Suele hablarse de la evolución conservadora o "derechización" de los partidos de izquierda. El PSOE, se dice, debe prescindir de la "O" de obrero y la "S" de socialista, pues ha mucho que no hace justicia a lo que en un tiempo significaron. Teniendo en cuenta que otros, generalmente nacionalistas españoles, también piden que deje caer la "E" de español ya que lo tienen por un partido vendepatrias, sólo le quedaría la "P" de Partido, lo que resulta determinación escasa. Algo parecido viene diciéndose de Izquierda Unida (IU), especialmente durante el mandato del señor Llamazares. Análoga evolución se detectaba en los dos sindicatos mayoritarios que, muy vinculados a los dos grandes partidos de la izquierda (PSOE y PCE) en los comienzos de la transición, hace ya mucho que rompieron con la imagen de ser "correas de transmisión" de aquellos, se independizaron y consolidaron una posición de autonomía de proyectos que los llevó en primer lugar a una confrontación con los partidos, especialmente visible en la UGT en relación con el PSOE, y de entendimiento y diálogo con la patronal, mediada por los gobiernos de distinto signo.
Esa situación propició una larga etapa de paz social sólo rota en una ocasión, a raíz del llamado "decretazo" del Gobierno del Aznar en 2002. Una política de colaboración alentada probablemente por los años de crecimiento sostenido y prosperidad que se vivieron desde mediados de los noventa hasta muy recientemente, cuando la irrupción de la crisis económica galopante parece estar preparando el terreno para planteamientos más reivindicativos y radicales. Hace unos días IU renovó sus órganos personales y colectivos de mando con Cayo Lara a la cabeza, quien ha anunciado una política de la coalición de mayor distanciamiento con el PSOE. Ahora, la sustitución del señor Fidalgo por el señor Ignacio Fernández Toxo en la Secretaría General de CCOO parece preanunciar movimientos en una dirección similar de mayor combatividad.
La verdad es que el caso del señor Fidalgo que tenía una sorprendente buena sintonía con la derecha y presumía de una intensa amistad con el señor Aznar era bastante extraño habida cuenta, sobre todo, de que este último no cedió un ápice (excepción hecha de la retirada del mencionado "decretazo") en su política neoliberal de ataque sistemático a los derechos económicos, sociales y laborales de los trabajadores. Por supuesto, que haya buenas relaciones personales entre los dirigentes sindicales, políticos y sociales en general es muestra encomiable de que las tradiciones de respeto y entendimiento democráticos han calado en España. Pero lo cierto es que esa civilizada práctica se hizo a costa de los intereses de los trabajadores que vieron disminuir en términos relativamente significativos su participación en la riqueza nacional pues la capacidad adquisitiva de los salarios se estancó durante los años de crecimiento o creció muy por debajo del monto de los beneficios empresariales.
Las dos elecciones de los señores Cayo Lara en IU y Fernández Toxo en CCOO parecen apuntar a un replanteamiento de la táctica política y sindical en un sentido de mayor combatividad. La cuestión es si resulta viable dado que se juntan tres circunstancias que, en principio obstaculizan este propósito.
En primer lugar, la propia personalidad moderada de los electos. Sin duda el señor Fernández Toxo no es tan proclive a la derecha como el señor Fidalgo, pero no deja de haber sido el secretario de acción sindical del último y hombre de talante pausado. Entiendo que la moderación de ambas candidaturas se debe a la fragmentada (en el caso de IU, atomizada) composición interna de ambas organizaciones, a su pluralismo, en definitiva, que obliga a presentar candidaturas de amplio consenso.
En segundo lugar debe tenerse en cuenta que el cambio de táctica ha de hacerse valer frente a un Gobierno de izquierda; socialdemócrata, desde luego y más radical en el terreno social que en el económico, pero de izquierda al fin y al cabo, que se resiste a adoptar medidas de solución de la crisis económica que vayan en detrimento de los intereses de los trabajadores.
En tercer y último lugar, la existencia de esa misma crisis, caracterizada por un aumento vertiginoso del paro. Los altos índices de desempleo han sido siempre desmovilizadores de la acción sindical cuya capacidad de presión es mucho más débil que cuando se dan supuestos de pleno empleo o próximos a él. Y si cuando estos se daban en los años de crecimiento los sindicatos no supieron, pudieron o quisieron articular políticas más exigentes de índole redistributiva, resulta algo iluso pensar que puedan hacerlo en plena crisis cuando la correlación de fuerzas les es muy desfavorable.
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