Como se decía en el post anterior llevamos a Ramoncete al teatro de guiñol que hay en el Teatro de Títeres del parque de El Retiro dentro de la programación de los veranos de la Villa. Vimos una representación de Caperucita roja aunque en versión libérrima pues el lobo, además de comerse a Caperucita y a la abuela, se come al cazador, a un policía y a un enamorado de Caperucita, y anuncia que quiere comerse también el estanque del Retiro y la Puerta de Alcalá. Aparte de estos personajes, metidos en el cuento por la libre imaginación de los intérpretes, aparecen otras figuras estrambóticas, incluidos un conejo, un ratón y un cocodrilo, todos los cuales se llevan algo sabroso de la cesta de la abuela gracias a la generosidad de Caperucita, pues este festival de titirilandia se hace en nombre de la solidaridad. La abuela al final se queda sin cesta. Los personajes hablaban con acento rioplatense y me llamó la atención la cantidad de niños hijos de suramericanos que había acudido.
Ramón se lo pasó de miedo con las peripecias de los muñecos que, como siempre en estas representaciones, mantienen vivos diálogos con los niños: "¿habéis visto al lobo?" y todos: "Síiiiiiii". "¿Me como a la abuela?" "Nooooooooooo". Para juzgar de cómo se lo pasó Ramón no hay que ver más que la foto. Claro que su padre no se queda muy atrás, validando así mi experiencia de que tan contentos van a los guiñoles los hijos como los papás que, si no gritan, es porque padecen pánico escénico, pero se quedan con las ganas, mientras recuerdan los guiñoles que ellos vieron de niños. Por cierto, en los míos los personajes estaban siempre arreándose estacazos. Aquí no hay estacas por aquello de evitar la violencia pero el lobo se come al reparto entero.