En el Teatro del Barrio, una cooperativa sita en la zona del Lavapiés de Madrid, tienen una línea de producción sobre mujeres, con piezas escritas, dirigidas e interpretadas por mujeres. Un muy interesante experimento. En la ocasión han dado con una idea magnífica, novedosa y muy prometedora, en la obra Sección (mujeres en el fascismo español). Se justifica de entrada en que, siendo las mujeres la mitad de la población, la historia las invisibiliza. Al parecer, se intenta contar la historia de "la otra parte", reavivar la memoria de género, por así decirlo. No es pequeña pretensión y más difícil de lo que la misma pieza presume. En concreto se narra la peripecia de Pilar Primo de Rivera y Mercedes Sanz-Bachiller, con una tercera voz que no acaba de encajar en la historia y en su relato, la de Carmen Polo de Franco y que parece haber sido introducida para acentuar una línea de farsa y, al tiempo, contextualizar la obra porque, al día de hoy, poca gente sabe algo de Pilar, la hermana del Ausente, y prácticamente nada de Sanz-Bachiller, viuda de Onésimo Redondo. La aparición de Carmen "Collares" sitúa a unos auditorios que podrían perderse en la narración de la dialéctica entre Primo de Rivera y Sanz-Bachiller. Una narración esencial porque con ellas se personifica y hace palpable la labor de adoctrinamiento y estupidización de las mujeres que realizó el franquismo durante cuarenta años.
Esto es cierto, pero no suficiente. Que el franquismo cercenó los derechos conseguidos por las mujeres (y, en consecuencia, por todos) durante la segunda República y las devolvió a una situacion de subalternidad, minoría de edad práctica, sumisión y servilismo fue evidente dede el minuto 1º de la sublevación militar. En cierta medida, este fue uno de sus principales objetivos (además, claro, de derrotar a la clase obrera, la izquierda y la República y someter a las naciones no castellanas, Cataluña, País Vasco y Galicia) del que encargó en especial a la Iglesia Católica, como correspondía a la esencia nacional-católica del régimen. La Iglesia, que se pinta sola para reprimir, se puso a la tarea de santificar velis nolis la vida de todos los españoles, dedicando una atención especialísima a las mujeres, "vasos del diablo".
Sin abandonar la misión moralizante de los curas en todos los ámbitos, para llegar al ámbito femenino "íntimo", los asuntos propios de "su condición", al "eterno femenino", que dicen los cursis, se valió de mujeres. Pilar Primo de Rivera, fundadora de la Sección Femenina (SF) de la Falange y Mercedes Sanz-Bachiller, del Auxilio Social y, sobre todo, el Servicio Social, una especie de servicio militar obligatorio femenino de seis meses de duración, fueron las encargadas de adoctrinar a las mujeres en los delirios del falangismo y el nacional-catolicismo. Es decir, no debe olvidarse que la historia de "la otra mitad" no es otra historia, distinta, silenciada, olvidada que ahora se rescatara. Es la misma historia de la primera mitad, la viril y/o sacerdotal, interpretada por mujeres con funciones cipayas.
Se señala así uno de los problemas más graves que afecta al feminismo de ayer y el de hoy mismo: la colaboración de las mujeres en su propia opresión. Es cierto que eso sucede en todos los sectores o movimientos emancipadores del tipo que sean: en su seno suele anidar la posición contraria. Pero en el caso del feminismo, esa colaboración con el patriarcado no solamente es muy abundante sino también extraordinarimente sutil. No es lugar este para extenderse, pero puede tomarse un atajo: la falta de acuerdo interno al feminismo respecto a la prostitución. Pero esto es indiferente. Lo importante es dejar constancia de que si el fascismo, la Iglesia, el franquismo son misóginos, lo peor es la colaboración activa, entusiasta, de las víctimas. Ese problema produce cierta desesperación y a ella, entiendo, se debe el acto de rebeldía del coro final que viene a ser una especie de promesa del tipo de la lucha continúa, subrayado por el hecho de que las tres se despojen de los sujetadores y los arrojen al suelo, en un signo de liberación patente. La obra tiene algunos guiños al recuerdo de la rebeldía de los sesenta, como este del rechazo al sujetador o la canción de Chicho Ferlosio, Los dos gallos, entre otros. Y esto produce cierta nostalgia. La historia contrapone la memoria de las abuelas de las actrices a la rebeldía que se articula en torno a la simbología revolucionaria de sus madres. Aquí hay algo que conviene considerar. Puestos a actualizar la rebelión del topless de los sesenta, ¿no estarían en esta línea las protestas tan mediáticas de Femen? Esto provoca también bastante controversia.
En todo caso, el espectáculo, que es una especie de cabaret con algo de danza, música, coros, proyecciones, está muy bien. La obra es corta y se hace más. El guión, muy bien aunque quizá algo recargado de símbolos y alegres anacronismos. La versión del Cara al Sol, deliciosa y la espantosa sintonía del NO-DO un magacine semanal de obligatoria proyección en todos los cines en la que se cantaban las excelencias del Caudillo pescando salmones, el ingenio de un obrero del Ampurdán y camisa vieja, claro, que había inventado una máquina de afeitar con la que, además, podía freírse un huevo y, de vez en cuando, la elegancia y la belleza de las chicas de la SF haciendo tablas de gimnasia católicamente ataviadas con camisa y pololos. A la vista de la naturaleza real y verídica de aquel régimen se comprende por qué es casi imposible parodiarlo. La dirección, muy ágil y las tres intérpretes, brillantes. Yo les hubiera puesto la camisa azul bordada en rojo, al menos a las dos falangistas. La llevaban siempre.
El diálogo entrelazado de veras y burlas gira en torno a la rivalidad entre Sanz Bachiller y Primo de Rivera. Pero no la lleva muy allá. Y debiera. Las dos mujeres eran fuertes personalidades y se odiaban. Queda claro en las memorias de la hermana del Ausente que cuenta cómo se quitó de encima a su competidora nada más terminar la guerra. Las dos de familias pudientes e ideólogas del "feminismo" nacional católico y falangista tenían orientaciones distintas. Pilar Primo de Rivera dedicó su vida a la SF, la falange y a la memoria del hermano. No se casó nunca. Ernesto Giménez Caballero, que tenía cosas de genio y de orate, planeó casarla con Hitler para fundar una dinastía nazi, pero no salió. No tuvo hijos. Franco la nombró en 1960 condesa del Castillo de la Mota. En el fondo una tradicionalista que acabó representando la imagen de una vestal en el templo del Ausente. Sanz-Bachiller era una activista, mujer de mundo, casada dos veces, con cuatro hijos y también ennoblecida por vía conyugal cuando Franco nombró a Onésimo conde de Labajos. Inquieta, emprendedora, intrigante, pero frustrada en su ambición de erigirse en la gran Madre de España, fue depuesta sin muchos miramientos a raíz de un asunto de supuesta malversación de fondos del Auxilio Social como suele pasar en la derecha. No obstante la "viuda de España" continuó toda su vida engastada en los puestos del régimen en el que fue procuradora en Cortes largos años.
La idea es brillante. Los dos personajes dan mucho juego. Carmen Collares sobra. Pero aquí no está haciéndose memoria de otra historia sino de los papeles femeninos de la historia una patriarcal.
Si de hacer memoria de otra historia se trata, sugiero la de Matilde Landa.