Prácticamente no queda nadie libre del pringue de la corrupción en el PP. Las tramas delictivas tenían departamentos de dádivas dedicados a repartir obsequios entre cargos públicos y políticos para propiciar voluntades. Bolígrafos, bolsos, televisores y hasta coches, según la importancia del agasajado y su capacidad de responder luego transfiriendo a las cuentas de la organización cuantiosos recursos públicos. No podían faltar las cestas de Navidad, invento repleto de españolísimos detalles: jamón, embutidos, turrones, cava, mazapanes y mucho espumillón. Algo tan entrañablemente nuestro trae nostalgias del pasado, por ejemplo, la película, también españolísima, Manolo, guardia urbano. El neorrealismo cutre de la posguerra se ha transformado en la época de las nuevas tecnologías, cuando circulan las pantallas de plasma, los teléfonos móviles, los ipads. Cambian los objetos, pero el fondo del trinque sigue siendo el mismo.
Es llamativo el vínculo entre la corrupción y los políticos de la derecha de mayor alarde religioso. Es el caso de la exconsejera de Educación con Aguirre, Lucía Figar, una devota religiosa, lo que a veces se llama una "meapilas", al servicio inondicional de los intereses de la Iglesia en el feraz territorio de la educación. Regala terrenos públicos a órdenes religiosas para sus negocios educativos y cuanto más reaccionarias, mejor; descapitaliza la enseñanza pública y favorece la privada, en especial la concertada, que es un modo de aplicar los recursos públicos a quienes menos los necesitan.
Consciente la señora en su fuero interno de que su gestión suscita fuerte oposición en todos los estamentos y en la opinión pública, contrata con una empresa de la Gürtel o de la Púnica, o de las dos un informe sobre cómo mejorar su reputación online. Es un documento de treinta páginas repleto de vulgaridades por el que la empresa púnica que lo realizó cobró 21.000 euros. Fondos públicos para estudiar y mejorar la reputación personal en línea de la señora Figar, que no la tiene muy buena. Y eso sin contar los funcionarios que tendría dedicados a ensalzar sus glorias en Twitter, como hacía su jefa y referente, Esperanza Aguirre.
Es una corrupción muy católica a fuer de española o al revés. Es el precio corrupto de las apariencias. Lo importante no es que el cargo publico cumpla su cometido de modo eficiente, sino que lo parezca; lo importante no es la realidad, sino la imagen. La reputación debe ser buena y si, para conseguirlo, hay que comprarla, se compra. Sobre todo teniendo en cuenta que se paga con el dinero público, de todos. Es un estilo. Los 21.000 euros no alcanzan ni de lejos a los dos millones de pesetas del erario con el que Aznar quiso comprarse la medalla del Congreso de los EEUU, pero están en esa línea.