El año pasado, el Centro Nacional de Calcografía otorgó el premio nacional de artes gráficas 2014 a Miquel Barceló. El premio eran una exposición en el Centro, en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y dos grabados de Goya. La exposición es esta; los grabados ya se los llevó.
Barceló expone unos coloridos gráficos de carteles de otras exposiciones suyas en los años ochenta y dos series de grabados más recientes, la serie Lanzarote, de 1999 y una tauromaquia de ahora mismo. Trae además una pieza singular, un libro "pornográfico" de 1993 hecho por un amigo suyo, Eugen Bavcar, un fotógrafo ciego, e ilustrado por él en hojas de papel braille, es decir, papel con protuberancias.
Pero lo importante de la exposición son las series mencionadas. La de Lanzarote, que empieza con un autorretrato desfigurado y sigue con otros temas favoritos del autor, como peleas de perros, son imágenes tremendas, algunas también "pornográficas". Si en los carteles hay aún alguna huella de Miró, en los grabados la hay de Bacon, Tapiès y el África. La larga estancia de Barceló entre los dogón en Malí, en donde posee un estudio, tiene una influencia enorme en su obra.
La serie de la tauromaquia se ha hecho para ilustrar un libro de Bergamín, la música callada del toreo, editado en Francia con el nombre de Soledad sonora. La serie es magnífica, con los alberos al sol desde perspectivas aéreas, casi como si fueran agujeros y vistos desde la parte trasera superior de un astado. Ahí está Picasso pero hay mucho más que Picasso. Igual que en los demás trabajos hay mucho más que Bacon o Tapiès y en el conjunto de su vastísima obra, mucho más que Pollock, con quien se siente identificado, como con otros del Renacimiento o del barroco español. Más porque está él mismo, que es inconfundible. Este artista que se define como nómada, pues tiene estudio en París, Mallorca y Malí y ha viajado por doquier. Un nomadismo de lugares y de estilos.
En una entrevista que le hicieron con motivo de esta exposición y a preguntas de los periodistas sobre la tauromaquia, Barceló dictaminó que "el movimiento antitaurino es una estupidez". Añadió que nunca había conseguido que un antitaurino entendiera los toros. Es una actitud combativa pero poco relevante. Empezando por el modo de plantearla. La cuestión no son los toros, sino las corridas en donde los matan.
Pero es un planteamiento sin gran interés. En el fondo, la cuestión es si alguien contrario a las corridas de toros es capaz de admirar la fuerza, la creatividad, la originalidad, la crudeza de la tauromaquia de Barceló. Por descontado que lo es. El arte es una mirada, una interpretación estética de la realidad. No tiene función normativa para bien ni para mal. Lo que tampoco quiere decir que no pueda tenerla. Una gran cantidad de obras de arte de todos los tiempos predica opciones morales, pero se separa y vive por su cuenta a través de la forma. El arte idealiza las pasiones humanas, pero está por encima de ellas.
Es perfectamente compatible apreciar la tauromaquia y estar en contra de la lidia. Si está es finalmente abolida, podrán seguir pintándose tauromaquias de memoria o simplemente será un tema que desaparecerá del programa de los artistas como lo han hecho tantas cosas, desde los autos de fe a las procesiones de gremios y corporaciones.
La exposición desemboca en el gabinete en donde la Calcografía nacional guarda las planchas originales de las series de Goya Los caprichos, los desastres de la guerra y la tauromaquia. Esta exposición es permanente ya que la Academia de Bellas Artes es propietaria o depositaria de las planchas. Y es muy oportuno que esté abierta porque así el visitante puede ver los elementos goyescos en Barceló.
Me llamó la atención que, en uno de los textos escritos para ilustrar los orígenes de los grabados de Goya, al tratar de la Tauromaquia, el autor se crea obligado a argumentar que quizá Goya estuviera denunciando la crueldad de las corridas de toros. No lo sé y me parece irrelevante. Goya puede haber sido un gran aficionado a la lidia, como quizá lo sea Barceló, pero eso no hace las corridas de toros más admisibles desde el punto de vista de la conciencia moral de la época. Cierto es, los aficionados a la "fiesta" no suelen convencer a los adversarios. Pero eso sucede también a la inversa, imagino y, en sí mismo, no quiere decir nada. Lo que hace inadmisible la lidia es el hecho de convertir en espectáculo el sufrimiento de un ser vivo.
Pero las tauromaquias de Barceló y Goya son magníficas y tienen un impacto tremendo.