Ha sido buena la idea del Museo Thyssen de Madrid de dedicar una exposición a la pintura de Berthe Morisot, una de los pintores impresionistas franceses menos conocidos, probablemente por ser mujer, lo que no solamente condicionó el alcance de la temática de su pintura sino la repercusión social de su obra. Sin embargo, la autora de La cuna es una artista de gran categoría, una fuerza decisiva en el comienzo y la consolidación del impresionismo. Había aprendido la pintura al aire libre, punto central de la nueva corriente, en su juvenil contacto con Corot y la escuela de Barbizon y puso su mirada, su curiosidad, su particular forma de presentar las cosas y gentes de la realidad al servicio de una idea del artista como iniciador. Ante sus obras uno tiene la sensación de que lo estuvieran introduciendo en un contenido, de que le estuvieran ofreciendo, no una visión, no una impresión, sino una opinión lo cual es, precisamente, poco impresionista. Ella lo fue militantemente pero acusa en su obra con gran fuerza la influencia de su cuñado, Eduard Manet, de quien fue también modelo, amiga y confidente. Y Manet nunca se consideró a sí mismo impresionista.
La peculiaridad de Morisot se aprecia comparándola con la otra gran pintora impresionista, la norteamericana Mary Cassatt, mucho más prolífica que ella y que, como ella, hubo de aprender su arte como pudo, de forma autodidacta, pegándose a los maestros (en las dos fue Degas una influenia decisiva) pues las mujeres tenían prohibido el acceso a los estudios formales, institucionalizados, de pintura. Cassatt es más uniforme, más regular y menos variada que Morisot, que cultivó un arte más compleja, más sinestésica, pictórica y poética.
Algo de todo esto, aunque no mucho, se aprecia en la exposición del Thyssen y ello porque se reduce mostrar los fondos propios de (o en torno a) Morisot y los que ha traído del Museo Marmottan Monet de París que consisten, en lo esencial, en unas docenas de piezas que la pintora conservaba en su casa y los herederos donaron luego al museo. Aunque el Thyssen pretende ensalzar la importancia de la colección advirtiendo que es poco conocida y que consiste en obras que Morisot conservó para sí, la verdad es que se trata mayoritariamente de obra menor, acuarelas, bocetos, dibujos, algunos óleos que la artista no llegó a vender seguramente por no considerarlos acabados o con la suficiente categoría. Está bién que el museo traiga esta muestra. Lo que no está tan bien es que cobre 8 euros por la entrada, como cuando presenta una exposición trabajada, difícil de organizar, con obras importantes y que normalmente comparte con Caja Madrid, que no es aquí el caso. Es carísimo; es un abuso.