Al igual que todos los seres humanos, Rubalcaba no está hecho de una sola pieza, como un monolito, sino que es un ser complejo, con sus matices, sus diferentes facetas, sus contradicciones.. Lleva más de treinta años en política, de ellos veinte en cargos públicos. Ha sido ministro de varios asuntos, diputado y vicepresidente del gobierno, candidato derrotado a la presidencia del gobierno y, en la actualidad, secretario general del PSOE. Una vida dedicada a la política, a la que se acercó por afición ya que él es químico de oficio. Hizo una mutación weberiana de la ciencia como vocación a la vocación de la política. Ahora bien, su desempeño en tal larga tarea no ha sido siempre igual. Fue un buen segundón en todo momento y brilló especialmente como ministro del Interior, siendo a él a quien cabe reconocer casi todo el mérito del fin de ETA, un logro que obtuvo gracias a su tesón, su trabajo duro, su perseverancia y su obstinación. Todas ellas cualidades muy convenientes para alguien situado en segundo plano, que recibe órdenes y las aplica fielmente. Pero quizá no tanto cuando se ocupa un puesto central, decisivo, en primera línea, en donde las órdenes no se reciben sino que se dan y hay que mostrar el grado necesario de flexibilidad, prontitud en la reacción y clarividencia que son cualidades imprescindibles en un líder.
Pues aquí está el problema, en que quizá al postularse como candidato a la presidencia del gobierno y como secretario general después, Rubalcaba haya llegado a su nivel máximo de incompetencia y, lejos de ser la persona idónea para sacar al PSOE del atolladero en que se encuentra, desarbolado por una tremenda derrota electoral, sin ideas, sin propuestas, incapaz de salir del marasmo, resulta ser el principal obstáculo. Sin duda él no lo verá así. Nada más subjetivo e intransferible que la imagen que uno tiene de uno mismo. Al contrario, puede verse como el héroe, dentro de la figura del sí mismo como arquetipo junguiano, el hombre providencial que llevará a sus seguidores al triunfo.
Pero para conseguir ese objetivo en la España de hoy, literalmente reventada por la arrogancia, la estupidez y la agresividad del PP, hace falta algo más que una buena hoja de servicios a la causa. Hace falta perspicacia e inteligencia para entender las nuevas circunstancias; audacia para dar con fórmulas no gastadas, propuestas alternativas; determinación para ponerlas en práctica; y libertad de movimientos para no ser presa de los intereses creados en el partido. Nada de eso adorna a Rubalcaba que, al contrario, no ha dado muestra alguna de iniciativa en los catorce meses desde las elecciones, permitiendo que el PSOE se desdibuje hasta desaparecer, que no tenga perfil de partido de oposición (responsable o no responsable), que la intención de voto socialista esté por debajo de la del PP después del desastre sin paliativos de la gestión de este y que su índice de popularidad sea inferior al de Rajoy, lo cual es ya para suicidarse.
En el fondo, la veteranía de estos dos ilustres segundones, Rajoy y Rubalcaba, perfectamente inadecuados para funciones de primera responsabilidad, ha acabado haciendo que se parezcan y actúen de forma muy parecida y así como el gallego con su retranca, también llegado al grado máximo de su pavorosa incompetencia, se niega a admitir que su política sea un desastre e insiste en que tengamos paciencia, que ya dará frutos con tanta veracidad como la que tenía cuando juró el cargo, el santanderino hace lo mismo. Catorce meses de fracasos, líos en Galicia, Cataluña, Ponferrada y una creciente contestación en su partido no le mueven a reflexión sino que, como Rajoy, pide confianza, que ya habrá resultados, aunque no a plazo fijo.
Seguramente Rubalcaba verá como injusto que, con todo lo que ha hecho y hace, haya gente en su partido -y mucha- que le recomienda apartarse y dejar paso a otros porque es un obstáculo. Pero el partido no es suyo. El electorado no le sigue en su política de oposición, suponiendo que sepa cuál es, bajo ningún concepto y tengo mis dudas de que, si algún día hace explícitas sus convicciones conservadoras, casi tan reaccionarias como las de su amigo Bono, acerca de la Monarquía, la Iglesia y la organización territorial de España, lo sigan muchos en su propio partido. Una situación tan sorprendente que, de ser mal pensados, podríamos decir que el secretario general tiene secuestrada la voluntad colectiva para actuar de aliado objetivo de los conservadores en las políticas frente a la crisis y mantener el sistema corrupto del turnismo de los partidos dinásticos.
(La imagen es una foto de Rubalcaba 38, bajo licencia Creative Commons).