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dilluns, 18 de maig del 2015

La lógica empresarial.

El jefe de los patronos, sucesor de Díaz Ferrán, actualmente en la cárcel, suspira por privatizar los servicios públicos de la sanidad y la educación porque, dice, si se gestionaran según la lógica empresarial se obtendría mucho mayor rendimiento. ¿Qué es la "lógica empresarial"? Pues básicamente el afán de lucro del empresario. Su beneficio. Decir que esa lógica va a aumentar el rendimiento no es decir nada porque es preciso especificar el rendimiento para quién. Si se trata del rendimiento para el empresario, el asunto es, en efecto, lógico. Pero si se trata del rendimiento para otros, por ejemplo, para la colectividad, es menos claro. Demostrar que la lógica del lucro privado (que, por cierto, no conoce límites) en la gestión de los recursos públicos redunda en beneficio de la colectividad es arduo, en realidad, imposible.

Pero si la lógica empresarial es la del beneficio, su medio es el dinero. Con dinero se financian think tanks, escuelas de negocios, facultades de empresariales, círculos de debate y se pagan millonadas a ilustres conferenciantes para demostrar lo indemostrable y crear un ambiente en donde expresiones como "lógica empresarial" tengan connotaciones positivas. Así se dice en esos centros de doctrina que la gestión empresarial de los servicios públicos es más racional, evita el despilfarro, es más eficiente y, en consecuencia, más productiva. Lo lógico es ver los servicios públicos como empresas y sus usuarios como clientes.
 
Lo malo es que los servicios públicos articulan derechos y sus usuarios son ciudadanos, esto es, titulares de esos derechos. Y el concepto de derecho no entra en ningún cálculo de eficiencia según la lógica empresarial. La administración tiene que garantizar el acceso universal a estos bienes porque son derechos y todo el posible beneficio si lo hubiera, que no tiene por qué haberlo, iría íntegro a la ampliación y mejora de la actividad, sin margen alguno para el beneficio personal. En la empresa privada puede traer cuenta pagar indemnizaciones por accidentes mortales antes que afrontar una inversión mucho mayor en corregir algún defecto peligroso. En la administración pública esto no puede hacerse pues el administrador tiene que respetar a toda costa los derechos de los administrados, el primero de los cuales es la vida, aunque respetarlos no sea eficiente en términos de ganancia.
 
Por lo demás, Rosell no parece pedir el cierre de los servicios públicos y su desaparición de los presupuestos generales del Estado, atendiendo a un principio absoluto de libre mercado. Lo que solicita es que los gestores de los recursos públicos no sean políticos ni funcionarios sino empresarios. Además, podría prescindirse de los funcionarios, estamento enojoso que no solamente vigila el respeto a los derechos de la ciudadanía sino que él mismo está cargado de derechos que impiden tratarlo como mano de obra barata y precaria. O ya directamente esclava, desprovista de derechos, como quiere la patronal habérselas con la fuerza de trabajo. Porque, después de todos los dineros, las FAES, las escuelas de negocios, los medios comprados, los periodistas a sueldo y todo el andamiaje ideológico del capital, el meollo de la lógica de este, su núcleo esencial sigue siendo la plusvalía, esto es, la explotación del trabajo ajeno.
 
La propuesta parecería un ideal del libre mercado pero es, en realidad, una muestra de la lógica empresarial al más puro estilo español. Es una propuesta de captura del Estado por los empresarios. La CEOE sería el partido único del régimen.  Los servicios públicos siguen a cargo de los presupuestos generales del Estado, pero los gestionan empresarios con su lógica de la eficiencia y la productividad, o sea, el rendimiento para sus bolsillos. El negocio es redondo y típico del capitalismo de amigotes. No hace falta arriesgar capital propio; se gestiona el público. Y se tienen clientes forzosos, pues todo el mundo necesita educación y sanidad. El negocio está asegurado. Y, si no lo estuviera, siempre se acaban socializando las pérdidas, como estamos hartos de ver, últimamente con las autopistas radiales de Madrid.
 
Es una lógica que bordea sistemáticamente lo delictivo, la que ha llevado al antecesor de Rosell en el cargo, Díaz Ferrán, a la cárcel de Soto del Real. Este Díaz Ferrán es el que en cierta ocasión formuló uno de los axiomas de la lógica empresarial: "trabajar más y ganar menos" a los efectos de que los empresarios puedan trabajar menos y ganar más y, de esta forma, se restablezca el equilibrio universal de la lógica empresarial. Si defraudar al erario aumenta el rendimiento personal, el lucro privado del gestor, ¿qué ordena hacer la lógica empresarial? A veces estas inferencias lo llevan a uno a la cárcel, pero es que ir a la cárcel forma parte también de la lógica empresarial.

dijous, 26 de març del 2015

El accidente.

Minutos después de conocerse la noticia del accidente del vuelo GWI9525 de Germanwings empezaron a aparecer tuits insultando a las víctimas por ser catalanas. Se enconó la cosa, hubo muchas protestas, se recogieron los tuits más ofensivos y se denunciaron, la policía empezó a investigar y algunas de las cuentas más infames desaparecieron. Todo eso en unas horas. Por supuesto, el contenido de la mayoría de los tuits insultantes, criminal.

Este hecho parece dar la razón a los pesimistas civilizatorios cuando dicen que, según avanza el nivel tecnológico de la humanidad, se degrada su condición moral. En mi opinión no es así, no porque haya otro tipo de relación entre el desarrollo tecnológico y el moral sino porque no hay ninguno. La naturaleza humana es invariable y eterna. Eso es lo que nos permite entender a nuestros antepasados del paleolítico y permitirá a nuestros sucesores entendernos a nosotros dentro de 20.000 años, hasta que la naturaleza humana cambie, cosa que no es descartable sin más, claro.

Pero, mientras no cambie, incorporará un grado difícil de medir de maldad. El problema de la existencia del mal quizá sea el más profundo de la filosofía, le ética, la teología. El mal y sus parientes, la crueldad, la saña, la alegría por el dolor ajeno. Lo que hace la tecnología es evidenciarlo, no suscitarlo. Y obligar a tratarlo como lo que es, como un delito. O sea, que de haber alguna relación entre tecnología y moral, sería positiva. Aunque modestamente. Tipificar como delitos la manifestación pública de tal bajeza moral y la injuria a las víctimas y sus allegados es, a todas luces, un avance. Pero justamente, esa tipificación testimonia que se trata de una realidad. Y una realidad permanente. Quizá perenne. El peor enemigo del ser humano es el ser humano. Un lobo, decía el filósofo. Y una hiena, y un buitre y una cucaracha.

Palinuro no entiende nada de aeronáutica y, tras escuchar a varios tertulianos expertos en aviación, está peor que al principio. Espera el dictamen de las autoridades cuando hayan estudiado el contenido de las cajas negras. Con un punto de escepticismo porque no es infrecuente que se mantenga alguna disparidad de criterios y haya versiones encontradas de las causas del accidente. Ojalá estén ahora claras.

Llama la atención la celeridad con que las organizaciones de compañías low cost han salido a atajar las interpretaciones que vinculan precios bajos con baja seguridad. Y la celeridad con que la prensa se ha hecho eco del desmentido, añadiendo estadísticas. No hay, se dice, relación directa entre el low cost y la siniestralidad. No la habrá si así lo dicen las estadísticas y los expertos. Pero en esa negación hay algo que choca el normal y pedestre sentido común: este airbus A320 que se ha estrellado tenía más de veinticinco años y más de 58.000 horas de vuelo. Lufthansa lo había apartado del servicio y lo había vendido, probablemente como hace con docenas de otros aparatos cuando hayan realizado determinadas horas y kilómetros de vuelo. Germanwings lo había comprado, sin duda a buen precio, aunque esto, a su vez, acabe siendo lioso porque, al fin y al cabo, esta empresa es una filial de Lufthansa. Pero, a lo nuestro: no sé si habrá alguien en la tierra que sostenga que montar en un avión de un año y 3.000 horas de vuelo, por ejemplo, sea tan seguro como hacerlo en otro de 25 años y 50.000 horas de vuelo. Además, si así fuera, ¿por qué los venden las compañías? ¿Solo porque los modelos nuevos traen mejoras estéticas pero no de seguridad? No es creíble.

La idea es clara: low cost no quiere decir high risk. Pero ¿qué quiere decir low cost? Pues lo que dice: bajo coste. No bajo precio, que es como se ha interpretado porque, en efecto, los precios son muy bajos. Esta es la esencia misma de la competencia en el libre mercado, eje del espíritu capitalista: prosperas si eres capaz de ofrecer el mismo bien o servicio a menor precio. Quien lo consigue, hace negocio, como sabemos desde la historia del Ford T y de mucho antes. ¿Cómo se reducen precios? La vía más normal y recurrida es reduciendo costes. ¿Cuáles? En principio, los superfluos. Las líneas low cost son, en realidad, líneas no frills. Pero tales reducciones pueden tener efectos colaterales que incidan en la seguridad. Por ejemplo, costes de personal, horas de vuelo, periodos de descanso, ritmos de trabajo. Eso se puede llamar de muchos modos. Uno de ellos es el aumento de la productividad que, haciéndose siempre en nombre del beneficio, acaba considerando a las personas como mercancías; la tripulación como mano de obra explotable y el pasaje como bultos a los que hay que acomodar en el mínimo espacio posible. Y ahora, después de la impresión del accidente, de la consternación y el trastorno, a lo mejor empieza una batalla legal. Es de suponer que las víctimas viajaban en unas condiciones de seguro aceptables. Porque los seguros también son costes y también reducibles.
Las low cost son producto de la competencia entre líneas aéreas. La competencia es el alma del capitalismo, ese sistema que se escandaliza justamente ante la degradación moral de la gente pero, a su vez, degrada la vida de esa gente que no solamente viaja en vuelos low cost sino que es probable que tenga empleos low cost, salarios low cost, viviendas low cost, educación low cost, sanidad low cost y pensiones low cost. O sea, una vida low cost.