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(La imagen es una foto de La Moncloa en el dominio público).
Lo que en su día se llamó "la primavera árabe", con esa capacidad de los medios de acuñar expresiones muy gráficas pero bastante confusas, ha avanzado hacia un verano en el que al fuego del sol se ha unido el de las ametralladoras y los cañones. La "primavera árabe" apuntaba al supuesto de un movimiento de rasgos muy parecidos, casi unitario. Al fin al cabo, más que árabe, la primavera era islámica y el Islam, ya se sabe, viene a ser una umma, una unidad religioso-civilizatoria. Es más que una koiné porque traspasa la comunidad de lengua y afecta a la religión, los usos jurídicos, políticos, etc. Sin embargo, en su desarrollo, la supuesta unidad primaveral se ha fracturado según en qué países ha prendido. El Estado (o lo que pasa por tal en el Islam) se ha impuesto a la umma; y lo que en unos países fue un movimiento popular civil que acabó con dictaduras disfrazadas de democracias, en otros se ha convertido en guerras civiles (Libia), encontronazos armados entre grupos rivales (el Yemen) o cruel y sanguinaria represión militar (Siria), dejando claro lo dicho: cada país tiene su circunstancia.
Sin duda hay parecidos. El movimiento tradujo en un principio un hartazgo de las poblaciones con las sempiternas tiranías locales. Pero, como las reacciones de éstas han sido variadas, los conflictos se han diversificado y analizarlos requiere clarificar estas cuestiones. Otra similitud sorprendente es la del comportamiento de algunos tiranos. Gadafi parece seguir el modelo Sadam Hussein o Ben Laden. Desafiantes en un principio, mantienen un discurso hecho de baladronadas hasta cuando la situación es deseperada. Luego se dan a la fuga y se esconden con mayor o menor fortuna. Hasta que los encuentran y los ejecutan también de forma más o menos legal. Después se descubre que su vida privada se repartía entre la megalomanía, el lujo más absurdo y desenfrenado y una crueldad sin límites.
Las peculiaridades del Islam son tales que la aplicación de categorías propias de los análisis occidentales, de carácter racional y no religioso, sólo añade a la confusión. Tiene gracia esa bronca entre dos tendencias de la izquierda, minoritarias al estilo de la vida de Bryan, acerca de la actitud correcta en el conflicto libio. Unos aplauden el derrocamiento del dictador Gadafi, asesino de su pueblo, y otros sostienen que quienes aplauden ese derrocamiento hacen el juego a la OTAN. Los primeros acusan a los segundos de apoyar una dictadura criminal y los segundos a los primeros de someterse a un imperialismo no menos criminal. Realmente no merece la pena seguir.
Los países musulmanes tienen todos fuertes tendencias autocráticas porque el orden social que su religión impregna más o menos profundamente también es autocrático, intolerante, paternalista, machista y homófobo. Esas sociedades no pasan con buena nota una "auditoria" de derechos humanos ni siquiera despojado de todo perverso "eurocentrismo". Tampoco van muy allá en la distinción entre el ámbito de lo público y el de lo privado, que es una viga maestra de cualquier sistema democrático-liberal. En muchos países islámicos el poder político es prácticamente patrimonio de una casta (militar o partidista) e, incluso, de una familia. En estas condiciones, los ánálisis occidentales resultan patéticamente rígidos y maniqueos. Todas las posiciones en los conflictos son complejas y contienen elementos contradictorios: hay tiranos que actúan como dirigentes "progresistas", partidarios de la modernización y democratización de sus estados, al menos nominalmente y sin dejar por ello de ser déspotas odiosos. Y hay movimientos de resistencia en los que se mezclan y confunden reivindicaciones de carácter laico y democrático con otras de fanático integrismo. Tomar partido aquí es acabar defendiendo lo indefendible.
Luego está la faceta exterior. Mucha gente señala que la intervención armada occidental en este abigarrado y conflictivo mundo (en el Afganistán, en el Irak, ahora en Libia y quién sabe si en Siria) es un acto de imperialismo. Los países capitalistas tratan de asegurar sus fuentes de energía. Los occidentales, a su vez, al menos sus ideólogos, aducen la novísima doctrina del derecho internacional humanitario, del derecho de injerencia en los asuntos internos de otros Estados cuando los gobernantes atentan contra los derechos humanos de su población. Los críticos dicen que eso es falso y una simple excusa para continuar con la explotación manu militari de estos pueblos. Es posible que sea así, pero no es obligatorio. En otros términos, ¿se acepta o no que hay un derecho de injerencia por razones humanitarias? Si no lo hay, toda intervención es criminal; pero si lo hay, hay que ejercerlo.
Por otro lado, la misma acusación al imperialismo debe matizarse. Desde un punto de vista de Realpolitik, los países occidentales tienen unas necesidades de defensa que deben satisfacer. La idea de que unos u otros regímenes puedan utilizar la energía o las materias primas como armas en combate evitando los choques armados pero atacando directamente a la población civil no es disparatada. Rusia lo hace de vez en cuando con Ucrania y el suministro de gas. Mal gobernante será aquel que no proteja a sus ciudadanos de las agresiones, se produzcan dónde y cómo se produzcan. Igual que lo será el que no se defienda frente a ataques terroristas devastadores procedentes del exterior. Las torres gemelas y el atentado de Atocha son dos ataques que hubieran sido seguidos de otros de no ser porque las sociedades amenazadas (Alemania e Inglaterra, por ejemplo) tomaron las medidas necesarias para prevenirlos. Y esas medidas pueden obligar -y así sucede por razones tácticas obvias- a interferir en asuntos internos de otros Estados.
Por supuesto que el capitalismo desemboca siempre que puede en imperialismo explotador y esquilmador, pero la lucha contra éste no puede llevarnos al extremo de hacer causa común con asesinos como Gadafi o autócratas de impronta religiosa como Ahmadinejad. Que es lo que le pasa a Chávez, sin ir más lejos.
(La imagen es una foto de Vectorportal, bajo licencia de Creative Commons).
Saber cuándo llega la revolución a tu vida no es fácil. Requiere apertura de espíritu, curiosidad intelectual, inquietud, sinceridad y capacidad de autocrítica. Es imposible verla llegar y por lo tanto adoptar una actitud razonable ante ella cuando se vive presa del dogmatismo, especialmente el dogmatismo revolucionario. Aquellos rígidos comunistas primero estalinistas y luego antiestalinistas (pero siempre los mismos) que no vieron llegar la revolución de mayo del 68 todavía siguen sin entenderla. Y lo mismo pasa hoy con la de los indignados/acampados. En cuanto las cosas no se ajustan a los esquemas que las almas simples se han hecho a modo de andadores por la vida, ya no entienden nada. Y lo peor no es que no entiendan, sino que es fácil que se pongan en contra: el progreso es la perversión; las máquinas destruyen el trabajo y la riqueza; el arte abstracto es un cuento de inútiles; los Beatles no saben cantar; mayo del 68 es la revuelta de los niñatos; acampasol es un rollo de okupas. La estupidez no conoce límites.
Hasta los más necios se han dado cuenta ya de que la crisis general del capitalismo, en conjunción con el desarrollo de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación (tics), el hundimiento del comunismo y la vivencia de las nuevas generaciones, ha puesto en marcha un proceso de cambio social y de protagonismo revolucionario de la multitud encabezada por los jóvenes que carece de parangón en la historia y que, cuando alguien quiso poner fin a ésta, la han dejado abierta a todos los vientos del cambio y la incertidumbre.
Como todo lo nuevo, lo original y nunca visto, la revolución de los indignados desconcertó al poder, suscitó (y suscita) fuertes enemistades sobre todo entre la derecha más reaccionaria (al estilo de la clericoliberal Aguirre y el liberofascista Aznar) y descarados intentos de instrumentalizarla entre la izquierda más o menos acomodada con el sistema. Los primeros brotes en los países árabes fueron saludados con universal alegría porque permitían sentar plaza de progre a cientos, miles de kilómetros del lugar de uno y reducirlos a una especie de curiosidad étnica cuando no meramente tribal. Pero casi nadie cayó en la cuenta de qué pasaría si aquellas simpáticas y heroicas revueltas de jóvenes y mujeres cruzaban la línea de la "alianza de las civilizaciones". Ya lo han hecho. Los indignados de la Puerta del Sol, que se extienden por todo el continente europeo, son el resultado del panfleto de Hessel y la revuelta tunecina.
Y el efecto de esta revolución está siendo evidente. El poder está viéndose obligado a contemporizar. Por dos veces (una en Madrid y otra en Barcelona) ha pretendido desalojar y las dos veces ha tenido que retroceder, asustado ante lo que podía suceder, dado el inmenso apoyo social que suscita un movimiento pacífico, espontáneo, asambleario y muy maduro. Un movimiento que está demostrando que hay espacios exentos en la sociedad y que no es obligatorio que el Estado tenga el monopolio de la violencia para que se respete el Estado de derecho y la seguridad jurídica. Es decir, está demostrando que es posible alcanzar la utopía.
La consecuencia más notable e inmediata del movimiento es que la gente, toda la gente, está perdiendo el miedo a protestar, a manifestarse, a hablar y debatir; que los poderosos, cualquiera sea su ámbito, no son indiscutibles ni intangibles y que la sociedad gana y se enriquece con esta revuelta permanente.
La Asociación de Víctimas del franquismo va a concentrarse ante la sede de la Real Academia de la Historia para protestar por el golpe de mano que los fascistas en su interior pretenden dar en contra de la memoria histórica. Un golpe de mano que es paralelo al que los tribunales dieron contra dicha memoria a través de la ignominiosa persecución al juez Garzón. Es el espíritu de acampadasol, una forma nueva de entender la democracia y el derecho de los ciudadanos a decidir en lo que es de su incumbencia. La grandeza de los jóvenes de acampasol es que no solamente se han sacudido la tutela de las generaciones rancias sino que han enseñado a éstas el camino de su propia emancipación.
Palinuro se encuentra en Caracas, pero su ánimo está en la Puerta del Sol y, en ejercicio del poder de bilocación de la tradición pitagórica, también ante la sede de los carcamales de la Academia de la Historia. Con un ruego a los allí acampados: haced como en la Puerta del Sol y no os vayais en tanto los franquistas que han perpetrado el atentado contra la memoria democrática del pueblo no reparen su infamia.
(La imagen es una foto de gloop!, bajo licencia de Creative Commons).
Han hecho bien los socialistas resolviendo la crisis sucesoria con presteza y contundencia. De las varias malas imágenes que cabe dar hoy en política, la peor es la de debilidad, desconcierto, inacción. Es muy difícil gobernar cuando se titubea. El adversario pone en cuestión que el gobierno esté en condiciones de hacer su tarea, los medios amplifican los resquemores, aumenta la desafección ciudadana y crece el desánimo en las propias filas. Imagino que un cuadro de síntomas como estos es el que tuvieron muy presente los barones que levantaron una especie de fronda a raíz de la derrota electoral del PSOE con la finalidad de torcer los planes sucesorios de Zapatero a través de elecciones primarias con dos candidatos cuando menos pugnando por el relevo. Su intención obvia era cerrar cuanto antes la situación de interinidad y dejar al partido en situación de recuperar el terreno perdido pensando ya en las próximas elecciones generales.
En el proceso se ha forzado la retirada de Carme Chacón y se ha dado la impresión de escaso respeto por la democracia interna. Parece que la intención es convocar las primarias en el comité federal de hoy pero con un único candidato, de forma que se elimine toda incertidumbre respecto a los resultados. Se guardan las formas y se sacrifica el fondo a una necesidad perentoria. Es una solución prudente si se tiene en cuenta la paradójica e insólita situación de gobierno con un presidente y un partido que lo sostiene sin un liderazgo real. Porque, en definitiva, el gobierno está a término, más o menos prolongado en meses, pero fijo, mientras que el partido aspira a la continuidad en el mando y a todo esto con las encuestas abrumadoramente en contra.
Las encuestas han sido decisivas en la decisión adoptada consistente en ungir como sucesor al miembro del gobierno que viene teniendo de siempre la más alta valoración ciudadana y que presenta una hoja de servicios más consistente incluido quizá, y por ello se apuesta asimismo, el fin de ETA. La medida del acierto o el error de la solución adoptada la dará seguramente la virulencia de la reacción mediática de la derecha que promete ser intensa. Ya cuando Rubalcaba fue nombrado vicepresidente primero en octubre de 2010 el signo negativo de las encuestas pareció invertirse y se redujo la distancia en intención de voto entre PSOE y PP. Ese es seguramente el dato decisivo en la medida del PSOE: la suposición de que Rubalcaba es el único que puede hacer frente a Rajoy en las próximas elecciones. Probablemente ello no dice mucho respecto a la idea que los estrategas socialistas tienen sobre la capacidad de análisis y discernimiento del electorado pero no es el momento para ponerse a debatir sobre asuntos tan intrincados. La personalización de la política en la era de los medios tiene sus exigencias y lo más rápido es satisfacerlas.
Pero el flamante nuevo candidato Rubalcaba tiene, como el dios Jano, dos caras, la de vicepresidente y la de ministro del Interior. Y esta segunda cara o faceta o actividad es la que va a ponerse a prueba en los próximos días con el recrudecimiento de la crisis de los indignados acampados. La carga de los mossos ayer en la Plaza de Cataluña en Barcelona era el acicate que precisaba el languideciente movimiento para recuperar fuerza. Es decir, el comienzo de la cadena de acción-represión-más acción.
Hasta ahora la actitud de las fuerzas de seguridad había sido de tolerancia y comedimiento siguiendo las directrices de los departamentos de Interior de no iniciar una escalada que pudiera conducir a la violencia. Pero si, como sucede en la Puerta del Sol, se cruzan ya la quejas y exigencias de otros sectores afectados, como los comerciantes o los hoteleros, la situación puede cambiar objetivamente. Rubalcaba supo reaccionar con inteligencia después del primer desalojo del 15 de mayo. Va a necesitar ahora de toda su habilidad y experiencia para salir del paso de este nuevo desafío si, como no es de descartar, los acampados en Sol deciden prologar su estancia en lugar de levantar el campo el domingo. En el entendimiento de que todo cuanto haga ahora se le va a apuntar en el debe y el haber de su hoja como candidato a la presidencia del gobierno.
(La imagen es una foto de www_ukberri_net, bajo licencia de Creative Commons).
El movimiento que se inició el domingo quince de mayo tiene brío, tiene fuerza, persiste. Todavía carece de nombre único y se usan indistintamente movimiento de los indignados, movimiento 15-M (que tiene muchas posibilidades por su simplicidad) y movimiento Democracia Real Ya. Varios nombres pero una única cosa, un levantamiento pacífico de ciudadanos, principalmente jóvenes pero no sólo ellos, hartos de padecer la crisis y la forma de gestionarla del sistema político. Y un movimiento espontáneo, nacido en la nueva esfera pública virtual cuya eficacia práctica es indudable. Es rápida, es flexible, recibe mucha información en tiempo real y se adapta a las circunstancias. Es decir, sobrevive. El clima que se vivía anoche en la Puerta del Sol de Madrid, como el que transpiraban las informaciones de Granada, Sevilla y otros lugares era de una exultante felicidad y alegría: tanta gente junta, sabiendo que está haciéndose oír porque es el foco de todos los medios. Es una explosición política pacífica extraparlamentaria que se dirige contra el sistema en su conjunto, el nacional y el internacional, contra la banca, los empresarios, los sindicatos, los partidos, los políticos, las instituciones, los medios de comunicación.
En Sol había de todo y se coreban gritos muy variados con los que Palinuro está o no de acuerdo. Por ejemplo ese PSOE-PP la misma mierda es no me parece cierto. Pueden ser mierda, habría que discutirlo, pero definitivamente no la misma y, en todo caso, echa alegremente en olvido que al PSOE lo votan once millones de personas, demasiadas para tratarlas de mierda, sobre todo cuando quienes lo hacen son cuatro mil y con un eco espeluznante al tiempo del llamado socialfascismo del que vino el nazismo. Otros gritos tenían una resonancia antipolítica bastante tosca, del género "todos son iguales" o "no nos representan". Hubo muchos otros gritos que Palinuro encontró más atractivos, como los que iban contra los bancos, el capital, los beneficiarios de la crisis o los que pedían la reforma del sistema electoral, la responsabilidad de los políticos (que no puedan ir imputados en las listas electorales) el funcionamiento de las instituciones, etc.
Con el sentido práctico que lo caracteriza, Palinuro se pregunta de qué forma puede consolidarse este movimiento ya que su triunfo depende de su permanencia. Y consolidarse sin traicionar su esencia. Es un movimiento independiente y no puede dejarse instrumentalizar por ningún partido, aunque diga coincidir con sus fines. Probablemente el movimiento deba pensar en la posibilidad de constituirse en partido a su vez porque es la única vía de llegar al poder en democracia y el poder sigue siendo imprescindible en todo programa de cambio. Pero eso está lejos aún. Lo que está muy cerca, lo que ya urge, es que tenga un manifiesto o un programa que pueda comunicar al conjunto de la población, aparte de los gritos, que no dan para mucho. La parte negativa de este programa está clara, (no a lo existente) pero no así la positiva, lo que se propone en sustitución de lo caduco. Hay que elaborar propuestas y debe aprestarse algún mecanismo para conocer el grado de apoyo social que tienen.
Hacer un programa no es fácil pero sí lo único que puede cohesionar el movimiento. Sobre ese programa podrá éste plantear sus objetivos. Eso es lo que podría considerar el grupo de trabajo que proponía Palinuro hace dos días, compuesto por parlamentarios (diputados y senadores) y representantes del movimiento. En el entendimiento de que cualquier acuerdo que alcanzaran se sometería a votación popular, bien ordinaria bien en referéndum. Para ir ganando tiempo, el movimiento podía promover una iniciativa legislativa popular que llevase al Parlamento la petición de reformas de quinientos mil ciudadanos por lo menos, aunque este tipo de iniciativa tiene muy recortadas las alas en España.
Algo debe el movimiento hacer porque dentro de cuatro días millones de votos dirigidos a los partidos servirán como plataforma para contraatacar y deslegitimar el 15-M . Cincuenta o cien mil personas en la calle no pueden imponerse a veinte millones de votos integrados en el estatu quo. Sin embargo, la fuerza del movimiento no está en la cantidad de seguidores (aun siendo esto importante porque presta visibilidad) sino en la justicia y la verdad de sus argumentos. Y ahí es donde hay que formularlos en negativo y en positivo.
Jamás había estado tan claro que la oposición entre Rosa Luxemburg (el fin es todo; el movimiento, nada) y Eduard Bernstein (el fin es nada; el movimiento, todo) era absurda porque el fin y el movimiento son lo mismo.
(La imagen es una foto de furilo, bajo licencia de Creative Commons).
Los expertos en comunicación política que, como se sabe, abundan más en España que los pingüinos en la Antártida, suelen decir que los socialistas comunican mal, expresión que trata de explicar el porqué de la escasa intención de voto que cosechan y la baja valoración del presidente Zapatero. Habría mucho que discutir sobre esto pero no hay tiempo; ya lo haremos en otro momento. Ahora mismo lo que parece evidente es que entran a todos los trapos con una ingenuidad sólo paralela a su despiste. En lugar de mantenerse fieles a su guión, esto es, explicar la gestión de la crisis y criticar al PP por la Gürtel y la falta de programa claro, pierden el tiempo respondiendo a todas las provocaciones que les lanzan, con lo cual aparecen siempre como disculpándose y sin hablar de lo que tienen que hablar.
¿Que María Dolores de Cospedal acusa al Gobierno de planear otro recorte social y salarial para el verano? Allí sale Zapatero perdiendo un tiempo precioso a refutar la nueva insidia, cosa inútil porque, al ser cuestión de futuro, es incomprobable. ¿Que Gonzalez Pons asegura que si el PP gana las municipales Zapatero convocará Elecciones Generales? Ahí vuelve a salir Zapatero afirmando que las generales serán en 2012. Otro futurible. Si mañana llega otro destacado dirigente del PP afirmando de buena tinta que después de las elecciones Zapatero saldrá del armario y se casará con Josu Ternera, con lo cual se aclarará por fin lo de la negociación ETA-Gobierno, que eso se lo sabe muy bien Mayor Oreja, ¿también saldrá Zapatero a desmentirlo? Además, ¿no se dan cuenta de lo absurdo de que sea Zapatero quien responda a todos esas fabulaciones? No porque no deba el Presidente dialogar con segundos (cuenta habida de que el primero del adversario es un primero silente), sino porque esto lo hacen mucho mejor Rubalcaba o Chacón que para eso están ahí.
El Presidente, a la Gran Política, a explicar porqué la política neoliberal del PSOE es mejor que la del PP, que ya tiene tajo, y a pedir a éste explicaciones por la corrupción, por la Gürtel. Ayer mismo el juez Flors decidió no incorporar a la causa contra Camps a los presuntos de la alta tramoya gürtelina. Doctores tiene la ciencia para indagar en las complejidades de los razonamientos judiciales pero algo parece claro: la decisión acelera el proceso de Camps y cabe que se produzca la citación de éste antes del 22 de mayo, aunque su comparecencia sea posterior. Y ese asunto no son palabras menores.
La abstención. En las elecciones hay que votar porque el voto es el instrumento principal de participación ciudadana. Es falso que votando se legitime un sistema que algunos consideran ilegítimo. Hay un voto de protesta, el que precisamente cuestiona la legitimidad del sistema, que es el voto en blanco. La abstención carece de sentido y no tiene valor político como protesta porque se confunde con la abstención de los perezosos o los indiferentes esto es los que, callando, otorgan. El que vota en blanco muestra su disposición a votar pero no tiene a quién porque el sistema no le satisface. Es decir, votar hay que votar: a la derecha, a la izquierda, a unos a otros o en blanco. Los derechos deben ejercerse. En lo que hace a la izquierda la abstención es muy dañina. Hay, parece, muchos votantes del PSOE y también de Izquierda Unida que, defraudados, piensan en la abstención. Si son de izquierda deben votar a la izquierda, al PSOE, a IU, a los verdes de izquierda, Equo, los nacionalistas de izquierda. Se trata de elecciones autonómicas y municipales con circunscripciones muy variables, mayor posibilidad de representación y gobiernos locales de coalición. La abstención no hace visible la fuerza de la izquierda.
Referencia a los dos temazos del día:
1) Strauss-Kahn: Strauss significa avestruz en alemán; también ramo de flores. El asunto es terrible pero no diré nada mientras no hable la Justicia que es igual para una inmigrante de Ghana que para el todopoderoso director del todopoderoso FMI. No me privo de señalar qué ganas le tenían algunos y cuánta animadversión suscita aquel a quien por probable mimetismo con la organización que regentaba, se conoce como DSK. Otros, en cambio, se han lanzado a la yugular de la femme de chambre, sospechosa de denuncia falsa para dar un pelotazo. No hace falta decir que quienes arremeten contra el poderoso DSK son de izquierda y los que van contra la humilde camarera denunciante, de derecha. Cuestión de querencias.
y 2) Democracia Real Ya. Palinuro dedicó la entrada de ayer a este impresionante movimiento con el título de el fetichismo de la mercancía así que nada de repeticiones. Sí cabe añadir un par de consideraciones: es un movimiento espontáneo en Facebook que, sin duda, muchos (personas o partidos) tratarán de dirigir, capitalizar, "orientar", "organizar". Veremos qué sucede. Lo que está claro es que la yesca la han puesto las revueltas árabes y la chispa la ha traído el ¡Indignaos! de Hessel. Ahora hay que ver a dónde llega el incendio. De momento la protesta continúa con acampadas en distintas ciudades de España. Podemos estar al comienzo de algo importante. La gente está sacando el debate político a la calle, haciendo valer sus derechos.
Por eso es de aplaudir que Zapatero tenga la altura de miras necesaria para decir que hay que escuchar a los indignados. Bien. Conviene entonces no empezar mandando cargar a los antidisturbios. Eso ya no es de recibo. Se ha visto precisamente en los países árabes: la primera reacción del poder ante la protesta callejera es recurrir a la violencia lo cual sólo intensifica la revuelta. Aquí hay que escuchar, como dice y es de esperar que haga Zapatero. Se me ocurre alguna fórmula: por ejemplo, podía nombrarse una comisión parlamentaria (diputados y senadores) que se reuniera con los representantes o delegados del movimiento y formara un grupo de trabajo a ver qué se puede hacer con las reivindicaciones de los jóvenes. Porque éste es un movimiento de la juventud, algo que hay que tomarse muy en serio. A su vez el movimiento tendría que dotarse de algún tipo de estructura que le permitiera tener delegados o representantes, cuestión siempre problemática en movimientos espontáneos y asamblearios.
(La imagen es una foto de Luis Jáspez, bajo licencia de GNU_Free_Documentation_License), vía Creative Commons).