Son los rasgos característicos de la acción política de la derecha. Es muy difícil encontrar un ejemplo más patente de juego sucio que el episodio de espionaje en el PP de la Comunidad de Madrid. La gestapillo, que ya tiene gracia la expresión, destinada a procurarse informes comprometedores sobre compañeros incómodos con el probable fin de chantajearlos posteriormente. El espionaje camina a la par con el más sonado episodio de corrupción de la democracia, el caso Gürtel, un presunto emporio del delito en el que andan pringados puñados de dirigentes y cargos públicos del PP en las más variadas hazañas.
Lo sucio, no obstante, y la mala fe, no están en los presuntos delitos en sí sino en el modo en que el partido los aborda. En lugar de ponerse plena y abiertamente a disposición de la justicia, utiliza todo tipo de argucias, recursos y contrarrecursos, personificaciones fraudulentas, lo que sea para obstaculizar la marcha de los procesos. Mala fe procesal por todos los costados, cosa que se echa de ver en que la estrategia no está pensada para demostrar la inocencia de los acusados, sino para hacer que los procedimientos se eternicen y conseguir, si posible, le prescripción.
¿Y qué más juego sucio se quiere que montar partidos pelele para minar el terreno del adversario? ¿Qué nombre cabe dar a eso? Partidos que además sirven para posibilitar transfuguismos, el colmo del juego sucio en política, el chaqueteo. Partidos a las órdenes de otro partido. Más o menos como el mismo PP está a las órdenes de su derecha extrema y los medios de comunicación que le hacen de caja de resonancia. Una coyunda, partido/medios, que lleva a basar la labor de oposición política en la persecución personal de unos u otros adversarios, Bono, Chaves, sometidos a verdaderas cacerías mediáticas con asegurada resonancia parlamentaria posterior. La fórmula es simple y eficaz: un periódico dice algo, un político lo plantea en el Congreso y el periódico monta después la tremolina con la contestación del Gobierno. Mala fe de arriba abajo.
En esa fiebre de oposición mediática el juego sucio consiste en romper los consensos básicos, de interés del Estado. En política antiterrorista, por ejemplo. Las maniobras del caso Faisán son la punta de lanza de una política destinada a impedir que el Gobierno socialista pueda capitalizar el fin de ETA, como las manifestaciones callejeras contra el Gobierno so pretexto de las víctimas tratan de lo mismo, de obstaculizar la política antiterrorista. Típico juego sucio es la ruptura del consenso en política exterior según el cual, fuera de las fronteras, no se habla mal del país para no debilitarlo. Ese consenso no lo ha respetado Aznar jamás. Todas sus intervenciones han ido siempre en detrimento de la imagen de España. Y cuando se dice que no se habla mal de España sino del Gobierno español sólo cabe decir que al juego sucio se le añade la mala fe pues el Gobierno democrático de España representa España.
Juego sucio hacia fuera y juego sucio hacia dentro. La instrumentalización de los símbolos y las instituciones del Estado. Esos jueces que son militantes de corazón (ya que no pueden serlo de carné) del PP y que aplican a rajatabla sus intereses en el Consejo General del Poder Judicial o donde se tercie dejan a la judicatura al nivel del betún. Que sea Enrique López, el hombre del PP en el CGPJ, y candidato permanente para el Supremo, quien haya decidido mantener su competencia en el caso Faisán aun sabiendo, al parecer, que no hay delito de de colaboración con banda armada es, en verdad, un escarnio. Un escarnio a la justicia.
Las instituciones que no se pueden instrumentalizar se bloquean, como estuvo bloqueado el Tribunal Constitucional durante unos dos años, imposibilitado de hacer nada. Y las que no se pueden bloquear, se deslegitiman. No hay decisión que tomen las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado y la administración de justicia que, en tocando al PP, no se lancen sus dirigentes a cuestionar las motivaciones de los servidores del Estado, a calificarlos de "camarillas" o de agentes del Gobierno que, a su vez, según dictamen del principal imputado político en la Gürtel, Camps, pretende establecer en España un régimen de terror.
Si a esto se añade que se trata de un partido que no informa de sus decisiones, que no ha hecho aportación alguna a la lucha contra la crisis, de cuyo líder, esto es, de lo que piensa, tampoco se sabe nada salvo que tiene una puntuación bajísima entre los ciudadanos, sólo queda preguntarse qué valor tienen esos catorce puntos porcentuales de ventaja electoral y qué sucederá el año que viene, que no está claro.
Dice Almunia que en Europa no dan por segura la victoria de Rajoy. Por supuesto que no. Eso viene diciéndolo Palinuro hace meses: que están vendiendo la piel del oso antes de matarlo. Y cargando como carga con el cadáver de la Gürtel el PP está en un tris de ser un cadáver él mismo.
(La imagen es una foto de Partido Popular Comunitat Valenciana, bajo licencia de Creative Commons). En ella están Cospedal, Camps, González Pons y Rajoy. Son dignos de análisis los gestos de los cuatro.