¿Cómo pueden mostrarse 1.000 años de una civilización continental en doscientos o trescientos metros cuadrados? Muy sencillo: no se puede. Es lo que sucede con esta sin duda bien intencionada exposición de la Edad Media europea a base de una recopilación de piezas procedentes del Museo Británico, cuya colección debe de ser la más grande del mundo. Aunque la muestra de la Caixa Fórum comprendiera la totalidad de lo exhibido en aquel museo, tampoco se conseguiría. Sobre todo porque el plan no se pone límites de tiempo, pues pretende mostrar los 1.000 años; ni de espacio, pues abarca objetos de todo el continente; ni de actividad, pues se quiere mostrar todo, la escultura, la pintura, la arquitectura, las ciudades los campos, las guerras, el saber, los viajes, las fiestas, las cortes, todo. El resultado no es un fracaso estrepitoso porque el visitante siempre agradecerá contemplar imágenes, objetos, actividades procedentes de la llamada Edad oscura, pero produce cierta decepción, sobre todo dado lo ambicioso del título, los pilares de Europa. Nada menos.
Sin duda los comisarios han hecho lo que han podido para despertar el interés y hacer atractiva una colección de objetos pobre, sin especial valor material o simbólico, deslavazados y tan distanciados en el tiempo y el espacio que apenas cabe creer tengan algo en común. Verdad es que se agradece ver vitrales pintados de una casa del siglo X, espuelas corroídas del XII, aguamaniles del VII, capiteles del VIII, broches de todos los tiempos, anillos, platos, tejidos milagrosamente conservados, un borceguí mugriento del siglo XIII, escudos, trozos de armas, polípticos sacros, estatuillas, imágenes de catedrales, platos, crucifijos y hasta silbatos para llamar halcones. La tarea de dar una explicación coherente de todo, de encajar estas verdaderas reliquias en una imagen civilizatoria de conjunto recae sobre la amplia pedagogía que se despliega en la muestra, con abundantísimas explicaciones y frecuentes vídeos ilustrativos de lo que se ve y lo que no se ve.
Pero aun así, se tiene una sensación de insuficiencia, de incompletud, de carencia. Las frecuentes aclaraciones, con toda lógica, ensalzan el valor y la importancia de lo que muestran y explican su funcionalidad en la vida social, espiritual, artística, política de un ámbito tan complejo como Europa entre la caída del Imperio Romano y la Reforma. Poco callan sobre lo que no hay. Por ejemplo, no he visto una sola imagen ni explicación acerca del fundamento mismo del orden medieval, que es el feudalismo. Algo se habla de la caballería, de las relaciones de los Reyes y los nobles, etc, pero no de la institución que fue columna vertebral de aquella era, la jerarquía señorial y el juramento de vasallaje, desde los siervos hasta el Rey, en una organización que mezclaba el derecho público con el privado, la ley divina con la humana.Y eso es solo una muestra.
En realidad, la exposición persigue un objetivo ideológico muy respetable, el de apuntarse a la corriente revisionista acerca del carácter del medioevo en Europa con la finalidad de dar una imagen contraria a la heredada por la historiografía occidental a partir del Renacimiento. Innecesario decir que el concepto mismo de "Edad Media" (ya tan cargado de connotaciones negativas) es privativo de Europa y carece de sentido fuera de ella. Algunos historiadores han querido extrapolarlo a la historia de la China o del Japón, pero solo a base de forzar y desfigurar conceptos. Del resto de Asia no merece la pena hablar.
La intención es hacer hincapié en los aspectos positivos, luminosos, del mundo medieval, sin dejar de mencionar las condiciones de miseria, analfabetismo, injusticia y caos de aquellos siglos. Por supuesto, ¿cómo no iba a haber momentos excelsos, obras brillantes en el trabajo de un milenio en todo un continente? ¿Cómo no iban a cambiar las relaciones sociales, las costumbres, las ideas? ¡Si cambió hasta la lengua, pues se pasó del latín a las distintas lenguas romances y también las germánicas evolucionaron sin que hubiera punto de comparación! Por eso resulta un poco absurda la insistencia en colar de matute una idea sobre el supuesto dinamismo medieval para combatir el prejuicio de un milenio de inmovilismo. Se dice y repite que la Europa del año 400 poco tenía que ver con la de 1400. Es posible pero con mucha mayor razón cabe decir que la Europa de 1850 tiene todavía mucho menos que ver con la de 2000 y no se trata de mil, sino de ciento cincuenta años. Y, aun más, la Grecia del siglo VII tiene también muy poco que ver con la del siglo de Pericles, apenas trescientos años más tarde.
Diga lo que diga la exposición, la Edad Media fue un indudable retroceso en relación al mundo clásico, una época ruda, tosca, bárbara, inculta, opresiva y, probablemente el momento en que el continente más se acercó a aquel dictamen de Hobbes cuando decía que en el estado de naturaleza, la vida humana era solitary, poor, nasty, brutish and short. En la Edad Media brillaron talentos, poetas excelsos, artistas, gente de mérito: Roger Bacon, Juan de Salisbury, Marsilio de Padua, Dante, Tomás de Aquino, Alberto Magno, Duns Scoto, Guillermo de Occam, Rabelais, Villon, Monmouth, Beda el venerable, Alcuino de York, Hildegard von Bingen, Averroes, Avicena, Maimónides, Ramon Llull, Giotto, Cimabue, Holbein etc. Pero es que estamos hablando de mil años. Se levantaron edificios egregios, sobre todo catedrales, y se generalizó el estilo artístico que conocemos como "gótico internacional". Sin duda, el juicio negativo de las épocas posteriores es excesivo, pero de ahí a convertir el Medioevo en una epoca de luz, colorido, refinamiento y creatividad media un abismo.
El argumento más ladino que se maneja para mejorar el concepto sobre la Edad Media es que, en realidad, muchos de sus elementos siguen hoy vivos y no solamente las catedrales: el romanticismo es un eco de esta época, como la literatura gótica de la segunda mitad del XIX, la arquitectura neogótica de principios del XX, por no hablar de algunas instituciones usos y costumbres que se remontan a aquellos tiempos, desde la Magna Charta hasta el Tribunal de la Aguas en Valencia o la Universidad de Bolonia. Lo que sucede es que eso puede predicarse de todas las épocas de la humanidad. La historia no es una sucesión de compartimentos estancos, sino un sistema de vasos comunicantes, como una serie de esclusas. Nada se pierde del acervo de la humanidad, salvo lo que el tiempo, los destrozos o la incuria hayan ocultado. Véanse los retratos de Picasso y se verán emerger en ellos no solo las máscaras del África Negra sino los retratos de Fayum y no se habl de la influencia del arte rupestre del paleolítico sobre el contemporáneo. Cualquier trazado de carreteras de países europeos aprovecha en gran medida el sistema de calzadas romanas. La democracia la inventaron los atenienses y el sistema político más dinámico de nuestro tiempo, el de los Estados Unidos, es una organización federal, al estilo romano, en la que una de las cámaras es un Senado como el de Roma, que celebra sus sesiones junto con la Cámara de representantes (especie de comicios) en un edificio que lleva el muy romano nombre de Capitolio.
Los pilares de Europa no se echaron en la Edad Media. Al contrario, en la Edad Media estuvieron a punto de hundirse. Los verdaderos pilares de Europa son la religión mosaica, la filosofía griega y el derecho romano, todos anteriores a la Edad Media. Y, por descontado, todos presentes hoy día en mucha mayor medida que las creaciones medievales.