Esta guerra que los europeos nos hemos encontrado a las puertas de casa en un país esencial para el abastecimiento de petróleo y dentro de una región en la que los Estados parecen ristras de petardos que estallan uno después de otro. Una guerra que ha brotado casi por generación espontánea cuando el coronel Gadafi decidió no renunciar al poder como los dos gobernantes anteriores en Túnez y Egipto y se engalló con la oposición. Cerró el ciberespacio, bloqueó internet, clausuró Facebook, silenció twitter y otros inventos de los perros infieles y empezó a bombardear a sus queridos súbditos, esos que lo aman tanto que están dispuestos a dar su vida por él, como él mismo está demostrando a bombazo limpio.
Ojo porque además la guerra es muy contagiosa; es quizá la acción humana más contagiosa; cruza las fronteras como si fuera la peste. Si se contagia al vecino Egipto (en donde se han reiniciado los choques violentos) puede armarse la marimorena, dicho en términos castizos. Si alguien vuela los pozos petrolíferos o hace un estropicio en el Canal de Suez, la crisis puede recrudecerse.
Y ¿de dónde salen estos opositores capaces de hacer frente a la aviación, las unidades de élite y la guardia pretoriana de mercenarios del líder de la Revolución? Porque a Libia le ha pasado lo que al régimen de Franco, que se le estancó la "revolución" y, hoy, 42 años después, sigue pendiente, como decían los falangistas que estaba la revolución nacional-sindicalista: pendiente. De un hilo, supongo. Esos rebeldes parecen tener una base territorial en el Este del país y conforman un grupo vagarosamente étnico, con la miriada de tribus o cábilas de esa zona. Un país que, por lo demás, está desierto excepto en estos dos extremos oriental y occidental, los más poblados, en donde se concentra la extracción de petrólo y gas (sobre todo en el Este) y entre los que se ha declarado una guerra civil, por cuanto los rebeldes han constituido ya un Consejo Nacional que actúa como Gobierno y controlan un territorio apreciable. Lo digo porque en poco tiempo el problema de los europeos y los gringos no va a ser el moral de si y cómo impedir que Gadafi siga asesinando a sus compatriotas sino el muy práctico de si se reconoce a los rebeldes el estatuto de beligerantes.
Aquí la cuestión es si los europeos saben hasta dónde puedan llegar el dictador y sus hijos, especialmente el filósofo que debe de creerse el Marco Aurelio del Islam. Y debieran porque, tras tenerlo bastantes años en cuarentena como un apestado, redescubrieron su civilizado talante y se abrazaron a él, riéndole las gracias de la jaima en la Via Veneto. Y si no lo saben es que los servicios de inteligencia están sobrados de todo excepto de aquello con lo que trabajan. Porque la cuestión es sencilla, aunque aterradoramente repetitiva: ¿tiene Gadafi armas químicas, armas de destrucción masiva? Las del Irak las inventó el terceto de las Azores. Pero ¿y en Libia? A lo mejor hay que preguntar a los israelíes que de estas cosas son los que más saben por la cuenta que les trae.
Curioso resulta también que los rebeldes no invoquen motivaciones religiosas. El integrismo musulmán está aquí clamorosamente silencioso. El único que lo esgrime es el propio Gadafi que sostiene ser el último baluarte que contiene la previsible invasión de europa por las hordas fanáticas. Un discurso que tiene un eco fuerte al otro lado del Mediterráneo en donde contemplan con temor cómo la multitud parece desbordarse y tomar por asalto los puestos avanzados como Malta o Lampedusa.
Ese eco es el que ha llevado a los franceses a declarar una mayor intención de voto a favor de Le Pen y el Frente Nacional que de Sarkozy. Todo el mundo se prepara para lo peor poniéndose ya en lo peor. Esta amenaza del fascismo en Europa es muy distinta en la forma pero no en el fondo de la del militarismo en Asia. La decisión de los chinos de incrementar su potencia militar puede desencadenar una escalada de armamentos en el continente si los rusos, los japoneses y los indios se sienten amenazados. Los japoneses lo tienen más difícil pero no imposible si negocian con los EEUU la plena recuperación de su capacidad militar. La revolución árabe es ya una pradera en llamas y, al tiempo, la chispa que puede incendiar una pradera mucho mayor. Y si el conflicto libio se enquista y el Estado deja de garantizar el orden y la seguridad públicos, retornándose a una forma de estado de naturaleza prehobbesiano pero con alta tecnología, no sería de extrañar que una revuelta de palacio acabe con Gadafi antes de que este acabe con el país.
Lo que está claro es que el famoso dividendo de la paz ha sido una ruina y la llamada Pax americana lo más parecido a una situación de guerra permanente que se conoce.