dimarts, 20 de desembre del 2016
El éxito de Europa es su fracaso
diumenge, 24 d’abril del 2016
Sant Jordi, un santo muy leído
divendres, 15 d’abril del 2016
La piedad de Aquiles
dilluns, 9 de setembre del 2013
La vida de los muertos.
dissabte, 17 d’agost del 2013
Confidencias de un lobo de mar.
La otra noche, Palinuro fijó el rumbo según la polar, amarró el timón y se me sentó al lado, cabe la amura de babor, que es por donde de día vemos el África, y me dijo:
dijous, 25 de juliol del 2013
El minotauro picassiano.
dissabte, 19 de gener del 2013
Homenaje de Palinuro a un querido amigo lector.
dimarts, 31 de gener del 2012
El micrófono chivato.
Otra vez lo han pillado, ahora previendo una huelga general en razón de la reforma laboral que piensa acometer. Tengo para mí que en muchas ocasiones los micrófonos abiertos no lo están por casualidad sino premeditadamente, son como los famosos globos sonda. Aguirre llamando hijoputa a un adversario hace saber cómo se las gasta la lideresa con los allegados: al pan, pan; y al hijoputa, hijoputa. Igualmente el coñazo de desfile de Rajoy mostraba el lado humano del político. Todo el mundo sabe que los desfiles son un coñazo, especialmente para los que desfilan, pero no se puede decir porque son manifestaciones del brazo armado de la Patria. No se puede decir, pero se dice y así el pueblo se encuentra con lo que ama: un patriota en pantuflas.
También pillaron a Zapatero un buen día confiando a Gabilondo que a él, a ellos (los políticos siempre hablan primera del plural y dicen "nosotros") le(s) interesa que "haya tensión". ¿Qué es en realidad? Un mensaje a sus huestes para que se movilicen. La "huelga general" de Rajoy es otro mensaje, vía chivatófono a las suyas para que hagan lo mismo y a los posibles huelguistas, que sepan que está preparado. La huelga general es la última confrontación porque, después de ella, las cosas vuelven a su cauce y, si acaso, se convocará otro paro en algún tiempo.
Para los otros, la huelga general ha tenido siempre una dimensión mayor. Era el último acto, antesala de la revolución y por eso, sus teóricos solían hablar de huelga general revolucionaria. Los trabajadores paraban la producción, se hacían con las industrias, los consejos obreros las gobernaban y la revolución se ponía en marcha. A ver quién gestiona hoy empresas multinacionales o filiales de multinacionales y transnacionales, y quién organiza y encauza la llegada de cincuenta millones de turistas que son nuestra principal fuente de ingresos. No hay comité ni gosplan que pueda procurar viajes, estancias, pernoctas, pensión completa, fiestas, visitas turísticas para cincuenta millones de personas.
Una huelga general que carece de toda perspectiva de acción posterior y ni siquiera puede prolongarse más allá de veinticuatro horas con los habituales líos de servicios mínimos, piquetes, rompehuelgas, etc., no es más que una política de gestos. El chivatófono sirve a Rajoy para mostrar a los huelguistas putativos que la huelga ya está descontada, como los valores en bolsa. En el peor de los casos Méndez y Toxo pueden atribuir al Presidente la convocatoria del paro.
Durante la Dictadura los comunistas inventaron un extraño híbrido: la huelga general política. Es decir, huelga general revolucionaria pero con buenos modos. La idea era que el paro general se interpretase como un rechazo unánime al régimen político. Pero la situación ahora es muy distinta. Aun suponiendo que cupiera llamar régimen con aviesa intención al régimen actual, la legitimidad de éste depende de los votos, no de las huelgas.
En fin, a ver si la próxima vez que haya un micrófono abierto se oye a Rajoy decir : "Our industrial relations reform is going to send the Unions on strike." Sobre todo teniendo en cuenta que se lo estaba explicando a su colega finlandés a quien sin duda encantó el melodioso castellano del español. Menos mal que estaba el micrófono abierto y se enteró alguien.
La imagen es una foto de La Moncloa , en el dominio público).
dilluns, 5 de desembre del 2011
Una Medea de risa.
El mito de Medea es uno de los más trágicos, de los más profundos y misteriosos. No solamente porque trate temas como la venganza, la muerte, la culpa, la locura, el amor y el odio más devastador sino porque también se enfrenta a algo tenido como sacrosanta ley de la naturaleza: que las madres no asesinan a sus hijos. Interpretarlo es tarea de enorme dificultad y muy pocos trágicos de renombre lo han intentado. Cuando lo han hecho, absorbidos por la fascinación que ejerce un personaje tan extraordinario, una ménade alucinada e irracional que actúa impulsada por fuerzas diríase telúricas, han intentado encontrarle alguna explicación, en cierto modo racionalizarla, aunque siempre tratando de atender a la fuerza de unos sentimientos que hunden sus raíces en lo más profundo de la especie. Medea no sólo asesina a sus hijos sino que atrae el resto de la acción y lo abrasa en el fuego de sus pasiones quedando ella sola como símbolo de un misterio insondable.
Shakespeare, Racine, el conjunto del teatro romántico soslayaron el tema. Sólo recuerdo un Vellocino de oro, de Grillparzer, un tema mucho más frecuente en el arte, igual que el de Jasón y la expedición de los argonautas; y en el siglo XX sé de la película de Pasolini, Medea, sobre la tragedia de Eurípides. Éste, Séneca y Corneille fueron los únicos que escribieron tragedias, dando versiones diferentes de Medea, de sus motivaciones y otras circunstancias. Pero en todas ellas (quizá algo menos en Corneille) se hace justicia a la extraordinaria complejidad de la maga de la Cólquide, atormentada por sus pasiones, víctima de sí misma.
Recuérdese que en el Caixaforum de Madrid hay una exposición de Delacroix, sobre la que ya habló Palinuro (La belleza de la violencia), en la que puede admirarse su maravillosa Medea, pintada en pleno arrebato, a punto de cometer su crimen. Tampoco son muchos los pintores que se han atrevido con la escena. Un par de dibujos de Poussin, una Medea de Frederick Sandys, un prerrafaelita que sólo ve en ella a la hechicera y otra de Anselm Feuerbach, que omite toda la tragedia y la fía a la imaginación del espectador. Medea es un personaje maldito.
Parecería imposible trivializarlo y convertirlo en una pieza más de una trama artificiosa, sobrecargada de pretensiones, algunas bastante lamentables, pero Ariel Dorfman lo ha conseguido en el Purgatorio que se representa en el Matadero de Madrid con interpretación de Viggo Mortensen y Carme Elías bajo la dirección de Josep María Mestres.
Dorfman sitúa la acción no en el crimen sino en las consecuencias del crimen en el más allá, lo que desvía la atención hacia un aspecto metafísico, una especie de pegote que viene a ser la prueba de que el autor está desbordado por la dimensión del personaje. El más allá, ubicado en el purgatorio, da a la obra un toque cristiano de expiación y salvación/condenación casi al borde del absurdo. La situación se parece mucho al Huis clos sartriano en la creación de un espacio vacío habitado por unos personajes que no entienden porqué ni para qué están allí y, en este caso, sin reconocerse, pero condenados a repetir su sufrimiento por los siglos de los siglos.
Buena porción de la historia se remite al tema mundano de la dificultad y la angustia de las relaciones de pareja mal avenida que, a fuerza de no entenderse, provoca su destrucción. Ambas partes de la relación, Medea y Jasón son tratadas por igual en una especie de ejercicio de justa neutralidad subrayado por el hecho de que la acción transcurre simulando ser sesiones de un tratamiento psiquiátrico. Ahorro al lector chistes fáciles y me limito a señalar que cualquier paralelismo entre el argonauta y la princesa hechicera es un lamentable desatino. Añádase a ello una esquinada referencia a la Malinche y el desatino se hace completo. Quizá quepa equiparar a Cortés con Jasón pues ambos van buscando oro, aunque con motivos distintos y consecuencias muy diferentes ya que Jasón no pretende conquistar la Cólquide. Pero la distancia entre Medea y la Malinche es abismal. Y, por si fuera poco, la sombra de la culpa y la expiación en los crímenes de la dictadura pinochetista también hace acto de presencia. Es mucho, demasiado para guardar algún tipo de equilibrio.
Ciertamente el acervo clásico está ahí para servirse de él, reinterpretarlo, adaptarlo, valerse de su carácter perenne a fin de iluminar nuestra condición, no para respetarlo como si fuera una señal de "stop" y Dorfman hace muy bien al emplearlo para ensalzar su idea de su tiempo, encajándola en los elementos sempiternos de la naturaleza humana. Pero lo hace de modo tan abigarrado, acumulando tal cantidad de facetas inconexas, presentando tantos conflictos apenas desarrollados que el resultado es una nada tumultuosa. Tampoco ayuda mucho que los dos personajes pasen buena parte de la obra dando gritos y carreras por el escenario y sobreactuando de manera harto fatigosa que apenas permite pensar al espectador. Y, cuando Medea afirma que su hijo mayor ve con espanto cómo su madre va a matarlo con un cuchillo que no está limpio, es imposible tener la risa.
Quizá por todo ello un público absolutamente entregado aplaude a rabiar y ovaciona puesto en pie esta especie de melodrama contemporáneo. Lo melodramático ha sido siempre muy popular.
dijous, 1 de setembre del 2011
Ulises nunca llegó a Ítaca.
Aprovecho que inicio septiembre con una imagen que me ha cedido el gran Juan Kalvellido (¡gracias, Juan!) para salirme por la tangente que, a veces, es la forma más segura de llegar a alguna parte sobre todo porque esa parte no está fija en parte alguna. En la imagen, las gentes corremos hacia la utopía, que está en la izquierda, aunque no se sabe si por el interés de encontrarla o por el de huir del baño de sangre que está en la derecha (este Juan...) La utopía, lo que está en ninguna parte. Por eso hay que tomar la tangente.
El mejor símbolo de la utopía es Ítaca adonde hay que llegar, sí, pero lo más tarde que se pueda, según Cavafis ("Cuando emprendas tu viaje hacia Ítaca/debes rogar que el viaje sea largo,/lleno de peripecias, lleno de experiencias.") O sea, que lo mejor es no llegar, morir en el camino o en el intento y soñar, quizá, que se ha llegado. Porque llegar y tener que ponerse a matar pretendientes que casi son de la casa porque llevan veinte años haciendo el ganso, es desagradable. Así que sospecho que es lo que le sucedió a Ulises, el de las mil estratagemas, que pasó de largo y se perdió en el jardín de las Hespérides, en donde sigue acumulando sabiduría y experiencia con las que algún día retornará, como Arturo de Avalon, y salvará a la humanidad. ¿Por qué no? Si puede hacerlo un nazareno, también podrá un príncipe griego o un rey anglo.
Eso de los pretendientes es llamativo. En La hija de Homero Graves lo ve como un añadido de mano femenina en la Odisea; ese y la historia de Nausicaa. Tomó la idea de Samuel Butler quien, allá por 1892 dió en la de atribuir la Odisea a una mujer. Se lo sugirió la lectura del episodio de Circe que, según él, no podía haberlo escrito un hombre mayor sino una mujer joven y creía saber que fuera una princesa siciliana porque, de estar en algún sitio, Ítaca estaría en Sicilia. (Saco estos datos de una biografía de Butler escrita por Peter Raby y publicada en 1991 por The Hogarth Press).
La idea de que la historia de Ulises la cuenta una mujer es brillantísima. Las mujeres son determinantes en la Odisea. No sólo está Penélope, símbolo de la leal, casta y sumisa esposa, sino también Calipso, a la que Ulises no puede resistirse y lo tiene secuestrado siete años, liberándolo luego por intercesión de terceros; y Nausicaa, a la que Ulises cuenta su historia, su auditorio; y Circe, la bruja contra cuyos hechizos tiene Ulises un antídoto que le diera Hermes; la madre del héroe y las sirenas. El destino de Ulises, protegido de Palas, mujer, depende de las mujeres.
¡Ah, pero en la Odisea hay muchas más cosas! El viaje a Ítaca es el viaje de la memoria. Al contárselo en pasado a Nausicaa, Ulises recuerda y, dentro del recuerdo, aparecen otros recuerdos, como los de Troya, el caballo, sus relaciones con Aquiles. Esos recuerdos traen información sobre lo acaecido a otros, como cuando Tiresias en el infierno le cuenta el destino de Agammenon o Menelao. Y el reencuentro final se funde con la memoria del tiempo que fue, su mujer, su hijo, su casa. ¡Ítaca, la felicidad, la dicha! "Dichoso el que, como Ulises, hizo un bello viaje, y después regresó lleno de experiencia y sabiduría a vivir entre los suyos el resto de su edad!" decía Du Bellay, él mismo desterrado.
Dichoso o desgraciado, que regresa al desprecio, al sufrimiento. En El desprecio (1954), Alberto Moravia contrapone tres versiones de la Odisea sobre el trasfondo europeo de aquellos años: la de un complicado director de cine alemán, Rheingold; la de un productor italiano, Battista, que está allí por la pasta y la mujer del protagonista; y el intelectual, Ricardo, que es el guionista de una película sobre la Odisea que están rodando en algún lugar de la costa italiana. En 1963, Goddard pasó la novela al cine ¡y qué cine! Sustituyó al productor italiano por uno gringo (más apropiado) y le dio el papel a Jack Palance; para intelectual, puso a Michel Piccoli y de Rheingold, al mismísimo Fritz Lang; la chica, el objeto del deseo (Emilia/Camille), era Brigitte Bardot. Lo que no cambia son las tres interpretaciones del viaje a Ítaca. La del millonetis estadounidense es de aventuras. Quiere acción, mucha acción, peligro, emoción, persecuciones. Lo de Polifemo le encanta. Es la visión de la peli de Mario Camerini (1954), Ulises, con Kirk Douglas derrochando ingenio, audacia, desafiante de los dioses. El hombre que se hace a sí mismo.
El alemán tiene una visión retorcida, freudiana, del viaje. Ulises no quiere llegar a Ítaca y se entretiene por el camino porque sabe que Penélope lo desprecia por haberla dejado a merced de los pretendientes, por haberse entretenido olvidando sus obligaciones de esposo y padre. Es un viaje de culpa, sufrimiento y expiación; calvinista. No hay olvido posible del deber, salvo que se haya perdido la memoria en el país de los lotófagos, y no es el caso.
El intelectual franco-italiano (Ricardo/Paul) ve en la Odisea el canto al luminoso Mediterráneo, al sol en un cielo de inabarcable azul, la vida a borbotones; y se emborracha de su propia visión y pierde la de su miserable existencia; se ha olvidado de su presente, ha emprendido el viaje a Ítaca sin saber que lo que va buscando es lo que ha abandonado y que lo mejor será que no lo encuentre.
¿Hay algo más audaz y contrario a la idea general que embutir el largo, largo periplo de Cavafis en un día en la vida de Leopold Bloom, Stephen Dedalus y Molly Bloom en el Dublín de Joyce? Los episodios del viaje a Ítaca, tan refinadamente alegóricos en la narración original, estallan aquí en el chorro de la conciencia que va paralelo al chorro de la vida, sin parar, sin detenerse un segundo, mezclados ambos y separados en tiempo y lugar. De lo más insignificante crecen episodios complejos, fantasmagóricos y rutinarios que se suceden sin interrupción, hasta la llegada a Ítaca, en donde desaparecen hasta las interrupciones de puntuación. La vida es el viaje de regreso al punto de partida.
Ítaca la llevamos dentro. También lo llaman utopía. Ilumina nuestro camino, cosa necesaria porque a veces los nubarrones ocultan el cielo, los clamores en torno no nos permiten escucharnos, los vientos nos trastornan. Para entonces hay que recordar que nuestro norte es Ítaca, la que habita nuestro interior y que no podemos vender porque perderíamos la brújula, algo imprescindible para saber a dónde queremos llegar y a dónde no queremos llegar.
No sé si esto tiene mucho que ver con post de actualidad; temo que no. Aunque todo es cosa de ponerse a buscar. Me extraña que ningún comentarista haya dicho que el gobierno socialista se encuentra entre Escila y Caribdis.
(La primera imagen es un cuadro de Waterhouse titulado Circe envidiosa, de 1892. La segunda un vaso griego del siglo V a. C. que representa a Circe convirtiendo en animales a los compañeros de Ulises. La tercera, un cuadro de Böcklin titulado Ulises y Calipso (1882). La cuarta un cuadro de Turner titulado Ulises burla a Polifemo, de 1829).
dilluns, 3 d’agost del 2009
La rebelde naturaleza humana.
Carlos García Gual, excelente filólogo, gran helenista y hombre sabio, reedita por tercera vez un texto suyo de hace unos veinte años (Carlos García Gual (2009), Prometeo: mito y literatura, Fondo de cultura económica, México, 238 págs) con el título ligeramente cambiado (el primero era Prometeo: mito y tragedia) ya que le ha añadido tres capítulos que hacen aconsejable el cambio. El contenido de la obra es el análisis del complejo mito de Prometeo en las tres fuentes principales para su articulación: los dos textos de Hesíodo (Teogonía y Los trabajos y los días), la tragedia de Esquilo, Prometeo encadenado y el Protágoras de Platón. Ello lo lleva a matizar en la leyenda, distinguiendo dos veneros en ésta, el del Prometeo engañador, que roba el fuego, el trickster y el Prometeo rebelde contra el dios despótico que es el simbolismo que ha venido prevaleciendo en la interpretación de la leyenda desde los tiempos de romanticismo, hasta llegar a nuestros días en que Prometeo viene a ser el trasunto mítico del Homme révolté de Camus.
En los relatos de Hesíodo Prometeo aparece como un personaje ambiguo que trata de favorecer a los hombres pero también de engañar a los dioses (p. 38). Hesíodo, que es un pesimista, atribuye a Prometeo las siguientes paternidades: a) el contenido de los sacrificios a los dioses (huesos, pellejo); b) el origen del fuego; c) la aparición de la primera mujer (Pandora), causa de universal desdicha; d) la existencia de los males en el mundo: el trabajo como necesidad, la pobreza y la enfermedad. La moraleja de los dos textos hesiódicos es: "no es posible esquivar ni transgredir el designio de Zeus" (p. 41). Si para Esquilo la motivación de Prometeo es la filantropía, para Hesíodo no ha traído más que desgracias. Lo de la primera mujer es muy revelador de una misoginia realmente enfermiza. El autor aporta una estupenda traducción de la entera tragedia esquiliana de Prometeo encadenado, con un perspicaz análisis de los diálogos entre sus personajes (Prometeo, Poder, Violencia, Coro de Oceánides, Io, Océano, Hefesto, Hermes) en estructura arcaica. Io, igual que Prometeo, es un ejemplo de la arbitrariedad de Zeus. Según se nos revela en el prólogo de la tragedia en el diálogo entre Hefesto y Poder, es la tiranía en la que sólo el tirano es libre (p. 92). Trata aquí García Gual con cierto detalle el asunto que siempre me ha parecido más interesante de la leyenda prometeica, esto es, la liberación del Titán. Según la Teogonía Zeus consiente en la liberación de Prometeo, pero no sabemos en qué condiciones. Tampoco lo sabemos en Esquilo ya que la tragedia en que se narraba la liberación, según Filodemo, Prometeo liberado, se ha perdido. Filodemo dice que Prometeo fue liberado porque reveló a Zeus el oráculo sobre Tetis (p. 105). En realidad, no estamos seguros de quién (Prometeo o Zeus) cedió antes (p. 108). El hecho es que cuando Hércules, descendiente de Io, mata al águila y libera a Prometeo la amenaza que pesa sobre el destino de Zeus desaparece y éste rompe la maldición de que los hijos de los dioses destronen a sus padres. Habrá Olimpo por la eternidad. Siempre me ha parecido que este arreglo (libertad a cambio de seguridad) era el núcleo de la política: el pacto, el acuerdo es lo que da a Zeus lo que todo poder pretende: perpetuarse. ¿Qué habría pasado si Prometeo no hubiera revelado el secreto y el hijo de Tetis (el que luego, como hijo de Peleo, será luego Aquiles) hubiera destronado a Zeus? Ahí hay campo para fantásticas conjeturas. Muy apropiadamente García Gual incluye aquí una interesante reflexión sobre la justicia de Zeus (pp. 110-126) Luego de una brevísima referencia a la aparición cómica de Prometeo en Las aves de Aristófanes, el autor profundiza en el Protágoras platónico y atribuye al sofista, en la medida en que no es pura fabulación de Platón, una versión de los orígenes de la cultura derivada de la leyenda prometeica. La aportación de Protágoras es que la cultura no consiste sólo en las técnicas instrumentales y especializadas sino en la técnica política y unas normas morales que permiten la convivencia en la sociedad (p. 140). Es una adaptación de un mito esencialmente maleable para hacerlo vehículo de ideas personales típicas de la ilustración sofística, la idea del progreso moral, la enseñanza de la areté y la techné políticas (p. 152) La segunda parte del libro, con los nuevos capítulos es otro tipo de reflexión, más especulativa y que hace mayor uso de fuentes secundarias. Hay un capítulo sobre las variaciones y simbolismos de la figura de Prometeo en el que se insiste en que la visión moderna de "lo prometeico", presente sobre todo en Goethe y Shelley procede de Esquilo y no de la tradición anterior (p. 170) porque fue Esquilo quien resaltó la historia del hombre rebelde en lucha contra el dios despótico, olvidando al efecto todo lo que se refiere a Pandora y Epimeteo, igual que en el Protágoras se olvida la venganza de Zeus. En el desarrollo general del mito García Gual distingue cuatro etapas: 1ª) la filantrópica; 2ª) en el Protágoras colabora con los dioses en la distribución de las cualidades físicas de los vivientes; 3ª) la creación de la primera mujer; 4ª) la creación de los seres humanos del barro (p. 172). Cada época escoge al Prometeo que quiere y el del romanticismo es el héroe rebelde. Tras una sucinta referencia a tres textos breves pero muy significativos de Goethe, Nietzsche y Kafka, el autor hace un análisis de una de las últimas obras de Goethe, El retorno de Pandora con una reevaluación de la figura tanto de la primera mujer como de Epimeteo, como si fuera el arco que se cierra al final de la vida del poeta alemán, quien reivindica la aportación de la mujer en contra de la tradición misógina helénica (p. 199). En Prometeo creador de los seres humanos profundiza el autor en la faceta del dios artesano que fabrica seres humanos con agua y arcilla y que, según interpretan los románticos, se encariña de tal modo con sus criaturas que se enfrenta por ellas con el dios supremo. La interpretación se hace a base de las figuras de un sarcófago. Es muy curiosa la referencia al intento de cristianización de la figura en Lactancio (p. 215). También tiene mucho interés la reflexión sobre Prometeo y la idea del progreso de los seres humanos ya que se hace comparando la tragedia de Esquilo con sendos trozos de otras dos de Sófocles y Eurípides, en concreto el himno a la grandeza del hombre en Antígona ("hay muchas cosas protentosas, etc") y el elogio del saber humano en boca de Teseo en Las suplicantes de Eurípides. Esquilo el arcaico valora sobre todo el arrojo de enfrentarse al dios mientras Sófocles y Eurípides cantan el esfuerzo de los hombres por vivir en un mundo mejor (p. 223). No se oculta el valor ambiguo que tiene la técnica con alcances dudosos (hay un par de referencias en la obra a la de Mary Shelley, Frankenstein, el Prometeo moderno) pero al final es Zeus quien proporciona a los seres humanos el instrumento definitivo para su convivencia y progreso, la techné politiké. Por cierto, no hago más que dar vueltas a una observación que se hace de pasada en la obra y que tiene a mi juicio gran importancia: Prometeo carece de todo modelo o antecedente oriental. Es decir, es una leyenda europea, lo que no deja de tener su mérito en una cultura en la que casi todo, incluidos otros dioses, viene de Oriente, como la luz. (Las imágenes son: una escultura de Nicolas-Sébastien Adam Prometeo (1737) muy curiosa que se encuentra en el Museo del Louvre, en París y un cuadro de Maxfield Parrish, Prometeo (1919) que es un calendario publicitario que se encuentra en Art Renewal Center).
dijous, 27 de novembre del 2008
Los dioses nunca están cansados.
Alberto Bernabé (Dioses, héroes y orígenes del mundo. Lecturas de mitología Abada editores, Madrid, 2008, 411 págs) es un meritísimo catedrático de filología griega de la Universidad Complutense de Madrid que tiene una amplia y sólida obra publicada aquí y fuera de aquí. O sea lo que se dice una autoridad en la materia. En este libro ha agrupado veinticuatro trabajos académicos, ponencias en congresos, artículos, etc y los ha agrupado con bastante tino en cinco apartados: I) Cosmogonías y teogonías. II) Mitos y literatura. III) Orphica. IV) Mitos griegos y mitos del próximo oriente. v) Las difusas fronteras del mito. Y doy fe de que la clasificación se sigue al pie de la letra o sea que en donde se dice que se hablará del orfismo, se habla del orfismo. Además, las cinco partes conservan una muy apreciable unidad de conjunto. Añadamos que el autor ha tenido la gentileza de aderezar los trabajos y aliviarlos del aparato crítico y erudito (aunque, por supuesto, no del todo porque no se puede) con lo cual ha conseguido un trabajo de gran interés. Sigue sin ser de fácil lectura ya que le ocurre a él lo que él dice que ocurre con muchos relatos mitológicos, que dan por supuesto el conocimiento de aquello sobre lo que versan. Pero los lectores que conozcan la mitología griega (y parcialmente la del próximo oriente) lo encontrarán interesantísimo y disfrutarán con la lectura, al tiempo que se ponen al día en unos conocimientos que, como todos, avanzan sin parar. No solamente se disfruta sino que un humilde aficionado como yo aprovecha el tiempo y aprende algunas cosas.
En la primera parte tras unas consideraciones generales sobre cosmogonías, una tipología de éstas de la mano de Mircea Eliade y un análisis de sus rasgos pasa a considerar la de Hesiodo, una órfica, la de Epiménides y la cómica de Aristófanes. Resulta muy útil porque casi se ve gráficamente su ordenación de la cosmogonía hesiódica en a) el Cielo (donde habitan los dioses), b) la tierra (donde lo hacen los hombres) y c) el mundo subterráneo (poblado de muertos); entre a) y b) se sitúa el Caos (cuya determinación filológica es muy interesante) y entre b) y c) el oscuro Tártaro (p. 30). Así que el Tártaro no es el Hades, pero tampoco es la Tierra.
La cosmogonía órfica es la atribuida a Jerónimo y Helanico, que nos han trasmitido en algunas referencias en prosa Damascio (un neoplatónico) y Atenágoras. Los dos órficos postulan el origen en el agua de la que surge un ser serpentino llamado "Tiempo y Herakles" y la Necesidad. El Tiempo es padre de Éter, Caos y Érebo y también del huevo cósmico propiamente órfico que, al partirse en dos, da el cielo y la tierra. De aquí surgirá el Primogénito dios bicórpore (es decir, bisexual), Zeus y una continuación teogónica (pp. 37-39).
La cosmogonía de Epiménides el cretense mezcla rasgos hesiódicos con órficos y principios nuevos como el aire, que lo relaciona de inmediato con Anaxímenes (51); que ya recuerda Bernabé en otro lugar que las cosmogonías tienen mucha relación con la Filosofía.
La cosmogonía cómica es Las aves, de Aristófanes, una pieza divertidísima en la que se muestra la innata superioridad de los pájaros sobre los hombres, una parodia de las demás cosmogonías en las que el cómico mezcla elementos homéricos, hesiódicos, de otras cosmologías y órficos, como el nacimiento de Eros (alado, claro) de un huevo cósmico, tema órfico por excelencia que le permite convertir la teogonía en una ornitogonía (pp. 63-64).
En la segunda parte, sobre Mitos y literatura, antes de hablar de dioses y héroes concretos, demuestra la importancia de la épica arcaica griega perdida que sólo conocemos muy fragmentariamente. La distingue de la homérica en que es menos rígida: puede que haya héroes inmortales, se narran actos heroicos y cobardías y hasta el erotismo encuentra acomodo (pp. 68/69). Divide la épica perdida en tres periodos: cíclico, genealógico y teogónico (p. 72) y clasifica los mitos según la función que cumplen en especulativos (o sea, explicativos), de viaje y de "afirmación nacional o manipulación política" (pp. 74/77).
En los dioses y héroes concretos, relata el nacimiento de Atenea en la literatura arcaica, desmenuzando a Homero, Hesiodo, Museo, los Himnos homéricos, Estesícoro, Íbico y Píndaro para confirmar la visión tradicional del mito. De pasada refuta la interpretación estoica de que Atenea sea símbolo de la sabiduría por salir armada de la cabeza de Zeus porque, dice, la idea de que la cabeza es el asiento de la inteligencia es muy posterior al nacimiento del mito (p.90).
El estudio de Teseo, héroe al que tengo particular afición, aunque sólo sea porque tuvo que ver con el Minotauro que es el que me cae bien, es interesantísimo. Teseo resulta ser nombre rastreable en la antigüedad micénica (p. 93) y lo curioso es que, aun siendo tan antiguo, sólo aparezca tratado de forma fragmentaria en las fuentes que se limitan a narrar una u otra de sus aventuras (rapto de Helena y descenso a los infiernos en la caso del ciclo épico), pero no dan una visión general. Parece que hubo una Teseida en la época clásica del apogeo político ateniense. Los dos ditirambos de Baquílides (nos. 17 y 18), composiciones de encargo para cantar la gloria de Atenas, son de 474 y 478-470 respectivamente, o sea, entre la Liga Delia y la batalla de Maratón, plena época del culto a Teseo (pp. 109/110). Con todo las menciones literarias al héroe son accidentales. El Minotauro no aparece. La explicación de esta aparente contradicción está, según Bernabé, en que Teseo era conocido desde tiempo inmemorial pero más como héroe de cuento popular, lo que apunta a la división convencional entre una literatura "superior" y otra "inferior" que suele ser efímera. Son varios los elementos de la leyenda teseida que hacen que el héroe se consagre: lucha con un monstruo (es un héroe civilizador), simboliza el valor ateniense en las guerras médicas (aunque de modo anacrónico) y su viaje a los infiernos lo diputa de hombre de conocimiento superior a la par que popular y demócrata (p. 118). La producción posterior sólo acrecentará está función de héroe nacional ateniense en el teatro, por ejemplo (p. 121). Ya lo creo, basta recordar el argumento de Edipo en Colono, de Sófocles, en donde Edipo no sólo legitima el poder de Teseo sino el de su descendencia.
Dedica Bernabé un capítulo al mito de Afrodita narrado según los Himnos homéricos, durante tanto tiempo infravalorados pero que a su juicio están adornados de una serie de rasgos que los hacen especialmente interesantes y de los que entresaco que son temas tradicionales, que hablan de dioses individuales, que son panhelénicos, que en ellos intervienen seres humanos y que, además del nacimiento de un dios, cuentan un conflicto (pp. 120/128). En el caso de Afrodita, ya que su actividad erótica amenaza el orden constituido, esto es, la guerra, la política, la educación de los jóvenes y la estabilidad del hogar y la familia (p. 131), Zeus decide castigarla con sus mismas armas haciendo que se enamore de Anquises. El parlamento en que Afrodita pone en guardia a su amante y lo ilustra acerca del nombre de su hijo, Eneas, trae tres digresiones que vienen a ser como explicaciones o justificaciones de por qué Anquises ni Eneas alcanzan la divinidad. Esas digresiones ejemplificadoras son Ganimedes, Titono (de quien conviene recordar que obtuvo la inmortalidad pero no la eterna juventud) (pp. 144-145) y las ninfas (p. 147) . Obviamente en el "nuevo orden" de los dioses olímpicos eso de que los dioses anden retozando con los mortales ya no está bien visto, de aquí que Eneas sea "lo que no debe hacerse". No deja de tener gracia que el héroe que Virgilio escoge para cumplir una revancha mítica y, de paso, legitimar a Augusto sea "lo que no debe hacerse".
El último capítulo de esta parte está dedicado a un tema de un extraordinario calado pues versa sobre las mujeres asesinas en la mitología: de un lado quienes, como Ágave en Las bacantes de Eurípides, enloquecen y cometen crímenes tremendos hasta el punto de descuartizar a su propio hijo, Penteo. De otro a aquellas que, fieles a sus funciones tradicionales de género, se resistan a Dionisio, éste las convierte en aves nocturnas (p. 153). El autor dedica especial atención a los dos prototipos de mujer asesina: Clitemestra y Medea, en las que aprecia los rasgos siguientes: 1) ambas tienen un motivo para hacer lo que hacen (no enloquecen sin más); 2) sus actos son inteligentes; 3) no son personajes enteramente malvados; 4) se registra una evolución, digamos moral, desde Esquilo a Sófocles ya que Medea no paga con la muerte sus crímenes; y 6) son prototipos que han de evitarse (p.173). Veo que Bernabé no otorga atención a la vieja explicación simbólica que arranca ya de Bachofen acerca de que Clitemestra tiene que morir porque con su muerte se simboliza el paso del matriarcado al patriarcado en las sociedades antiguas, probablemente porque no se le dará crédito entre los especialistas.
La cuarta parte dedicada al orfismo tiene dos interesantes capítulos sobre el mito de Dioniso para el que disponemos de tres fuentes: la más antigua, la de las Rapsodias y la helenística que apunta a la influencia egipcia (p. 198). Dioniso nace y muere varias veces. Hijo de Zeus y Perséfone, es secuestrado por los titanes y devorado por ellos. Renace en Sémele (por eso se le llama dimator) y luego del muslo de Zeus. En la versión helenística no aparece Palas (que sí lo hace en la antigua, con el encargo de llevar el corazón palpitante del hijo de Zeus) ni hay gestación posterior, pero sí se subraya la similitud con Osiris (p. 187). Se da pues por buena la versión más tradicional y extendida. Que es lo que se hace en el capítulo siguiente, dedicado a zanjar una cuestión litigiosa entre eruditos acerca de si hubo un mito órfico sobre Dioniso y los titanes de considerable antigüedad. En efecto, frente a quien sostiene lo contrario (esto es, que es un mito "inventado" en el siglo XIX), Bernabé lo hace arrancar en las Rapsodias, lo rastrea en las referencias neoplatónicas, en Plutarco, las argonáuticas órficas, en Juliano, Dión Crisóstomo y Diodoro. En síntesis: los titanes matan a Dioniso y se lo comen. Zeus los fulmina y de los restos de los titanes surgen los hombres cuya naturaleza es dual pues tienen parte de Titanes y parte de Dioniso y cuya misión es expiar el pecado de sus antepasados (p. 192). Suenan aquí los ecos de una variante de la interpretación nietzscheana. El Papiro de Gurob lleva el mito hasta el helenismo y reaparece en el Menón de Platón al hablar de la metempsicosis (p. 205) y en el Crátilo (p. 209).
El último capítulo de la parte órfica versa sobre el fascinante mito de Orfeo. Virgilio y Ovidio, que lo recogen, no hablan de su participación en el viaje de los argonautas y Platón en el Banquete interpreta lo que le sucede al bajar a los infiernos muy a tono con su doctrina negativa acerca del canto poético, fundamentalmente engañoso (p. 220). Bernabé sitúa a Orfeo entre los viajeros al más allá (p. 221), y descubre en él también muchos elementos de cuentos populares. Hasta le busca similitud con Simbad el marino, hablando de los argonautas, claro (p. 226). Orfeo es ante todo un transgresor, figura por la que Bernabé parece sentir predilección, lo que entiendo muy bien, como Asclepio y Támiris (pp. 228/229).
La quinta parte, la más extensa del libro versa sobre las relaciones entre los mitos griegos y los del próximo oriente, con todos los inconvenientes que plantea siempre la valoración de los préstamos literarios. Abre su consideración con la figura del "dios que desaparece", a propósito del viaje de la babilonia Istar a los infiernos (p. 247) y el ugarítico de Ba'lu y Môtu. Hay también versiones hititas y la griega se encuentra en el himno homérico a Démeter que Bernabé ve prolongarse en el cuento de los Grimm de La bella durmiente del bosque. No está mal traído. El Himno a Démeter se enriquece con la obligada visita a Eleusis por los misterios y la descripción de la escasez sobre la tierra. Es probable que Démeter también bajara a los infiernos, aunque en el himno homérico la que baja es la hija (p. 256).
Viene luego un complicado (y muy inteligente) paralelismo entre el mito hurrohitita de El reinado de los cielos, la Teogonía de Hesiodo y el Papiro de Derveni, un rollo hallado en 1962 cerca de Salónica (p. 268). En todos los casos el "nuevo orden" sucede al viejo, los nuevos dioses a los antiguos que no reciben culto, son primordiales, imprevisibles, violentos y aliados con las fuerzas oscuras (pp. 272/273). Hay diversas formas concretas (que analiza) de romper con lo antiguo y concluye su investigación: "En los tres poemas se presenta como centro del conflicto la lucha por el poder, en el trasfondo de la cual hay un conflicto entre el desorden y el orden. En el mito hitita el centro del conflicto es una inestabilidad del poder en los tiempos primigenios, debido a la lucha entre una estirpe celeste y otra ctónica, en la que los reyes son cíclicamente desposeídos del trono.(...) En el mito griego, el centro del conflicto es también la lucha por el poder y por la instauración del orden, pero se produce en el seno de una sola estirpe." (pp. 285/286).
El capítulo siguiente vincula el mito hurrohitita El reinado del dios KAL con los hesiódicos de la Edad de Oro, Prometeo y Pandora. KAL se encuentra entre lo primigenio más oscuro, Kumarbi y el dios del orden, Tesub. Pero éste no es definitivo y puede oscilar hacia el mal (Ullikummi, Hedammu) o hacia el bien, KAL. Kumarbi es Crono y KAL viene a ser Prometeo, si bien Hesiodo ha hecho el mito mucho más complicado. Basta con pensar en Pandora.
Los últimos capítulos de esta parte me parecen de menor entidad o están más sucintamente tratados, lo que no les resta interés. En uno se narra el combate del dios supremo con el monstruo destructivo, el Canto de Ullikummi en la versión hitita que Hesiodo ha elaborado mucho más en la narración del terrible combate entre Zeus y Tifón, el hijo de la Tierra y el Tártaro, con su doble naturaleza de hombre y fiera (p. 317) y al que no se puede vencer mas que arrojándole encima el monte Etna, en Sicilia (p. 317). Recuerdo que la primera vez que leí esto en la versión de la Teogonía de Bergua hace muchísimos años, me quedé tan impresionado que soñé con ello. Se sigue una breve consideración del Himno homérico a Démeter así como una interpretación del viaje del alma al más allá a través de un paralelismo entre mitos hititas y órficos.
La última parte del libro, llamada Las difusas fronteras del mito contiene tres capítulos contraponiendo el discurso mítico de un lado a los cuentos populares (recuérdese el caso de Teseo), de otro al nacimiento de la historiografía y por fin al discurso racional filosófico. Por supuesto que hay una divisoria entre los mitos y estos otros tres quehaceres, pero no es fácil de trazar porque las separaciones son osmóticas. Hay mucho de mito en los cuentos populares y viceversa; por otro lado, acentuando factores cronológicos, evolutivos, de racionalidad causal, etc, la historiografía acabó separándose de la mitología, lo que no era costumbre entre los griegos; por último Bernabé encuentra cuestionable la tajante separación entre mito y logos cuyo locus classicus es la fascinante obra de Nestle Vom Mythos zum Logos, puesto que encuentra abundantes vías de intercomunicación entre el discurso mitológico y el racional. Supongo que esta es una afirmación que los filosofastros tacharán de irracional, cosa que sonará a mala melopea a un hombre tan sabio como Alberto Bernabé.
(Las imágenes son: la primera un bronce de Antoine-Louis Barye (1841-46), Teseo dando muerte al Minotauro, en el Museo del Louvre; la segunda un cuadro de Pierre-Narcise Guérin (1817), Clitemnestre hésitant avant de frapper Agamemnon endormi, Museo del Louvre y la tercera, uno de Gustave Maureau (1865) Joven tracia con la cabeza de Orfeo (1865), Museo d'Orsay, París).
divendres, 15 d’agost del 2008
Vae victis.
Con montaje de Mario Gas y en versión de Ramón Irigoyen, ambas estupendas, se estrenó ayer en el Matadero de Madrid Las troyanas de Eurípides que estarán hasta el veintiocho de septiembre.
Estos montajes modernos de piezas clásicas están creando cierto ritual de anacronismo rupturista: los soldados aparecen con uniformes de hoy, generalmente abigarradas mezclas de botas, pistolas, cascos, gafas de motorista (inspirados en los motoristas heraldos de la muerte en el Orfeo de Jean Cocteau) y suelen mezclarse con otros personajes vestidos a la usanza civil de hoy o de hace cuarenta o cincuenta años. El resto de la escenografía es contemporánea con alguna alusión a la antigüedad de que se trate. En realidad da igual. Aunque los personajes salieran desnudos sus parlamentos los vestirían en la imaginación de los espectadores porque hay que ver qué metafórico que es el teatro clásico, escrito por poetas.
Y qué poetas. Eurípides es el de los caracteres, la psicología de los personajes, los propósitos, los discursos de las personas individuales. Sus héroes tienen opiniones. Hablan del destino y de los dioses, pero también de las intenciones y las acciones de los seres humanos. La visión de los dioses aquí, en Las troyanas, es muy negativa. Son vanidosos (les molesta que no los adoren o no lo suficiente) son crueles, caprichosos e inseguros. Poseidón, al que le tocará convertir en una odisea (y nunca mejor dicho) el regreso de los aqueos a sus hogares es, en la visión de Gas, un viejo cascarrabias sin voluntad propia mientras que Palas Atanea, interpretada por Ángel Pavlovsky, que no anda nada seguro sobre los altos tacones, es una dama inverosímil, un poco "fané" y original.
La obra fue escrita y presentada a concurso como parte de una trilogía sobre la guerra de Troya en plena guerra del Peloponeso y poco después de que los atenienses tomaran la isla de Melos, pasaran a cuchillo a hombres y niños y vendieran como esclavas a las mujeres. En verdad es para imaginarse la situación en que, en unas fiestas patrias (que es lo que eran los certámenes teatrales) el auditorio, el pueblo de Atenas oye a Hécuba decir en presencia del cadáver de Astianax, el hijo de Héctor, algo así como: "¿Qué epitafio escribiría un poeta de ti? Caminante: aquí yace un niño a quien los griegos mataron por miedo." Es muy fuerte. No me extraña que los atenienses no le dieran el premio. Pero sobrevivió. Aquí lo hubieran colgado.
La otra característica por la que es famoso Eurípides es por sus mujeres, con Medea y Fedra a la cabeza. Esta obra es sobre mujeres y de mujeres. Hay un elemento de género muy fuerte. Es la guerra de Troya contada por las doblemente vencidas, las mujeres, un punto de vista inexistente en el resto del teatro griego y casi del teatro en general. La guerra vista por mujeres.Vista por mujeres pero escrita por un hombre. Por eso los cuatro personajes femeninos singularizados, protagonistas, Hécuba, Casandra, Andrómaca y Helena representan las cuatro figuras de la mujer a los ojos de los hombres: madre, virgen, esposa y puta. Los caracteres bordan los papeles.
Hécuba es la matrona, la madre simbólica, la que pronuncia las grandes sentencias filosóficas sobre el destino, la condición humana, la muerte. Sobre todo le preocupan los vaivenes de la fortuna. Ella es precisamente un buen ejemplo, esposa de Rey y madre de Rey condenada a ser la criada de Penélope la esposa del taimado Ulises que no cree en los dioses ni en las normas éticas de la humanidad. Odiado especialmente porque es el que destruyó Troya, destruyó la ciudad y los templos de los dioses.
Casandra, la virgen, como la "hermana" de lo que podríamos llamar el imaginario colectivo masculino acumula otros caracteres, es profetisa (aunque maldita), sacerdotisa, quizá bruja. Pero es la que elabora un discurso todavía más crítico y fuerte que el epitafio de Astianax, cuando demuestra cómo, con arreglo a las creencias trascendentales de griegos y troyanos, son los troyanos los que han sido más afortunados pues murieron defendiendo su patria (no pillando la ajena) porque vivían en ella y eran honrados por ella, lo que no pasaba con los argivos, lejos de su tierra en expedición de rapiña. Su profecía del retorno de Ulises pone los pelos de punta.
Andrómaca es la esposa. Sin duda madre tambén de Astianax pero sobre todo esposa del difunto Héctor, a quien será fiel, a quien no sacará de su corazón para poner en su lugar al hijo de su asesino, Neoptólemo, hijo de Aquiles. Sabe que haciéndola concubina o esposa de Neoptólemo la obligan a ser el receptáculo de la crueldad y la humillación de Hector, el peor castigo que le pueden infligir, esposa fiel.
Helena hace una última aparición, a defenderse de una condena a muerte en una especie de causa judicial en la que Hécuba será la acusación y Menelao el juez. El argumento de Helena es que fue secuestrada de Argos por Paris a la fuerza y a la fuerza mantenida en Troya. El de Hécuba es que como buena casquivana a la que la corte de Argos se le hacía pequeña sedujo a Paris, hijo de Priamo, para que la llevara a la más poderosa Troya. Menelao escucha los alegatos y dice que se mantiene en su intención primera pero, al irse ya sabemos que Helena se lo ganará por el camino. Conocido es el carácter de Menelao, hijo de Atreo, hermano de Agammenon, casado con Clitemnestra, hermana a su vez de Helena. Dos hermanas casadas con dos hermanos. Aunque también tiene el asunto su explicación si se advierte que no hay acuerdo general acerca de cómo salió Helena de Argos, si de grado o a la fuerza.
La verdad es que los monólogos, los diálogos, el coro suspenden y cautivan el ánimo. Se entiende el drama de la esclavitud de las mujeres, lo sombrío de su destino, lo injusto de su situación. El poeta puso al pueblo de Atenas ante las consecuencias de su crimen en Melos y lo hizo vinculándolo al gran poema que es alma misma de la cultura griega y occidental.
diumenge, 15 de juny del 2008
Clasicismo y pasión.
Entre los fondos del Instituto de Crédito Oficial (ICO) se encuentra íntegra una serie de la Suite Vollard, de Picasso, que de vez en cuando saca a exposición temporal, como sucede ahora. Son cien grabados realizados entre 1933 y 1937 que habitualmente se clasifican en cuatro grupos : La batalla del Amor, El taller del escultor, Rembrandt y El minotauro, de las que El taller del escultor ocupa casi la mitad del total, completada con tres retratos de Ambroise Vollard, el marchante que adquirió la colección a cambio de una serie de cuadros de otros pintores que Picasso quería tener.
El taller del escultor, que es la parte de la serie que trata de él, sus esculturas y su modelo en aquellos años y también su amante, Marie Thérèse Walter, es una fascinante sucesión de imágenes a buril y punta seca, de variaciones sobre el desnudo masculino, el femenino, la obra escultórica en el orden clásico. Es una obra que constituye un punto medio de ese constante trajinar picassiano entre la pintura y la escultura y allí donde se rompe con el cubismo para volver a unas formas clásicas muy inspiradas en Ingres, en concreto, las mujeres. Hay en los grabados del Taller del escultor una alegre sensualidad, joie de vivre, plenitud del espacio y como congelación del tiempo, todo potencias juveniles postuladas (Picasso estaba entonces en la cincuentena) en intrincada relación con la apabullante capacidad creadora de Pablo Ruiz. Bastantes de los grabados muestran una tensión entre la laxitud y el abandono de los cuerpos y la indagación en la propia creatividad, contenida, reflexiva, a punto de saltar e iniciarse en una nueva obra, quizá la lámina siguiente. Es el latido del triángulo del autor, la obra y el modelo, como la misteriosa relación entre Pigmalión y Galatea/Afrodita, que es el mito con el que habitualmente se relaciona el clasicismo de esta parte de la suite.
El bloque dedicado al Minotauro y la minotauromaquia es menos numeroso que el del taller del escultor, pero tiene momentos muy interesantes. En primer lugar el mero hecho de la elección del ser, el Minotauro, un símbolo muy apreciado en el surrealismo. El Minotauro, producto de los amores culpables de Pasifae, es un ser compuesto de hombre y bestia, un monstruo, de los que abundan en la mitología pero, a diferencia de la mayoría de ellos en la griega, este monstruo la parte que tiene de humano, de racional, es el cuerpo que, a su vez es la parte no racional del hombre, la res extensa, mientras que la parte que tiene de racional, el cógito, es la que está ocupada por el animal. El Minotauro representa la fusión de la razón y la pasión y lo interesante aquí, como se ve en el grabado a buril a la izquierda es que la escena es una variante del taller del escultor en la que el artista ha dejado lugar al Minotauro y todo lo demás, paisaje, modelo, clasicismo es igual. Es legítimo pensar que se trata de un autorretrato: el escultor Picasso se representa a sí mismo como un Minotauro, un ser mítico, puro sentimiento y fuerza. Producto de incontinencia sexual, él mismo tampoco se controla y de ahí la subserie de La batalla del amor, que se llamaba originalmente L'etreinte y también Le viol consistente en reflejar artísticamente ese acto de suprema violencia que es la violación, algo que hoy resulta desagradable prima facie por su falta de corrección política y que apunta a ese oscuro mundo en que la sexualidad, la violencia y la creatividad aparecen misteriosamente entrelazadas. La posterior identificación del Minotauro con el Edipo ya caído en desgracia y peregrino (el grabado de la derecha es el Minotauro ciego conducido por una niña, o sea, Antígona) también implica un cúmulo de suposiciones. Edipo no es enteramente un ser racional ya que, aunque pueda elegir racionalmente, su destino está predeterminado, es decir, se mueve en el ámbito de la necesidad y por lo tanto de las cosas, no de las personas. El mundo clásico está fragmentándose y haciéndose más complejo. El artista es el Minotauro, que busca a ciegas su destino, impulsado por la pasión más extrema. Por último, la conversión del Minotauro-artista en el animal sacrificial de la minotauromaquia encaja como una especie de precedente de la teoría de Agamben.
¿Y qué más? Pues que, como puede verse en este grabado al aguafuerte y buril de 1934, la suite Vollard preanuncia ya el Gernika, tres años más tarde. Lo único que era necesario para que esa obra de arte saliera a la luz sería algún tipo de big bang, cosa que proporcionaron las bombas fascistas sobre la pequeña y pacífica población vasca.