A nuestra vuelta de Sevilla, de escuchar las sesudas razones de mis colegas para seguir ignorando el problema más acuciante que tiene eso que llaman su patria, paramos a visitar las ruinas de Itálica. Fundada en el 209 a. d. C., al final de la segunda guerra púnica, fue la primera ciudad romana en lo que luego sería España y, se dice, la primera fuera de Italia. Sobrevivió a Roma, a los visigodos y solo fue abandonada en tiempos de los musulmanes, hacia el siglo XII.
La ruinas son impresionantes y se conservan, mejor o peor, las de muchas edificaciones públicas y semipúblicas, como el anfiteatro, el teatro, los acueductos, las termas, el foro, un cardo impresionante que cruza lo que es el actual conjunto arqueológico de la "ciudad nueva" que se encuentran fuera de la villa de Santiponce, actual población bajo la cual se supone yace el resto de la antigua ciudad, la "vieja" o vetus urbs. En el conjunto exterior hay numerosas villas privadas, muchas de ellas con bellos mosaicos en buen estado de conservación pero que dejarán de estarlo porque se exhiben sin protección alguna contra las inclemencias del tiempo. Aunque claro, eso les da un aire mucho más próximo, cercano, rodeado de ese hálito de melancolía que tienen siempre las ruinas de civilizaciones idas pero en las que nos reconocemos. Esa melancolía que destilan las estrofas del poema de Rodrigo Caro, de imborrable memoria bachillera, que saluda al visitante en la misma entrada: "Estos, Fabio ¡ay dolor! que ves ahora/Campos de soledad, mustio collado,/Fueron un tiempo Itálica famosa;/Aquí de Cipión la vencedora/Colonia fue; por tierra derribado/Yace el temido honor de la espantosa/Muralla, y lastimosa/Reliquia es solamente/De su invencible gente."
Famosa, desde luego, debió de ser Itálica que, según parece, comenzó como "colonia latina", al decir del poeta y fue luego ascendida por César a "municipium civium romanorum", esto es, a la dignidad de ciudadanos romanos. Luce su gloria haber sido la cuna de Adriano, Trajano y Teodosio, como recita Caro en su poema llamándolos honor de España, por esa tendencia, perfectamente comprensible por lo demás, de los habitantes de las provincias a equipararse con las grandes urbes, las metrópolis y a ufanarse de su aportación a la magnificencia del conjunto. Se conservan estatuas y vestigios adrianeos y trajaneos, incluso, hay un "traianum", restos de un templo posiblemente dedicado a Trajano. Pero si resulta extraño pensar en Trajano como "español" (por lo mismo que rechina pensar en Séneca o Marcial también como españoles, salvo para quienes creen que los españoles estamos aquí desde el paleolítico), fácil es calibrar cómo suena considerarlo rumano. Y el hecho es que, al haber conquistado -y romanizado- Trajano la Dacia, actual Rumania, los rumanos lo veneran como un verdadero padre de la patria. Padre de la patria lo llama también Caro, pero penando en España. Y los dos hablamos lenguas romances gracias, entre otros, a Trajano. Así pues, no extraña ver en Itálica pruebas de ese amor de los rumanos por Trajano, entre ellas, un trozo de la columna Trajana, regalo de aquel país eslavo, un tramo perfectamnte reproducido de esa pieza de 30 metros de alta que está en Roma y en la que el emperador mandó perpetuar sus hazañas en bajorrelieve.
Famosa, desde luego, debió de ser Itálica que, según parece, comenzó como "colonia latina", al decir del poeta y fue luego ascendida por César a "municipium civium romanorum", esto es, a la dignidad de ciudadanos romanos. Luce su gloria haber sido la cuna de Adriano, Trajano y Teodosio, como recita Caro en su poema llamándolos honor de España, por esa tendencia, perfectamente comprensible por lo demás, de los habitantes de las provincias a equipararse con las grandes urbes, las metrópolis y a ufanarse de su aportación a la magnificencia del conjunto. Se conservan estatuas y vestigios adrianeos y trajaneos, incluso, hay un "traianum", restos de un templo posiblemente dedicado a Trajano. Pero si resulta extraño pensar en Trajano como "español" (por lo mismo que rechina pensar en Séneca o Marcial también como españoles, salvo para quienes creen que los españoles estamos aquí desde el paleolítico), fácil es calibrar cómo suena considerarlo rumano. Y el hecho es que, al haber conquistado -y romanizado- Trajano la Dacia, actual Rumania, los rumanos lo veneran como un verdadero padre de la patria. Padre de la patria lo llama también Caro, pero penando en España. Y los dos hablamos lenguas romances gracias, entre otros, a Trajano. Así pues, no extraña ver en Itálica pruebas de ese amor de los rumanos por Trajano, entre ellas, un trozo de la columna Trajana, regalo de aquel país eslavo, un tramo perfectamnte reproducido de esa pieza de 30 metros de alta que está en Roma y en la que el emperador mandó perpetuar sus hazañas en bajorrelieve.
Itálica la fundó Publio Cornelio Escipión, llamado "el africano" por haber vencido a Aníbal en la batalla de Zama. Y la fundó para albergar a los soldados heridos en su campaña de la segunda guerra púnica, que le tuvo muy entretenido en la peninsula hasta llegar al momento de su más señalada victoria, producto de su ingenio, audacia y sentido de la oportunidad, cuando conquistó Carthago Nova, hoy Cartagena. y quebró el espinazo del poderío cartaginés. Siempre me han caído simpáticos los Escipiones, militares, políticos y gente ilustrada. Este Africano "mayor", fue abuelo de Publio Cornelio Escipión Emiliano, también llamado Africano "menor" por haber terminado la tercera guerra púnica y también muy relacionado con Hispania porque fue el que conquistó Numancia, otro símbolo del orgullo español. Los escipiones formaban un círculo de literatos, filósofos, poetas que en nada tenían que envidiar a los de la rive gauche parisina. Por entonces Roma era una república que se disponía a conquistar el orbe conocido. Al círculo de los Escipiones pertenecieron, entre otros, Panecio de Rodas y el gran Polibio, que había llegado como esclavo griego y se convirtió en el gran historiador de Roma y todo a base de una enorme tolerancia y sincretismo, que les permitía acoger dioses extranjeros, divinizar a los emperadores y hasta integrar ideologías opuestas. Los Escipiones, gente de armas y orden, eran amigos de los Gracos. Escipión "numantino" estaba casado con su prima Sempronia, hija de Tiberio Sempronio Graco.
De todo ello, dice Caro, Solo quedan memorias funerales/Donde erraron ya sombras de alto ejemplo.