Da gusto encontrar viejos conocidos y obras que uno desconocía, muchas, lo que convierte la visita en un placer. La división por temas, un acierto, trae continuamente a la memoria otros ejemplos. Es imposible no recordar a Claude Lorrain al entrar en la sala de ruinas, azoteas y tejados, igual que los bosques de Monet evocan los grandes paisajistas holandeses, Ruisdael o Hobbema y, por supuesto, los ingleses, Constable (del que hay varias obras) con aquel padre espiritual del impresionismo que fue Turner. Hay asimismo alguna muestra de paisajística norteamericana, a la que no suele prestarse la atención que merece, con obras del venerable predecesor Asher Durand, el inspirador de Alfred Bierstadt quien, sin embargo, no parece habernos visitado. Estos norteamericanos ya practicaban la pintura al aire libre mucho antes de que los impresionistas teorizaran sobre ella. Y ¡qué aire libre! Desde el Niagara las Rocosas y de allí al Yosemite: abrieron un continente. El Oregon Trail es inolvidable.
Hay más gratas sorpresas. Desde luego, los propios impresionistas, Monet, Manet, Van Gogh, Renoir, Sisley, etc. Marinas, torrentes, riachuelos, campos de trigo, los acantilados de Etretat, los pueblos de Normandía, Honfleur y también Argenteuil y las proximidades de París. Esa fusión del impresionismo con sus predecesores permite asimismo ver a estos con nuevos ojos. Creo que es la primera vez que me he tomado en serio uno de esos cuadritos galantes de Boucher en los que los más frondosos robles sirven para que de sus ramas se columpien adorables damiselas con el rostro emplastado de polvos de arroz con un lunar.
Y hay rocas. Se exhibe Peñascos en el bosque, de Cézanne (1893) que podría pasar tranquilamente por un manifiesto cubista. Y es que la exposición también trae muestras postimpresionistas. Hay algunas piezas del suizo Hodler que nunca ha sido de mi gusto pues recuerda un poco los vitrales de las iglesias y unos terribles nubarrones sobre el Mar del Norte de Emil Nolde que son ya completamente expresionistas.
Junto a esta espléndida exposición hay otra minúscula (y gratuita) que alberga diez obritas, quinta edición de Miradas cruzadas, consagrada ahora al Juego de interiores. La mujer y lo cotidiano. Son piezas de la colección permanente del museo destinadas a mostrar esa redundancia de la mujer y lo cotidiano. La mujer en el ámbito privado, aislado, recluido, alejado del público, que es territorio viril. Desde la pintura holandesa a los interiores del siglo XX. En fin, un anticlimax del 8 de marzo, día internacional de la mujer.