dissabte, 5 de desembre del 2015
El arte del arte.
dissabte, 6 de desembre del 2014
La Catrina garbancera visita Madrid.
dijous, 25 de juliol del 2013
El minotauro picassiano.
dimarts, 18 de setembre del 2012
El padre de todos ellos.
(La imagen es una captura de la página web de Caixa-Forum.)
diumenge, 4 de març del 2012
Los negros de Redon.
La sala Mapfre del Paseo de Recoletos expone obra de uno de los pintores más raros de la historia, Odilon Redon. Contemporáneo de los impresionistas, con quienes llegó a exponer en alguna ocasión, parece haber nacido en Marte. Ni por su estilo, ni por su técnica o temas tiene analogía con nadie más. Si algún parentesco hay que buscarle, será el de Moreau, otro único con el que le une el simbolismo. Pero así como el de Moreau es sosegado, solemne, hasta cierto punto academicista, el de Redon es tumultuoso, atormentado y muchas veces onírico, razón por la cual los surrealistas lo tienen en gran estima.
Pero en ambos casos, simbolismo. Son los creadores de su estética. Por eso colecciona la obra de ambos el caballero Des Esseintes, el antihéroe de la literatura maldita, el modelo de Dorian Gray, en la novela de Huysmans, el malditismo por excelencia. Y que no es el tal Des Esseintes un novato. También colecciona grabados de Callot y obra de Luyken en cuya estirpe sitúa a Redon.
La exposición (que debe de ser la primera monográfica en España y que está hecha en colaboración con el Musée d'Orsay) no trae mucha pintura y esta, salvo los "ojos cerrados" y el "sueño de Calibán" no es de lo más impresionante de su obra. En cambio hay abundante dibujo y obra gráfica y en especial litografías en homenaje al Goya de la serie negra. Lo negro tiene un valor seminal para Redon. La serie "en el sueño" ya trae sus propias "negruras", sus cabezas cortadas en bandejas, sus globos oculares gigantescos e independientes y alguna otra obra que recuerda los grabados de Klinger.
También hay ilustraciones para temas que lo apasionaron. Por ejemplo, una serie ("el origen") sobre la evolución de la especie, directamente inspirada en el evolucionismo darwiniano en la que aparecen figuras y seres que solo una imaginación alucinada podía concebir. Asimismo interpretaciones soprendentes de figuras clásicas, como los cíclopes, un tema recurrente, hasta llegar a un ser humano que parece huir de nosotros. Resulta curioso que una teoría tan rigurosamente basada en la observación de hechos reales y tan meticulosamente registrada por el autor dé lugar a una explosión de fantasía tan extraordinaria. Igualmente fascinante es una serie inspirada en la lectura de Poe, un autor de culto para los simbolistas. Pero aquí ya estamos en un terreno más comprensible porque se trata de la transferencia del reino de la imaginación poética a la plástica.
Se queda uno mirando el famoso autorretrato de 1867, el autor con veintisiete años, que gira la cabeza hacia nosotros como si le hubiéramos tocado en el hombro y nos mirara preguntándonos qué deseamos. Y, en el fondo, lo que deseamos es ver qué cara puede tener un hombre que dibuja una araña llorando.
Me queda por ver una exposición de las fotografías de Lewis Hines que hay en el piso superior de Mapfre. Ayer había mucha gente, sobre todo señoras. Alegra ver que el personal va a ver exposiciones de arte en lugar de atontolinarse con la tele, pero agobia un poco.
dimarts, 14 de febrer del 2012
Picasso y las mujeres.
Hay abundancia de historias sobre las relaciones de Picasso con muy diferentes mujeres, algunas de las cuales, como Françoise Gilot, han dejado libros contándolas. Son relaciones muchas veces tormentosas, que conocen extremos de sufrimiento y de felicidad. Todo grandioso, como era Picasso a quien las mujeres fascinaban igual que él las fascinaba a ellas. Su relación con otra gigante, Gertrude Stein, de quien dejó un retrato maravilloso, es una buena muestra.
Pero todo eso, con ser muy interesante, pertenece a la vida privada del artista. Cierto, los artistas no tienen vida privada. Al contrario, suelen ser de un exhibicionismo felizmente descarado. Aun así, lo que el Picasso hombre se trajera con las mujeres es asunto de ellos. Lo bueno es lo que luego se manifestaba en su creación, en su obra, lo que se convierte en expresión objetiva que nos permite participar de su mundo. Y eso lo hacía Picasso igual que el volcán ilumina la noche con su rojo fuego. Las tribulaciones, las turbulencias van por dentro pero lo que surge al exterior suspende el ánimo.
Las mujeres están abrumadoramente presentes en la obra de Picasso, desde el realismo del comienzo, la etapa azul, el cubismo, hasta el final, los múltiples retratos de Dora Maar, de Jacqueline, de Olga, Fernande, las infinitas mujeres desnudas acostadas, sentadas, acurrucadas, las mujeres con velos, con mantillas, con florero. Las mujeres de Picasso son la historia de su estilo. Se puede decir que tampoco es para tanto pues Picasso pintó todo lo que veía en el mundo y hasta lo que no veía pero se imaginaba, bodegones, arlequines, toros, caballos, retratos de todo tipo, escenas familiares, cuadros de otros, maquetas, golondrinas, juguetes, etc. Pero las mujeres son su objeto preferente. Solas o en grupo, como las Señoritas de Avignon, maternidades, bebedoras, en familia, leyendo, corriendo, durmiendo, aisladas o acompañadas, muchas veces por él mismo como el artista, el escultor, el minotauro, con el que se identificaba. La Suite Vollard lo deja bien claro: las mujeres y el erotismo más desenfrenado. No me gusta nada la palabra, pero la prefiero a violento
La exposición de la Fundación Canal trae la colección de grabados de mujeres que se conserva en la casa natal del pintor, en Málaga. Una ocasión. Insisto, son grabados, muy atinadamente distribuidos por temas (catorce) y que transmiten esa fascinación por las mujeres que sentía el artista. La explicaciones de la exposición son muy ilustrativas y aclaran muchas cosas de unas imágenes que encierran secretos. Pero hay dos datos que llaman la atención: todas las mujeres son hermosas; no hay ninguna fea. Y todos los retratos están hechos con una economía y sencillez de trazo que emocionan. Incluso los más abigarrados, los que reproducen estilos renacentistas y aun manieristas son nítidos, claros. Lo importante es la mujer, lo demás son perifollos. Hay algún retrato exquisito hecho con media docena de líneas. La exposición tiene un espíritu, por así decirlo, historicista y refleja la evolución del pintor. Quizá sea un criterio contagioso porque me pareció ver unos retratos que recordaban los rostros de la Isla de Pascua.
El título que los comisarios han buscado para la muestra es atinadísimo: El eterno femenino, la expresión de que se vale el coro en el quinto acto del Fausto II, de Goethe: el eterno femenino nos atrae. Es el momento final, en el que se hace balance, mientras el alma de Fausto sube a los cielos a manos de los ángeles que se la han robado a Mefistófeles, quizá en pos de Margarita mientras en la tierra es obligado pedir la gracia del eterno femenino, de la mujer cósmica, como diría Vasconcelos, de la doncella, la madre, la reina, la diosa. La mujer que Picasso pasó toda su vida pintando, como un Pigmalión del género.
diumenge, 15 de juny del 2008
Clasicismo y pasión.
Entre los fondos del Instituto de Crédito Oficial (ICO) se encuentra íntegra una serie de la Suite Vollard, de Picasso, que de vez en cuando saca a exposición temporal, como sucede ahora. Son cien grabados realizados entre 1933 y 1937 que habitualmente se clasifican en cuatro grupos : La batalla del Amor, El taller del escultor, Rembrandt y El minotauro, de las que El taller del escultor ocupa casi la mitad del total, completada con tres retratos de Ambroise Vollard, el marchante que adquirió la colección a cambio de una serie de cuadros de otros pintores que Picasso quería tener.
El taller del escultor, que es la parte de la serie que trata de él, sus esculturas y su modelo en aquellos años y también su amante, Marie Thérèse Walter, es una fascinante sucesión de imágenes a buril y punta seca, de variaciones sobre el desnudo masculino, el femenino, la obra escultórica en el orden clásico. Es una obra que constituye un punto medio de ese constante trajinar picassiano entre la pintura y la escultura y allí donde se rompe con el cubismo para volver a unas formas clásicas muy inspiradas en Ingres, en concreto, las mujeres. Hay en los grabados del Taller del escultor una alegre sensualidad, joie de vivre, plenitud del espacio y como congelación del tiempo, todo potencias juveniles postuladas (Picasso estaba entonces en la cincuentena) en intrincada relación con la apabullante capacidad creadora de Pablo Ruiz. Bastantes de los grabados muestran una tensión entre la laxitud y el abandono de los cuerpos y la indagación en la propia creatividad, contenida, reflexiva, a punto de saltar e iniciarse en una nueva obra, quizá la lámina siguiente. Es el latido del triángulo del autor, la obra y el modelo, como la misteriosa relación entre Pigmalión y Galatea/Afrodita, que es el mito con el que habitualmente se relaciona el clasicismo de esta parte de la suite.
El bloque dedicado al Minotauro y la minotauromaquia es menos numeroso que el del taller del escultor, pero tiene momentos muy interesantes. En primer lugar el mero hecho de la elección del ser, el Minotauro, un símbolo muy apreciado en el surrealismo. El Minotauro, producto de los amores culpables de Pasifae, es un ser compuesto de hombre y bestia, un monstruo, de los que abundan en la mitología pero, a diferencia de la mayoría de ellos en la griega, este monstruo la parte que tiene de humano, de racional, es el cuerpo que, a su vez es la parte no racional del hombre, la res extensa, mientras que la parte que tiene de racional, el cógito, es la que está ocupada por el animal. El Minotauro representa la fusión de la razón y la pasión y lo interesante aquí, como se ve en el grabado a buril a la izquierda es que la escena es una variante del taller del escultor en la que el artista ha dejado lugar al Minotauro y todo lo demás, paisaje, modelo, clasicismo es igual. Es legítimo pensar que se trata de un autorretrato: el escultor Picasso se representa a sí mismo como un Minotauro, un ser mítico, puro sentimiento y fuerza. Producto de incontinencia sexual, él mismo tampoco se controla y de ahí la subserie de La batalla del amor, que se llamaba originalmente L'etreinte y también Le viol consistente en reflejar artísticamente ese acto de suprema violencia que es la violación, algo que hoy resulta desagradable prima facie por su falta de corrección política y que apunta a ese oscuro mundo en que la sexualidad, la violencia y la creatividad aparecen misteriosamente entrelazadas. La posterior identificación del Minotauro con el Edipo ya caído en desgracia y peregrino (el grabado de la derecha es el Minotauro ciego conducido por una niña, o sea, Antígona) también implica un cúmulo de suposiciones. Edipo no es enteramente un ser racional ya que, aunque pueda elegir racionalmente, su destino está predeterminado, es decir, se mueve en el ámbito de la necesidad y por lo tanto de las cosas, no de las personas. El mundo clásico está fragmentándose y haciéndose más complejo. El artista es el Minotauro, que busca a ciegas su destino, impulsado por la pasión más extrema. Por último, la conversión del Minotauro-artista en el animal sacrificial de la minotauromaquia encaja como una especie de precedente de la teoría de Agamben.
¿Y qué más? Pues que, como puede verse en este grabado al aguafuerte y buril de 1934, la suite Vollard preanuncia ya el Gernika, tres años más tarde. Lo único que era necesario para que esa obra de arte saliera a la luz sería algún tipo de big bang, cosa que proporcionaron las bombas fascistas sobre la pequeña y pacífica población vasca.