Los panfletos siguen extraños destinos. Como los libros. Algunos panfletos han cambiado el curso de la historia. Escogiendo uno por siglo, las 96 tesis contra las indulgencias de Lutero, clavadas en 1517 en la puerta de la iglesia de Wittenberg y que, en realidad, se pueden considerar como el primer pasquín, abrieron al camino a la reforma protestante. La Ley de la libertad de Gerrard Winstanley en 1652 fue el alma del puritanismo radical, comunista. ¿Qué es el Tercer Estado? del abate Sieyès en 1789 inauguró el triunfo de la Revolución Francesa. El Manifiesto del partido comunista de Marx y Engels en 1848 dió luz roja (es decir, verde) a la revolución proletaria comunista. La miseria en el medio estudiantil, de Mustafa Kayatti (internacional Situacionista, 1966) se encuentra en el inicio de la revuelta de los estudiantes (o sea, los cachorros de los intelectuales) en mayo de 1968 en París.
Hay gente que adjudica una función similar en el siglo XXI al panfleto de Stéphane Hessel, el anciano partícipe de la France combattante a las órdenes del general De Gaulle (Stéphane Hessel (2011) ¡Indignaos!, Barcelona, Destino, 60 pp). La función de provocar una gran ola de indignación que desencadene un proceso revolucionario. Podría ser, dado que ya se han vendido muchísimos ejemplares en Francia, pero hay dos razones que hablan en pro del escepticismo. La primera es que quedan 89 años para zanjar la cuestión y nunca se sabe.
La segunda razón tiene que ver con la obra en sí. Los panfletos critican una situación actual y proponen sustituirla por otra distinta. Las escasas cuarenta encendidas páginas de Hessel condenan la situación actual pero no proponen otra distinta a cambio. Proponen que nos indignemos con lo que pasa y que recurramos a la insurrección pacífica contra los medios de comunicación de masas que sólo defienden el modelo de consumo de masas (pp. 47/48) nada más. Pero indignación es justamente lo que sobra. Quien haya leído algo sobre Islandia o Grecia recientemente lo sabe. La indignación es hoy general, cuando se comprueba que un puñado de sinvergüenzas al mando de las finanzas, amparado en otro puñado de sinvergüenzas en la política y otro más en los centros de fabricación de ideología que pasa por ciencia, han estafado al mundo entero y arruinado a decenas, centenas de miles de personas. ¿Indignación? Occidente es una santabárbara. Pero eso no se arregla sublevándonos contra los medios de comunicación de masas, aunque la propuesta no sea desdeñable.
El problema reside en que Hessel ha hecho una extrapolación de 1939 a hoy y el asunto no acaba de encajar. La indignación era producida entonces por la invasión del extranjero y es tal el fervor patriótico de Hessel que lo lleva a decir que los franceses fueron invadidos por el fascismo de Vichy (p. 17) cuando es obvio que el fascismo de Vichy no fue una invasión sino que se trataba de los franceses mismos, esto es, los franceses fascistas, que los hubo. Y colaboracionistas. Se indignaron los que se indignaron. No todos. Igual que ahora.
Otra diferencia fundamental: los indignados de 1939 (que, por cierto, recurrieron a la violencia, no al pacifismo) tenían una hoja de ruta, más o menos el Estado del bienestar y la proclamación de los Derechos Humanos universales, a la que el autor da gran importancia por que fue uno de los redactores. Pero esa no es la situación hoy. Al principio de la crisis se escucharon propósitos sorprendentes en bocas no menos sorprendentes. Sarkozy habló de refundar el capitalismo. Los dirigentes, de abolir los paraísos fiscales. A estas alturas, nada de nada, pura quimera. Si hay un objetivo estratégico es conservar lo que tenemos y para eso sirve de poco la indignación.
Hessel lleva años indignado con la situación en Palestina. No es para menos. Dentro de unos días zarpa la segunda flota de la libertad rumbo a Gaza. Veremos qué pasa. Los que van en ella tienen valor, tienen coraje y merecen todo el apoyo. Pero la situación de Gaza seguirá siendo crítica.
Nos indignamos. Pero ¿hacia dónde dirigimos la indignación? No nos han invadido. Al contrario, somos nosotros los invasores en medio mundo. No nos empobrece ningún extranjero avieso sino que nos empobrecemos nosotros mismos. El club de los ricos siempre ha tenido condiciones muy estrictas. Y la indignación la queremos ¿para mantenernos en él o para abandonarlo?