A casi dos meses del golpe de Estado que derrocó a Zelaya, la situación no parece estar más clara que la primera noche, cuando el ejército envió al exilio en pijama al mandatario hondureño. Sin duda hay un acuerdo prácticamente unánime en que el presidente legítimo debe recuperar el poder, el gobierno de facto cederlo y el ejército volver a los cuarteles. Pero ese acuerdo está lejos de materializarse. El gobierno golpista cuenta con el apoyo de las instituciones fundamentales del país, el Tribunal Supremo, el Parlamento, el ejército y la Iglesia católica así como con un significativo respaldo social. Los partidarios de Zelaya, siendo cuantiosos, no tienen la fuerza suficiente para imponer un retorno del presidente expulsado. Éste, por su parte, tampoco mantiene una actitud clara y decidida en un sentido u otro, como cabía esperar de un hombre que, habiendo sido elegido en la plataforma del venerable Partido Liberal en el que el propio Zelaya representaba a la oligarquía tradicional hondureña, de repente vio la luz del chavismo, el socialismo del siglo XXI y se pasó de la noche a la mañana a la nueva izquierda latinoamericana que trata de fraguar en torno al ALBA, en la que se integró.
Zelaya lleva una frenética actividad internacional, como es lógico, de país en país, recabando apoyos. Pero no parece conseguirlos o no en la proporción necesaria para revertir la situación al statu quo ante. El gobierno golpista resiste la presión y el aislamiento internacionales y tiene muy a su favor el hecho de que el mandato restante del presidente Zelaya apenas es de tres meses, antes de las elecciones presidenciales de noviembre.
En realidad este golpe y la sucesión de acontecimientos posterior muestran un cambio apreciable en las condiciones de América Latina y su relación con los Estados Unidos. El hecho de que los gringos no aparezcan directamente implicados en el golpe militar y que el Gobierno del señor Obama se haya opuesto a él y exija la restitución del mandatario legítimo ha dejado vacío de contenido el viejo discurso antiimperialista de la izquierda que ahora parece pedir justamente lo contrario de lo que lleva decenios predicando. Tiene cierta ironía -y así lo ha subrayado el presidente estadounidense- que quienes acusaban a los EEUU de intervenir en América Latina sean ahora quienes exigen esa intervención.
Lo cual lleva a plantearse asimismo por el sentido de esa izquierda sedicentemente nueva del subcontinente cuyo inspirador es Fidel Castro y cuyo eje principal es Hugo Chávez, esa izquierda que se llama "bolivariana". Tiempo habrá de hablar acerca de ese movimiento que lleva el pintoresco nombre de "socialismo del siglo XXI" (sin que nadie sepa en qué se diferencia del fracasado en el siglo XX) pero, de momento, no es exagerado decir que el principal perdedor en el escenario latinoamericano en el caso de Honduras es el chavismo por cuanto no consigue restablecer en el poder a su aliado por la vía diplomática ni por ninguna otra, aunque a veces el presidente Chávez parezca haber insinuado que podría estar dispuesto a emplear otra. Honduras es el límite a la expansión del área de influencia del chavismo y ésta es, a mi entender, la explicación de que a casi dos meses del golpe, el señor Zelaya esté tan lejos del poder como el primer día del exilio.
(La imagen es una foto de Presidencia de la República del Ecuador, bajo licencia de Creative Commons).