Kate Bolick (2016)Solterona. La construcción de una vida propia. Barcelona: Malpaso editorial (340 págs.)
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Soy feminista de todos los feminismos, el de la primera ola, la segunda y las que vengan, el feminismo de la igualdad y el de la diferencia, el burgués y el revolucionario, el pacífico y el violento, el heterosexual, homosexual o transexual. De todos. Así que, cuando tropecé con este curioso libro de Kate Bolick, lo leí de un tirón, completamente entregado a la causa que la autora propugna: el derecho a ser una solterona, una spinster, en el lenguaje coloquial inglés. En realidad, el derecho de las mujeres a configurar sus vidas de modo autónomo, sin perspectiva matrimonial ni maternal, sin tener que organizarla en torno a un marido, unos hijos, una familia. Por eso celebra el título de una obra de Chambers-Schiller que recoge una expresión de la célebre novelista Louisa May Alcott, La libertad es el mejor marido.
El libro de Bolick es una especie de crónica en la que se entrelazan dos hilos narrativos: su experiencia tratando de construir su vida, básicamente en Nueva York, en Brooklyn, de acuerdo con sus convicciones y su paulatino descubrimiento de que este espíritu de voluntaria soltería femenina fue el que animó a cinco notables mujeres, todas ellas escritoras, intelectuales y a las que considera las responsables de haber "despertado" a su profunda intención. Son sus cinco "despertadoras: la poeta Edna Millay (1892-1950), la ensayista Maeve Brennan (1917-1993), la columnista Neith Boyce (1872-1951), la novelista Edith Wharton (1862-1937) y la activista social Charlotte Perkins Gilman (1860-1935).
Nacida en Newburyport, Massachussetts, en los 70, en el seno de una familia de clase media, su padre es abogado y su madre, tras criar a dos hijos, quiso volver a una actividad profesional que se vio truncada por el cáncer. En esa peripecia se consolida la determinación de Bolick de abrirse paso en la vida. Con una licenciatura en estudios culturales, o sea, básicamente, inglés y literatura, trabaja en una revista Atlantic, diversifica mucho sus tareas en otras publicaciones y hoy en día es una columnista muy cotizada en diversas publicaciones, entre ellas el Wall Street Journal y con apariciones muy frecuentes en los medios audiovisuales. Según como se mire, cabe decir que ha triunfado. Su libro se ha vendido muy bien y se ha traducido al español, entre otras lenguas.
Bolick da el feminismo por supuesto y su decisión de vivir sin ajustarse a los patrones de vida femeninos es compatible con una vida amorosa y sexual ciertamente intensa. Precisamente, su primera pareja estable la encuentra en dicha revista, Atlantic, fundada en 1857 por un grupo de intelectuales progresistas, WASP decorum y con una referencia a los bostonianos de Henry James, presencia indiscutible en la literatura estadounidense a la vuelta del siglo XX. Cuando decide irse a vivir con su pareja, lo primero que hace es comunicarselo a su jefa. La respuesta de esta da el tono del ambiente de trabajo y los círculos que frecuenta Bolick: "Me da igual con tal de que no folléis en mi mesa de despacho".
La solterona se lee, en parte, como unas memorias, un reportaje, una obra de iniciación y en trabajo de investigación biográfica, todo en uno, en un estilo muy vivo y poético. Claro testimonio de una firme voluntad de llegar a ser una escritora. Es también una obra de una intelectual sobre intelectuales, más o menos localizada entre Brooklyn y Greenwich Village, los centros de la intelectualidad progresista estadounidense desde la mitad del siglo XIX. Especial relevancia tiene Washington Square, como símbolo de ese movimiento, que viene a ser como un Bloomsbury británico trasplantado al otro lado del océano, aunque con muy otro talante, dentro de las pautas victorianas, vehículo de identificación anglosajona.
A medida que va averiguando detalles y datos de sus cinco "despertadoras", Bolick también va adaptando su vida a las pautas que encuentra en ellas y con las que tiende a identificarse. La más característica de todas, a la que llama la "ensayista", es la irlandesa Maeve Brennan, una escritora de fuerte carácter y acusada personalidad, que llegó a ser muy influyente en la vida social de su época y de la que, en el fondo, da la impresión de que Bolick llega a enamorarse a través del tiempo. Leer a autores/as a las que uno admira tiene esa función que es una experiencia inefable, cuando parece que el autor (o autora) estuviera no solo dirigiéndose a la lectora personalmente, sino orientándola en la vida. En un texto de memorias de Brennan, Writing a Woman's Life se pregunta Bolick si lo que en él se dice es lo que pasa con ella: que está escribiendo su propia vida antes de vivirla.
Brennan vivió años en un hotel Art Deco en Washington Square que entonces se llamaba Hotel Earle y en cuya habitación 305 también vivieron Bob Dylan y Joan Baez, que lo menciona en su preciosa canción Diamonds and Rust. Más tarde, el hotel sería reformado y ahora se llama Washington Square Hotel. La investigación de la vida de Brennan lleva a Bolick a abordar la cuestión de si la irlandesa, que murió en una residencia, sola y abandonada de todos, era esquizofrénica y, aunque el resultado de sus indagaciones no es conluyente, termina de perfilar una figura interesante y muy atractiva.
Es lo que sucede también con la "columnista" Neith Boyce quien, en sus años de juventud, participó en la proclamación de la "República Libre e Independiente de Washigton Square". Sus apasionadas lecturas sobre las confesiones de Boyce, su propósito de vivir sola y soltera, se entrelazan con su vida personal y su ruptura con su pareja, que antecede a una temporada de intensa vida sexual con multiplicidad de relaciones de no mucha consecuencia, eso que los estadounidenses conocen como dating.
El cambio de ritmo de vida coincide con sus investigaciones sobre la muy interesante y en su tiempo reconocida poeta, Edna St,. Vicent Millay, Premio Pulitzer de literatura y autora de ese extraordinario poema, Renascence en el que se lee: The world stands out on either side/No wider than the heart is wide;/Above the world is stretched the sky,/No higher than the soul is high. Millay era una ferviente feminista y una persona extraordinariamente seductora. Fue la musa promiscua y bisexual de Greenwich Village.
Las dos "despertadoras" con las que Bolick parece congeniar más y en ello coincide con este crítico, son la visionaria social, Charlotte Perkins Gilman y la novelista Edith Wharton. Nuevo episodio en cierto modo pirandelliano en el que la autora y su personaje (que tampoco es personaje, pues se trata de una persona de existencia real) entrecruzan sus destinos o peripecias. En enero de 2009,
el editor de Atlantic anuncia que la revista
está muerta a causa de la crisis. Bolick tiene que volver al free lance y reinicia una temporada de nomadismo, cambiando frecuentemente de vivienda. Todas sus despertadoras habían sido espíritus inquietos y
Gilman, que era sobrina nieta de Harriet Beecher Stowe, la autora de La cabaña del tío Tom, prescindió incluso del afán de tener una casa, una vivienda
permanente. Si bien llegó a casarse dos veces. Incidentalmente, cabe advertir que las cinco mujeres, Brennan, Boyce, Millay, Gilman y Wharton, que Bolick ha escogido como ejemplos de independencia y soltería, todas se casaron y alguna, incluso, como Gilman, dos veces. Bien es cierto que todos los matrimonios naufragaron de un modo u otro, excepto, de nuevo, el segundo de Gilman. Puede parecer contradictorio y, en parte, lo es, pero esos fracasos prueban la verosimiltud del oxímoron "solterona casada".
Por último, mi coincidencia con Bolick es completa en el caso de la novelista, Edith Wharton, también premio Pulitzer por La edad de la inocencia. El modelo de vida que se había fijado Wharton era el comprendido en el anagrama LAT (Living Apart Together), que es lo que, según Bolick, también hicieron la expatriada Mary Cassat y Simone de Beauvoir. La autora de esa fantástica novela que es Etham Fromme, mujer de la alta sociedad neoyorquina, casada con un hombre bisexual y bisexual ella misma, pasó la mayor parte de su vida también expatriada en París, y constituye una especie de puente tendido entre Henry James y la generación perdida, Hemingway, Scott-Fitzgerald o Gertrude Stein y, como ellos, tomó partido en la primera guerra mundial y visitó los frentes, alineada con el bando francés. Justamente, la investigación de Wharton, cuando ya Bolick cuenta treinta y tres años coincide con la definitiva sensación de que ser free lancer en Nuev York, vivir sola y soltera es muy difícil en esta sociedad que sigue siendo patriarcal. Pero es la culminación de su periplo y, como ella misma dice, mientras Brennan la había puesto en marcha, Boyce le había dado las palabras, el relato para pesar críticamente sobre el matrimonio y establecerse por su cuenta, Millay le había enseñado a vivir como una persona sola, Edith le mostraba que, para vivir sola, una tiene que tener un pensamiento muy intencional.
¿Son gente las mujeres? se pregunta al terminar Bolick. Hay que acabar con la imagen de la "mujer ambigua". Redondea la autora sus consideraciones sobre las mujeres con derecho a tener sus propias vidas y resistirse a la presión social para que sean madres. Cree que es una tarea en la que se ha avanzado mucho en los Estados Unidos, pero queda camino por recorrer. Desde la mujer del Código Napoleón hasta Kate Bolick la situación ha cambiado más que en todos los siglos anteriores. Y probablemente quede otro tanto, o más, por hacer. Aunque no sé si se llegará a una sociedad que se reproduzca por partenogénesis, como se expone en la curiosa utopía escrita por Charlotte Gilman, Herland, con la que simpatiza la solterona si alguna vez decide ceder a la presión social que hace de la maternidad el destino de las mujeres.