El PSOE sigue ocupando la centralidad política. Roto, desvencijado, mal avenido, con líderes que no se saludan y solo se relacionan epistolarmente (para regocijo de las redes) y en una situación parlamentaria imposible a causa de la moción de censura de Podemos que lo pone literalmente a los pies del gobierno. Aun así, es el centro de la atención mediática que informa sobre la recogida de avales (un proceso restringido a la militancia) como si de unas elecciones generales se tratara. Hay incluso quien, llevado de algún delirio común, dice que, en realidad, los avales y las primarias en general son una cortina de humo para tapar la corrupción del PP, de paso, la que toca al PSOE.
Celosos a su vez de este amor de los medios por un proceso interno de los socialistas, los de Podemos han convocado la manifa de apoyo a la moción de censura el 20 de mayo, la víspera de las primarias. Oficialmente, se trata de maridar las dos vías de acción de Podemos, la parlamentaria y la callejera. Podríamos tratar este asunto, pues tiene su miga, pero no merece la pena ya que es un mero pretexto. Lo esencial es reñir al PSOE la centralidad política vía imperio mediático. Y de ahí la fecha de la convocatoria. La cuestión por dilucidar es: ¿de qué hablarán los medios al día siguiente? ¿De la manifa o de las primarias del PSOE? Supongo que de las primarias porque en ellas se dirime una cuestión básica para el sistema político, si el PSOE se pronuncia por el status quo en todos sus aspectos o por la renovación del propio partido y del país, está por ver en cuántos de sus aspectos.
Al margen de consideraciones estatutarias, los avales vienen a ser como sondeos de intención de voto. Parecen facilitar una imagen tosca del resultado con todas las cautelas posibles: que un aval es público y un voto, secreto; que el aval no obliga a votar; que la participación ha sido muy alta, pero queda un 30% del censo por manifestarse; y que se manifestará o no. Con todas esas precauciones y a falta de comprobación y proclamación oficial, se puede examinar el sentido de los avales recogidos atendiendo a la estrategia de Díaz, la de Sánchez y a los resultados.
La estrategia de Díaz. Partía con un hándicap: la noche de la defenestración del 1º de febrero. Tenía que lavar su imagen. Pero estaba segura de conseguirlo y su equipo planeó un ascenso de la presidenta a la SG tan arrollador e indiscutible que quizá no hicieran falta primarias. Contaban con que Sánchez asumiría su muda condición de víctima y la militancia aceptaría el oscuro golpe de mano y los tejemanejes de la gestora sin un murmullo. No se esperaban la rebelión democrática que hubo ni la recuperación de Sánchez como candidato, con una figura rodeada de un halo de justiciero. Una imagen capaz de destruir el avance del risueño Moloch burocrático de la candidatura de Díaz que, a fuer de segura de sí misma, no tenía ni progama. Y la ha destruido. En el campo de Díaz no había plan B. La amarga confirmación del empate en intenciones (ni la candidatura de López ha conseguido frenar la del defenestrado, aunque avales ya le ha restado) no solo deja la de Díaz desarbolada sino sin capacidad de reaccionar cambiando el mensaje, el discurso, el estilo. Ningún asesor parece capaz de explicar a Díaz que ese espíritu populista, caudillil, hecho de lugares comunes y frases hueras, con mucha idiosincrasia quizá sea atractivo al sur; en la mitad norte de España produce mala impresión, por decirlo con suavidad. El problema es que la señora no puede cambiar porque es su carácter y lo que ha hecho toda la vida: escalar puestos en la estructura orgánica de su partido, impulsada por una evidente ambición personal y sus ganas de ganar. La idea de que, para ser SG del PSOE y candidata a la presidencia del gobierno hace falta tener algo más que ganas ni se le pasa por la cabeza y, al parecer, tampoco a ninguno de sus consejeros.
La estrategia de Sánchez. Se ha limitado a recomponerse, a resucitar, que no es poco. Cuando todos lo daban por liquidado, hizo una retirada a los cuarteles de invierno y regresó convertido en otro, con un grupo de fieles compañeros/as (los fieles compañeros/as anteriores ya le habían traicionado) y la voluntad de ponerse al frente de un sordo, reducido, incipiente movimiento de rechazo al golpe del 1º de octubre. Visualícese la imagen: el guía que vuelve del desierto, con un grupo de discípulos, a hacerse cargo de su misión de liberar a su pueblo. Imbatible. Ya podían los medios cerrar sus micrófonos, platós o portadas a su opción e informar (cuando no alentar con descaro) la candidatura de la caudilla del aparato, los barones, las viejas glorias y el Ifema. La militancia, a través de las redes, se coordinó y recuperó al líder al que ya había votado una vez y ahora venía del frío. Con eso, Sánchez hiló un discurso ganador dividido en dos partes: una manifiesta y otra latente. La manifiesta: retornaba el "no" a Rajoy (fortalecido ahora con el episodio de los presupuestos) y unas propuestas concretas sobre políticas, sobre la izquierda, las relaciones Iglesia Estado, sobre el carácter del Estado. Se pueden compartir o no, pero son tangibles, no meras invocaciones a las ganas de ganar. La parte latente es la de su contraposición de dos modelos de partido, dos proyectos para el PSOE, para la izquierda y para el país, muy a imitación del gobierno de la izquierda en Portugal.
Los resultados. Una ojeada a los resultados de los avales muestra el mapa de las dos Españas que, claro, determinan dos modelos de partido. En la comparación entre Díaz y Sánchez, Díaz gana en el Sur: Ceuta, Andalucía, Murcia, Extremadura, Castilla La Mancha, Madrid y Aragón, que figura como excepción). En el norte gana Sánchez, con la excepción de Melilla y un par de puntos curiosos en otras zonas que remachan más la imagen tópica a fuer de muy real. En el País Vasco, Sánchez cede ante López, pero Díaz literalmente desaparece; en Cataluña recoge un exiguo 5%. Los barones tampoco parecen concitar mesnadas. Los de Extremadura, CLM y Aragón se lucen. No así Ximo Puig, de Valencia y, lo que es más humillante, Javier Fernández, más que barón, príncipe de Asturias, batido en su territorio, en donde se inició la Reconquista. Y, lo que es peor: el porcentaje de avales de Sánchez en las CCAA en las que ha perdido es del 26,5%, mientras que el de Díaz en las que también ha perdido es del 19,6%, casi siete puntos por debajo.
De no suceder nada extraordinario y no darse algún caso de trampas (están los nervios a flor de piel en un clima de desconfianza que, justamente, las hacen muy difíciles) es razonable dar a Sánchez por ganador de las primarias. El peor escenario para las demás fuerzas políticas que siguen sin llevar la iniciativa por mucho que se esfuercen. Ganando Sánchez, esto es, el "no" originario, no se ve posibilidad de evitar elecciones anticipadas si no es dando paso a un gobierno de amplia base parlamentaria (188 escaños) compuesto por PSOE, Podemos y C's. El gobierno que se propuso formar Sánchez en diciembre de 2016.
Si, por el contrario, ganara Díaz, muy probablemente (pues está en la doctrina de su gurú Felipe González) también habría un gobierno de amplia base. Incluso más amplia, abrumadoramente amplia (222/254 escaños), PP, PSOE y, optativamente, C's.
El PSOE es pieza necesaria en ambas combinaciones. Y no hay más, pues aquí se descarta una alianza PP/Podemos. Lo que se decide en las primarias es de qué lado se decantan los socialistas. Los dos modelos de partido son dos modelos de país. Por eso el PSOE mantiene la centralidad política.