Como todas las ciencias sociales, la economía tiene un problema muy serio a la hora justificarse como "ciencia" en el sentido en que lo son las matemáticas o la física, y es el carácter imprevisible e impredecible de su objeto de conocimiento: el comportamiento de los seres humanos. Seres humanos que no lo son menos cuando se dedican a la producción y compraventa de bienes que cuando se ocupan de matar a sus semejantes ("ciencia" de la guerra), de gobernarlos ("ciencia" de la política) o de enamorarse de ellos. Seres que actúan en el ámbito de la libertad al tiempo que en el de la necesidad; a diferencia de las cosas, que sólo lo hacen en el de la necesidad. Seres que están dotados de eso tan resbaladizo y peligroso que llamamos "subjetividad" y que también es algo muy socorrido para que los científicos sociales, entre ellos los economistas, disimulen sus fracasos exonerándose de toda culpa y echándosela a quienes los padecen.
El otro día tuve ocasión de escuchar a uno de esos doctinecios que no paran de hablar por los medios explicándonos que la "grave desaceleración" (vulgo crisis) económica que se nos viene encima es un ejemplo de manual de la llamada "profecía autocumplida". El conocido cuanto brillante razonamiento del engolado pavo era: "como la gente tiene la percepción de que las cosas van mal, restringe el gasto; al restringirse el gasto, las empresas reducen la producción y despiden gente; al ir la gente al paro, hay menos dinero y las cosas van peor; al ir peor las cosas, la gente aun restringe más el gasto; al restringirse..., etc". ¿Qué les parece? Menudo científico, ¿eh? Todo empieza con la "percepción de la gente" de que las cosas van mal. Sobre si las cosas van mal objetivamente y, sobre todo, por qué, ni una palabra del científico.
Bueno va que hacer ciencia teniendo que dar cuenta de la subjetividad de la gente es tarea imposible y nadie tiene la culpa de ello. ¿Por qué? Pues porque, aunque extraño, no sería descartable que, con la misma percepción original ("las cosas van mal") el comportamiento del personal fuera diametralmente opuesto: la irresponsabilidad en el consumo, frenesí en el gasto, claro que sí. Los seres humanos somos tan impredecibles como los dioses que decimos que nos hicieron. Pero de ahí a echarnos la culpa de la crisis gracias a la estúpida triquiñuela de la "profecía autocumplida" media un abismo. ¿Me explico?
El doctitonto farfulló algo acerca del factor de subjetividad del sujeto económico, la pantalla fundió en negro y yo me quedé pensando que había algo en aquel discurso que tenía que aclarar. Y, de repente, me acordé. Me acordé de una noticia que había leído el día anterior y que, inexplicablemente, no me había suscitado reacción alguna, nueva prueba de qué subjetivos somos. La noticia era que, preguntado el presidente del Gobierno por su hipoteca en una entrevista en directo en la SER, resultó que no sabía si ésta era a interés fijo o variable y se lo tuvo que recordar su esposa con un SMS: "Te has equivocado: nuestra hipoteca es a interés variable". Así como suena. Quien quiera puede oír al señor Rodríguez Zapatero diciendo que su hipoteca es a interés fijo.
Dejemos de lado el hecho perfectamente normal en los matrimonios españoles del más puro machismo de que sea la mujer quien se ocupa de la casa mientras el marido larga discursos por la radio. Supongo que el adalid de la igualdad de género explicará ese detalle sin importancia a sus numerosas ministras quienes, sin duda, le exigirán las correspondientes aclaraciones. Eso es peccata minuta.
Lo increíble aquí es que haya un español que ignore si la hipoteca que tiene que pagar todos los meses por su vivienda ordinaria es a tipo fijo o variable. Hechas las pertinentes averiguaciones y a reserva de datos mejor fundados viene a resultar que el señor Rodríguez Zapatero tiene una hipoteca en condiciones moderadamente ventajosas con el Banco Santander del señor Botín por un inmueble que supuso un desembolso de 440.000 euros quedando, imagino, adeudado el resto en una urbanización de Las Rozas, El mirador de Vera, en la que el precio mínimo de venta es de 600.000 euros, lo que permite inferir que la hipoteca irá desde 160.000 € hasta el precio real del inmueble, 200.000, 300.000, 400.000 euros; los que sean.
Las condiciones en España, con el euríbor al alza sin parar desde hace dos años son francamente malas para los hipotecados. Hay miles de familias ahogadas por el pago de las cuotas de las hipotecas, el índice de morosidad en enero de este año estaba en el 0,8% el más alto en cinco años, lo que quiere decir que son cientos los hogares pendientes de embargos y de perder sus viviendas. En esas circunstancias, ¿cuántos españoles pueden permitirse el lujo de ignorar si la hipoteca por su vivienda es de tipo fijo o variable? Y si alguien se lo puede permitir es, obviamente, porque su boyante situación económica no le produce quebradero alguno de cabeza. En tiempos de Felipe González se llamaba beautiful people a la pandilla de majaderos (algunos muy sabihondos) que rodeaban al entonces presidente asesorándolo en los arcanos de la economía. A los de hoy habrá que llamarlos los happy few e, incluso, podrá hablarse del happy one
Efectivamente, la economía es una disciplina tan invadida de subjetividad como la poesía y, como en la poesía, hay subjetividad trágica y subjetividad festiva. La del presidente del Gobierno es festiva, muy festiva. Como la subjetividad tiene mucho que ver con la sensibilidad, mi preocupación es hasta qué punto puede ser sensible a la angustiosa situación de sus compatriotas una persona que ignora todo sobre el centro de gravedad de la economía de aquellos.
Lo digo en serio: ¿qué confianza merece alguien que no sabe qué tipo de interés paga por la hipoteca de su casa?
(La imagen es una foto de Katy Lindeman, bajo licencia de Creative Commons).