dijous, 15 de desembre del 2016
Las mujeres de Renoir
dissabte, 6 d’agost del 2016
Arte de coleccionista
diumenge, 11 d’octubre del 2015
El arte en la torre de marfil.
dimarts, 21 de juliol del 2015
La revolución es un cubo.
diumenge, 22 de febrer del 2015
La belleza del cisne.
La historia la escriben los vencedores, dice el saber convencional, dando por supuesto que aquella es producto de batallas y guerras. Ampliemos sin miedo a otras actividades que, siendo humanas, tendrán su parte belicosa. Al arte, por ejemplo. La historia del arte del siglo XIX la han escrito los vencedores, los que se alzaron contra el gusto dominante y empezaron siendo rechazados por este, los refusés, los que tuvieron que montar salones paralelos, alternativos, porque los consagrados querían condenarlos a la invisibilidad. Al final fueron los únicos visibles, prevalecieron y, claro, escribieron la historia. En ella desaparecieron los pintores academicistas, los de temas históricos, mitológicos, religiosos y si quedaron los simbolistas fue como precedente del triunfo incontestable del impresionismo y sus derivados vanguardistas. Sin embargo, las otras corrientes sobrevivieron, siguieron tratándose temas históricos en formatos de gran tamaño con un espíritu edificante, aleccionador, moralizante. No era un arte muy apropiado para la burguesía con ínfulas que pronto tiraría por otros formatos y, sobre todo, otros temas, más de la vida cotidiana. Pero sí lo era para los grandes espacios, las obras públicas, los monumentos. Y las autoridades e instituciones, las que financiaban los "salones" siguieron encargándolos y los artistas consagrados produciéndolos con un estilo cada vez más refinado y que pronto pasó la frontera de lo artificioso, relamido, falso. Este arte académico es frío tanto en la forma como en el contenido. Pero sigue siendo bello y de grata contemplación a pesar de tiempo pasado porque, como dice Keats, A thing of beauty is a joy forever" ("la belleza es una alegría eterna").
dissabte, 6 de desembre del 2014
Sorolla hizo las Américas.
Huntington fundó la HSNY en 1904, seis años después de la guerra hispano-norteamericana. Los reyes españoles precisamente se hicieron retratar como muestra del ánimo de recomponer las relaciones con aquella poderosa nación que nos había vapuleado, arrebatado los restos del imperio y confrontado con la triste imagen de nosotros mismos. Hay algo extraño en esta historia y es que nadie habla de ella. Unos estadounidenses ricos deciden erigir una especie de monumento a la cultura de la nación que su país acaba de derrotar en una guerra humillante. Porque la HSNY no solo tiene Sorollas; también muestra obra de Goya, de Velázquez y muchos otros pintores españoles, y alberga una riquísima biblioteca de temas españoles con algunas joyas como una edición príncipe del Quijote. Sin embargo, no es propiamente un museo, ni un centro de investigación, ni una fundación. Tiene cierto aire de mausoleo. Es como un monumento funerario a una vieja nación europea, rebosante de cultura, derrotada por una joven potencia industrial. Y tiene algo de metafórico que el símbolo iconográfico más representativo de España como nación en su pluralidad, la Visión de España del artista, esté al otro lado del Océano.
La exposición contiene asimismo una serie de apuntes en hojas de menú de los restaurantes, guaches en los cartones de la lavandería del hotel en que Sorolla se alojaba en Nueva York, a la entrada de Central Park. Son instantáneas, escenas callejeras en contrapicado, como si tratara de captar el bullicio de la 5ª Avenida, al modo que lo quería Boccioni. Pintar al aire libre en Nueva York, cuando se está de visita y de negocios con galerías y marchantes debe de ser complicado. Pero estos bocetos juntamente con las obras acabadas componen el material de esta exposición que podría llamarse pintor en Nueva York de no ser porque Sorolla, en realidad, fue a hacer las Américas.
divendres, 31 d’octubre del 2014
Arte de guerra.
La Fundación Juan March tiene una interesantísima exposición sobre Fortunato Depero (Depero Futurista, 1913-1950), un futurista menos conocido e injustamente considerado secundario quizá porque abarcó muy distintos campos: la pintura, la poesía, el teatro, las artes decorativas, la publicidad entre otras varias. Una gama demasiado amplia para obtener especial reconocimiento en alguna de ellas, generalmente reservado a quienes las cultivan de modo exclusivo. Cuando se es tan polifacético como Depero, además, unos estilos y modos de hacer influyen sobre los otros y las obras resultan difíciles de clasificar.
dijous, 6 de març del 2014
El paisaje de un hombre.
dissabte, 12 d’octubre del 2013
La mancha revolucionaria.
dissabte, 17 d’agost del 2013
El impresionista tranquilo.
Muy buena exposición retrospectiva de Camille Pissarro en el Thyssen. Son 79 lienzos pero están muy bien organizados, son representativos de sus distintas épocas en su larga vida y mantienen equilibrio, desde las obras iniciales a las últimas. Como el autor y su obra, muy organizado, representativo y equilibrado. Sin estridencias, sin aspavientos, un pintor normal, que pintaba gentes normales y paisajes normales, naturales y urbanos; nada de apoteosis, salvo la que cada cual quiera ver en algún ferrocarril solitario o un puente con denso tránsito.
Confieso que esto es más o menos lo que pensaba al entrar en la exposición del Thyssen. Y salí muy contento en la idea de que lo visto corroboraba mis prejuicios: el padre del impresionismo, oscurecido por el ínclito Monet, maestro de todos pero no aclamado por ninguno. Un hombre correcto, amable, tranquilo, reposado tirando a plano. No la llama; no el genio explosivo que deslumbra, no Monet, no Manet, no Degas, no Van Gogh, no Gauguin. Justo el hombre organizado que convierte en cotidiana la insólita ruptura de los demás. Bien, bien. Tranquilo a casa. La exposición, magnífica. Primera monográfica, me parece, en España.
diumenge, 10 de març del 2013
Más impresionismo.
dissabte, 16 de febrer del 2013
El arte por el arte.
dimarts, 27 de desembre del 2011
Cuestión de medida.
Ha sido buena la idea del Museo Thyssen de Madrid de dedicar una exposición a la pintura de Berthe Morisot, una de los pintores impresionistas franceses menos conocidos, probablemente por ser mujer, lo que no solamente condicionó el alcance de la temática de su pintura sino la repercusión social de su obra. Sin embargo, la autora de La cuna es una artista de gran categoría, una fuerza decisiva en el comienzo y la consolidación del impresionismo. Había aprendido la pintura al aire libre, punto central de la nueva corriente, en su juvenil contacto con Corot y la escuela de Barbizon y puso su mirada, su curiosidad, su particular forma de presentar las cosas y gentes de la realidad al servicio de una idea del artista como iniciador. Ante sus obras uno tiene la sensación de que lo estuvieran introduciendo en un contenido, de que le estuvieran ofreciendo, no una visión, no una impresión, sino una opinión lo cual es, precisamente, poco impresionista. Ella lo fue militantemente pero acusa en su obra con gran fuerza la influencia de su cuñado, Eduard Manet, de quien fue también modelo, amiga y confidente. Y Manet nunca se consideró a sí mismo impresionista.
La peculiaridad de Morisot se aprecia comparándola con la otra gran pintora impresionista, la norteamericana Mary Cassatt, mucho más prolífica que ella y que, como ella, hubo de aprender su arte como pudo, de forma autodidacta, pegándose a los maestros (en las dos fue Degas una influenia decisiva) pues las mujeres tenían prohibido el acceso a los estudios formales, institucionalizados, de pintura. Cassatt es más uniforme, más regular y menos variada que Morisot, que cultivó un arte más compleja, más sinestésica, pictórica y poética.
Algo de todo esto, aunque no mucho, se aprecia en la exposición del Thyssen y ello porque se reduce mostrar los fondos propios de (o en torno a) Morisot y los que ha traído del Museo Marmottan Monet de París que consisten, en lo esencial, en unas docenas de piezas que la pintora conservaba en su casa y los herederos donaron luego al museo. Aunque el Thyssen pretende ensalzar la importancia de la colección advirtiendo que es poco conocida y que consiste en obras que Morisot conservó para sí, la verdad es que se trata mayoritariamente de obra menor, acuarelas, bocetos, dibujos, algunos óleos que la artista no llegó a vender seguramente por no considerarlos acabados o con la suficiente categoría. Está bién que el museo traiga esta muestra. Lo que no está tan bien es que cobre 8 euros por la entrada, como cuando presenta una exposición trabajada, difícil de organizar, con obras importantes y que normalmente comparte con Caja Madrid, que no es aquí el caso. Es carísimo; es un abuso.