Según las crónicas, el todopoderoso cacique castellonense Carlos Fabra es un hombre dicharachero, sanguíneo, chistoso, aficionado a cenas y saraos, con un repertorio de canciones italianas de su juventud que entona en cuanto tiene ocasión, amigo de todo el mundo y conseguidor universal de la provincia. Quizá todo esto tenga su lado bueno, al menos para los beneficiados y clientes de tan singular personaje, pero en lo que hace al interés general y a la política local no puede ser más lamentable. El expresidente de la Diputación provincial, prácticamente hereditario de la dinastía Fabra, esta imputado por varios presuntos delitos fiscales hace más de seis años, en unos procesos rocambolescos que devoran jueces a la misma velocidad que los mercados las primas de riesgo. Todos los poderes del Estado, de la Comunidad y de la provincia aparecen congelados y distorsionados por una presunta corrupción que rodea la acción de Fabra. Una acción dictada, al parecer, por su discrecionalidad y su pintoresco carácter.
Según algunas voces, que Fabra haya construido e inaugurado a bombo y platillo un aeropuerto en el que no aterrizarán aviones es un escándalo que debiera eclipsar para siempre la figura del político del PP. Es no conocer a nuestro hombre quien, al parecer, tiene pánico a montar en avión. A cualquiera se le alcanza que el mejor modo de no sufrir el miedo a volar es que no haya vuelos, ni aviones. En ese aeropuerto sin aviones que, sin embargo, cuenta con un director que cobra un buen sueldo, solo aterrizarán halcones que no tienen miedo a volar.
Ayer mostró el gran Fabra quién manda en la provincia al conseguir que su novia sea nombrada vicepresidenta de la Diputación. Cuando los conservadores sostienen que la política de cuotas de género degrada a las mujeres seguramente quieren decir que la apropiada con vistas a la mejora de la condición femenina es la política conyugal o de pareja de hecho. No obstante es posible que la motivación de Fabra al conseguir este nombramiento haya sido ensalzar la figura de su novia, Esther Pallardó que, al ascender a la cúpula de la Diputación, pierde su condición morganática pues ya está al nivel del galán que canta canciones italianas de Adriano Celentano.
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