No podíamos perdernos el paso por Madrid de la compañía japonesa Sankai Juku, que actúa los días 6 a 9 de noviembre en el teatro Albéniz, pegando a la Puerta del Sol. La compañía está dirigida por uno de sus fundadores en 1975, el coreógrafo Ushio Amagatsu, un maestro en el desarrollo de la danza butoh. La obra que representan (y son en total seis hombres; ninguna mujer) se llama Hibiki que, al parecer, quiere decir Ecos del más allá; pero eso es igual, podían ser del más acá o de ninguna parte porque en todo caso es un espectáculo de una belleza impresionante.
Imagínese un escenario desnudo y todo en negro en cuyo proscenio hay dos grande jofainas de cristal llenas de agua sobre las que caen lentas gotas, y cinco bailarines (ocasionalmente seis; a veces uno solo, el propio Amagatsu) con el cráneo rapado, desnudos de cintura para arriba y todos de blanco impoluto cubiertos de polvo de arroz, que ejecutan diferentes movimientos de una danza perfectamente sincronizada pero individual, regida por una música minimalista en la que se alternan percusión, metales y acordes de piano, y bañada en diferentes efectos lumínicos, normalmente una luz blanca cruda en la que refulgen los cuerpos ondulantes de los bailarines cuyos movimientos son líquidos. Todo ello genera una experiencia única de silencio y sonido al mismo tiempo, una situación de tensión contenida, de liviana profundidad que trae continuamente a la memoria las experiencias del zen. Los rostros de los bailarines que no se permiten un rictus y pasan la mayor parte de la representación con los ojos cerrados son casi máscaras y sólo en un par de ocasiones abren las bocas en una especie de grito silencioso lo que produce un extraño efecto teatral.
El conjunto tiene una armonía sorprendente y como disociada. Cada cuerpo lleva su propio ritmo (dando además la sensación de una estatua en movimiento) y, a veces, se coordina con los otros, forjando figuras de gran belleza que tan pronto se trenzan en el suelo como parecen ascender ingrávidos y bajar luego como las gotas de agua. Los números solos a cargo del maestro Amagatsu son un extraordinario despliegue de sabiduría corporal. Confieso que nunca había visto a nadie moverse como si fuera a evaporarse o salir volando estando casi inmóvil. El milagro lo logra tanto él como los miembros de su compañía alternando el movimiento del conjunto del cuerpo con estados de quietud casi total en los que concentran la acción, a lo mejor, en una sola mano, incluso en un dedo. Que si la música es minimalista, también lo es la danza.
Esa pureza de líneas, de movimientos, de sonidos, esa elegante sobriedad surgiendo como por ensalmo en un contexto de rigurosa negrura fascina de tal modo que uno cree estar soñando con los ojos bien abiertos.
(La imagen es una foto de Sankai Juku, reproducida del folleto de la actuación).