Setenta años, más o menos, duró el esplendor de Medina Al-Zahara (la ciudad resplandeciente) mandada edificar por Abderramán III, primer Califa omeya andalusí hacia el año 930 a una decena de kilómetros de Córdoba. Según leyendas, se levantó en honor de su favorita Zahara, algo así como el palacio de Púbol, pero en grande. Según opiniones con mayor crédito histórico, lo que el Califa buscaba era la representación de la pompa y circunstancia que se debía a un califato tan potente como el suyo, centro de saber y poder (que, según los baconianos, van juntos), de industria, comercio, riqueza. Era obligado que las frecuentes comitivas procedentes de los poderosos reinos extranjeros, los cristianos, los francos, los bizantinos, el Imperio germánico, vieran cómo, al final de su peregrinar por las parameras cordobesas, al sur de Sierra Morena, los esperaba un lugar de lujo y refinamiento como no habían visto jamás en sus países, regido por un poderoso representante de Alá en la tierra, descendiente del profeta y comendador de los creyentes.
Y así se hizo. Ciudadela, fortaleza, alcázar, centro administrativo, palacio califal, sede del gobierno, mezquita, viviendas, mercados, plazas, baños, de todo había en aquel lugar de lujo y ensueño. A él llegaban y de él salían vías que comunicaban la Medina con todos los puntos del mundo, empezando por la vecina Córdoba y por las que transitaban séquitos, guarniciones, caravanas de mercaderes. Y así se mantuvo en su gloria y poder durante los reinados de Abderramán III, su hijo al-Hakam II y su nieto Hisham o Hixem II quien realmente no pintó nada en su reinado porque el poder lo ejerció, incluso en forma de dictadura militar, el general Almanzor, temido en todo el orbe cristiano al norte de Córdoba. A la muerte de Almanzor y sus descendientes y tras una guerra civil con la que terminó el califato cordobés, la ciudad fue saqueada por primera vez en 1010 y luego abandonada. Sometida a posteriores saqueos por los almorávides, fue arrasada luego por los almohades, algo así como lo que hicieron los del ISIS con Palmira aunque más a lo bestia. En los siglos posteriores, la ciudad cayó en el olvido y sus fantasmales ruinas sirvieron de cantera para sucesivos expolios que regaron la península y el norte del África de piezas arquitectónicas robadas en este lugar: las hay en la Giralda y la catedral de Sevilla, en Marruecos y Túnez, incluso en las catedrales de Tarragona y Girona. Finalmente, hasta el nombre de la ciudad resplandeciente desapareció de la memoria de las gentes mientras, como hemos visto, sus piezas se encuentran diseminadas all over the place, llegando incluso en Inglaterra. La prueba es un torito visigótico procedente de Medina Azahara y comprado por la Junta de Andalucía hace unos años en una subasta en Londres.
A propósito de los saqueos, a tiro de piedra de Medina Azahara, se encuentra el precioso monasterio de San Jerónimo de Valparaíso, del siglo XV. Ejemplar único del gótico en Córdoba, en buena medida se construyó con materiales saqueados de Medina Azahara. Abandonado en 1836, a consecuencia de la desamortización de Mendizabal, fue adquirido en 1912 por los marqueses del Mérito, quienes lo restauraron. Declarado bien de Interés Cultural en los años ochenta, los propietarios actuales sin duda se atienen a lo que determina la ley sobre visitas a estos lugares. Pero lo que la ley determina parece hacer esas visitas imposibles: un cupo anual máximo de 400 personas en visitas guiadas de 25, concertadas solo por correo electrónico y que asignan día (uno de 16 sábados entre septiembre y diciembre) y hora sin posibilidad de cambiar. Y, encima, avisan en la página de que
las solicitudes de este año se agotaron en un minuto. Esto de la propiedad privada de los bienes de interés público, cultural, etc es asignatura que hemos de aprobar con mejor nota. Pero la llevamos al revés, a peor: ahora es la mezquita de Córdoba la que, junto a miles de otras propiedades, ha pasado a manos privadas, de la Iglesia católica. Porque, aunque la iglesia es un Estado dentro del Estado por los privilegios con que cuenta, sigue siendo una asociación privada y una que hace pingües negocios con propiedades que, en realidad no son suyas. Propiedades que el beaterío y la estupidez de la gente se ha dejado arrebatar con la bendición de las autoridades empezando por las de la Junta de Andalucía, presidida por la socialista Susana Díaz, católica, sentimental y amante de las corridas de toros.
En fin, en Medina Azahara, un espacio impresionante, se ven ruinas y más ruinas y, aun así, sólo se ha excavado un 10% del total de la construcción. Y lo que hay está reconstruido y, por cierto, bastante bien reconstruido teniendo en cuenta que ha sido necesario levantar fachadas con arcos de herradura, prácticamente de la nada, como la de la magnífica casa del primer ministro de Abderramán, un eunuco que vivía a su vera en unas dependencias verdaderamente lujosas, rodeado de viviendas de servidumbre y guardias. A este no le hacía falta una construcción especial para el harén, como la que, al parecer, tenía Abderramán, cabe su palacio (al que corresponden los arcos de la foto, que tanto recuerdan la mezquita de Córdoba) que no se puede visitar pues se encuentra en restauración.
Estas bellas ruinas por las que hemos paseado con un sol abrasador no inspiran la melancolía de los espacios que tuvieron su esplendor y fueron luego decayendo con el paso de los siglos. En absoluto. Las gran Medina Azahara, cuya fama llegó a todos los puntos del planeta en el siglo X, no aguantó ni cien años. No decayó. Fue destruida, arrasada, pillada, saqueada, olvidada. No es melancolía lo que suscitan sino asombro, fatalismo, resignación ante la ceguera y la brutalidad de los seres humanos.