Monstruosidades como la de ayer en París, movidas por un fanatismo ciego, parecieran despertar en ciertos individuos los más bajos instintos, probablemente por mimetismo. Las redes, en las que circula todo tipo de noticias, bulos, informaciones, opiniones, comentarios, ataques y defensas a enorme velocidad, se han convertido en espacios para dirimir enfrentamientos de la más variada índole. Muchos autores las consideran las ágoras contemporaneas, las esferas del intercambio público por excelencia. Si antes se decía que lo que no estaba en la televisión no existía, ahora cabe predicarlo de las redes: lo que no salga en Twitter, no existe.
Ágora, sí, pero con peculiaridades producto de su naturaleza tecnológica: las redes son ilimitadas, en principio, universales; son permanentes: lo ya debatido, denunciado, desmentido, puede volver a debatirse, denunciarse o desmentirse; son públicas, pero también privadas y hasta secretas porque los intervinientes pueden hacerlo identificándose o mediante anonimato o seudónimos. Si a cara descubierta las personas, movidas por las pasiones, somos agresivas, crueles, allí en donde es posible el anonimato, la agresividad, la crueldad suben de tono hasta llegar a lo inhumano.
En un caso como el de los atentados de París, explosión de una conflicto muy complicado, cabe esperar todo tipo de demasías, de falta de respeto por las víctimas y utilización espuria de estas en defensa de unas u otras posiciones políticas, lo cual moverá respuestas contrarias, lloverán los insultos, las amenazas, las barbaridades.
Luego aquí tenemos una variante carpetovetónica que produce especial bochorno e indignación: la de quienes aprovechan este tipo de horrores para soltar su odio, su veneno, su agresión hacia los catalanes. Pasa siempre. La última vez, que yo recuerde, con motivo de un accidente de avión de vuelo low cost en el que murió todo el pasaje. Hubo quien lamentó que este no estuviera compuesto por catalanes. Odio y catalanofobia a raudales en el ágora contemporánea. Se empieza con chistes de catalanes basados en puros prejuicios y topicazos y se acaba diciendo barbaridades sobre ellos, incluso cometiendo delitos de incitación al odio. Y no se trata de "casos aislados", como suele decirse. A veces son avalanchas. Precisamente una asociación civil catalana ha puesto en marcha un portal, drets.cat al que deben comunicarse los casos de odio, insultos, amenazas que se detecten en las redes para denunciarlos por la vía penal.
En el caso de los atentados de París, la catalanofobia ha sido inmediata en Twitter. Quien quiera leer algunos de las ataques más repugnantes, puede hacerlo aquí. Cosas como: "Pues qué pena que no fuesen catalanes", "tremendo lo de París y a pesar de esto los catalanes seguirán el lunes dando por ....", "si se independiza Cataluña a ver si tres o cuatro grillados de la falange hacen lo mismo en Barcelona que en París. A ver."
Parece mentira, pero es verdad.
Entre esto y el señor Rajoy diciendo que quiere mucho a los catalanes oscilan los sentimientos españoles hacia Cataluña.