una idea distinta de casi todo, por no decir todo, incluido el hecho mismo de que el ballet sea una mezcla de movimiento del cuerpo humano con acordes musicales. Interesante este asunto pero también interesante es el clásico que conjuga movimiento y música pero al servicio de una historia o tomando como guía una historia, o sea el ballet como representación musical narrativa.