El presunto cohecho del señor Camps con los trajes del Bigotes tiene varias facetas a las que los medios llevan un par de días sacando verdadero brillo. El concepto de responsabilidad política ha quedado hecho añicos, supeditado al de la penal. Los destinos del PP, uncido éste al del presidente de la Generalitat valenciana son cada vez más oscuros. Los amigos del personaje chapotean en la extravagancia, como la señora Barberá, que saca a colación unas anchoas para hacer tragable ese gesto ridículo, propio de mafiosi de campanario del regalo de los ternos. La crónica institucional se convierte en una serie de cábalas sobre cuánto podrá aguantar el señor Camps, imputado y procesado. La política es un rifirrafe continuo entre partidarios y detractores del Curita y, en el fondo, nadie entiende cómo es posible que el tal Curita no se haya ido ya a su casa.
Y, sin embargo, la respuesta es sencilla: porque tiene un morro que se lo pisa. Ese es el rasgo definitorio esencial del señor Camps: el morro. Dijo en público que él se pagaba sus trajes. Pero no lo ha probado, en tanto que el juez acumula pruebas de que los trajes los pagó su beneficiado el Bigotes. Luego, mientras no demuestre lo contrario, el señor Camps ha mentido a la opinión pública y ha mentido al juez. Eso es el morro: mantener la figura entre el ludibrio y la crítica generalizados.
Dijo que estaba deseando poder declarar en la sede adecuada, en donde resplandecería la verdad. Llegó el momento, fue a declarar y lo único que resplandeció fue el morro que tiene porque de la declaración ante el juez salió tan presuntamente cohechador como había entrado. Con posterioridad, ante la concreción de las imputaciones judiciales y la apertura del juicio oral, sostiene el señor Camps que "está muy contento" porque ya queda menos para que se sepa la verdad. En el fondo la verdad parece saberse ya: el señor Camps recibió los trajes, no los pagó y lleva tres meses mintiendo con un morro descomunal.
El morro es la enseñanza política fundamental que el señor Camps puede aportar a las generaciones siguientes: no importa de qué te acusen, ni siquiera qué margen de defensa tengas: lo importante es que mientas y le eches mucho morro. El morro desconcierta a la gente y, sobre todo, altera el normal funcionamiento de la democracia como intercambio razonado de pareceres. Es imposible intercambar parecer alguno, razonado o no razonado, con quien confía toda su estrategia al morro.
¿O no es morro intentar que el resultado de las pasadas elecciones europeas se entienda como una exoneración de sus responsabilidades penales?
Aunque existan más que fundadas sospechas sobre la neutralidad de la justicia en este caso, por cuanto los magistrados son todos de la cuerda política del Curita cuando no sus amigos íntimos, ese proceso debe seguir hasta el final y ampliarse a las indagaciones solicitadas por los socialistas relativas a todas las contrataciones de la Generalitat valenciana con la trama de empresas del Bigotes. Pero algo ha quedado ya claro: el morro del Curita, un morro descomunal, fabuloso, arrasador; un morro que le permite mentir, seguir mintiendo, volver a mentir sin que se le borre ese gesto falsamente modesto, mínimo y humilde, resignado y sacrifical.
Un morro que hará historia.
(La imagen es una foto de Público, con licencia de Creative Commons).