Es bueno que los/as especialistas escriban obras concisas y divulgativas sobre los asuntos de su conocimiento para beneficio del amplio público y por una de esas tengo a este librito de Esperanza Guisán (Una ética de libertad y solidaridad: John Stuart Mill, Barcelona, Anthropos, 2008, 127 págs) que viene a ser una especie de prontuario de la vida y obra de un pensador tan audaz y polifacético como Stuart Mill. No obstante creo que la autora se ha dejado llevar de su indudable conocimiento del personaje y la materia, sobre la que tiene abundante y conocida obra publicada y el resultado es un texto algo deslavazado, no muy satisfactorio y que, curiosamente, deja tanto más que desear cuanto mayor es la competencia específica que se reconoce a la autora. Es un fenómeno muy conocido para los especialistas en siniestralidad vial: es en las carreteras que conoces bien en donde te das la chufa.
La autora divide su ensayo en seis apartados para tratar aspectos distintos del pensamiento de Stuart Mill. En primer lugar, su propia vida, asunto inexcusable no solamente porque ésta fue suficientemente singular sino porque ya se encargó el mismo filósofo de dejar prueba por escrito en una Autobiografía que reputo uno de los textos más interesantes entre los de su género. Dice Guisán que en Mill se acumulan tres influencias, a saber, la de su padre, James Mill, la muy singular del amigo de éste, Jeremy Bentham, y la de su esposa, Harriet Taylor, que nuestra autora considera determinante (p. 22). Recoge Guisán la confesión de Mill de que él no inventó el término utilitarismo, sino que lo encontró en una novela muy leída por entonces de John Galt, Annals of the parish y que desde entonces ha caído en el olvido, así como su autor. Quiere el destino, que es juguetón, que John Galt sea hoy mucho más conocido por ser el misterioso héroe del último novelón de Ayn Rand, Atlas Shrugged, que alguien, alguna vez, conseguirá llevar a la pantalla. Por descontado, el John Galt de Rand es lo más contrario que cabe imaginar a un héroe de Mill.
El segundo apartado es el que trata del utilitarismo como concepción ética. Guisán explica que, aunque el deseo constituye la "fundamentación natural" de la ética en Bentham y Mill, la diferencia es que Bentham piensa que todos los deseos son iguales en tanto que Mill lo niega sosteniendo que los placeres más deseables son los que proporcionan las facultades más elevadas. Es famoso el dicho milliano de que "es mejor ser un ser humano insatisfecho que un cerdo satisfecho". La base de la teoría de Mill es la de cómo colaborar a que todos los seres humanos sean felices en su totalidad y la autora subraya que el filósofo tenía un deseo ardiente de "cambiar el mundo" (p. 42), un impulso fáustico muy común en la época victoriana y que también debe de estar en la base de la idea de Guisán de que hay bastantes parecidos entre Marx y Mill (p. 77). Hace luego Guisán especial hincapié en la oposición entre la ética kantiana y la utilitarista en torno a la cuestión del origen de los valores (p. 50) que no es especialmente clara a fuer de esquemática cuando dicha oposición es casi autoevidente con sólo aludir al consecuencialismo milliano y el anticonsecuencialismo kantiano. Es esclarecedora la amplia cita en la que Mill sostiene que, en el fondo, el imperativo categórico le da la razón (aun contra la voluntad de Kant) a la hora de afirmar que el principio de la moral es el interés colectivo de la humanidad.
El tercer apartado versa sobre la idea de la libertad en Mill, autor de una de las obras que más impacto han tenido en el tratamiento del asunto, Sobre la libertad que, junto a los Principios de Economía Política, de los que Guisán no habla en su ensayo, es la biblia del pensamiento liberal más rico y matizado, el que no hace distinciones que encuentro siempre no muy afortunadas, entre el liberalismo político y el económico. La libertad es libertad del individuo (p. 55), basada en el famoso harm principle, esto es, el principio de que el individuo es libre de hacer todo lo que no perjudique a los demás, incluido lo que pueda perjudicarle a él mismo, con la famosa salvedad del contrato de esclavitud voluntaria. Aquilatando la teoría de Mill respecto al deber de obediencia, Guisán concluye que es valedor del estado 4,5 en la teoría del desarrollo moral de Lawrence Kohlberg (p. 60), es decir, un intermedio entre la etapa convencional y la postconvencional. Me quedo intrigado por qué no situarlo directamente y por propio derecho en el estadio cinco en el que el propio Kohlberg sitúa la mayor felicidad del mayor número, principio caro a los utilitaristas.
El cuarto apartado se dedica a Mill y las mujeres y es una especia de glosa de ese ensayo valiente, original y fascinante que se llamó en su día The Subjection of Women en el que Mill demostró una clarividencia y una audacia de juicio respecto a la emancipación de la mujeres inigualados como no sea en la obra, mucho menos precisa, pero igualmente genial de Fourier. Parece a Guisán que Mill da en el clavo al sostener que la causa de la subordinación de las mujeres se debe al hecho de que se las haya impedido de siempre subvenir a sus propias necesidades, es decir, la dependencia económica (p.62), una dependencia que equivale al estadio primero de la esclavitud (p. 63). Y cualquiera que conozca la contundente actitud antiesclavista de Mill a lo largo de toda su vida, valorará este símil en todo su alcance.
El quinto apartado, relativo a Mill y el gobierno no me parece especialmente conseguido. Su base son las Consideraciones sobre el gobierno representativo, pero la autora se concentra en una perspectiva ética (sobre el buen gobierno, el servicio a la colectividad, etc) (p. 70), que es correcto, pero soslaya los puntos de mayor originalidad que son la profundización de la tiranía de la mayoría (procedente de Sobre la libertad), el carácter del gobierno representativo como gobierno por consentimiento y, sobre todo, la defensa del sistema electoral proporcional en el país del sistema mayoritario por excelencia o, lo que es lo mismo, el arbitraje práctico de la defensa de la(s) minoría(s) frente a la posible tiranía de la mayoría.
El último apartado es una especie de reconsideración que la autora titula El atractivo ético de Mill del que colijo que lo que le parece más interesante es que Mill actuara de conformidad con sus ideas y no se pareciera al "ridículo" Rousseau, que teorizaba sobre la educación de los niños pero llevaba a los suyos a la inclusa (p. 78). Ciertamente, pero no sé si el calificativo más apropiado para ese proceder sea el de "ridículo".
Por último, la autora ha tenido el acierto de incluir como apéndice el primer capítulo de La sujeción de las mujeres en una magnífica traducción de Carlos mellizo. Es un placer releer a un hombre tan brillante en un asunto en el que la mayoría de los de su género desbarra: "...la desigualdad de derechos entre hombres y mujeres no tiene otra fuente original que la ley del más fuerte" (p. 90). Un juicio contundente que desbarata todas las artificiosas seudorrazones que se han aducido durante siglos para justificar esa vergonzosa situación de supeditación de las mujeres a los hombres en todo tiempo, toda tierra y toda cultura a tal extremo -y esto es de mi cosecha- que cuando antropólogos, etnólogos, sociólogos y todo tipo de estudiosos se lanzan en busca de una institución que sea verdaderamente universal es porque son incapaces de reconocer la que tienen delante de sus sabias narices: la supeditación de las mujeres a los hombres, hasta tal punto tienen estos, los hombres, interiorizado el carácter indiscutible, "natural" de tal supeditación. Pero, se pregunta el bueno de Mill "¿es que hubo alguna vez una forma de dominio que no pareciera natural a quienes la poseían?" (p. 99). A los ingleses del tiempo de Mill, dice éste, no les parece mal tener una mujer como reina, pero sí que las mujeres puedan ser soldados o diputadas (p. 101). Interesante observación que hoy propondríamos como un ejemplo práctico y manifestación de la disonancia cognitiva de Festinger. Y si queremos ver un antecedente del juicio moral milliano sobre lo que hoy llamamos "violencia de género", considérese lo siguiente: "En ningún otro caso (excepto en el de un niño) la persona que ha sufrido un daño probado judicialmente es puesta otra vez bajo el poder físico del culpable que infligió dicho daño. Como consecuencia de esto, las esposas, incluso en los casos más graves y prolongados, pocas veces se atreven a recurrir a las leyes que han sido hechas para su protección; y si en un momento de indignación incontenible, o por intervención de los vecinos, son llevadas a hacerlo (es decir, a recurrir a la ley), todo su esfuerzo posterior es revelar lo menos posible y rogar que el hombre que las tiraniza sea eximido de su justo castigo" (p. 103). El trozo desmerece algo de la calidad del resto de la traducción por el excesivo uso de la pasiva, pero su contenido es estremecedoramente actual. ¿O no?