Vamos a suponer que sea verdad lo declarado por el sastre José Tomás en el juicio de los trajes. Por supuesto, Camps es inocente en tanto no se demuestre lo contrario. Pero más inocente es Tomás que ni siquiera está imputado y se presume que, por ser testigo, dice la verdad. La verdad parece ser que el nueve de febrero de 2009, Camps lo llamó por teléfono varias veces y una de ellas le dijo: "sácame de esta y no te faltará de nada". Es decir, reconocía haber cometido un ilícito, pedía a Tomás que incurriera en otro, encubrimiento, y para compensarlo anunciaba cometer alguno más a fin de que al sastre no le faltara de nada. Para tratarse de un presidente de una Comunidad Autónoma, era una conversación a la desesperada que retrata una gestión histéricamente consagrada a salvar el propio gaznate. La de un político ejemplar a juicio de sus compañeros de partido.
Hay aquí un drama. Un hombre en el cenit del poder y la gloria, aclamado por la multitud, mimado por las fuerzas vivas de la sociedad, los empresarios, los banqueros, los curas, los jueces, un hombre cuyas decisiones nadie discutía, ve abrirse el abismo bajo sus pies por un asunto que considera menor y se lanza a evitar su hundimiento sin reparar en medios. Se parapeta tras la dirección nacional de su partido, dilata cuanto puede los procedimientos judiciales, confía en que algún juez más que amigo le resuelva la situación (por cierto, ¡vaya justicia que administra aquel De la Rúa que archivó el caso de Camps en un primer momento y cómo se parece a la prevaricación!), deja de responder durante casi tres años a las preguntas de los periodistas y se presenta a las elecciones pidiendo un amplio respaldo popular que, en su desvarío, cree que podrá contraponer a las decisiones judiciales.
Pero en esos mismos años este hombre sostenía (falsamente, según se ve) que él se pagaba sus trajes, que no conocía al Bigotes al que, sin embargo, decía querer un huevo, que no sabía nada de la Gürtel. Es decir, vivía instalado en la mentira y el engaño. Y no sólo eso, también era agresivo con la oposición a extremos insólitos. Estando pendiente de que lo sacaran de esta, Camps se atrevía a acusar de intención asesina al portavoz del PSOE en Valencia, Ángel Luna, a quien llegó a decir que le encantaría coger una furgoneta, venirse de madrugada a mi casa y por la mañana aparecer yo boca abajo en una cuneta. Dicho por uno que estaba presuntamente tratando de burlar la acción de la justicia, esa barbaridad demuestra lo que el propio Luna dijo y Palinuro lleva dos años sosteniendo: que el hombre no está enteramente en sus cabales y, con independencia de ello, da la medida de un político indigno que debiera ser expulsado sin miramientos del puesto que ocupa en el Consell Juridic de la Comunidad valenciana. Y, con él la pandilla de colegas, todos muy ejemplares desde luego, que ha convertido el antiguo Reino en una cueva de presuntos mangantes.
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