Ha sido una huelga general, pacífica (excepto por algunas cargas policiales), con movilizaciones nutridísimas por doquier, imaginativa, que ha contado con una aprobación y simpatía generales, aunque de boquilla en muchos casos, con reivindicaciones claras, justas y factibles. Ha sido un gran éxito de concienciación. Tan rotundo que dan ganas de llamarlo éxita y hablar de la triunfa femenina. Por fin el personal, hasta el de más dura mollera, se da cuenta de que las mujeres pueden todo. Como los hombres. Pero justamente como ellos, no menos.
Es un éxito tan rotundo, inaudito, insólito, maravilloso que ha puesto un lazo morado en la solapa de M. Rajoy, al que le sienta como un cagarro de pájaro.
El hombre que no quería meterse en la cuestión de la brecha salarial, el que tiene bloqueada la legislación sobre igualdad efectiva y lucha contra la violencia machista, el que preside un partido lleno de machistas y macarras y en el que se han hecho declaraciones contra la huelga del 8 de marzo, el que está contra las cuotas, el que trató en su primer mandato de cargarse el derecho al aborto, el que tiene ministras y gobernadoras de esto o aquello beligerantes contra el feminismo.
Ese hombre aparece de pronto con un lazo morado en la solapa. Es la legión de honor de la hipocresía a la que también se han hecho acreedores muchos que viven de atizar el machismo que la huelga de ayer repudiaba. Hipocresía como la de C's, cuyos líderes y lideresas se hincharon a desacreditar la huelga por "ideológica" o "anticapitalista" para salir luego con el lacito de marras que por algo se lleva en el sitio en el que los fariseos se dan golpes de pecho.
El triunfo femenino es aplastante. Ahora ya solo falta que el del lazo morado dimita, una vez más, por sentido del ridículo.