El Museo Arqueológico Nacional tiene una interesante exposición de los hallazgos de una misión española de la Universidad Autónoma en los confines de Oriente próximo en la península de Omán. Comisariada por Joaquín Córdoba Zoilo, catedrático de Historia antigua de esa universidad, muestra los resultados de los trabajos de ese equipo de españoles, incorporados a una misión internacional y aporta datos muy interesantes, fascinantes incluso, sobre una civilización de la que, hasta hace poco no se sabía prácticamente nada, ni siquiera en dónde estaba: la del país de Magán. Algún texto sumerio hablaba, al parecer, de los "barcos negros" (porque los calafateaban con betún) que llegaban de aquel lugar que debió de florecer como centro de comercio del cobre para el golfo pérsico entre el 2300 y el 500 a.d.C. Imagino que la existencia de este centro -no me atrevo a llamarlo emporio- y algún otro vecino, como Mleiha y el puerto de Dibba, ciudades caravaneras fortalecerán las viejas teorías difusionistas. Luego, llegó la decadencia y pareció habérselo tragado la tierra, de forma que algunos conjeturaban que podía incluso encontrarse en el África, otros en Yemen, o en Irak. Ahora, gracias al encomiable trabajo de estos investigadores ya sabemos que se encontraba en lo que hoy es el Emirato de Sharjah, en el cuerno de la península arábiga. Puro desierto.
Los materiales que se muestran son básicamente cerámicas, cuentas, utensilios, puntas de flechas y lanzas, alguna piedra con inscripciones, tumbas individuales y colectivas, diferentes tipos de enterramientos con rituales desconocidos. Todo habla de asentamientos humanos durante un larguísimo periodo que va desde los orígenes más oscuros en el paleolítico hasta la Edad del bronce y todo también documentado porque, como dicen los investigadores con legítimo orgullo, ponen voz a los que no la tienen, los sacan de la oscuridad y nos los muestran, interpretando su existencia que, por lo que cabe colegir de la pobreza y rusticidad de la muestras, debía de ser muy dura durante siglos y siglos.
Dos o tres consideraciones se imponen al visitante que se siente trasportado a las condiciones de vida de aquellas comunidades que peleaban por sobrevivir en un clima muy adverso. La importancia que adquieren los vestigios funerarios que aquí, como en muchas otras partes, son el vínculo que nos une con civilizaciones extinguidas y casi por entero desaparecidas de la faz de la tierra. Es ese deseo de perdurabilidad que ha alentado siempre en el corazón de los seres humanos el que los lleva a proveer a los difuntos de cantidad de objetos que al cabo de siglos, milenios, nos hablan de cómo eran y con el auxilio de varias ciencias nos permiten pasar de las conjeturas o teorías sólidas sobre sus vidas, sus costumbres, sus enfermedades, incluso, aunque no tanto sobre sus creencias y otros elementos puramente espirituales.
En algún lugar nos informan los miembros de la expedición, si no he leído mal que la esperanza de media de vida era de 27 años. Da que pensar y mucho y en muchas direcciones. Dante escribió la Divina Comedia n'ell mezzo della sua vita y contaba treinta. La esperanza de vida hoy en España está en torno a los 80. ¿Qué cabe hacer en 27 años teniendo, además que consumir la mayor parte en procurar la supervivencia en condiciones sumamente duras? Y, sin embargo, uno piensa que aquellas gentes eran como nosotros, se reían, festejaban, se adornaban (hay muchos collares, adornos, pulseras), se enamoraban y se peleaban...
Los periodos de florecimiento y decadencia debieron ser intermitentes pero algo les dio seguridad y continuidad, algo que debieron a su puro ingenio y que los españoles han sabido descubrir y explicar: un ingenioso sistema de regadío subterráneo que les permitió desarrollar la agricultura. Lo cual es congruente con esa teoría de que todas las formas de civilización primitivas y prehistóricas se han fundamentado en sistemas de regadío. Hay una reproducción a escala de esos pasadizos tallados en el subsuelo por los que discurrían las aguas que se almacenaban en las capas freáticas en un país desértico y que ellos, que debían ser competentes zahoríes, descubrieron y supieron aprovechar.
Solo por ver esa obra de ingeniería del neolítico (supongo) merece la pena acercarse a esta curiosa exposición que documenta la existencia de unas gentes de las que no sabíamos nada y de las que seguimos sin saber gran cosa. Gentes a las que tenemos que hacer un sitio en nuestra galería que muestra el proceso por el que los seres humanos han conseguido adueñarse de un mundo en el que empezaron siendo absolutamente insignificantes y hoy están a punto de destruir.