Saber cuándo llega la revolución a tu vida no es fácil. Requiere apertura de espíritu, curiosidad intelectual, inquietud, sinceridad y capacidad de autocrítica. Es imposible verla llegar y por lo tanto adoptar una actitud razonable ante ella cuando se vive presa del dogmatismo, especialmente el dogmatismo revolucionario. Aquellos rígidos comunistas primero estalinistas y luego antiestalinistas (pero siempre los mismos) que no vieron llegar la revolución de mayo del 68 todavía siguen sin entenderla. Y lo mismo pasa hoy con la de los indignados/acampados. En cuanto las cosas no se ajustan a los esquemas que las almas simples se han hecho a modo de andadores por la vida, ya no entienden nada. Y lo peor no es que no entiendan, sino que es fácil que se pongan en contra: el progreso es la perversión; las máquinas destruyen el trabajo y la riqueza; el arte abstracto es un cuento de inútiles; los Beatles no saben cantar; mayo del 68 es la revuelta de los niñatos; acampasol es un rollo de okupas. La estupidez no conoce límites.
Hasta los más necios se han dado cuenta ya de que la crisis general del capitalismo, en conjunción con el desarrollo de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación (tics), el hundimiento del comunismo y la vivencia de las nuevas generaciones, ha puesto en marcha un proceso de cambio social y de protagonismo revolucionario de la multitud encabezada por los jóvenes que carece de parangón en la historia y que, cuando alguien quiso poner fin a ésta, la han dejado abierta a todos los vientos del cambio y la incertidumbre.
Como todo lo nuevo, lo original y nunca visto, la revolución de los indignados desconcertó al poder, suscitó (y suscita) fuertes enemistades sobre todo entre la derecha más reaccionaria (al estilo de la clericoliberal Aguirre y el liberofascista Aznar) y descarados intentos de instrumentalizarla entre la izquierda más o menos acomodada con el sistema. Los primeros brotes en los países árabes fueron saludados con universal alegría porque permitían sentar plaza de progre a cientos, miles de kilómetros del lugar de uno y reducirlos a una especie de curiosidad étnica cuando no meramente tribal. Pero casi nadie cayó en la cuenta de qué pasaría si aquellas simpáticas y heroicas revueltas de jóvenes y mujeres cruzaban la línea de la "alianza de las civilizaciones". Ya lo han hecho. Los indignados de la Puerta del Sol, que se extienden por todo el continente europeo, son el resultado del panfleto de Hessel y la revuelta tunecina.
Y el efecto de esta revolución está siendo evidente. El poder está viéndose obligado a contemporizar. Por dos veces (una en Madrid y otra en Barcelona) ha pretendido desalojar y las dos veces ha tenido que retroceder, asustado ante lo que podía suceder, dado el inmenso apoyo social que suscita un movimiento pacífico, espontáneo, asambleario y muy maduro. Un movimiento que está demostrando que hay espacios exentos en la sociedad y que no es obligatorio que el Estado tenga el monopolio de la violencia para que se respete el Estado de derecho y la seguridad jurídica. Es decir, está demostrando que es posible alcanzar la utopía.
La consecuencia más notable e inmediata del movimiento es que la gente, toda la gente, está perdiendo el miedo a protestar, a manifestarse, a hablar y debatir; que los poderosos, cualquiera sea su ámbito, no son indiscutibles ni intangibles y que la sociedad gana y se enriquece con esta revuelta permanente.
La Asociación de Víctimas del franquismo va a concentrarse ante la sede de la Real Academia de la Historia para protestar por el golpe de mano que los fascistas en su interior pretenden dar en contra de la memoria histórica. Un golpe de mano que es paralelo al que los tribunales dieron contra dicha memoria a través de la ignominiosa persecución al juez Garzón. Es el espíritu de acampadasol, una forma nueva de entender la democracia y el derecho de los ciudadanos a decidir en lo que es de su incumbencia. La grandeza de los jóvenes de acampasol es que no solamente se han sacudido la tutela de las generaciones rancias sino que han enseñado a éstas el camino de su propia emancipación.
Palinuro se encuentra en Caracas, pero su ánimo está en la Puerta del Sol y, en ejercicio del poder de bilocación de la tradición pitagórica, también ante la sede de los carcamales de la Academia de la Historia. Con un ruego a los allí acampados: haced como en la Puerta del Sol y no os vayais en tanto los franquistas que han perpetrado el atentado contra la memoria democrática del pueblo no reparen su infamia.
(La imagen es una foto de gloop!, bajo licencia de Creative Commons).