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dilluns, 16 de novembre del 2015

Es la religión.

Disparaban fusiles Kalashnikov, hablaban en francés perfecto, llegaron en coches, se coordinaron con móviles. Son gentes civilizadas. No hirsutos pashtunes analfabetos de las montañas del Afganistán.

El mismo día del atentado, ese lumbreras que habita en La Moncloa, creyéndose llamado en tan grave situación a hacer alguna reflexión que diera su talla, soltó la habitual melonada:  No estamos ante una guerra de religiones, sino ante una lucha entre civilización y barbarie. El hombre se supera: en 15 palabras, dos mentiras y un insulto. Por supuesto que se trata de una guerra de religiones. Por supuesto que no tiene nada que ver con la civilización, concepto que más vale emplear en singular porque, en el fondo, solo hay una civilización: la humana. Esto de la guerra de las civilizaciones fue popularizado por Huntington a fines del siglo para definir la época de la postguerra fría, recogido con su habitual ligereza por Zapatero con fines propagandísticos y empleado hoy por este zote que confunde civilización con cultura. Y, de paso, insulta a los islamistas, pues la parte de "barbarie" de su diagnóstico les corresponde a ellos, mientras que nosotros somos los "civilizados". Dos mentiras y un insulto.

No me parece desmesurado insultar a unos asesinos. Pero con eso no adelantamos nada si los insultos y las tonterías sobre las civilizaciones no se sitúan en su debida perspectiva.

Desde luego que estamos ante una guerra de religiones. En concreto, las tres llamadas del Libro, las tres religiones monoteístas, la hebrea, la cristiana y la musulmana, que han sembrado la historia de odio, destrucción y crímenes de todo tipo. No tengo noticias de que las demás confesiones luzcan un palmarés tan prolongado de barbarie como estas, aunque alguna habrá, probablemente. Pero nada comparado con la escabechina que estas tres llevan siglos ocasionando. La cristiana (en sus tres ramas de protestante, católica y ortodoxa) y la musulmana de un modo concentrado hasta el día de hoy; la hebrea, que empezó muy lucidamente en el Antiguo Testamento, masacrando los pueblos en torno suyo, se vio luego obligada a hacer un alto de veinte siglos a causa de la diáspora pero, desde el restablecimiento del Estado de Israel, se ha propuesto recuperar el tiempo perdido, cosa que hace a conciencia con los palestinos.

Las tres religiones monoteístas, basadas en la convicción de que sus respectivos creyentes son el pueblo elegido por Dios, sienten un impulso incontenible de matar paganos, infieles o no creyentes a mayor gloria de aquel. La intención puede ser convertirlos a la fuerza y/o exterminarlos, pero es la misma en los tres casos. Solo que con diferencias en cuanto a los tiempos históricos en que viven sus conflictos. Teóricamente, en la actualidad, los cristianos -tras haber masacrado medio  mundo y haberse entrematado entre ellos durante siglos- no van ya por ahí evangelizando a sangre y fuego. Del mismo modo, los hebreos se especializan en machacar a los palestinos y solo ocasionalmente agreden a otros pueblos fronteriozos. Mientras que son los musulmanes quienes están lanzados a la guerra santa contra los infieles con todo tipo de barbaridades.

Es un conflicto religioso, el de siempre. Ciertamente se desarrolla en muy distintos escenarios, en frentes variados, incluso en ausencia de frentes, lo cual lleva a la legión de estrategas de salón a perorar sobre la IIIª guerra mundial atípica ya que ahora los combatientes a muerte pueden compartir el rellano de la escalera o encontrarse en la frutería. 

Los países occidentales (todos ellos cristianos) llevan años, decenios, prosiguiendo su tradición de potencias coloniales en los del Islam, interfiriendo en sus destinos, en perpetua injerencia en su política, su economía, sus fronteras y sus relaciones. En un escenario geopolítico que ni ellos mismos entienden,  se arrogan el derecho a  bombardearlos, ocuparlos, partirlos o volverlos a unir a su antojo. Su política de alianzas a corto plazo (armando a unos, atacando a otros) se vuelve contra ellos en un medio extraordinariamente volátil. Su acción provoca verdaderas masacres, guerras civiles, destrucción de cientos de miles de vidas, destrozos de riqueza sin cuento, interminables columnas de refugiados que desbordan las fronteras occidentales y traen la inestabilidad y, como puede verse, el terror más ciego e inhumano. 

Tanta destrucción, tanta humillación, tanta masacre  de una confesión, la musulmana, que antaño fue un glorioso imperio, provoca reacciones desesperadas, un verdadero frenesí de locura, destrucción y venganza en sus sectores más combativos. Pero eso no preocupa a los gobernantes porque las víctimas somos siempre las poblaciones pacíficas, no ellos. Obviamente, cuando se produce algún monstruoso atentado como el de París, se oyen voces de musulmanes "razonables" que recuerdan que el Islam no es terrorismo, masacre y crueldad y que, por lo tanto, las sociedades cristianas deben refrenar sus impulsos más inmediatos de acudir a la ley del talión y empezar a masacrar  musulmanes o a expulsarlos. Ocurre con estos como con esos católicos que dicen no estar de acuerdo con las crueldades de su iglesia en el pasado o sus demasías y abusos en el presente y no hay que juzgar a todos los fieles por el mismo patrón.

Todos estos creyentes "moderados" y "razonables" de las tres religiones monoteístas están en su derecho de exigirnos respeto a quienes, no siendo confesionales, queremos vivir en órdenes sociales en los que los fanáticos de sus credos no se piensen con derecho a asesinarnos. Pero también estamos nosotros en el nuestro de exigirles una intervención más activa para apaciguar a los criminales que asesinan en nombre de sus dioses. Se dirá que solo asesinan los fanáticos musulmanes, mientras que nosotros, los cristianos, nos defendemos. Mentira. No es necesario recordar la siniestra pantomima por la que tres criminales en Las Azores planearon con detalle una guerra de rapiña y destrucción basada en engaños y falsedades y de la que, entre otras cosas, se deriva buena parte del desastre actual. La diferencia entre los crímenes de los terroristas yihadistas y los de los Estados cristianos es que nosotros los hemos institucionalizado. Ayer, el Papa de Roma, típica voz del establishment católico decía con una conciencia feliz ante una muchedumbre de fieles entregados que cometer actos de barbarie como los de París en nombre de Dios es blasfemia. Ese bárbaro concepto con el que se torturó y asesinó a tanta gente por estos pagos, sigue vivo en el imaginario de los creyentes. Da miedo.

No, no es un choque de civilizaciones. Es una guerra de religiones con elementos geopolíticos, de dominación estratégica, política y económica y de expolio de riquezas y recursos naturales. Como siempre en las guerras de estas tres religiones que llevan dos mil años (algo menos la musulmana) ensangrentando el planeta.

diumenge, 15 de novembre del 2015

La catalanofobia.

Monstruosidades como la de ayer en París, movidas por un fanatismo ciego, parecieran despertar en ciertos individuos los más bajos instintos, probablemente por mimetismo. Las redes, en las que circula todo tipo de noticias, bulos, informaciones, opiniones, comentarios, ataques y defensas a enorme velocidad, se han convertido en espacios para dirimir enfrentamientos de la más variada índole. Muchos autores las consideran las ágoras contemporaneas, las esferas del intercambio público por excelencia. Si antes se decía que lo que no estaba en la televisión no existía, ahora cabe predicarlo de las redes: lo que no salga en Twitter, no existe. 

Ágora, sí, pero con peculiaridades producto de su naturaleza tecnológica: las redes son ilimitadas, en principio, universales; son permanentes: lo ya debatido, denunciado, desmentido, puede volver a debatirse, denunciarse o desmentirse; son públicas, pero también privadas y hasta secretas porque los intervinientes pueden hacerlo identificándose o mediante anonimato o seudónimos. Si a cara descubierta las personas, movidas por las pasiones, somos agresivas, crueles, allí en donde es posible el anonimato, la agresividad, la crueldad suben de tono hasta llegar a lo inhumano.

En un caso como el de los atentados de París, explosión de una conflicto muy complicado, cabe esperar todo tipo de demasías, de falta de respeto por las víctimas y utilización espuria de estas en defensa de unas u otras posiciones políticas, lo cual moverá respuestas contrarias, lloverán los insultos, las amenazas, las barbaridades.

Luego aquí tenemos una variante carpetovetónica que produce especial bochorno e indignación: la de quienes aprovechan este tipo de horrores para soltar su odio, su veneno, su agresión hacia los catalanes. Pasa siempre. La última vez, que yo recuerde, con motivo de un accidente de avión de vuelo low cost en el que murió todo el pasaje. Hubo quien lamentó que este no estuviera compuesto por catalanes. Odio y catalanofobia a raudales en el ágora contemporánea. Se empieza con chistes de catalanes basados en puros prejuicios y topicazos y se acaba diciendo barbaridades sobre ellos, incluso cometiendo delitos de incitación al odio. Y no se trata de "casos aislados", como suele decirse. A veces son avalanchas. Precisamente una asociación civil catalana ha puesto en marcha un portal, drets.cat al que deben comunicarse los casos de odio, insultos, amenazas que se detecten en las redes para denunciarlos por la vía penal. 

En el caso de los atentados de París, la catalanofobia ha sido inmediata en Twitter. Quien quiera leer algunos de las ataques más repugnantes, puede hacerlo aquí. Cosas como: "Pues qué pena que no fuesen catalanes",  "tremendo lo de París y a pesar de esto los catalanes seguirán el lunes dando por ....", "si se independiza Cataluña a ver si tres o cuatro grillados de la falange hacen lo mismo en Barcelona que en París. A ver." 

Parece mentira, pero es verdad.

Entre esto y el señor Rajoy diciendo que quiere mucho a los catalanes oscilan los sentimientos españoles hacia Cataluña.

dijous, 8 de gener del 2015

Notas mínimas sobre la blasfemia.


Los responsables de la matanza de Charlie Hebdo son quienes la han perpetrado.

El Islam no es culpable. Lo es el fanatismo. Hace cuatro años otro fanático de extrema derecha, Anders Behring Breivik, asesinó en Noruega a tiro limpio a 77 personas. Y no es musulmán, sino cristiano; seguidor de los templarios, por más señas.

Las religiones son caldo de cultivo del fanatismo. Sobre todo, las tres del Libro, mosaísmo, islamismo y cristianismo. Las tres son muy crueles.

El islamismo parece la más bárbara. También es la más perseguida. Hace años que las otras dos, lo que llamamos Occidente, hacen una guerra de exterminio contra la otra. Persiguen a los islamistas, los encarcelan,  los asesinan, les roban sus tierras, les destruyen sus casas, matan a sus hijos, sus familias, todo lo cual obviamente, exacerba los fanatismos y los lleva al terrorismo, a los atentados suicidas, a la barbarie contra inocentes.

Un par de tuits de Willy Toledo ha levantado polvareda. Dice uno:  El Pentágono y la OTAN bombardean y destruyen países enteros, asesinan a millones, cada día. D verdad esperamos q no hagan nada? El propio Toledo no está justificando los atentados, los repudia, pero nos obliga a reflexionar sobre nuestro comportamiento. Lo que pasa hace años en Palestina, en Irak, en Afganistán, en Siria, también es terrorismo. Decapitar rehenes es abominable. Y Guantánamo ¿qué es?

Toledo tiene el don de la impertinencia. Está en la línea de San Mateo; "quien a hierro mata, a hierro muere" (Mat., 25: 52), sin hacer distingos sobre las manos que manejan los hierros.

Dos acontecimientos podrían ayudar a que el Islam se modernizara y entrara en la edad de la tolerancia: un cambio de actitud de Occidente y una reforma interna en la religión similar a la luterana en el cristianismo, que tanto hizo por civilizarlo. Lo primero depende de nosotros, de nuestros gobiernos, a los que hemos de presionar, cosa que no hacemos. Lo segundo depende del propio Islam, pero debiera hacerse lo posible por fomentarlo.

La lucha contra el fanatismo y el terrorismo, en defensa de la tolerancia y las libertades, empezando por la de expresión, es la lucha por la supervivencia de la civilización y la dignidad del individuo. Y debemos hacerla sin ambigüedad ni desfallecimiento.
 
Pero también debemos barrer nuestra casa y revisar nuestro comportamiento. Solo así tendremos la autoridad moral que invocamos en muchas ocasiones con harta hipocresía.
 
La Iglesia católica sigue siendo intolerante. Se ha apropiado -indebidamente a jucio de Palinuro- de la mezquita de Córdoba y la está llenando de simbología y parafernalia católica. Eso es intolerancia. El obispo de Alcalá niega sus derechos a los homosexuales y, si pudiera, seguramente haría algo peor con ellos. El ministro del Interior es fervoroso miembro del Opus, una secta que considera "pecado grave" la llamada blasfemia. No lo ha convertido en delito del código penal porque no ha podido, pero no por falta de deseos y porque, además, el delito de escarnio del Código Penal  (art. 525, 1) ya se le acerca bastante. Blasfemia es lo que los asesinos islamistas ha ido a castigar en Charlie Hebdo. La diferencia, nada desdeñable por cierto, está en la cantidad y el tiempo. Pero el parecido reside en el contenido.
 
La  blasfemia puede ser un pecado, según las convicciones morales de cada cual, pero no un comportamiento socialmente punible y mucho menos un delito. Es más, es un derecho. Mientras esto no esté definitivamente asentado, las tres religiones del Libro serán un peligro para la tolerancia y la libertad. Según la época de que se hable, unas más que otras.
 
Palinuro tributa profundo reconocimiento a todas las víctimas de ayer, mártires en la lucha por la libertad de expresión.

dijous, 29 de desembre del 2011

Una Lisístrata moruna.

Muy interesante película de Radu Mihaileanu (La fuente de las mujeres, 2011) sobre un hecho real acaecido hace unos diez años en una aldea perdida de Turquía. Las mujeres tenían que ir a aprovisionarse de agua a una fuente muy alejada y de difícil acceso entre grandes trabajos y fatigas, mientras los hombres estaban sentados en las terrazas de los bares charlando. Un buen día las mujeres deciden negarse a tener relaciones sexuales con sus maridos, hacer una huelga de amor, mientras estos no vayan por el agua. Mihaileanu sitúa la acción hoy, en 2011, en algún país del norte del África en la inteligencia de que estas costumbres sociales (las mujeres, casi todas ellas analfabetas, trabajan como animales de carga mientras los hombres holgazanean) es común en el Islam.

El hecho parece reproducir el imaginado por Aristófanes hace 2.500 años en su comedia Lisistrata y, entrevistado el director, se refiere al comediógrafo griego. Pero ahí se acaba el parecido. La Grecia clásica no tiene nada que ver con el Islam contemporáneo ni las mujeres griegas con estas semiesclavas de las sociedades musulmanas. Además, la motivación es la inversa. Las griegas niegan a sus maridos el lecho para obligarlos a poner fin a la prolongada guerra del Peloponeso. Precisamente Lisistrata se escribió y representó al año siguiente de la derrota de Atenas en la batalla de Sicilia, en la que los atenienses perdieron casi toda la flota (doscientos navíos) y miles de hombres y unos ocho o nueve años antes del desastre final en Egospótamos. En la peli, en cambio, la huelga de sexo se produce porque los hombres, antiguos guerreros, hace ya muchos años que no van a la guerra y viven como parásitos de sus propias mujeres.

Esta explicación, que se repite un par de veces en la película, introduce al espectador occidental o europeo de hoz y coz en un mundo tan extraño, atrasado, injusto, convencional, oscurantista y angustioso que cuesta trabajo darlo por coetáneo. Sin embargo, lo es; es el mundo islámico rural, el más dominado por los preceptos de esa religión que, como todas, es misógina.

Y de eso trata la película que dura más de dos horas pero no se hace pesada porque constituye un verdadero documental de gran valor antropológico y cultural. Está rodada en escenarios naturales, con imponentes paisajes muy bien fotografiados, sin decorados, en las casas en las que vive la gente, sin suelos, sin ventanas, en los comercios, mezquitas, calles, plazas, sin asfaltar, sin luz ni agua corriente, pero con teléfonos móviles, aunque con dificultades de cobertura.

Introducido en esta sociedad tan cercana geográficamente como lejana culturalmente, Mihaileanu refleja diversos conflictos que nos informan de las relaciones de los hombres con las mujeres, de las mujeres y los hombres entre sí por razones de edad, de fortuna, de conocimientos, los lazos de parentesco, las obligaciones familiares, los ritos, las tradiciones, las interpretaciones del Corán. Solo en los dos momentos en que aparece el amor encontramos peripecias que nos son cercanas. Y todo ello apunta siempre al centro del relato: la condición humillada, explotada y escarnecida de las mujeres y sus esporádicos y desesperados esfuerzos por salir de ella. Se aprende mucho con esta película.

Aunque en parte ya lo sabíamos. Hace cincuenta, cien años, en nuestros países, en España, la situación era muy similar y de ello quedan vestigios (ver más arriba el post sobre Ana Mato). Pero había una diferencia notable: las mujeres estaban oprimidas y explotadas, desde luego, pero los hombres no ejercían de zánganos salvo en el hogar; fuera de él trabajaban hasta reventar. Una diferencia importante que, junto a la de la religión, tiene que haber sido decisiva para que nuestras sociedades, injustas como siguen siendo, estén a años luz de este espantoso atraso.

dissabte, 27 d’agost del 2011

El Islam y sus tiranos.

Lo que en su día se llamó "la primavera árabe", con esa capacidad de los medios de acuñar expresiones muy gráficas pero bastante confusas, ha avanzado hacia un verano en el que al fuego del sol se ha unido el de las ametralladoras y los cañones. La "primavera árabe" apuntaba al supuesto de un movimiento de rasgos muy parecidos, casi unitario. Al fin al cabo, más que árabe, la primavera era islámica y el Islam, ya se sabe, viene a ser una umma, una unidad religioso-civilizatoria. Es más que una koiné porque traspasa la comunidad de lengua y afecta a la religión, los usos jurídicos, políticos, etc. Sin embargo, en su desarrollo, la supuesta unidad primaveral se ha fracturado según en qué países ha prendido. El Estado (o lo que pasa por tal en el Islam) se ha impuesto a la umma; y lo que en unos países fue un movimiento popular civil que acabó con dictaduras disfrazadas de democracias, en otros se ha convertido en guerras civiles (Libia), encontronazos armados entre grupos rivales (el Yemen) o cruel y sanguinaria represión militar (Siria), dejando claro lo dicho: cada país tiene su circunstancia.

Sin duda hay parecidos. El movimiento tradujo en un principio un hartazgo de las poblaciones con las sempiternas tiranías locales. Pero, como las reacciones de éstas han sido variadas, los conflictos se han diversificado y analizarlos requiere clarificar estas cuestiones. Otra similitud sorprendente es la del comportamiento de algunos tiranos. Gadafi parece seguir el modelo Sadam Hussein o Ben Laden. Desafiantes en un principio, mantienen un discurso hecho de baladronadas hasta cuando la situación es deseperada. Luego se dan a la fuga y se esconden con mayor o menor fortuna. Hasta que los encuentran y los ejecutan también de forma más o menos legal. Después se descubre que su vida privada se repartía entre la megalomanía, el lujo más absurdo y desenfrenado y una crueldad sin límites.

Las peculiaridades del Islam son tales que la aplicación de categorías propias de los análisis occidentales, de carácter racional y no religioso, sólo añade a la confusión. Tiene gracia esa bronca entre dos tendencias de la izquierda, minoritarias al estilo de la vida de Bryan, acerca de la actitud correcta en el conflicto libio. Unos aplauden el derrocamiento del dictador Gadafi, asesino de su pueblo, y otros sostienen que quienes aplauden ese derrocamiento hacen el juego a la OTAN. Los primeros acusan a los segundos de apoyar una dictadura criminal y los segundos a los primeros de someterse a un imperialismo no menos criminal. Realmente no merece la pena seguir.

Los países musulmanes tienen todos fuertes tendencias autocráticas porque el orden social que su religión impregna más o menos profundamente también es autocrático, intolerante, paternalista, machista y homófobo. Esas sociedades no pasan con buena nota una "auditoria" de derechos humanos ni siquiera despojado de todo perverso "eurocentrismo". Tampoco van muy allá en la distinción entre el ámbito de lo público y el de lo privado, que es una viga maestra de cualquier sistema democrático-liberal. En muchos países islámicos el poder político es prácticamente patrimonio de una casta (militar o partidista) e, incluso, de una familia. En estas condiciones, los ánálisis occidentales resultan patéticamente rígidos y maniqueos. Todas las posiciones en los conflictos son complejas y contienen elementos contradictorios: hay tiranos que actúan como dirigentes "progresistas", partidarios de la modernización y democratización de sus estados, al menos nominalmente y sin dejar por ello de ser déspotas odiosos. Y hay movimientos de resistencia en los que se mezclan y confunden reivindicaciones de carácter laico y democrático con otras de fanático integrismo. Tomar partido aquí es acabar defendiendo lo indefendible.

Luego está la faceta exterior. Mucha gente señala que la intervención armada occidental en este abigarrado y conflictivo mundo (en el Afganistán, en el Irak, ahora en Libia y quién sabe si en Siria) es un acto de imperialismo. Los países capitalistas tratan de asegurar sus fuentes de energía. Los occidentales, a su vez, al menos sus ideólogos, aducen la novísima doctrina del derecho internacional humanitario, del derecho de injerencia en los asuntos internos de otros Estados cuando los gobernantes atentan contra los derechos humanos de su población. Los críticos dicen que eso es falso y una simple excusa para continuar con la explotación manu militari de estos pueblos. Es posible que sea así, pero no es obligatorio. En otros términos, ¿se acepta o no que hay un derecho de injerencia por razones humanitarias? Si no lo hay, toda intervención es criminal; pero si lo hay, hay que ejercerlo.

Por otro lado, la misma acusación al imperialismo debe matizarse. Desde un punto de vista de Realpolitik, los países occidentales tienen unas necesidades de defensa que deben satisfacer. La idea de que unos u otros regímenes puedan utilizar la energía o las materias primas como armas en combate evitando los choques armados pero atacando directamente a la población civil no es disparatada. Rusia lo hace de vez en cuando con Ucrania y el suministro de gas. Mal gobernante será aquel que no proteja a sus ciudadanos de las agresiones, se produzcan dónde y cómo se produzcan. Igual que lo será el que no se defienda frente a ataques terroristas devastadores procedentes del exterior. Las torres gemelas y el atentado de Atocha son dos ataques que hubieran sido seguidos de otros de no ser porque las sociedades amenazadas (Alemania e Inglaterra, por ejemplo) tomaron las medidas necesarias para prevenirlos. Y esas medidas pueden obligar -y así sucede por razones tácticas obvias- a interferir en asuntos internos de otros Estados.

Por supuesto que el capitalismo desemboca siempre que puede en imperialismo explotador y esquilmador, pero la lucha contra éste no puede llevarnos al extremo de hacer causa común con asesinos como Gadafi o autócratas de impronta religiosa como Ahmadinejad. Que es lo que le pasa a Chávez, sin ir más lejos.

(La imagen es una foto de Vectorportal, bajo licencia de Creative Commons).

dimecres, 4 de maig del 2011

La muerte de Ben Laden.

Operación Gerónimo. En un audaz golpe de mano un comando de fuerzas especiales (quizá parte de la Delta Force) de los EEUU asaltó el refugio de Ben Laden en el Paquistán el domingo, mató al sumo dirigente de Al-Qaeda y una cantidad indeterminada de personas y arrojó sus cuerpos a la mar. Todo en cuarenta minutos. De ser ella es la Delta Force que ya intentó lo mismo en diciembre de 2001, a dos meses del 11-S, y sólo consiguió que se desencadenara la cruenta batalla de Tora Bora, al comienzo de la guerra del Afganistán.

La misión ha sido un éxito al estilo Rambo, muy familiar en el mundo y una prueba más del carácter espectacular de nuestra sociedad. Aún me pregunto si en la Casa Blanca estaban asistiendo al asalto en directo. En todo caso un Obama radiante podía llamar a Bush a decirle que ahora sí estaba la misión cumplida.

El hecho ha provocado una oleada de vehemente patriotismo en los EEUU y reacciones encontradas en Europa en donde unos baten palmas y otros critican la ilegalidad y la inmoralidad de la acción. Como era de esperar. La eficacia militar del asalto está fuera de dudas. Su justificación política es más difícil. Pero la crítica no puede ser una condena rotunda, sin matices, que trate de explotar el antiamericanismo tosco de una parte de la opinión.

Un poco de memoria no viene mal. El 20 de junio de 1944, en el curso de la Operación Walkiria, el coronel Conde von Stauffenberg colocó una bomba a un par de metros de Hitler en su Guarida del lobo, en Prusia oriental. La bomba estalló y Hitler salió ileso. Si hubiera muerto seguramente nadie hubiera objetado nada. El fracaso lo pagaron con la vida más de doscientas personas.

El 24 de abril de 1980 se abortó la operación Garra de Águila (uno de sus nombres) por la que una escuadrilla de ocho helicópteros gringos rescataría a 52 ciudadanos estadunidenses que las autoridades revolucionarias iraníes tenían rehenes contra todo derecho en la embajada de los EEUU en Teherán. El resultado fue un desastre, se destruyeron varios helicópteros y aviones, murió un buen puñado de soldados, los iraníes diseminaron los rehenes por todo el país para impedir otra operación de rescate, el prestigio de los EEUU cayó en picado y Reagan ganó a Carter las siguientes elecciones con las consecuencias que a la vista están.

Viene lo anterior a cuento de que las operaciones de rescate en territorio enemigo o de captura de algún reconocido asesino (porque supongo que no hay duda de que Ben Laden, como Hitler o Franco, era un asesino dispuesto a hacer cien veces lo que le han hecho a él) son muy arriesgadas y pueden tener altos costes en vidas humanas o bienes materiales y un grado elevado de riesgo. De hecho ahora se sabe que el comando de la Operación Gerónimo sólo tenía un 60 por ciento de certidumbre de acertar.

Si hubo posibilidad de detener a Ben Laden a los efectos de que tuviera un juicio justo debió actuarse así. Pero no se puede olvidar que hay una guerra contra el terrorismo y en la guerra los enemigos tienden a parecerse. No hace falta ser muy exquisito para calificar Guantánamo de terrorismo. Y, en esa situación de guerra, la rapidez con que los gringos se han deshecho de Osama Ben Laden hace sospechar que temían lo que pudiera declarar en un proceso público acerca de sus presuntas actividades de colaboración con los estadounidenses en Afganistán.

Los Estados de derecho deben actuar de acuerdo con ciertos principios, so pena de perder su legitimidad y, cuando vayan contra ellos, es preciso criticarlos, denunciarlos y exigir responsabilidades. De siempre hemos sabido que el peor enemigo de la libertad es el Estado cuya razón de ser consiste en protegerla. Pero la crítica no puede llevarnos a negar las diferencias entre el imperio de la ley y la ley del crimen y a ignorar la superioridad del primero, pese a sus errores o crímenes, sobre la segunda y que, entre otras cosas, descansa en el hecho de que esa crítica puede formularse libremente.

(La imagen es una foto de David Armano, bajo licencia de Creative Commons).



dilluns, 2 de maig del 2011

Eppur si muore.

Actualización a las 11:30.

Obama contra Osama o cómo el orgullo herido de una poderosa nación se toma la revancha. "Los Estados Unidos" -dice Obama- "han matado a Ben Laden". EEUU, no un comando de 40 personas al estilo de Misión imposible. Hollywood estará ya preparando la correspondiente peli pues nada puede darse por real hoy si no pasa al cine. Y hay que reconocer que, despues de casi tres años de crisis económica, con el agua al cuello, la sufrida población planetaria se merecía algún espectáculo enardecedor.

¿Y es real? Este tipo de acontecimientos son el suelo en que crecen las más salvajes teorías conspirativas. Todavía hay gente que cree que a John Kennedy lo mató el FBI, que las torres gemelas las reventaron los Bush, que el 11-M lo hizo ETA y que el Rey Arthur descansa en Avalon en espera de su vuelta. No ayuda nada que los gringos hayan arrojado el cuerpo en el mar, al estilo rioplatense. Si no han conservado pruebas irrefutables se encenderán mil hipótesis conspirativas. Dicen los estadounidenses que no querían enterrarlo por evitar que se creara un santuario de peregrinación, pero ahora cualquier orate con un Kalashnikov puede ir por el mundo diciendo que es Osama Ben Laden y alguno será peligroso.

La muerte del capo deja cojo el esquema maniqueo del mundo contemporáneo: hundido el comunismo y muerto Osama, el polo del Bien (los EEUU y sus aliados/vasallos) ya no tiene nada enfrente; el polo del Mal se ha extinguido. Habrá que crear otro cuanto antes y será difícil que dé tanto juego mediático como dio le feu Ben Laden, que Alá conserve junto a sí por los siglos de los siglos.

(La imagen es una foto de POPOEVER, bajo licencia de Creative Commons).

dilluns, 28 de març del 2011

ETA y Libia.

La incapacidad de cierta izquierda (esa que se considera verdadera o transformadora sin que en treinta años haya conseguido transformar algo relevante como no sea su nombre) para calibrar objetivamente el resultado de sus propuestas solo es comparable a su afición a culpar a los demás de sus propios fracasos. En el asunto impropiamente llamado de la cuestión vasca dicha izquierda se ha opuesto a todo: a la Ley de Partidos Políticos, a las sucesivas ilegalizaciones de las sucesivas siglas de la izquierda abertzale, a las instrucciones del juez Garzón, a la última ilegalización de Sortu, a la exclusiva lucha policial y judicial contra ETA..., a todo. El mismo Palinuro lo ha hecho en alguna ocasión. Y siempre con dos argumentos: a) las medidas a las que se opone son contrarias al Estado de derecho y la democracia en España y b) sólo contribuirán a prolongar la violencia, el terrorismo, el sufrimiento.

El balance, sin embargo es al revés: a) el Estado de derecho y la democracia en España no están especialmente mal o, cuando menos, no peor que si las tales medidas no se hubieran tomado; y b) jamás hemos visto tan cercano el fin de ETA. ¿Servirá esto de algo? Probablemente no porque el discurso político es voluntarista y está vacunado contra el virus de la realidad.

Ahora, con el nuevo comunicado de ETA sobre la verificación internacional del alto el fuego, volverán a alzarse voces pidiendo que se haga caso a la banda, atacando la intransigencia de las autoridades españolas y llamando "fascistas" (o poco menos) a los sociatas españoles. Pero ¿cuál es la lectura de los últimos hechos? SORTU está ilegalizado y ETA, en lugar de romper la tregua unilateral y cometer algún atentado, emite otro comunicado. Sin embargo, las cosas no están mejor que hace veinte años: Euskal Herria sigue tan sometida a los Estados español y francés como antes; Navarra, por su cuenta; la autonomía de Euskadi cabe en un estatuto; la izquierda abertzale sigue fuera de las instituciones; ella misma, ETA, no levanta cabeza; y la Comunidad Autónoma Vasca está gobernada por una coalición de hecho de los dos partidos españolistas. Hace veinte años esto hubiera sido un rosario de bombas; ahora es un rosario de comunicados a cada cual más ovejuno, con un sonido que recuerda el adagio final de la Sinfonía del adiós de Haydn. ETA se deshace y al final sólo van a quedar el que da las órdenes y el concertino.

Cuando vea que no hay comisión ni verificación internacional, ETA tendrá que soltar otro comunicado más aporético aun: uno a medio camino entre la situación del momento y la que es inevitable, esto es, la entrega de las armas. A este deseable resultado la izquierda no habrá contribuido gran cosa, por no decir nada.

Pues no importa, está dispuesta a repetir el patinazo con la guerra de Libia. El domingo desempolvó los viejos carteles del ¡No a la guerra!, se echó bravamente a la calle... y se quedó sola. Es posible que esta guerra de Libia no despierte entusiasmos, no es frecuente que las guerras lo hagan. Pero no suscita oposición. La gente tiene más sentido común y flexibilidad que la izquierda. ¿No a la guerra? Bueno, depende, hay que pararse a pensar un poco y no tomarse el enunciado como un dogma. Porque hay guerras y guerras y no todas son iguales.

Una guerra por mandato de la ONU para librar a un pueblo de la vesania de un tirano dispuesto a masacrarlo no es lo mismo que otra a espaldas de la ONU y de pillaje para apropiarse los recursos de otro país. Eso es tan obvio que hasta la izquierda lo entiende, aunque no le guste reconocerlo. Ella cree tener una crítica, una objeción más poderosa: ese tirano demente era nuestro amigo y fiel aliado hasta ayer. ¿Con qué legitimidad moral le hacemos ahora la guerra? Obviamente, con toda. Tardía pero toda. De momento, aprovechemos la ocasión para derrocar al tirano y ver si se consigue que los libios se organicen autónomamente. Luego ya llegará el momento de señalar con el dedo a quienes se daban el pico con Gadafi.

Pues no señor: es ¡No a la guerra! sin más. Con esa absurda contundencia con que en cierta ocasión escuché a un izquierdista clamando que él, en las guerras, estaba siempre del lado del perdedor. Lo cual lo ponía del lado de los nazis en la segunda guerra mundial, un sitio extraño para uno de izquierda.

Lo que sucede es que en buena medida ese tremolar del ¡No a la guerra! viene bien para alimentar el gusanillo del principio de la identidad propia: cargar contra el PSOE por traidor, neoliberal, belicista, imperialista. En estas cosas se nota quién es la verdadera izquierda; en estas y en que no la apoya prácticamente nadie, cuestión que en una democracia tiene su aquel.

(La segunda imagen es una foto de B. R. Q., bajo licencia de Creative Commons).

dimarts, 22 de març del 2011

Es imposible comprender una guerra.

Para no repetir eso tan manido de que la primera víctima de una guerra es la verdad, lo diré de forma más suave, más susceptible de debate: la guerra es siempre confusión. Aparte de la que se genera por sí en todo conflicto armado en que las actividades cotidianas se interrumpen y la vida se altera, está la confusión que generan a propósito los combatientes. Pues es el abc de la guerra que al enemigo hay que engañarlo. Dado que el enemigo hace lo mismo, el resultado sólo puede ser la confusión y el caos. Confusión y caos a los que ayudan mucho los que saben de buena tinta cuáles son las verdaderas razones de los combatientes. Los que se las saben todas, vamos.

Pero al mismo tiempo, en medio de esa confusión y caos se crean situaciones reales que afectan a seres humanos concretos. La foto es de un campo de refugiados de la ONU en la frontera de Libia con Túnez a primeros de marzo. Hay decenas de miles de inmigrantes de Túnez, de Bangladesh, de Egipto, que huyen de la guerra líbica. ¿Quién explica a uno de esos refugiados que tiene que hacer cola para comer y dormir en una tienda de campaña qué está pasando en Libia? ¿Qué está pasándole a él, precisamente a él?

La guerra es una cuestión política cien por cien. Las pelean militares pero las deciden políticos. Y política es su interpretación. En España, para la derecha, la guerra de Libia es como la del Irak, dígase lo que se diga en sentido contrario. Se justifica así la decisión de las Azores y se deja al gobierno como traidor entonces y seguidista hoy. Para la izquierda la situación es la misma sólo que es ahora cuando se juzga que el gobierno es traidor porque traiciona el "No a la guerra" de 2003. Quizá el último renuncio que quedaba por hacer a Zapatero, tras haber abandonado más o menos sus políticas progresistas, laicas, sociales, de igualdad. Quiso ser Prometeo que traía el fuego a los españoles y se quedó en Epimeteo, el marido de Pandora.

En este mundo de ahora, ¿alguien ha conseguido alguna vez parar una guerra? Sólo los bolcheviques en la Paz de Brest-Litovsk de 1918 y porque tenían que concentrarse en la guerra civil en casa. Una vez que se ponen en marcha las guerras son imparables y sólo terminan por rendición de una de las partes o negociación, que suele ser el otro nombre de la rendición.

Los combatientes viven en esa confusión y se aprovechan de ella. Gadafi ha desaparecido, al estilo Sadam Husein y ya habla por la tele pero sin imagen suya, lo cual quizá no sea tan poco recomendable entre los árabes que son iconófobos. Además ha politizado extraordinariamente su propaganda de guerra, volviendo al lenguaje de lucha de liberación nacional contra el imperialismo y ha llamado exprofeso a la comunidad arábiga y la islámica. Quiere tocar el corazón de la izquierda occidental. Pero lo tiene muy crudo. Con respecto a la comunidad étnica y religiosa no hay nada que hacer porque la Liga Árabe respalda la acción militar occidental. En cuanto al izquierdismo, por muchas que sean sus ganas a sus respectivos gobiernos, nadie puede admitir un poder personal de cuarenta y dos años, tiránico, probablemente hereditario, corrupto y servil. Gadafi, en el colmo de la confusión, cree que puede extender la guerra sin darse cuenta de que no hay guerra porque el enemigo está fuera del alcance de sus armas. Ya Napoleón decía que el poder llega allí donde llega el poder de las armas. O sea que la Libia de Gadafi es casi impotente.

Por último ese pintoresco batiburrillo que es la alianza occidental, una vez conseguido el primer éxito bombardeando objetivos estratégicos, se apresta a hacer eso que la Unión Europea hace también magistralmente: debatir en sesiones interminables. Hay una petición italiana, probablemente secundada por los EEUU, de que la OTAN se haga cargo de la operación porque en una guerra el mando debe ser único. Pero esta petición tan lógica puede retrasarse porque hay diferentes proyectos políticos en juego. Da la impresión de que los franceses y los ingleses viven una especie de nostalgia imperial y se consideran las metrópolis del viejo imperio arábigo, aunque con excepción de Libia, que fue italiana. Cuando se juntan Inglaterra y Francia y los árabes vienen a la memoria Lawrence de Arabia, Paul Nizan, Rimbaud en Adén tratando de hacerse rico.

En todo caso lo han tomado como una cuestión europea. Hasta los EEUU hablan de dejar paso a otro mando. Y Putin, con fina ironía eslava, dice que se trata de una cruzada. Algo de eso hay.

Y, por cierto, el del diálogo de las civilizaciones es el primero que se ha montado en un F-18. Otra cosa es lo que haga ahí arriba. Parece que poco.

(La imagen es una foto de B.R.Q., bajo licencia de Creative Commons).

dilluns, 21 de març del 2011

El negocio de la guerra.

Esta guerra de Libia, como todas, tiene partidarios y detractores, así como detractores que son partidarios y partidarios que son detractores. La guerra suele confundir bastante el juicio. Los partidarios hablan de guerra justa. Los detractores dicen que no hay guerra justa alguna salvo la de legítima defensa.

La cuestión es que el terreno de las ideas es resbaladizo. Los teóricos postmodernos del derecho internacional sostienen que hay un derecho y un deber de injerencia cuando se violen derechos humanos. Es decir, cabe entender esta injerencia como un caso de legítima defensa en cierto modo ampliada. Los críticos dicen reconocer este punto de vista pero señalan que no siempre se aplica sino según los intereses de Occidente. Lo cual puede ser cierto, pero no es un argumento en contra del principio de extensión de la legítima defensa, sino en contra de quienes no lo aplican.

El juicio moral de las guerras está siempre indeciso hasta que se terminan. Luego ya se ocupa el vencedor de explicar el sentido de la contienda. Mientras esto sucede, se puede analizar el asunto desde una perspectiva más práctica como es la económica que responde a la clásica pregunta de ¿a quién beneficia? Desde luego los más obvios beneficiarios son los fabricantes de armamento. Supongo que los fabricantes de carros de combate estadounidenses, franceses, etc estarán encantados de ver cómo sus aviones y sus misiles, vendidos a los gobiernos humanitarios, revientan sus carros ya que Gadafi se los compró a ellos que ahora tendrán que sustituirlos. Un negocio.

También estarán encantados los fabricantes de todo lo demás. Una guerra no solo destruye armas, destruye todo lo que encuentra, viviendas, monumentos, infraestructuras, agricultura, ganadería y todo eso hay que reconstruirlo luego. La perversión del asunto quiere que, si se alegran los fabricantes, se alegren los que trabajan en sus fábricas porque así tienen más trabajo y ganan más, según el acreditado efecto llamado de spill over, o sea, la pedrea de los trabajadores, que también se llevan su tajada. Más negocio. El capitalismo es destrucción que no solamente atenta contra el medio ambiente sino contra sí mismo como sistema. La guerra es un concepto económico. Basta con recordar los cálculos que hacía uno de aquellos buitres de la administración de Bush sobre los negocios de la reconstrucción del país que iban a "liberar" o machacar, según se mire.

Por supuesto los occidentales van a lo suyo, a controlar el petróleo y el gas y lo disfrazan invocando principios de libertad del pueblo libio, como si el pueblo libio estuviera ahora peor que hace veinte años, sojuzgado por un déspota terrorista que, sin embargo, dejó de ser terrorista unos años después, previo pago de certificado de buena conducta, que estos tipos todo lo compran precisamente porque otros, o sea nosotros, todo lo vendemos. Hasta la limpieza de sangre civil. ¿Fuiste terrorista en tus años mozos? No importa; paga una pastuqui y cátate ahí convertido en un flamante miembro de la comunidad de naciones civilizadas.

Gadafi, obviamente, también va a lo suyo que no es expoliar sino conservar y acrecentar lo expoliado. Para él la guerra sólo será negocio si la gana. Le ha venido impuesta por haber recurrido a la violencia, incluso la militar, en contra de unos opositores que empezaron como los demás árabes pero se fueron radicalizando al ver que el poder sólo sabía reprimir. Aquí las discrepancias se dan en la motivación última de tales opositores sublevados. Para unos serán agentes pagados por las potencias occidentales y para otros genuinos representantes de la voluntad popular, el pueblo en armas. ¡Ah, no! El pueblo en armas es el de Gadafi, que las ha repartido entre la población. He aquí la prueba de su apoyo popular. Sin embargo sus tropas se retiran de Bengasi sin que la población se le haya unido, prueba de su falta de apoyo popular. Obviamente el negocio de la guerra para Gadafi y los suyos es la oportunidad de legitimar su poder.

Pero todo eso está ahora en el aire. Puede que se haya hecho lo que era preciso hacer. Pero algo es seguro, sin embargo, las guerras son negocio para todos excepto para aquellos en cuyo nombre se hacen y quienes mueren en ellas, que suelen coincidir.

(La imagen es una foto de B.R.Q., bajo licencia de Creative Commons y representa el dormitorio de la residencia de Gadafi en el aeropuerto de Bengasi).

diumenge, 20 de març del 2011

La política por otros medios: la guerra.

Los Estados Unidos y buena parte de la Unión Europea, en una apresurada coalición de términos inciertos, estamos en guerra con un régimen que lleva cuarenta y dos años rigiendo Libia. Estamos por decisión de último momento del Consejo de Seguridad de la ONU (y ya va siendo hora de replantearse la reforma de ese Consejo) con lo que sobran todas las comparaciones con el acto de agresión ilegal que se cometió en el Irak. Aunque a quienes las hacen da igual que sean o no razonables porque lo que buscan es justificar la tropelía pasada como sea. Por cierto, siempre en esta línea de preparativos políticos de la guerra, la dicha coalición cuenta también con el visto bueno de la Liga Árabe que avala las operaciones militares contra la Jamahiriya Árabe Socialista.

Del otro lado, el de Gadafi, la guerra ha condicionado desde el principio la política. El alto el fuego decretado a raíz de la resolución del Consejo de Seguridad era un señuelo para ganar tiempo y tratar de asestar el golpe definitivo a los rebeldes tomando Bengasi. Era una estratagema. Al no funcionar, Gadafi se apresta al combate volviendo a un lenguaje político de los años sesenta, el de las luchas de liberación nacional. Califica el ataque de agresión neocolonial y llama a los pueblos de América Latina, Asia y África, esto es, el viejo Tercer Mundo, a mostrarle su solidaridad porque su causa es la de la independencia y, se supone, el socialismo.

Pero los tiempos han cambiado mucho. Parte de ese Tercer Mundo que se invoca está ya en el primero al menos en cuanto a potencial militar e industrial, como la China. Además, la amplia difusión de la información en nuestro tiempo hace que sea difícil interpretar el papel de lider invicto en la guerra por la independencia y el socialismo cuando se apalean miles de millones en cuentas e inversiones repartidas por todo el mundo, una fortuna que se ha amasado mediante el latrocinio y la dictadura sempiterna y hereditaria. En definitiva, que las proclamas de este barbián suenan a mofa y chulería.

A su vez la pintoresca coalición enarbola la idea del derecho de injerencia por razones humanitarias, una actitud encomiable en sentido puro pero que se presta a todo tipo de abusos y arbitrariedades siendo la más frecuente la de que se invoque según los intereses de los intervinientes o interventores. Esa crítica que apunta a la instrumentalización de razones morales para enmascarar meros actos de piratería tiene contenido y es necesario responder a ella de modo convincente, no saliendo del paso como sea.

Las operaciones militares de la coalición (de guerra sólo habla Gadafi) se dan en un tablero político muy variable. La OTAN no interviene por expreso deseo de Francia que se ha alzado con la iniciativa y ha sido la primera en abrir fuego, secundada por Inglaterra, con exclusión de Alemania por voluntad propia. Es decir, la Unión Europea tampoco ha intervenido. sino que lo hacen los dos principales Estados, vencedores en la segunda guerra mundial, con Alemania, la vencida, en segundo plano. La participación de los Estados Unidos y la abstención de Rusia y la China dan las dimensiones de lo que hoy se entiende por "acción europea".

Al pasar de la política a la guerra las necesidades militares se hacen perentorias e impregnan todo cálculo civil. Gadafi ha respondido diciendo que considera el Mediterráneo zona de guerra a todos los efectos. Pero esto parece una de esas baladronadas de los gobernantes despóticos, como la de Sadam Husein anunciando que, si era atacado, se desencadenaría la madre de todas las batallas. La cuestión es la capacidad militar del dictador libio frente a los occidentales que, está claro, es ínfima. Obviamente Gadafi no puede aspirar a ganar la guerra, ni siquiera a resistir mucho tiempo. Le queda, sin embargo, una baza para regresar a la política, negociar su rendición. La idea de que no tiene fuerza negociadora si pierde la guerra olvida que, para que, en efecto, tenga que dar la guerra por perdida es preciso que se invada el país con infantería, que es la única que conquista territorio. Y esta coalición, con la imagen del Irak y el Afganistán en la memoria, sostiene que no piensa invadir Libia con lo cual podrá destruirla, pero no controlarla y menos conquistarla. Nunca estuvo tan claro aquel escéptico dicho de que se sabe cómo empiezan las guerras pero no cómo acaban.

(La imagen es una foto de B.R.Q., bajo licencia de Creative Commons).

divendres, 18 de març del 2011

Bombardeos humanitarios.

La decisión de intervenir militarmente en Libia se ha retrasado algo respecto a lo que suponía Palinuro en la entrada del 1º de marzo titulada En puertas de la intervención armada, pero ya se ha tomado. En este momento puede haber aviones estadounidenses y/o franceses bombardeando las posiciones de Gadafi. El conflicto libio se ha internacionalizado con la abstención de los rusos y los chinos que, pudiendo pararla, no lo han hecho. Cuando se diga que los gringos han montado otra bronca en otro lugar del planeta, debe recordarse que estuvo en la mano de la China y Rusia evitarlo. Porque en esto, al menos, se diferencia la administración de Obama de la anterior, en que ha ido a buscar el mandato de las Naciones Unidas antes de ejercer de pacificador (como el Colt que conquistó el Oeste) mientras que en la anterior la decisión de invadir el Irak la tomaron dos cuates en una isla con un español al lado ejerciendo de Matamoros. Algo es algo.

El retraso en la intervención armada ha tenido además dos razones de peso. De un lado la diplomacia se ha movido para conseguir el apoyo de la Liga Árabe a las acciones militares contra Libia; lo cual, aunque seguro, lleva su tiempo. De otro, se ha jugado a la posibilidad de que los rebeldes triunfaran y se deshicieran de Gadafi como fuera. Entre tanto se congelaban todos los activos del Padre de la Patria en Suiza, Inglaterra, España y se daba cierto reconocimiento de derecho al Consejo Nacional rebelde. Solo cuando se ha dispuesto del visto bueno de los hermanos árabes y se ha comprobado que los rebeldes no pueden hacer frente a Gadafi, se ha puesto en marcha la maquinaria de la intervención en cuyas consecuencias políticas nadie quiere pensar. Los mandos descartan una invasión por tierra pero, hasta la fecha, nadie ha conseguido controlar un país desde el aire. Hay que ocuparlo.

Tras un primer momento de desconcierto, ya que creía contar con el apoyo de sus aliados occidentales, el lider bienamado del pueblo reaccionó en el frente militar y en el político con muy distintos resultados. En el frente militar ha arrasado a los rebeldes a sangre y fuego. En el político no ha dicho más que disparates. En un primer momento animó a los jóvenes portugueses a alzarse contra su gobierno, lo que puede salir o no pero tiene su lógica. A continuación se comparó a sí mismo frente a Bengasi con Franco frente a Madrid en la guerra civil. Franco no es una referencia positiva en Occidente. Además, aunque Gadafi parece saber algo cuando dice a la población bengasí que es su Quinta columna, en realidad muestra una ignorancia supina ya que Franco tardó casi dos años y medio en entrar en Madrid.

Tampoco la referencia a la Quinta columna remite a ningún tipo de noble sentimiento puesto que el mismo truhán amenazaba con que si los rebeldes no se rendían en horas, bombardearía Bengasi a mansalva, incluida la Quinta columna. Claro que eso era lo que hacía Franco a su vez, si bien este dirigía sus baterías de preferencia a los barrios populares.

El último disparate de Gadafi, rayano en la demencia, es amenazar la libertad y seguridad de la navegación civil en el Mediterráneo. Parece como si, cegado por los dioses, quisiera dar motivos a sus enemigos para aniquilarlo: motivos humanitarios, pues masacra a su población; motivos ideológicos, pues se compara con Franco; y motivos económicos, pues amenaza los negocios.

Mucho peor es el hijo del lumbrera, Saif el Islam, cuyo nombre al parecer significa La espada del Islam y que está de la cabeza como ese nombre indica. Otro que mezcla la vileza moral con la mera estupidez. Por un lado amenaza con que, si triunfan los rebeldes, el siguiente país en ser invadido por oleadas de inmigrantes y por terroristas será Italia, puerta de Europa. Es decir, este joven valor quería vender su inapreciable misión de portero de noche frente a la invasión de los bárbaros, su propio pueblo. Por otro afirma que su padre financió la campaña electoral de Sarkozy, cosa que este niega. Tanto si es cierto como si no, decirlo equivale a ganarse la intervención francesa.

Desencadenada la intervención militar las posibilidades de Gadafi son muy reducidas ya que sus milicias no cuentan con otro armamento que el que él pueda comprar en los países con los que está en guerra. No es fácil encontrar armamento pesado en el mercado civil de armas que se concentra en las armas ligeras y menos lo es enfrentarse con ellas a una invasión.

(La imagen es una foto de B.R.Q, bajo licencia de Creative Commons).

dilluns, 7 de març del 2011

¿Qué guerra es esta?

Esta guerra que los europeos nos hemos encontrado a las puertas de casa en un país esencial para el abastecimiento de petróleo y dentro de una región en la que los Estados parecen ristras de petardos que estallan uno después de otro. Una guerra que ha brotado casi por generación espontánea cuando el coronel Gadafi decidió no renunciar al poder como los dos gobernantes anteriores en Túnez y Egipto y se engalló con la oposición. Cerró el ciberespacio, bloqueó internet, clausuró Facebook, silenció twitter y otros inventos de los perros infieles y empezó a bombardear a sus queridos súbditos, esos que lo aman tanto que están dispuestos a dar su vida por él, como él mismo está demostrando a bombazo limpio.

Ojo porque además la guerra es muy contagiosa; es quizá la acción humana más contagiosa; cruza las fronteras como si fuera la peste. Si se contagia al vecino Egipto (en donde se han reiniciado los choques violentos) puede armarse la marimorena, dicho en términos castizos. Si alguien vuela los pozos petrolíferos o hace un estropicio en el Canal de Suez, la crisis puede recrudecerse.

Y ¿de dónde salen estos opositores capaces de hacer frente a la aviación, las unidades de élite y la guardia pretoriana de mercenarios del líder de la Revolución? Porque a Libia le ha pasado lo que al régimen de Franco, que se le estancó la "revolución" y, hoy, 42 años después, sigue pendiente, como decían los falangistas que estaba la revolución nacional-sindicalista: pendiente. De un hilo, supongo. Esos rebeldes parecen tener una base territorial en el Este del país y conforman un grupo vagarosamente étnico, con la miriada de tribus o cábilas de esa zona. Un país que, por lo demás, está desierto excepto en estos dos extremos oriental y occidental, los más poblados, en donde se concentra la extracción de petrólo y gas (sobre todo en el Este) y entre los que se ha declarado una guerra civil, por cuanto los rebeldes han constituido ya un Consejo Nacional que actúa como Gobierno y controlan un territorio apreciable. Lo digo porque en poco tiempo el problema de los europeos y los gringos no va a ser el moral de si y cómo impedir que Gadafi siga asesinando a sus compatriotas sino el muy práctico de si se reconoce a los rebeldes el estatuto de beligerantes.

Aquí la cuestión es si los europeos saben hasta dónde puedan llegar el dictador y sus hijos, especialmente el filósofo que debe de creerse el Marco Aurelio del Islam. Y debieran porque, tras tenerlo bastantes años en cuarentena como un apestado, redescubrieron su civilizado talante y se abrazaron a él, riéndole las gracias de la jaima en la Via Veneto. Y si no lo saben es que los servicios de inteligencia están sobrados de todo excepto de aquello con lo que trabajan. Porque la cuestión es sencilla, aunque aterradoramente repetitiva: ¿tiene Gadafi armas químicas, armas de destrucción masiva? Las del Irak las inventó el terceto de las Azores. Pero ¿y en Libia? A lo mejor hay que preguntar a los israelíes que de estas cosas son los que más saben por la cuenta que les trae.

Curioso resulta también que los rebeldes no invoquen motivaciones religiosas. El integrismo musulmán está aquí clamorosamente silencioso. El único que lo esgrime es el propio Gadafi que sostiene ser el último baluarte que contiene la previsible invasión de europa por las hordas fanáticas. Un discurso que tiene un eco fuerte al otro lado del Mediterráneo en donde contemplan con temor cómo la multitud parece desbordarse y tomar por asalto los puestos avanzados como Malta o Lampedusa.

Ese eco es el que ha llevado a los franceses a declarar una mayor intención de voto a favor de Le Pen y el Frente Nacional que de Sarkozy. Todo el mundo se prepara para lo peor poniéndose ya en lo peor. Esta amenaza del fascismo en Europa es muy distinta en la forma pero no en el fondo de la del militarismo en Asia. La decisión de los chinos de incrementar su potencia militar puede desencadenar una escalada de armamentos en el continente si los rusos, los japoneses y los indios se sienten amenazados. Los japoneses lo tienen más difícil pero no imposible si negocian con los EEUU la plena recuperación de su capacidad militar. La revolución árabe es ya una pradera en llamas y, al tiempo, la chispa que puede incendiar una pradera mucho mayor. Y si el conflicto libio se enquista y el Estado deja de garantizar el orden y la seguridad públicos, retornándose a una forma de estado de naturaleza prehobbesiano pero con alta tecnología, no sería de extrañar que una revuelta de palacio acabe con Gadafi antes de que este acabe con el país.

Lo que está claro es que el famoso dividendo de la paz ha sido una ruina y la llamada Pax americana lo más parecido a una situación de guerra permanente que se conoce.

dimarts, 1 de març del 2011

En puertas de la intervención armada.

El 18 de marzo próximo se cumplirán ciento cuarenta años de la proclamación de la Comuna de París, el primer gobierno obrero del mundo, el único que reconocen en común marxistas y anarquistas. Por eso la ilustración de cabecera del mes está dedicada a la memoria de los 30.000 communards asesinados por los versalleses, que era como se llamaban entonces los nacionales. Es un cuadro de Maximilien Luce titulado "calle de París, mayo de 1871" y pintado hacia 1902-1903.

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La sibila líbica, cuya misión era revelar todo lo que estaba oculto, vive entre congojas. Libia, la tierra que le dio el nombre, está a punto de estallar. El gigante El Gadafi tenía los pies de barro y el Estado se le desmorona, los ministros le dimiten, los embajadores arrían la bandera de la representación, los policías no le obedecen y el ejército se le ha sublevado. Se apresta a librar la última batalla parapetado en Trípoli y defendido, al parecer, por tropas mercenarias. Es un mal endémico en la zona. Ya pasaba con los cartagineses en las guerras púnicas, que sus ejércitos eran extranjeros mercenarios. Aníbal, por ejemplo, llevaba, entre otros, honderos baleares y todo tipo de celtíberos.

Da la impresión de que esa figura del coronel mirando al cielo (que es por donde le vendrá el ataque) quiere recordar la de Allende en La Moneda, con su casco, su traje de civil y su fusil ametrallador. Pero no hay color; este cuate no representa nada ni a nadie, salvo a su mafia o clan familiar. Y es el momento en que dice que hay mucha gente que le ama tanto que está dispuesta a morir por él. Debe de querer decir que él está dispuesto a matarla, para que aprenda lo que es el amor, aunque más parece que el amor de los mercenarios sea el dinero

La revolución árabe, a todo esto, continúa. Pero la amenaza de fuego en la santabárbara libia hace que no se preste atención a lo que sigue sucediendo en otros países: Jordania, Bahrein, Túnez, Egipto, Argelia, Marruecos y ahora el Sáhara. La acción, no obstante, está concentrada en Libia, porque, aunque la revolución es de toda la arabia, encarna en cada momento en un país distinto y toma formas peculiares. En éste puede pasar cualquier cosa, desde el asesinato del sacrosanto líder hasta el empleo de armas químicas.

Los medios han estado tan ocupados descubriendo las vergüenzas de las componendas occidentales con el rufián de los creyentes y criticando la pasividad de las democracias y su falta de iniciativa, que no han advertido la eficacia silenciosa con la que se ha puesto en marcha la maquinaria de intervención de eso que se llama la comunidad internacional. Han sido pasos modestos, paulatinos, graduales que han preparado el terreno: se han congelado los activos extranjeros del dictador en Suiza, Reino Unido, EEUU, etc; la ONU ha iniciado la vía penal en la Corte Penal Internacional; también ha impuesto una batería de sanciones contra el tambaleante régimen; los mandatarios lo han dejado caer, hasta su amigo de Bunga Bunga, Berlusconi; los EEUU están moviendo la flota del Meiterráneo y pidiendo medidas militares, como el bloqueo del espacio aéreo libio.

El paso siguiente es un ultimátun y la intervención militar. Se requiere la motivación adecuada, la excusa, según quién opine y la ha brindado la señora Clinton ayer en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, al decir que el apoyo a la transición en Libia no es solo una cuestión de ideales sino un imperativo estratégico. Eso suena a intervención que será inevitable porque con Gadafi se ha cometido un error que ya detectó Sun Tzu en 500 a. d. C., al decir que siempre conviene dejar una salida al enemigo. Gadafi sabe que, si no muere en Trípoli, no habrá para él refugio en la tierra porque hasta la China lo quiere ante la Corte Penal Internacional.

dimarts, 22 de febrer del 2011

Zafarrancho de combate en Libia.

Seguramente los aviones y helicópteros que están disparando sobre la multitud en Bengasi y otras ciudades libias son europeos, quizá italianos o franceses o rusos. La Gran Jamairiya Árabe y Socialista, es decir, el cortijo personal de Gadafi, ese curioso truhán que parece un dibujo de Hugo Pratt (Corto Maltés), estaba en buenos términos con Occidente luego de un largo periodo de aislamiento a cuenta del atentado de Lockerbie en 1983, en el que murieron 270 personas, entre ellas una azafata española. Libia acabó admitiendo su responsabilidad en el atentado en 2003 y pagó unos 2.700 millones de dólares EEUU en daños a las familias a cambio del levantamiento de las sanciones de la ONU.

Las relaciones con Libia han sido siempre muy tirantes desde que Gadafi se hizo con el poder en 1969. De hecho, los años ochenta estuvieron llenos de escaramuzas con los EEUU que culminaron cuando Reagan ordenó bombardear Trípoli y Bengasi en 1986, irónicamente a modo de aviso de lo que haría el dictador quince años después, una vez que había ganado la necesaria respetabilidad internacional al ser excluido de la lista de Estados terroristas o que amparan el terrorismo.

Obviamente los desesperados intentos de Gadafi de contener la avalancha revolucionaria árabe a base de cortar internet, cerrar el país y amenazar a todo el que se mueva no han servido de nada. La revolución árabe es imparable y va a llevarse por delante todas esas pomposas instituciones, Jamairiyas, monarquías, repúblicas, como las riadas se llevan los muebles de las casas, los coches, los árboles. En Marruecos, el primo de Juan Carlos, con un edificio constitucional algo más elaborado que la jaima de Gadafi, trata de contener el movimiento; en Bahrein la revolución avanza; en Argelia están en la fase de represión callejera, que suele expandir, profundizar y acelerar la insurrección.

Todo el mundo árabe está en revuelta y el reventón lo ha dado la red ligada a la telefonía móvil, algo que está presente en todos los países y a través de lo cual se propaga la información en tiempo real, originada in situ e irradiada no ya en un país sino de país a país porque no hay barreras lingúísticas... ni religiosas. El clérigo qatarí de origen Egipcio, Yussef Al-Qardaui, ha lanzado, una fatua contra Gadafi por la que pide a los militares libios que maten al dictador. Parece que entramos así en el temible mundo del fanatismo islámico. Esto de las fatuas viene a ser como los entredichos medievales por los que los Papas relevaban del deber de obediencia a los súbditos de un rey o un emperador. Un poco primitivo pero eficaz. Y sigue siéndolo. De momento Gadafi ha desaparecido, como si fuera Salman Rushdie. Hay quien lo hace en Venezuela pero eso deben de ser ganas de fastidiar a Chávez.

La situación en Libia parece caótica. Da la impresión de que el ejército se ha dividido. Hay dimisiones de altos cargos y militares, hay deserciones, el Estado, si es que había algo que mereciera ese nombre, se desmorona. No cabe considerar que haya un Estado, una administración, un ordenamiento allí donde, para dar cuenta de lo que el Estado piensa hacer frente a las revueltas, comparece en la televisión el hijo del dictador, que lleva el rimbombante nombre de Saik el Islam (La espada del Islam). Será lo que quiera del Islam pero del Estado libio no es nada ya que no ocupa cargo institucional alguno. Es un hombre de negocios bastante chulo, ultrarreaccionario (¿pues no era amigo del neonazi austriaco Jörg Haider?) y personaje estrafalario, como su señor padre, pero no es una autoridad oficial. Que, a pesar de todo, salga por la tele diciendo que la gente se calla o hay una guerra civil muestra con qué tipo de gobiernos tienen que habérselas los insurrectos árabes. Gobiernos mafiosos. Así que la foto que ilustra la entrada es muy reveladora. Lo malo es que buena parte del suministro de petróleo de Occidente proviene de estas mafias lo cual no va a ser precisamente bálsamo para la crisis.

(La imagen es una foto de daveeza, bajo licencia de Creative Commons).

diumenge, 20 de febrer del 2011

La rebelión de los árabes.

La revolución en los países árabes se acelera y se expande como la gasolina que es con lo que empezó, por cierto, en Túnez. Detrás de éste y de Egipto vienen Argelia, Bahrein, Jordania, Libia, Marruecos y Yemen, de momento. Era evidente desde el primer instante que no era una revolución de país sino de comunidad civilizatoria, que tendría "efecto dominó" y se extendería a todo el ámbito étnico árabe. Menos evidente pero también muy posible, que desbordara dicho ámbito y prendiera en otros países del Islam, aunque no árabes. Pues bien, ya hay disturbios en Teherán y Yakarta.

La pauta que siguen los gobiernos es siempre la misma: su primera reacción es represión y bloqueo de redes. La diferencia ahora es que los déspotas parecen pensar que, para que sea eficaz, la represión debe ser feroz: en Libia la policía dispara a matar y van ya cerca de cien muertos; en Argelia carga a lo bestia; en Bahrein los carros de combate patrullaban las calles hasta ayer en que desaparecieron por las presiones gringas y hoy hay convocado un acto multitudinario en la plaza de la Paz que puede tener un desenlace parecido a los anteriores en los dos países norteafricanos.

Obama que, dada su posición, está obligado a pronunciarse sobre todo cuanto sucede en el mundo, como si la Casa Blanca fuera el verdadero Panopticón benthamiano, muestra su irritación con los reyezuelos de la parte de los infieles y pide a los Gobierno que se contengan en la represión, a lo que estos son reticentes pues han visto el destino de Ben Ali y Mubarak precisamente por contenerse. En el caso de Barhein ya hay claros elementos de juicio. Algunos congresistas en los EEUU piden que se suspenda la ayuda al califa barheiní en aplicación de una ley segun la cual no se ayudará a aquellos Estados en los que no se respeten los derechos humanos. Probablemente los congresistas creerán que en los EEUU se respetan pues, en definitiva, Guantánamo no es los States sino un exclave, una base en el espacio, un territorio imaginario, fabuloso.

Es posible que la bestialidad de la represión devuelva a la gente a la resignación y al miedo. Pero también es posible que eso no suceda y que en unos sitios u otros la multitud siga su camino imponiendo cambios que nadie sabe hasta dónde pueden llegar porque en la región no hay tradición democrática alguna. Con ello no se está diciendo que los árabes sean congénitamente incapaces para la democracia; eso es una tontería. Pero sí que carecen de algunos requisitos como la tolerancia religiosa y la separación de la Iglesia y el Estado o un grado aceptable de igualdad entre sexos. Es verdad que en esta igualdad tampoco los países occidentales son un buen ejemplo; pero cien veces mejor que los Estados árabes. Tampoco se da en estos una estructura social o una sociedad civil modernas o, si se quiere, industriales. Son países con predominio del sector agrícola o de éste combinado con actividades extractivas y en los que no se ha desarrollado un capitalismo industrial sino, en algunos casos, paradójicamente, financiero.

Fallan las teorías que ven las revueltas en los esquemas marxistas de la insurrección de clase y de clase proletaria. En realidad nunca habían acertado. La revolución marxista se dio en sociedades de base agraria, Rusia, China, Cuba. En sí, el asunto es irrelevante. Como lo es señalar que estas revoluciones reflejan la insurrección de los pobres, los hambrientos, los marginados y desempleados. Hace muchos años que se dan estas condiciones en los países árabes y nunca había pasado nada. En realidad tampoco es cierto que la extrema miseria impulse a la sublevación; tambien puede hacerlo a la sumisión.

Causas para la revolución las ha habido de siempre y no sólo en el mundo árabe, ni siquiera en el islámico. Lo que faltaba era la forma de organizarla, el vehículo, el catalizador y ese ha sido la red, mediante la cual los países árabes se han integrado en el tiempo occidental; la globalización es una realidad. El ciberespacio es la organización natural de la rebelión y un arma poderosa para defenderla. Es la red la que cortocircuita el intento del Gobierno marroquí de deshacer la manifestación de hoy anunciando falsamente por la radio que se ha cancelado. La radio es un instrumento del pasado. La gente se informa por la red que, entre otras cosas, conecta el interior de las satrapías con los exiliados y con la información del exterior.

Los regímenes no pueden combatir la fuerza revolucionaria de la red en la misma red porque en ésta no hay más principio de autoridad que el que reconocen los internautas. Y, al no poder valerse de ella, tienden a cerrarla. Pero eso tampoco es practicable porque la economía depende en medida creciente de la red; incluso el propio gobierno. Si la red se cierra, el país se para solo. Las sociedades árabes tendrán que ir hacia la democracia porque eso es lo que la multitud demanda. Y tendrán que inventársela como, por lo demás, hemos hecho todos.

(La imagen es una foto de cjb22, bajo licencia de Creative Commons).

dissabte, 12 de febrer del 2011

Más sobre Egipto y más sobre Gürtel.

La momia se va

Ahora que los egipcios han echado a Mubarak como los españoles antaño a Isabel II y a su nieto Alfonso XIII, y mientras se enciende otra revuelta en algún otro país árabe, es buen momento para recapitular las reflexiones teóricas que se van confirmando en los hechos.

No es una revolución en un país, sino en un conjunto de ellos, unidos por la etnia y la religión, son islámicos y árabes. Es así, por lo grupal, parecida a la revolución que puso fin a los regímenes de los países comunistas, aquella oleada de revoluciones pacíficas, algunas de terciopelo, todas con presencia determinante de la multitud como protagonista. Somos el pueblo decían las pancartas en la República Democrática Alemana, que fue la chispa que provocó el incendio.

La cuestión es si la revolución actual desbordará el llamado "mundo árabe" al amparo de la unidad civilizatoria que es la Unma. Eso está por ver. En Turquía es improbable pues se trata de una democracia; peculiar en algunos aspectos, pero democracia. Mas ¿por qué no en el Irán? Al fin y al cabo aquí también se derribó un tirano, Mohammad Rezā Shāh Pahlavi, en 1979. ¿Por qué no otro?

Las revoluciones tunecina y egipcia las han protagonizado sendas multitudes; no partidos, sectas, asociaciones u organizaciones en general. Acción espontánea de multitudes. Estas han sido capaces de actuar coordinadamente merced al uso masivo de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación (las célebres TICs); cosa tanto más de esperar cuanto que los protagonistas de las rebeliones han sido los jóvenes, generalmente duchos en su manejo. Los gobiernos tratan de yugular el movimiento cerrando la red, bloqueando páginas, servidores, redes sociales. Sólo para descubrir que no pueden. Cerrar internet en un país es buscarle la ruina en cosa de días.

A su vez este uso masivo de la red para la movilización multitudinaria se ha visto acicateada por la aventura de WikiLeaks, dicho sea como respuesta a esa doctrina tan extendida entre nosotros de que WikiLeaks es un bluff o algo peor, un señuelo de la CIA. No siempre que se piensa mal se acierta.

Otra cuestión abierta: ¿pueden estas rebeliones traspasar la frontera civilizatoria? ¿Saltar del ámbito musulmán al cristiano? La principal enseñanza de las habidas es que los pueblos son capaces de tomarse la libertad por su mano. Y otra más que, si la revolución y la inestabilidad política se extienden, los suministros de petróleo se verán afectados. Aunque quizá sólo se den las revoluciones en los países pobres, los que no tienen ese recurso o lo tienen moderadamente. El asunto se comprobará viendo qué sucede en Libia, cuyo jeque, El Gadafi, lleva cuarenta años nadando en un mar de petróleo entre huríes.

Estos acontecimientos van a replantear las relaciones entre civilizaciones. No creo que haya choque ni alianza; pero sí que habrá más diálogo y en mayores condiciones de igualdad.


Gürtel: el cadáver crece.

La dimisión del alcalde de Boadilla del Monte, el segundo por ahora, a causa de la Gürtel ha encontrado ecos heroicos. Dice la señora Aguirre que en el PP el que hace algo incorrecto dimite. Sublime manera de hablar porque el alcalde dimisionario no ha hecho algo incorrecto ahora sino, supuestamente, hace meses cuando no solo no dimitió sino que lo ascendieron de concejal a alcalde.

Pero el cadáver de la obra de Ionesco Amadeo o cómo salir del paso sigue creciendo. Los trajes de Camps ya tienen precio penal 41.250 €. Más le hubiera valido pagarlos. La aventura del curita tiene elementos de farsa pero en lo esencial es una historia acerca de cómo el poder enajena. Desde el mismo principio el comportamiento de Camps ha sido lamentable. En lugar de dimitir ipso facto de iniciarse la investigación judicial, ha dado la batalla en todos los frentes: ha mentido sobre los trajes, ha tratado de conseguir el archivo de la causa por medios que han resultado torticeros, se ha encastillado en una actitud de hostilidad a los medios y ha asegurado que estaba deseoso de que el asunto se aclarase cuanto antes mientras se niega a declarar y sus abogados dificultan y retrasan el procedimiento cuanto pueden.

Este de Camps es un problema real para el PP que no puede aceptar que alguien quiera contraponer la legitimidad política a la jurídica. En el caso de Camps ni en el de Fabra. Los políticos acusados de corrupción e imputados en sede judicial no deben ir en lista electoral alguna.

El cadáver sigue creciendo.

(La primera imagen es una foto de 20 Minutos bajo licencia de Creative Commons. La segunda también de 20 Minutos, bajo licencia de Wikimedia Commons).

divendres, 11 de febrer del 2011

Egipto y otra vuelta de Gürtel

Se va, pero se queda; se queda, pero se va.

¡En el nombre de Alá misericordioso!

Faltaba el trance del discurso gimoteante a la nación. Lo mismo que hicieron el sátrapa tunecino y el yemení, por ahora. El tunecino está fuera. Al yemení le queda un telediario. La multitud es imparable. Después de haberlo intentado todo, las amenazas, la represión, el sabotaje, los asesinatos a manos de los matones de la policía, el cambio de Gobierno, la promesa de reformas, a Mubarak le faltaba llorar más que cantar la palinodia por la tele, hablando a sus "hijos queridos", suplicando una moratoria hasta septiembre porque piensa hacer en siete meses lo que no ha hecho en treinta años: elecciones limpias.

La alocución del Rais ayer por la noche fue un discurso caótico, titubeante, lacrimógeno del que sólo cabe sacar en limpio que quiere quedarse, que ha traspasado los poderes al primer ministro (con lo que no se entiende para qué quiera quedarse), que se reformará la Constitución en una serie de artículos perfectamente irrelevantes (en realidad, toda la Constitución es irrelevante, dado que el país vive en estado de excepción desde 1981) y que, atención, no se actuará al dictado de poderes extranjeros (o sea, que no se hará caso a las amables invitaciones de los países occidentales a tomar las de Villadiego) en lo que parece un postrer intento de batir tambores de orgullo patriótico.

Es decir, Mubarak, militar de profesión, se pone en manos de los militares con lo que estos no podrán seguir manteniendo la neutralidad y tendrán que optar por una de las dos vías: deponer al tirano o, como diría Brecht, deponer al pueblo. Si son los militares quienes deciden, lo primero puede terminar en un asesinato palaciego, siguiendo costumbres arraigadas en la región; lo segundo, en un baño de sangre. Pero lo que harán los militares será preguntar en la Casa Blanca, de forma que se abre un compás de espera hasta ver qué sucede hoy, día en que está previsto que la revolución islámica en curso prenda en Marruecos, Argelia, Jordania, Yemen...

Los regímenes del llamado "mundo árabe" se hunden a la velocidad a que lo hicieron los comunistas a partir de 1989. La masa en movimiento es la multitud y el catalizador, WikiLeaks, la red.

Pero de todo esto habrá tiempo de hablar en los próximos días en que se vivirá mucho choque y mucha alianza de civilizaciones. De momento hay que prestar atención al sobresalto nacional permanente de la corrupción porque se da una nueva vuelta de tuerca en el interminable caso Gürtel.


Otro imputado más

Ayer dimitió Juan Siguero, otro alcalde de Boadilla del Monte, a quien el juez también ha imputado en la trama Gürtel. Y dimite, dice, "por no perjudicar al PP". Es lo que en términos exquisitamente jurídicos se llamaría un caso de morro mayestático.

Porque, este Siguero, ¿no ascendió a alcalde del municipio a raíz de la dimisión del anterior, Arturo González Panero, también imputado en la Gürtel? González Panero presidía un consistorio que repartía 2,3 millones de euros entre sus 45 concejales y altos cargos, casi el número de colaboradores de Alí Babá, contando, por cierto, con Siguero. Y cuando éste tomó el relevo, ¿no sabía que también iban a imputarlo? ¿No sabía lo que había hecho? Preguntado de otro modo y para entendernos, ¿para qué quería ser alcalde un hombre que ya tenía que saber al jurar el cargo que iban a imputarlo? La respuesta es obvia: para arreglar los papeles, mover los expedientes, apañar las pruebas, todo ello presuntamente, por supuesto. Pero, presunta o no presuntamente, ese mandato viciado de origen da la medida exacta de la reacción del PP frente a la corrupción de Gürtel: obstaculizar la acción de la justicia, esto es, difamar a la policía, los fiscales y los jueces, enmarañarlo todo, acusar a la prensa independiente de demagogia.

Pero el caso Gürtel sigue creciendo y creciendo, como el cadáver de la obra de Ionesco, Amadeo o cómo salir del paso. E igual que el cadáver acaba expulsando de su casa a Amadeo y Magdalena, la Gürtel acabará expulsando del poder al PP allí donde lo tenga o lo pretenda.



Actualización a las 17:00 del 11 de febrero de 2011

Al final, fue la primera opción: el ejército, debidamente asesorado por los Estados Unidos, ha depuesto a Mubarak. Se abre así la transición en Egipto y se acelera el proceso de hundimiento de las tiranías árabes. Sobre todo esto, igual que sobre la imputación de Camps en la Gurtel hablaremos mañana. (La primera imagen es una foto de 20 Minutos bajo licencia de Creative Commons. La segunda también de 20 Minutos, bajo licencia de Wikimedia Commons).